La primera cita
Escrito por Carlos Jauregui
Había terminado no hacía mucho su ultima relación. Y de alguna forma estaba bien. Porque siempre se puede estar bien si uno se recubre de vacío. No obstante aquella frase ominosa, tan vaga y absoluta le seguía rumiando la cabeza como grifo que gotea y que no termina de cerrarse. Y eso fue todo, ver con ojos ciertos que aquella creatura era menos que perfecta. Una mala cara y una media vuelta disparada con el arresto de ojiva nuclear.
Cuatro palabras abyectas que por sí mismas no causarían ningún daño, pero la saliva bien acomodada hiere como gancho al hígado. Le habían dicho cosas peores, mucho peores considerando el crecer en internados de varones, donde la resistencia se machaca con la misma frecuencia con la que se anuncia el cambio de clase.
Intentó salvar cara con el hábito que mejor le revestía, hacer llamadas y luego formular las mismas propuestas breves y directas. Mutar a simpático y a vano por el lapso que el trance lo requiriera. Así que terminó la última aventura dejándola en casa, y ni siquiera en casa porque le desviaba del camino y siempre le satisfacía regresar a solas en completo silencio, recreando y guardando en su álbum mental la escena más lasciva y mejor lograda.
A la siguiente mañana se topó a aquella lábil pareja en las escaleras por el quinto piso, apenas un par de metros adelante. No era la primera vez y por acto reflejo, dio los buenos días y los rebasó como ellos ya estaban acostumbrados: siendo rodeados con cuidado, como si su condición fuera algo ajeno e ínfimo, imposible de afectar su recubierta impavidez. La pareja se detuvo, dejándose adelantar con la resignación de un cachorro que espera.
Salió del edificio y cruzó la calle para comprar un café. Luego encontró un cigarrillo doblado en una bolsa de su chaqueta, desprendió la parte inútil y le prendió fuego al resto. Se sentó en una banca extendiendo los brazos y pulmones mientras delineaba mentalmente la forma de las últimas tetas que había manoseado, en una especie de proyección privada. Quizá menos bastas que las de la semana pasada, pero lo suficiente carnosas para recordarse. Trató de evocar al menos un defecto incierto –que a la fecha no había hallado–, para ayudarle a desecharla como a las otras. Algo interno interrumpió la función y le dio respuesta: “vaya ni siquiera es agradable y lo sabes, una niña caprichosa envuelta en pecas y piel tersa”.
Desde aquella banca que apuntaba hacia el edificio los vio salir. Abriéndose paso con ayuda del portero, la pareja lidiaba por sólo bajar dos gruesos escalones y cruzar la puerta; tomados de la mano, iban dando tumbos y por igual, intercambiando indicaciones. Vio como en el lapso de descender cinco pisos, había pasado tiempo suficiente para que él cruzara la calle, hiciera fila, ordenara un café, pagara y se sentara a fumar. Los minutos entonces habían alcanzado una consistencia viscosa.
Mientras ellos daban descoordinados pasos, esquivando y siendo aporreados por gente que avanzaba de prisa en su dirección y en contra sobre la acera, la pareja se abría camino como hormigas dentro de una densa jungla. Aventó el cigarrillo y se levanto para seguir sus pasos en paralelo del otro lado de la avenida, más con morbo que con interés. Luego de contemplar su denodado andar por una manzana entera los perdió de vista cuando giraron a la izquierda, sobre la farmacia de la esquina.
Ella maniobraba el bastón de izquierda a derecha y del hombro le colgaba un bolso verde pistache, horrible, roído en las puntas y sucio de tanto friccionarlo contra las paredes. Él llevaba una elegante cazadora, en cuyos codos se apretaban los agarres de las muletas, que producían un ruido abrupto al ir raspando contra el concreto. La imagen evocó a dos pingüinos acechados por predadores sin la mínima posibilidad de escape.
Esa noción aparentemente ajena lo llevó a un arrebato que se amplificó a cada paso en falso que daba la pareja, hasta erigirse en completa ira: ¿Cómo es que se atreven a salir así? ¿cómo es que él la guía, si él mismo tiene evidentes problemas de motricidad y de comunicación? Y ella, simplemente no ve nada, no conoce nada. ¿Cómo es que sobreviven? ¿cómo es que esta puta ciudad no se los come? ¿no son asaltados, menospreciados, ridiculizados; vistos con la candidez del que está frente a un niño idiota o con la evasión impuesta del lamento?
Estático y mirando hacia el espacio vacío de cemento que antes ocupaban, los odió por ser tan irresponsables, tan cándidos, tan brutos. Por encarar un mundo banal y cruel, como si éste no lo fuera. Por auto mandarse a la mierda mientras que a la distancia, reían y platicaban entre ellos sacrificando el acierto de obviar los obstáculos.
Y ahí, estático, con un café en la mano y el roce cálido del otoño por la mañana, algo dentro rompió y la corteza halló luz en aquellas palabras.
Regresó a casa por la tarde y encendió el ordenador. Se encerró el resto del día y pasó los dos siguientes metiéndose a páginas de búsqueda de parejas. Revisó más de trescientos veinte perfiles. Una caterva de falsos mostrando insulsas fotografías, enseñando los mejores atributos, populares grupos de amigas, videos con rutinas de ejercicios y alarde de vida hueras. Descartó casi todos. Buscó hasta la madrugada cientos de perfiles, hasta que seleccionó cuatro específicos.
Salió ya entrada la tarde rumbo al supermercado y a una ferretería sin asearse, compró cinco bolsas de hielo que aventó dentro de la bañera. Sumergió el brazo derecho hasta la altura de la muñeca y se amarró firmemente en el bíceps una pañoleta, mientras que con la mano izquierda sujetó un par de hielos sobre la oreja derecha. Pasado el tiempo necesario para adormecer por completo las extremidades elegidas, tomó la resplandeciente segueta e hizo los cortes. Creó su perfil.
Aturdido, regresó al ordenador y agendó su primera cita.
Biografía:
Carlos Jáuregui (México, 1978) es abogado por mero requisito curricular (UIA 2003, USD 2009). Master de la Universidad Complutense. Fanático de cualquier mala idea, de consejos no solicitados, de tertulias nocturnas que no llevan a nada y de proyectos literarios no remunerados. Actualmente radica en el DF.