‘Fahrenheit 451’: la distopía más cercana

La novela de Ray Bradbury no va lejos y se concentra en la dictadura del entretenimiento y la desconexión de la sociedad con su propia humanidad.

Jorge André Hernández
Revista Sobredosis
6 min readAug 6, 2019

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En 1953 el escritor estadounidense Ray Bradbury publicó la que fue una de sus mejores novelas: Fahrenheit 451. La distopía causó revuelo editorial ganando premios como un Hugo, el de la Academia Estadounidense de las Artes y de las Letras, un Prometheus -en la categoría ‘Salón de la fama en el 2004- y una medalla de oro del Commonwealth Club California. Inclusive ganó un Grammy al mejor audiolibro en 1977 y se adaptó al cine en 1966 y un remake por HBO en 2018.

En todo ese kilometraje de premios, la novela se introdujo como parte de la tríada de las distopías literarias, junto con 1984 de George Orwell y Un mundo feliz de Aldous Huxley. El libro retrata una sociedad estadounidense donde los libros están prohibidos, así que la información es transmitida en video solamente; existen ‘bomberos’ que en vez de apagar el fuego, queman los textos; y el hedonismo con el constante bombardeo de información y consumismo, la sociedad se encuentra entumecida.

Fahrenheit 451 rescata detalles de las historias de sus dos antecesores: la crítica al capitalismo que realiza Huxley -en su caso al fordismo- y al excesivo pragmatismo en que la sociedad basa sus mecanismos, en otras palabras acciones sin sentimientos; mientras de Orwell extrae la esencia de lo orwelliano: como la palabra ‘bombero’ pasa de significar que apaga fuegos a crearlos, y como la sociedad ha entrado en un estado de control absoluto, donde deben incendiar libros para mantener el orden.

La quema de libros es un recurso que las masas represivas o Estados totalitarios han utilizado para el control simbólico y de ideas. Desde el inicio el fuego, con el concepto de purgar o limpiar, se ha utilizado para extinguir documentos: como la destrucción de la biblioteca de Alejandría (Egipto) A.C.; la ‘Hoguera de las Vanidades’ en 1497, donde el monje Girolamo Savonarola con sus seguidores quemaron miles de objetos “pecaminosos” en Florencia, epicentro del Renacimiento italiano; la quema de libros en 1933 por la Alemania nazi contra textos contrarios a su filosofía; o, por último, en 1963 la incineración de los álbumes de The Beatles en Estados Unidos reaccionando a que ellos eran “más populares que Jesús”, según John Lennon.

La adaptación que hizo HBO en el 2018.

El libro es un símbolo de rebeldía y Ray Bradbury lo sabía. En una entrevista que ofreció para la NBC en 1956, él declaró que la novela nace del miedo de que esas hogueras, como ha sucedido en la historia, se repita en la era cuando el senador Joseph McCarthy inició una ‘caza de brujas’ para combatir el comunismo: que desencadenó una ola de acusaciones de ciudadanos contra sus vecinos, esposos contra sus parejas y trabajadores contra sus compañeros. Un proceso parecido al que vivió China durante la Revolución Cultural que implementó Mao Zedong en1966 para purgar las ideas anticomunistas.

Incluso el politólogo italiano Giovanni Sartori en su libro Homo Videns (1997) destaca como el ciudadano, al pasar de leer periódicos a ver televisión para informarse y entretenerse, cambia el hábito comprensivo y también su concentración, y llega a alterar los procesos democráticos. Ya que para que la democracia funcione de forma ideal se necesita un ciudadano informado y concentrado: todo lo contrario sucede en el Estados Unidos de Fahrenheit 451.

Fuera del panorama político que pinta Fahrenheit 451, el protagonista Guy Montag da la crítica definitiva a la sociedad moderna. Él es un bombero que trabaja sin cuestionar nada, hasta que un día conoce a Clarisse McClellan, una chica de 17 años que se divierte en el parque, viendo las plantas, los árboles, el cielo, reflexionando, conversando y discutiendo; lo que le pareció raro hasta que comenzó a sentir la necesidad de hacer lo mismo. Ella sembró en él la idea de ver el mundo fuera de los esquemas establecidos.

La esposa de Guy es todo lo contrario a Clarisse: Mildred Montag es el equivalente del ciudadano común que necesita del ruido y de la velocidad para distraerse de sus necesidades espirituales y psicológicas. Tiene miedo de quedar fuera de la sociedad y ser excluida, mientras su esposo llega a tal punto de persuadirse de que debe cambiar de vida y que al observar como una mujer prefiere morir quemada junto a sus libros, decide robar uno y leerlo. Esa es la razón por la que Mildred decide suicidarse y Guy prefiere involucrarse con los libros hasta tener que escapar de la sociedad.

Fotograma de la adaptación de 1979 donde una mujer muere quemada junto a su biblioteca.

El personaje que ayuda a engranar todo: el conflicto interno de Montag y lo que significa Clarisse y Mildred en la historia, es el profesor Faber. En la historia Guy se acerca a él para que le explique más sobre los libros. Primero se encuentra con que está desempleado y segundo su asombro al ver en sus brazos una copia de la Biblia. En esa conversación el profesor determina la esencia de todo: el aburrimiento.

El aburrimiento es el caldo de cultivo para la creación. Me aburro, imagino y creo. El profesor Faber le cuenta a Guy cómo eran las cosas antes y se convierte en la conciencia de que los libros no solo es una herramienta, sino que se involucra en todo un rito vinculado al aburrimiento. La reflexión que proporciona es que un ciudadano constantemente encantado por la velocidad de la tecnología, el consumismo y alimentado solo en formas visuales de información, permanece distraído y no se enfoca en pensar y conectarse consigo mismo o con el ambiente que lo rodea.

Ya el poeta maldito francés Charles Baudelaire manifestaba la necesidad del ocio para la creación artística y la reflexión en el siglo XIX, destacando el concepto del ‘flâneur’ -persona que recorre la ciudad- y el dandi como los personajes modernos con el tiempo suficiente para reflexionar sobre el mundo y crear: tenían dinero suficiente para no trabajar en exceso en plena era de la Revolución Industrial. Podría distanciarse de la mitad del siglo XX cuando Bradbury escribió la novela, pero incluso se vincula cada vez más en los inicios del siglo XXI y con el pensamiento de Byung-Chul Han.

lustración de los bomberos realizada por Ralph Steadman pensada para ‘Fahrenheit 451’.

Han es un filósofo surcoreano que se ha encargado de reflexionar sobre la relación de la sociedad con la tecnología, el poder y el capitalismo en el siglo XXI como modelo económico. Ha condensado en su concepto de la ‘sociedad del cansancio’ (2012): una comunidad trabajadora autoexplotada al convertirse en su propio capataz en su búsqueda por el éxito; un sociedad agotada y quemada por la velocidad de la vida que modifica los dispositivos tecnológicos; una sociedad dopada por drogas necesarias para curar nuevos males y así seguir produciendo; una vida digital distanciada de la realidad tangible y la tergiversa, así alegando mejor a las experiencias análogas.

Los conceptos de Byung-Chul Han instantáneamente te hacen recordar al mundo veloz y audiovisual de Fahrenheit 451, pensando en que tal vez esta distopía -más allá de quemar libros- no está tan distante de la sociedad actual: la tecnología crea una realidad alterna, una realidad digital, nos distancian de la tangible y nos delimita en conceptos prefabricados. Más pantallas, menos reflexión.

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