Entrevista con María Fernanda Heredia

En la pasada Fería Internacional del libro 2018 (Guayaquil), entrevistamos a la reconocida escritora ecuatoriana María Fernanda Heredía.

Elías Moscoso
Revista Sobredosis
15 min readOct 17, 2018

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Foto de la firma de libros realizada en la Fería Internacional del libro 2018 (Guayaquil)

Revista Sobredosis estuvo presente en la Fería Internacional del libro 2018, realizada desde el 5 hasta el 8 de septiembre. Uno de los objetivos fue entrevistar a la gran escritora ecuatoriana, pero sobre todo excelente ser humano, María Fernanda Heredia, quien nos contó anécdotas sobre sus inicios en la literatura y la experiencia de regresar a Ecuador con dos nuevas publicaciones: La lluvia sabe por qué (nueva edición) y Que vuelen los pajaros.

Siempre le preguntan sobre su llegada al mundo de la literatura, pero luego de ese anecdótico inicio ¿Qué la motivó o la motiva a seguir escribiendo literatura infantil y juvenil?

La verdad todo ha sido sorprendente desde ese principio anecdótico en que nunca me planteé escribir para niños. Luego fui consciente de que, la manera que tenía para comunicarme conmigo misma, desahogar todo eso que en algún momento me agobiaba, era trasladar todo al papel. Sentí que la metáfora amplia me permitía esconderme detrás del texto y de los personajes y eso me hizo sentir cómoda porque tanto en mi niñez como en mi adolescencia fui muy tímida, entonces, esconderme detrás de metáforas y personajes, aparentemente infantiles, me daba la oportunidad de soltarlo todo.

Sin embargo, nunca llegué a estar plenamente convencida; la primera vez que un editor me dijo “ah pues estás escribiendo muy bien, te vamos a publicar en una colección para niños de cuatro a cinco años” la vergüenza que tuve fue tan grande que sólo pude decir “ah sí, justo para esa edad había pensado”, pero luego dije no importa, que la gente lo vea como lo quiera ver, yo seguiré en esto, esta es la manera en que yo sé comunicarme, esta es mi voz y me sentí aliviada.

Al utilizar a la tortuga y a la golondrina para hablar sobre la ruptura, el adiós, el temor al olvido, estaba protegiéndome y evitando que el resto viera mi vulnerabilidad. Aún sigo pensando que lo que hago no tiene edad; no me siento a trabajar pensando “¡ah! esto es para niños de cinco”, no tengo ni la menor idea, yo escribo e intento hacerlo bien.

Ahora, sí que soy consciente de que mis libros llegan a niños. Soy muy cuidadosa y trato que el texto que me pide la editorial tenga un tema tan contundente como cualquier otro, pero intento que la forma de abordarlo y el lenguaje sean claros, sencillos y sin mayores vericuetos que puedan dificultar la comprensión y el disfrute en el niño.

Recordando un poco su niñez y aquella vez que decidió escribir cartas de amor dirigidas a usted mismo ¿Considera que esas cartas fueron sus primeras historias?

Más que las primeras historias, lo más importante para mí era crear un personaje. Yo era una niña tremendamente solitaria y exageradamente tímida, siempre estaba muy sola. Mi capacidad para relacionarme con otras personas estaba cuesta arriba, entonces cuando comienzo a escribirme estas cartas de amor y a contestarme a mí misma, más que crear una historia, creo un interlocutor, alguien que me acompañe.

Cuando digo esto me da mucha pena, pienso “pobrecita que niña más solitaria que horror”, ahora lo digo con cierta ternura, pero cuando era niña me generaba una ilusión grandísima. Cada día tenía exactamente la emoción de recibir una carta de verdad “qué me va a decir ahora” y era yo misma la que acababa de escribirla “y qué le voy a contestar”. Estaba creando una historia, pero sobre todo estaba creando ese alguien que no existía: no tenía una amiga, un amigo, esa otra persona en quien mirarme, a quien decirle cosas, de quien escuchar cosas, entonces inventé una compañía y con esa compañía surgieron las historias.

Cree ese alguien que me mirara porque me sentía totalmente invisible. Recuerdo que después de la larga hepatitis que me obligó a pasar un mes encerrada, cuando regresé al colegio no hubo nadie que me dijera “por qué no viniste un mes a clases, qué te pasó” o sea no se dieron cuenta que no estuve, entonces inventé eso, un alguien que me acompañara.

Analizando su obra podemos ver que los problemas de los niños y adolescentes son parecidos a los de un adulto. Bajo esa premisa podemos concluir que los problemas son parecidos, pero difieren en la forma en que el escritor los aborda. En ese caso nos gustaría saber ¿A qué autor para adultos le hubiera gustado leer en un libro para niños?

Sin duda uno de mis escritores favoritos de todos los tiempos es uno al que leo y releo con pasión, Stefan Zweig. Me encanta la capacidad (de Zweig) de entrar en la psicología humana, los miedos, las angustias, las ansiedades: entrar en momentos tormentosos de la existencia. Y creo que en esa intención de que, todos los temas pueden ser abordados para los niños, no existe una restricción; todos los temas pueden ser abordados: entrar en la sicología y los temores de los niños, las angustias y los grandes conflictos que atraviesan su cotidianidad. Quizá Stefan Zweig habría sido un gran escritor para chicos también.

Basada en su experiencia ¿Cuál considera usted que sería al menos una o dos reglas de oro para escribir literatura infantil?

La sencillez y evitar los prejuicios sobre lo infantil. Yo repito esto, pero muchísimas veces… Hay gente que me mira con todo el cariño del mundo y con todo el respeto a mi trabajo y me dicen “que bien, felicitaciones, que bueno que estés escribiendo para niños, pero cuándo vas a dar el paso” o sea, es como que me animan y dicen cuándo lo vas a hacer en serio y yo digo bueno esto es lo más serio que yo sé hacer: escribir para niños es el trabajo más serio y más importante que yo hago. Eso lo tengo clarísimo.

Usted mencionaba que se debe entrar en los grandes conflictos que atraviesan la cotidianidad de los chicos, y yo recordé que al leer La lluvia sabe por qué encontré temas como el sexting, bullying, violencia contra la mujer, entre otros ¿Cuál fue la razón que la llevó a tratar esos temas en el momento en que escribió la novela?

Portada de la nueva edición de La lluvia sabe por qué (2018).

Además de que mi trabajo como escritora me somete a unos tiempos de soledad, también hay unos meses, casi siempre en el segundo semestre de cada año, en que recibo invitaciones de colegios para conversar con los niños cuando han terminado de leer mis libros. Esa es una tarea siempre agotadora, pero tremendamente enriquecedora porque en ese dialogo percibo quienes son mis lectores, cómo viven, qué sienten, qué está pasando con ellos; es decir, llevo años trabajando con el tema de la violencia, bullying, sexting, porque me lo encuentro en todas partes.

Cuando les cuento la niña tímida que fui, la marginación que sentí desde muy pequeña, las burlas con las que siempre cargué, por cualquier motivo, o sea, no se necesita tener un cuerno en la mitad de la frente: porque eres alto, porque eres bajo, porque eres más blanco, porque eres más negrito, porque eres gordo, porque eres flaco, porque tienes pecas, porque tienes lentes, por las orejas, por lo que hacen tus padres, por cómo vives, por todas las razones. Y eso es lo que me interesa abordar porque creo que es importante que lo tengamos sobre la mesa, que lo desmenucemos, que lo hagamos trizas hasta verlo desaparecer.

Si nos hacemos de la vista gorda habremos perdido la batalla, entonces estoy hablando permanentemente de esos temas, y ahora de alguna manera también estoy involucrada con los temas de abuso sexual infantil y juvenil porque siento que tengo que ponerlo todo el tiempo sobre el papel.

Visita de María Fernanda Heredia a un colegio.

En una sociedad que suele culpabilizar a la víctima y victimizar al culpable ¿Considera usted que sus libros son una especie de voz para todos los niños y adolescentes que callan o tienen miedo de contar lo que les sucede?

Exactamente, creo que hay que colocar las cosas en su sitio, esas son líneas tremendamente vulnerables y susceptibles: a veces un discurso poderoso puede trastocarlo todo. Cuando escribí La lluvia sabe por qué (acaba de publicarse en Ecuador) quería retratar a esos anónimos. No hay ningún invento sumamente creativo: es un episodio inocente que conduce al momento más amargo y devastador para una adolescente.

Este libro sobre el bullying, en el que también hay una historia de amor que se abre paso a codazos, me dejó ver en los lectores algo impresionante que nunca imaginé: todas las historias tremendas, difíciles y oscuras que habitan ese espacio considerado seguro y maravilloso donde los niños juegan felices y aprenden que es la escuela.

Todas esas historias que me fueron contando a partir de esto… la cantidad de niñas y niños que en los colegios levantan la mano y dicen “yo sí sé lo que siente, a mí me pasó, déjame que te cuente” es una cosa alucinante.

El libro que escribí después de La lluvia sabe por qué no es exactamente la segunda parte, sino retomar unos personajes de “la lluvia” y colocarlos en una nueva situación. Es un libro que trata un caso que sucedió en Ecuador hace algunos años: una chica violada por dos “amigos” a la que la justicia le dio la espalda cuando puso la denuncia. Esa es otra cosa de la que también tenemos que hablar, no solamente dar el paso y decir “esto es lo que me ha pasado necesito ayuda” sino que, una vez que las jóvenes y los jóvenes lo hacen ¿Dónde está la sociedad para dar el curso necesario a los hechos y que se haga justicia?

Es un libro que habla sobre el abuso sexual, sobre el suicidio… estoy muy involucrada en esto, no porque sea un tema que me da vueltas en la cabeza nada más, sino porque lo oigo y lo veo todos los días. Es un compromiso que asumo muy seriamente visitando siempre estos colegios para hablar abiertamente sobre esto, pero sobre todo para escuchar.

Dicen que los personajes reflejan en algo la realidad del escritor y en “La lluvia sabe por qué” encontramos a Lucia y Antonio, dos jóvenes cuyos caminos se cruzan, quizá, en su peor momento, justo cuando sus vidas se han convertido en un nudo ¿En algún momento sintió usted que su vida se convirtió en un nudo?

Varias veces, como cualquier persona tengo varios momentos que identifico como ese gran nubarrón en que no sabía por dónde comenzar a desatar el nudo. Ese momento de oscuridad, de ofuscamiento, de tristeza, de soledad, en que se desvanecen todas las certezas que uno tiene y no logra entender.

Una de ellas ocurrió cuando ya era adulta y trabajaba precisamente como escritora. A partir de que mis libros comenzaron a ser bien recibidos y valorados por los lectores, hubo un momento en que me sentí atacada por personas a las que siempre les fastidia o llama la atención el éxito ajeno, algo así como “no es normal que esta persona esté subiendo, hay que bajarla”.

Aunque nunca atravesé una situación como la de Lucía, esas relaciones que se van rompiendo alrededor con sus amigas, con sus padres, con el colegio, con ella misma, que ya no sabe qué hacer, las describí un poco recordando esa sensación de asombro que viví cuando todo el mundo se me dio la vuelta, cuando sentía que era inocente en un mundo que por algún motivo había tomado la decisión de señalarme.

Son situaciones distintas, pero a lo que voy es que la sensación sí que la tuve cerca, la de soledad, la de no entender nada, la de querer reconstruir algo, pero sin saber que pieza colocar junto a otra pieza… — En ese momento detiene su respuesta y extiende su mano.

Espérate que tengo aquí esta pulsera de hilos… ahora ya está muy viejita veo que se comienza a romper… esta es la pulsera con la que comencé a escribir La lluvia sabe por qué y su llegada fue muy reveladora. La compré la primera vez que fui a Machu Pichu, bueno la única vez que fui a Machu Pichu. Una niña de once años estaba con su mamá y cuando le pregunté cómo hacía esto tan maravilloso, me dijo “es fácil, solo es cuestión de colocar un nudo a lado de otro y darle sentido” entonces dije: de eso se trata la vida, eso es todo.

Recordando un poco la época en que empezó a trabajar como articulista para la revista Hogar, nos podría contar ¿Cómo tomo ese nuevo reto?, ¿cómo se sintió?

Post de instagram de María Fernanda Heredia. En la foto posa junto a Roger Icaza quien realizó la ilustración para la portada de su libro Que vuelen los pajaros donde publicó una selección de sus mejores artículos en los 10 años que colaboró con la revista Hogar.

Sonríe con la amplitud de un abrazo y responde: Con un pánico atroz. Cuando recibí la llamada de la revista Hogar (Gabriela Gálvez) para que escribiera una columna mensual… yo tengo unos atacazos de inseguridad feroces, entonces dije “Gaby, creo que no sé, nunca he hecho esto. Yo escribo cuentos y novelas para niños, pero creo que no sé escribir artículos”.

Ella respondió “no te voy a poner un tema, lo único que te voy a poner es una extensión y un plazo de entrega cada mes, pero escribe lo que quieras, escribe lo que te haga feliz”.

Fue una invitación imposible de rechazar cuando dijo “escribe y siente tu voz, como la voz de una mujer hablando a otras mujeres” porque en su mayoría los lectores son mujeres, entonces agregó “por qué no te planteas el desafío de escuchar tu voz”.

Sin eso que yo decía antes, sin esa armadura de los personajes de la literatura infantil con la que me protegía, estuve tentada de hacer cosas sesudas, reposadas, más serias, o sea, como yo misma con el prejuicio de lo adulto; supuse que tenía que ser muy correcto y formal, con palabras ojalá de muchas sílabas… voy a escribir difícil… y luego pensé: pero que tontería, yo no sé escribir difícil, solo se escribir de una manera y como me comunicó con los niños, me comunico con mi mamá, con mis amigas y con mi pareja.

Si no funciona advertí “Gaby estoy escribiendo puras tonterías tú me dices si paramos”. Vino una columna, luego otra, y un día ya estaba metida en eso y sentía que ese dialogo me representaba, me seducía y sobre todo lo disfrutaba. Escribir una columna de humor es una cosa que me gusta mucho. Aunque suene a una frase cliché, compartir humor para mí es compartir amor.

He vivido en una familia de muchísimas carcajadas, incluso en los momentos más complicados, justo acabamos de atravesar unos momentos muy complicados en la familia. Quizás una de las razones por las que decidí publicar este libro Que vuelen los pájaros es precisamente por eso, porque quería hacer un homenaje a las mujeres de mi vida, mis tres hermanas y mi madre.

Somos una familia de mujeres que en medio de los momentos complicadísimos que nos ha tocado vivir, como a muchas familias, la risa siempre tuvo un espacio, fue y sigue siendo la gran salvadora. Entonces digo, quizá una lectora no va a encontrar en mí una voz académica, formal, correcta, pero lo que yo sé hacer es esto, mi manera de escribir, mi manera de contar la vida, de contarme a mí misma quien soy, como veo las cosas, es riéndome entre líneas.

Encuentro mucho de su personalidad en Antonio, ese personaje de “La lluvia sabe porqué” que siempre enfrenta las complicaciones de la vida con un toque de humor, y a través de ese humor establece conexiones con otros personajes

Sí — sonríe — gracias por acordarte de ese momento.

Respecto a sus artículos, recuerdo haber leído uno llamado El avión donde usted relata su miedo a volar ¿Está superado ese miedo? ¿De pronto esta vez tuvo la suerte de encontrar a Chayanne sentado a su lado?

No, no está superado para nada — suelta una gran carcajada — . Fíjate que es curioso, pero desde la primera vez que me subí a un avión cuando era chiquita siempre supe que eso no era lo mío, que sí podía evitarlo lo iba a evitar, sin embargo, por mi trabajo me ha tocado y me toca viajar muchísimo, de hecho, algo insólito es que se me gastan los pasaportes. Me duran un año y medio y ya voló.

Cada vez que me subo a un avión me hago mucho más católica de lo que normalmente puedo ser, pero bueno, mi cerebro actúa de una manera extraña. Yo vivo en Lima desde hace diez años. Cuando voy de Quito a Lima no me da miedo, pero ir de Lima a Quito me da pánico; de Lima a Guayaquil no tengo ningún miedo, pero ahora que me toca regresar a Lima y salir a Buenos Aires me muero del miedo. Lo que pasa es que tengo miedo a la turbulencia, entonces en las zonas montañosas es donde lo paso fatal.

No se me ha cruzado todavía Chayanne, pero no pierdo las esperanzas. Lo que si he aprendido es a disimular mucho mejor, ya no hago ningún papelón, voy en el avión, estoy absolutamente aterrorizada, pero sonrío, es más, me atrevo a tranquilizar a otros diciendo “no te preocupes este es el medio de transporte más seguro, tranquila de verdad no pasa nada” y por dentro digo: Dios, Dios, que aterrice esto ya.

En el mismo artículo hay una parte en la que agradece a Dios por no llevarla a la eternidad con La chupacabras y en otro llamado “Isla Desierta” estaba indecisa sobre qué cosas podría llevar a un lugar así ¿A estas alturas, con quién le gustaría pasar la eternidad y qué cosas llevaría? ¿Lo tiene más claro o la duda se mantiene?

Sí, me hago un poco más vieja y ya lo voy teniendo más claro. Si pudiera llevar a alguien a una isla desierta, me llevaría a Javier. Javier es mi compañero y me lo llevaría no solamente para que me acompañe porque lo quiero muchísimo, sino porque es un extraordinario conversador. Ir por la vida con alguien que te dé una buena conversación, me parece que ya es haber acertado con el boleto de la lotería.

Me llevaría a Javier, el mejor conversador que conozco, la persona con la que más y mejor me río. Además, me llevaría un cuaderno en blanco. Para mí es irresistible una página en blanco, también me asusta claro, pero sobre todo es irresistible esa tentación de contar algo, de inventarme algo, de contarme a mí mismo una historia que me saque por un momento de esta realidad y me lleve a otra.

Y me llevaría un libro del que no me canso nunca, sonará cliché, pero yo amo Cien años de soledad y ahora lo estoy escuchando –saca su celular y busca el libro mientras conversamos– lo he leído varias veces, como verás –escucho sonar en el teléfono “[…] y la pesadilla remota de la guerra. Cuando Úrsula dispuso la reanudación […]”– es un libro que no acabas de leer, ni de disfrutar nunca, creo que eso: el mejor libro, un cuaderno en blanco y al mejor conversador del mundo.

Debido a la cantidad de compañeros que la están esperando para otras entrevistas se me quedan algunas preguntas en el aire, pero quiero agradecerle por haberme permitido compartir esta experiencia con usted, y por hacerme sentir como en familia.

Qué amable eres, te agradezco muchísimo.

Para finalizar me gustaría evocar el juego que tenían Antonio y su mamá en “La lluvia sabe por qué”.

¡Oh! tus tres palabras del día.

Sí, me gustaría saber ¿cuáles serían sus tres palabras en este día?

Hoy, muy particularmente, mis tres palabras del día serían: Gracias, muchas gracias.

Ha sido un día de muchísimas emociones. He llorado muchísimo, de verdad me agarró una lloradera que me pasé así toda la mañana. Fueron muchísimas emociones y te voy a decir una cosa que me pasó hoy: hace unos doce años, yo trabajaba en una editorial y ya escribía libros para niños. Un día estaba en mi oficina y me llamó el guardia diciendo que un señor me buscaba, entonces me dio el nombre. Yo no sabía quién era, el señor se puso al teléfono y me dijo “Discúlpeme, soy un padre de familia y he venido con mi hija para que le firme un libro” yo respondí que claro, que por favor pase. Subió un señor muy cansado, sudoroso, con una mochila y venía acompañado de una niñita chiquitita.

Ese señor se llamaba Luis Andrade y llegó con su hija Natalia, una niña chiquitita que tendría unos cuatro años y me dijo “mire yo vengo de Guayaquil…” el señor estaba desempleado y había hecho un esfuerzo enorme, horas y horas de viaje para cumplir el sueño de su hija que era conocerme y que yo le firmara su libro, entonces me dijo “mi hija es lo más grande en mi vida, cómo decirle que no”.

No tenía trabajo, pero hacía manualidades, unas cosas preciosas. Me trajo un jabón con formas y unas cintas, una cosa maravillosa, entonces vino para que yo le firmara su libro y que Natalia se tome una foto conmigo, me dio un abrazo, me llenaron de regalos y se fueron. Doce años después esa niña de cuatro años –su voz se quiebra un poco al recordar el momento– volvió a traerme un regalo hecho por su papá junto a la foto de nuestro primer encuentro.

Hace un momento recibí un mensaje de su papá dándome las gracias, y yo le dije “Luis, no, soy yo” o sea, de verdad me apasionó tanto que le dije “Luis, sí, a veces surgen las dudas en el camino y si yo tengo dudas, la presencia hoy de Natalia — así como hace doce años, una niña a la que yo no conocía de nada y un señor al que yo no conocía de nada — viene para ratificarme y decir: María Fernanda este es el camino, por aquí es”.

Eso fue muy emocionante, fue muy bonito. Es tanto cariño, lo que recibo es mucho más de lo que yo puedo dar como escritora, entonces mis tres palabras son: Gracias, muchas gracias. Y a ti por supuesto muchísimas gracias.

Al contrario, gracias a usted. Creo que al final es ese intercambio lo que hace que todo el esfuerzo y el sacrificio que realizamos valga la pena.

Así es, estoy de acuerdo, es muy bonito cuando te encuentras con eso, no por la vanidad, no por el ego, simplemente por decir, tengo mis pies en la tierra; si este trabajo me da esto, me da este cariño, esto que me alimenta tanto, aquí me quiero quedar para siempre, en este trabajo me quedo para siempre.

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Elías Moscoso
Revista Sobredosis

Creer es crear todo lo que tu mente sea capaz de imaginar: quizá, algún día, un buen cuento salve el mundo.