Uein
RevistaPLASMA
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4 min readOct 20, 2016

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A duras penas logro ajustar su casco polarizado cuando se sintió vomitado hacia una oscuridad impenetrable. Eterna. Desesperados sus ojos buscaron frenéticamente un horizonte. Un soporte desde donde anclar su perspectiva para poder comenzar a comprender su situación. Ancló su mirada en el único punto brillante que encontró. Los fragmentos de aluminio y acero tomaban formas abstractas mientras eran despedazadas por la lluvia de meteoritos. Las pálidas luces eléctricas se fueron apagando una a una. Raoul Chimay se ahogaba en las tinieblas.

El sueño estelar —Mariano Díaz

Eventualmente su cerebro terminó de procesar la situación. Raoul Chimay estaba muerto. En vano desgarró su garganta gritándole a un casco herméticamente sellado. No había nadie allí para escucharlo. La computadora señalaba que la suya había sido la única señal de emergencia activada. Todos sus compañeros estaban muertos; al igual que él. Si se hubiese sentido filosófico, hubiese concluido que todos compartimos su situación. Muertos, cayendo infinitamente hasta un destino voraz. Pero Chimay no se sentía filosófico. En su pecho ardía un instinto combativo, guerrero. La terquedad y arrogancia de un hombre que no concibe la existencia de situaciones sin salida. Mientras se hundía en la negrura su conciencia viajo a través del tiempo y el espacio hasta aquel salón de clases. Tenía 22 años, un cadete en la academia espacial, buscando una forma rápida de escapar de la monotonía. Durante su descenso hacia la nada, Chimay creía escuchar la voz áspera de su mentor.

—Lo primero que deben hacer es controlar sus emociones. Seguir siendo fríos y analíticos como lo han sido hasta ese momento. El espacio no tolera el pánico.

El hemisferio lógico y racional de su cerebro se puso en marcha a toda velocidad. Chimay revisó todos los indicadores y medidores de su traje. Analizó todas las cifras. Anunció todas las conclusiones. Su acelerómetro marcaba una velocidad de 27.000 kilómetros por hora. Sin embargo, contrapuesto a la inconmensurable dimensión del vacío espacial Raoul Chimay aparecía como diminuto un punto quieto.

Haciendo uso de su aguda mente científica, recordó los procedimientos. Repasó mentalmente todos y cada uno de los 87 protocolos de emergencia aprendidos en sus años en la academia. Cubrían la mayor cantidad de eventualidades que un cosmonauta puede enfrentar en órbita. Incendios en base. Despresurización forzosa. Perdida de velocidad orbital. Locura espacial. Todas y cada una con sus respectivos tratamientos y medidas de contención. Todas excepto la suya. Raoul Chimay estaba muerto.

—En el pasado la pérdida de contacto con la nave significaba la muerte asegurada para el cosmonauta.

Sus indicadores de O señalaban un tanque lleno. 78 horas de respiración ininterrumpida. Casi con certeza moriría deshidratado antes de asfixiarse. De no ser así, lentamente iría perdiendo la conciencia. inhalando y exhalando su propio final.

—Hoy en día se les ofrece una alternativa. Aunque conlleva un gran costo.

Progresivamente a Raoul Chimay se le fue haciendo evidente que su única opción era el sueño estelar. Mientras meditaba sobre esta posibilidad fue introduciendo los comandos necesarios en la pantalla en su muñeca. Aun no se había dado cuenta, pero ya había tomado su decisión hace varias horas. Si se hubiese sentido filosófico, hasta podría decir que la había tomado hace 32 años, en aquel salón de clases.

—El letargo criogénico, deber ser su ultima medida . De ser activado, su traje los expondrá a una alta dosis de nitrógeno liquido y sedativos. Su cuerpo se paralizara completamente, sus pupilas se contraerán y perderán el conocimiento. Su ritmo cardiaco descenderá hasta 1 pulsación por minuto. Cualquier indicio de actividad neuronal será paralizado. Estarán, hablando fuera de los términos clínicos, muertos.

Chimay presionó el botón. El moderno sistema comenzó a realizar la tarea para la que fue diseñado. Lentamente la temperatura interior fue bajando. Sus pensamientos se perdían. Ahora no solo su cuerpo estaba envuelto en la oscuridad, también su mente.

—Un emisor en su traje comenzará a transmitir una señal de auxilio a todos los rincones del universo. Si son afortunados, eventualmente alguna nave captara su señal y podrá auxiliarlos.

Todo estaba perdido para él. Incluso si todo salía bien, si las estrellas se alineaban y él resultaba ser el hombre más afortunado de la galaxia, Raoul Chimay estaba muerto. Su gente lo habría llorado, velado y olvidado. Despertaría solo en un mundo ajeno. En un tiempo desconocido. Jamás encajaría. Incluso si era rescatado, existiría replicando perpetuamente este momento; envuelto en tinieblas, estático. Dejándose consumir por el fuego de su pecho que se negaba a morir permitió que por sus venas corran los químicos. Sintió un frío paralizante en sus articulaciones y después nada más.

La silueta plateada sigue cayendo, a través de los eones, partiendo el vacío. En su casco polarizado se ven reflejados incontables eventos cósmicos de magnitudes tan gigantes como microscópicas. Mientras orbita en el calor de una supernova se nota bajo esa armadura plateada un ojo celeste. Acuoso y vacío. Vigilando todo. En su pupila negra reflejada la totalidad de la creación. infinitamente sabia. Infinitamente estática.

Publicado originalmente en www.revistaplasma.com el 20 de octubre de 2016.

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Terrícola que edita una publicación Sci-fi con otros tres terrícolas.