María Granados la niña de Guatemala

Revista Pionero
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4 min readSep 18, 2018

María Granados fue una de las personas que tuvo el privilegio de conversar con José Martí. Quizás estés pensando en la niña de Guatemala, inmortalizada en el célebre poema IX de los Versos sencillos.

Pero no se trata de aquella adolescente hija del expresidente guatemalteco Miguel García Granados, sino de una cubana que emigró junto a sus padres desde La Habana hacia Tampa, Estados Unidos.

Fue en esa ciudad del estado de la Florida, donde María — con once años — se deslumbró con el Maestro, quien en el Liceo Cubano conmovió al público en noviembre de 1891 con uno de sus más memorables discursos: “Con todos, y para el bien de todos”.

Era el 25 de noviembre de 1891. Los cubanos esperaban con gran emoción al revolucionario, incluida aquella “pobre chiquilla indigente”, como ella misma se autodefinió en la entrevista concedida a Cuba Internacional, una de las publicaciones de la agencia informativa latinoamericana Prensa Latina.

Esa revista publicó, en febrero de 1971, el testimonio exclusivo de la entonces nonagenaria María Granados, una de las cubanas que supo cómo hablaba el patriota. “Me parece verlo (a Martí) con su sonrisa suave, su mirada lánguida, su cálida voz que aún parece vibrar en mis oídos, mis ojos parecen tener ante mí la figura augusta del Apóstol como una visión de eternidad”, confesó la entrevistada.

Se ha dicho que los recuerdos más vívidos que tienen los ancianos son los de la niñez. María Granados ofreció sus declaraciones antes de morir a la edad de 91 años.

“Por fin llegó el día en que arribaría el Apóstol. Era tan grande mi impaciencia que no podía dormir vigilando a los tabaqueros que formaban la comisión de recibimiento (…) Yo quería ver cómo era aquel cubano que le quitaba el sueño a aquella chiquilla ignorante”.

En alusión a aquel momento, evocó que los cubanos pasaban en puntillas de pie por la calle cerca de la medianoche.

“Yo, llena de curiosidad, también me levanté, y cubriéndome con un saco de yute que me servía de manta, pues llovía bastante, corrí hasta encontrarme en plena calzada con la comisión. Pensé: van para la estación de Ibor City. Me agarré de la mano de un viejo tabaquero y le dije: ¡Yo también quiero conocer a Martí!”.

María confesó haberse sentido desilusionada cuando llegó el tren a su última parada: “Yo esperaba, con esa malicia que daba la calle a las niñas, a un hombre alto, bello, joven, de ojos verdes”.

Pese al chasco, reconoció que el entusiasmo fue indescriptible “cuando aquel hombre delgado, pálido, completamente vestido de negro, con un pequeño maletín, se acercó a los tabaqueros allí reunidos”.

En la lluviosa mañana del 26 de noviembre intercambiaron palabras, mientras ella estaba sentada en uno de los escalones de la casa de Ruperto Pedroso. Después de un silencio mutuo, Martí le preguntó: “Muchachita, ¿quién eres que te vi a mi llegada y ahora me miras con tanto asombro?”… “No sé qué pasó por mí. Recordé las palabras de los cubanos que hablaban del amor de la Niña de Guatemala y le contesté rápidamente: ¡Yo soy la Niña de Guatemala!”.

Cuando él, asombrado, le preguntó qué sabía de eso, ella le respondió que se llamaba María Granados. Fue en ese instante que le descubrió en el rostro la más grande impresión.

“Me dio la mano, me levantó hasta él y me preguntó: ‘¿Con quién vives?’ Volví a sentarme, él lo hizo a mi lado y le conté mi historia de niña infeliz. En aquellos momentos de comunión entre la niña y el hombre, sentí como el aletear de una paloma y cerré los ojos, y tuve deseos de decirle que sí, que yo era su niña de Guatemala”.

Cuando ocurrió el encuentro entre ambos, ya habían pasado algunos meses de la publicación de sus Versos sencillos, libro en el que está incluido el famoso poema dedicado a María García Granados, la que murió de amor el 10 de mayo de 1878. “No sé, aún pasados los años jamás he podido explicarme lo que sentí. Era una niña aún, pero me sentí mujer. Fue un sueño, un doloroso sueño, del que desperté cuando él, ya de pie, me dijo poniendo su mano sobre mi cabeza: ‘¡Pobrecita!’…”.

Quiso el destino que la muerte de María fuera un 29 de enero de 1971. Casualmente un día después de cumplirse 118 años del nacimiento de un ser iluminado.

La niña de Guatemala

Quiero a la sombra de un ala,
Contar este cuento en flor:
La niña de Guatemala
La que se murió de amor.

Eran de lirios los ramos,
Y las orlas de reseda
Y de jazmín: la enterramos
En una caja de seda.

…Ella dio al desmemoriado
una almohadilla de olor:
Él volvió, volvió casado:
Ella se murió de amor.

Iban cargándola en andas
Obispos y embajadores:
Detrás iba el pueblo en tandas,
Todo cargado de flores.

…Ella, por volverlo a ver,
Salió a verlo al mirador:
Él volvió con su mujer:
Ella se murió de amor.

Como de bronce candente
Al beso de despedida
Era su frente ¡la frente
Que más he amado en mi vida!

…Se entró de tarde en el río,
La sacó muerta el doctor:
Dicen que murió de frío:
Yo sé que murió de amor.

Allí, en la bóveda helada,
La pusieron en dos bancos:
Besé su mano afilada,
Besé sus zapatos blancos.

Callado, al oscurecer,
Me llamó el enterrador:
¡Nunca más he vuelto a ver
A la que murió de amor!

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