El viaje de dos ancianos: Eguchi (Kawabata) y Collado (Márquez)

La vejez puede llevarte a descubrir la soledad y la muerte, pero también el amor.

Elías Moscoso
Revista Sobredosis
4 min readMay 22, 2019

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Algo que tienen en común el anciano Eguchi de La casa de las bellas durmientes (Yasunari Kawabata, 1961) y el viejo sabio, Mustio Collado, de Memoria de mis putas tristes (Gabriel García Márquez, 2012), es el viaje que ambos realizaron a través de las mujeres que conocieron en su vejez y el placer de la contemplación; aunque el destino sea diferente para los dos: la muerte para uno y la vida (o el amor) para el otro. Mientras que, la diferencia más importante está en la conexión que cada uno establece con sus no-mujeres ya que Eguchi nunca pudo estar con la misma bella durmiente, al contrario de Collado, quien si lo logra, y además, termina profundamente enamorado.

Gabriel García Márquez (izquierda). Yasunari Kawabata (derecha).

Por esta razón la bella durmiente en la novela de Márquez deja de ser una no-mujer para adquirir un nombre, Delgadina, que la transforma de objeto a persona, a diferencia de la novela de Kawabata donde las mujeres son objetos, casi muñecas — si existieran las muñecas vivientes — , que lo transportan hasta sus recuerdos mediante los olores que emanan sus cuerpos, o las sensaciones que el contacto con ellas despiertan en él. Pero, ¿cómo intimar con una mujer dormida sino a través del silencio? Este silencio, tanto para Eguchi como para Collado, les permite establecer una conexión más profunda con el pasado de cada uno sin ser juzgados.

¿Qué motivó a los ancianos a buscar el servicio de chicas jóvenes, incluso menores de edad? La vejez y la curiosidad. A sus sesenta y siete años Eguchi decidió aceptar las recomendaciones de un amigo quien le había contado sobre un lugar donde los ancianos duermen junto a mujeres narcotizadas para sentirse vivos nuevamente. A pesar de que las mujeres yacían dormidas y desnudas, la relación nunca era sexual; los ancianos solo buscaban compañía para sobrellevar la soledad de la vejez. En el caso de Collado, a sus noventa años, su objetivo sí era sexual, pero las circunstancias le hicieron rechazar la oportunidad de experimentarlo. Para ambos la contemplación se convirtió en una obsesión.

Los bellas durmientes (cinco en total) evocaron en el anciano Eguchi a las mujeres de su pasado: sus amantes, sus hijas, su esposa y su madre. Además, los últimos encuentros le despertaron el deseo de vivir una sensación límite: la muerte — la propia y la ajena—. En el caso de Collado, cada encuentro con la misma joven despierta su ilusión de vivir una nueva vida. Una vida que construye dentro del cuarto de burdel al que arregla cada día como si en realidad mantuviera una relación de amantes con la joven cuyo sueño vela en cada encuentro.

La prosa de Kawabata abandona la curiosidad para tornarse asfixiante, desesperante, por momentos hasta pesimista, mientras que, la de Márquez, romantizada con el acostumbrado estilo de varias de sus obras, se convierte en el diario de un nonagenario que por primera vez descubre el amor. En ese sentido, la narrativa de Kawabata agobia y en ocasiones asusta, es una caída libre hacia la muerte. La narrativa de Márquez es más esperanzadora, romántica y nos lleva, casi a rastras, hacía un final feliz.

Definitivamente, ambas obras están relacionadas. Ya sea por las similitudes entre personajes como la celestina Rosa Cabarcas de Collado y la sin-nombre de Eguchi, por citar un ejemplo, como por la admiración que Márquez profesó en varias ocasiones por Kawabata. No en vano la novela del colombiano empieza con una cita de la novela del japonés como epígrafe. Sin embargo, no son obras que deban ser leídas como complementarias pues hacerlo nos motiva a analizar el homenaje de Márquez como una reescritura y disminuye el disfrute de cada obra, en especial del final.

Al final, Eguchi enfrentado con la muerte de una de las chicas de su último encuentro, siente temor por primera vez y descubre que también es uno de los ancianos de los que varias veces se había distanciado cuando consideraba que asistía a la casa de las bellas durmientes solo por curiosidad; la soledad y la muerte son inminentes. Para Collado, la nueva realidad transformó su pasado en un simple recuerdo que a su edad le permitía disfrutar cada nuevo minuto hasta el día en que le toque enfrentar, con feliz agonía, la muerte.

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Elías Moscoso
Revista Sobredosis

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