El coloso

Uein
RevistaPLASMA
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3 min readNov 30, 2016
El coloso- Rodrigo Becerra

Desde chiquita había sentido una atracción magnética hacia el monte, aquel titán de roca y maleza que parecía querer enterrarse en el cielo. Sus ojitos curiosos habían estudiado largamente la disposición de la maleza, la longitud de sus claros y la aparente regularidad de sus quiebres. Pero era hoy, en su cumpleaños número doce, que finalmente se había decidido a conquistarlo. La noche anterior empacó su bolso con suficiente agua, queso de cabra y truchas deshidratadas como para durar una semana; beso tiernamente a su madre y se fue a la cama temprano. Para cuando el sol se mostró reflejado en el rÍo, Lina ya se encontraba muy lejos.

Lina era pura destreza. La facilidad con la que alternaba su peso entre rama y rama , con la que se aferraba más angostas, era prodigiosa. La chica, sin embargo, brillaba por su ausencia de miedo; resultado, no de un exceso de coraje, sino por una tremenda curiosidad por el mundo. Lina solamente se sentía feliz con los pies en el barro del arroyo, explorando las catacumbas de madera, o como en aquel momento, con los tobillos entre las nubes y los dedos firmemente aferrados al titán sombrío.

En la lejanía, Lina pudo distinguir otras montañas, distintas a la suya. Pero mientras estas eran triangulares y anchas, el coloso era angosto y alargado. Imposiblemente alargado. Nadie nunca supo explicarle porqué aquella montaña era diferente a las demás. Nadie nunca supo explicarle muchas cosas. En parte porque los aldeanos hace mucho que ya no se cuestionaban, pues ¿Qué sentido hay en preguntar cuando ya todo se ha olvidado?. Antes quizá alguno de los ancianos podría haberle cantado alguna canción sobre las guerras de aquel mundo anterior, pero ya su gente ya casi no cantaba. Año a año- siguiendo el curso natural de las cosas- el pueblo fue olvidando su historia. Lina estaba fascinada con aquel pasado misterioso.

Fue en ese momento que los vientos se elevaron, y a ella con ellos. Sus manos intentaron aferrarse a algo desesperadamente, encontrando nada más que aire. El suelo cambiaba y se revolvía mientras la niña intentaba encontrar el horizonte, algún punto de referencia en un mundo que acaba de perder sentido. La chica ascendía y descendía a merced de aquella ráfaga rebelde. Antes de desesperar, la niña buscó controlar sus emociones, rápidamente tomó su gancho y lo encalló contra una de las aperturas del monte. La soga se tensó en el aire y por un momento Lina permaneció perfectamente paralela al horizonte, flameando como un trapo al viento. Sus músculos se tensaron dolorosamente y en sus manos creía tener dos carbones ardiendo. Pensó en la tristeza de sus amigos y las lágrimas de su madre y la idea pareció renovar sus fuerzas. Sus bracitos forcejearon contra el viento, y la chica reptó y sangró por cada centímetro ganado. El coloso estaba cada vez más cerca. La chica podía casi besarlo con la yema de sus dedos. Extendió el brazo, y en ese momento la soga cedió.

- Voy a morir aquí.

La realización la golpeó directamente en el pechito de niña. Su vida había acabado. Su tiempo agotado. Las rafagas continuaban inflando sus ropas, y arrastrandola de un lado a otro. El mundo parecía querer despedirse de ella de la mejor forma, pues mientras caía pudo verlo por primera vez en toda su extensión. Incontables preguntas plagaban su mirada hasta toparse con el sol posándose en el horizonte. Lina dirigió su mirada al punto diminuto que era su aldea. Con sus casitas pequeñas para gente pequeña de mentes aun más pequeñas. Y sí, y que importaba morir entonces, si aquella muerte conllevaba más vida que cualquier cosa.

Con su nueva perspectiva la vió rodeada de unas formaciones rocosas extrañas, que ella reconoció como las pequeñas mesetas que poblaban las cercanías del arroyo. Ahora, con su nueva perspectiva divina, Lina vio como las figuras tomaban su forma real, entre la maleza espesa y cargada de vida, vió la forma indiscutible de una cabeza metálica, enterrada en el paisaje selvático. Un gigante cuerpo inerte, reposando vencido en la tierra y esperando a recibirla. Con la boca abierta y cargada de flores. En sus ojos los guacamayos hacían su nido y teñían sus párpados entreabiertos con plumas multicolores. Hubo un breve disturbio en la copa de árboles y los pajarracos alborotados abandonaron el nido, llevandose los colores con ellos.

Originally published at www.revistaplasma.com on November 30, 2016.

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Terrícola que edita una publicación Sci-fi con otros tres terrícolas.