Finales: carta editorial
Las tres palmadas de rigor en una lucha de dos a tres caídas sin límite de tiempo, el silbatazo de un árbitro; los créditos de una película; un punto final, un “Fin”, “The end”, “Eso es todo amigos”. Esta vida está rodeada de finales. Si lo reflexionamos un poco: es una fortuna que así lo sea. Los finales duelen, pero otras veces son necesarios: una relación tormentosa, la sequía que termina con gotas de lluvia, salir de nuestra casa luego de que terminaran las restricciones de la pandemia; la maldición sin títulos del Atlas, el final de una película malísima que estás viendo por compromiso, el salir de una fiesta soporífera; la caída de un dictador; la salida de un presidente.
No siempre tenemos tanta suerte: no veremos, probablemente, el fin de Marvel ni de Star Wars; tampoco el fin del capitalismo. Tendremos la desgracia de ver a especies extinguirse, formas de vida perderse, paisajes acabarse, tradiciones, recuerdos, personas, mascotas irse.
¿Para qué querrían un montón de villanos de caricaturas y comics tener vida eterna? ¿Para qué querrían ver terminado todo, y quedarse a vivir en un mundo en ruinas y estar ellos solos? Por algo Chabelo decidió, mejor, morir. Acaso eso sea lo único interesante en esta vida: saber que se termina o terminamos.
En esta edición de Catástrofe celebramos el fin de las cosas — no se preocupen, todavía no nos vamos, hay Catástrofe para rato. En sí las catástrofes suponen eso: el final de muchas cosas que teníamos entendidas y el inicio de otras tantas. La despedida de una abuela, de una mascota, el último partido de un torneo de futbol, migrar a otro país y un avión en caída libre son algunas de las historias que compartimos en esta décima edición.
