El payasito Matabaile

Cuento

Elías Moscoso
Revista Sobredosis
5 min readApr 4, 2019

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Hace mucho tiempo, cuando apenas tenía seis años, me encontraba en una matiné (fiesta infantil). Recuerdo claramente la felicidad que sentía mientras bailaba aquel día. A esa edad no existían las parejas que uno entiende en la adultez, incluso hubo momentos en que no sabíamos con quien bailábamos porque todos estábamos agrupados; brincábamos, nos tirábamos al piso, corríamos… sonrío al recordar esos momentos.

Luego apagaron la música, y nos hicieron sentar en el piso. De pronto vimos un gran zapato rojo de punta redonda agitándose en la entrada de la casa. La histeria inundó el lugar cuando descubrimos al payasito Matabaile.

–¡Hola niños! — dijo con su voz extendiéndose en cada palabra.
–¿Quién se come toda la sopa? — gritaba con voz latosa — , ¡yo! — gritábamos alzando la mano — , ¿quién hace todas las tareas? — gritaba con tono hilarante — , ¡yo! — volvíamos a gritar — , ¿quién se come los mocos? — gritaba con tono maquiavélico — , ¡yo! — gritamos seguido de una gran
risotada porque habíamos caído en la trampa del payaso.

Con el concurso de baile la música volvió a sonar. Era “el baile del perrito”, seguro en algún momento han escuchado y bailado esa canción. El primer niño empezó a bailar. De pronto el payaso pidió que detengan la música:

– ¡Huy este niño!, ha visto a sus padres en la noche — todos reímos con inocencia contagiados por las grandes carcajadas que los adultos
soltaban.

El segundo niño empezó a bailar. De pronto el payaso pidió que detengan la música: –¡No, no, no!, aquí no promovemos la violencia, este niño está invitando a pelear a todos, miren como muestra los puños a mis amiguitos que están frente a él — todos reíamos.

Llegó mi turno, de pronto el payaso pidió que detengan la música: –¡Una ambulancia!, ¡una ambulancia!, este niño se dislocó la cadera — nuevamente reímos — , ¿ya te sientes bien mijito? vamos a darte otra oportunidad — a los pocos segundos la música se detuvo nuevamente y sentí que el payaso me cargaba en brazos — , ¡rápido!, ¡rápido!, un baño, este niño se caga — una risa inmensa se adueñó del lugar, todos me veían, y ya no solo reían, ahora se burlaban de mí.

El payaso me bajó de sus brazos, y haló mi pantalón: –Muy tarde, ya se cagó — grito soltando una carcajada. Todos me apuntaban con el dedo gritándome cagón. Yo no soportaba la vergüenza. El concurso siguió; gano el niño boxeador. Yo me quedé en un rincón, sin comer, sin bailar, sin reír; quería largarme de ahí.

En mi mente quedó grabado aquel día, los niños señalándome y gritándome cagón, y el payaso sonriendo a carcajadas con su gran ¡JAJAJAJAJA! ¿Qué tanto afecto mi vida está insignificante historia? Demasiado diría yo. Cada vez que estoy en una fiesta y me invitan a bailar, me niego. Nunca salgo por voluntad propia y las veces que me han obligado siempre vienen a mi mente las carcajadas, los niños señalándome y ese asqueroso grito. Muchas veces he visto la cara del maldito payaso reflejada en todas las personas que bailan a mi alrededor, riéndose a carcajadas con un gran ¡JAJAJAJAJA!

Hace un mes estuve en la matiné de uno de mis sobrinos. El lugar estaba adecuado con juegos, carretas de canguil, hot dog, y prensados (raspados). Los niños bailaban y correteaban por todo el lugar. Es increíble ver como han cambiado las fiestas y, obviamente, los niños. Casi nada les asusta. En mis tiempos era sencillo aterrar a un niño, pero ahora están expuestos a tanta violencia gráfica que difícilmente podrías asustarlos. Recuerdo que mientras pensaba en aquello, mi hermana se acercó a pedirme ayuda porque habían comprado una marqueta en lugar de hielos pequeños para los prensados. Lo que sea con tal de alejarme de mis tormentosos recuerdos infantiles — pensé mientras entraba en la cocina.

Mientras picaba el hielo pensaba en la cantidad de dinero que debía haber gastado mi hermana con la organizadora del evento para, al final, tener que pedir ayuda a los demás. De repente, un grito ensordecedor… ¡Qué digo grito! Gritos ensordecedores, una euforia colectiva se escuchaba afuera. Eran los niños demostrando su emoción ante la llegada de algo o de alguien. Luego de un breve silencio con tonos de murmullo, una frase congeló mi sangre: –¡Hola niños! — escuché la misma voz de mis recuerdos extendiéndose en cada palabra.

Me estoy volviendo loco pensé, han pasado veinticuatro años desde aquel día, pero era la misma voz. La ignoré y seguí picando el hielo intentando no escuchar lo que sucedía afuera. Por un momento lo logré, hasta que una pregunta interrumpió mi paz: –¿quién se come los mocos?. En ese momento me dejé llevar por mis impulsos y salí en busca de la voz. Era él. El payaso Matabaile quien al verme soltó su gran carcajada ¡JAJAJAJAJA! — sonrió señalándome — , miren niños, Manny el mamut vino a visitarnos y nos trajo un trozo de glaciar.

Todos rieron como aquella vez, los niños, los adultos, el personal del local. Mis manos congeladas hervían al igual que mi sangre, solté el hielo de una mano y en la otra empuñé el picahielos. Corrí hasta donde estaba el payaso y de un solo golpe atravesé su piel. Una y otra vez lo hice. Con la precisión de un minero y con la esperanza de librar al maligno ser que habitaba dentro del payaso: en el abdomen, en el cuello, en donde caía mi mano se abrían fuentes de sangre recorriendo su colorido traje.

Escuché los gritos de terror de los niños alrededor y de sus padres que, cayéndose, intentaban llevárselos en brazos. El payaso logró reaccionar y giró con la intención de salir corriendo, atravesé la piel de su espalda, lo hice unas cinco veces más hasta que cayó al suelo. Sentí un gran placer, libertad. Sentí que todo lo que había sufrido no importaba porque mis manos estaban impregnadas de roja venganza. Luego sentí una gran presión en el pecho; quería gritar, quería llorar, quería reír, todo al mismo tiempo, pero al final, solo una gran carcajada salió de mí ¡JAJAJAJAJA! — reí con fuerza sobrehumana, con lágrimas en los ojos — . Finalmente algo me golpeó la cabeza y no recuerdo nada más.

Ahora estoy aquí, en este gran cuarto de paredes blancas que parecen tapizadas, con esposas en mis manos y cadenas uniendo mis pies. Frente a mí hay dos policías que no se han cansado de insultarme mientras escribo mis recuerdos. Me dicen que esperan que me envíen a la cárcel para encargarse de mí. Aun no entiendo que sucedió, pero les voy a confesar algo, no me arrepiento de nada ¡JAJAJAJAJA!

Biografía

Elías Moscoso Villalva (Ecuador, 1985). Ingeniero en sistemas, escribe por amor más que por oficio. Estudiante de Literatura en la Universidad de las Artes de Guayaquil (standby). Emprendedor, apasionado, propietario de una boutique online, colaborador en una revista cultural y literaria, fotógrafo aficionado y coleccionador de historias.

Instagram: @elias_moscoso

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Elías Moscoso
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Creer es crear todo lo que tu mente sea capaz de imaginar: quizá, algún día, un buen cuento salve el mundo.