El engendro bajo el ropero

Uein
RevistaPLASMA
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5 min readSep 17, 2017

Martín hunde aterrorizado su nuca contra la almohada hasta sentir el borde de madera de la cama. Actúa con la convicción de que está por ser devorado por el monstruo a los pies del ropero. Sus pupilas se dilatan, los pelos de sus brazos se paran, siente un frío bajando por su espalda y un calor inundando sus piernas. El monstruo no se mueve ni hace ruido, no hace más que quedarse mirándolo, mutando, mostrándole sus infinitas caras: demonios, insectos, bestias y asesinos. El abanico de horrores parece ser infinito. Por momentos Martín ve en él a la loca que lo aterrorizó una vez en una plaza, lista para terminar lo que había dejado inconcluso. Ve al perro de su tío enseñándole los dientes desde las sombras; al igual que esa mirada vacua que alguna vez vio en los ojos blancos de la escultura de la virgen que su abuela guardaba en su repisa. Martín sabe muy bien que por más difícil que le resulte, no puede quitarle los ojos de encima a la monstruosidad, ni siquiera para esconderse bajo las sábanas. Si lo hago, me va a comer. Me va a sacar la carne a mechas y me va a triturar los huesos. El chico no se anima ni siquiera a parpadear. Abre y cierra la boca, buscando formar palabras, pero no hay caso. Una mezcla de su tráquea anudada por el pánico y ese terror absoluto que momentáneamente te niega la más básica de las comunicaciones.

Closet Thing- Megadas

El monstruo continua sin moverse de abajo del ropero. Se limita a seguir modelando sus formas. Es ahora la figura horrible de ese payaso que vio en una película de terror. Vuelve después a ser la cara agonizante de un Jesús sangrante que lo mira con asco y odio agazapado en el rincón. Martín ya no aguanta más, se va a volver loco si no hace algo y busca con la mirada a Lucas. Pero la cama a su lado está vacía y no hay rastro de su amigo. Se lo comió. Se comió a Lucas y ahora me va a comer a mí. Vuelve la mirada al monstruo, ahora es el rostro pálido de la muerte, de aquella vez que acompañó a su mamá al funeral de una tía y vio esa cara como cera, con los ojos medio entreabiertos, cerrados para todos los adultos mirándola desde arriba, pero él con su perspectiva infantil, con su subjetividad de nene aterrorizado por la imagen misma de la muerte, los supo ver entreabiertos, amarillentos y cargados de odio por todo lo que está vivo.

El terror no amaina, pero el monstruo sigue sin hacer nada, disfrutando el poder que tiene sobre él. Martín siente que se caga, que se va a morir meado además de cagado, y por un momento el terror le cede el paso a la vergüenza. Y entonces, suena una cadena en el baño tras la pared, y por la puerta entre abierta se cuela la luz del pasillo, iluminando al monstruo, espantándolo y mostrándolo como la pila de ropa sucia que es. Ya no hay esqueletos, Cristos muertos ni perros rabiosos. Solo un pantalón, una campera, un puñado de medias sucias y una camiseta arrugada del Barcelona. Frente a ese montículo de ropa sucia, hay un chiquito meado que tiembla en su cama.

Martín quiere llorar, ya no del miedo sino de la vergüenza. Levanta las sábanas para comprobar lo que ya sabe. Otra vez le volvió a pasar. Otra vez en casa ajena. Nunca quiso quedarse a dormir en lo de Lucas. Es su amigo, es cierto, pero tampoco para tanto, tienen algunas cosas en común, pero tampoco tantas; si hasta él es del Barcelona y Martín lleva puesta una camiseta del Real Madrid empapada por el sudor. En su cabeza, Martín reparte puteadas para todos. A su mamá, a su papá, a Lucas, a su psicóloga, a los profesores, hasta a Messi, que (como la tele dice) es un cagon por ser más goleador en el Barça que en la selección. Escucha los pasos de Lucas acercándose por el pasillo y distingue su sombra imprimiendose contra el armario y la ropa sucia.

Otra vez, una nueva ola de vergüenza. Piensa en que Lucas es amigo suyo, pero no lo suficiente como para no decirle a nadie. Que los que todavía no lo molestan en el colegio, con esto seguro ya lo van a cargar hasta fin de año. Martín desea con todas sus fuerzas que el monstruo sea real y que se los coma a él y a Lucas, pero si puede ser solo a Lucas mejor. La puerta se abre y asomado está su amigo entre penumbras despeinado y medio dormido. Martín no puede ni siquiera mirarlo entrar, optando por clavar los ojos en el pantalón sucio y la camiseta de Messi. Lucas pasa por su cama sin prestarle más atención y se tira sobre el colchón. Rápidamente vuelve a roncar, mientras que la luz del pasillo sigue burlándose de Martín brillando sobre la ropa sucia bajo el ropero. Martín se da vueltas en la cama incómodo y sin saber qué hacer. La tibieza de las sábanas meadas lo abandona, volviendo al ya familiar frío incómodo de la tela húmeda en la noche. Martín escucha a los papás de Lucas protestando por la luz prendida. Sus ojos exploran el cuarto y terminan cayendo en la espalda de su amigo que se infla y desinfla en un sueño profundo. La luz del pasillo sigue iluminando la escena, dejando ver claramente el número 10 que Lucas lleva impreso en la espalda, bajo este, y enmarcado en el azul y grana de la camiseta de fútbol, Martín puede leer claramente y en mayúsculas MESSI. ¿Cómo? La tenía puesta entonces. Afuera, en el pasillo, el papá o la mamá de Lucas apagan la luz refunfuñando y devolviendo la casa a las tinieblas. Antes de poder terminar su deducción, Martín siente un vapor fétido regando su cuello; al tiempo que su pierna derecha,la que cuelga afuera del colchón, siente el roce de algo escamoso y húmedo justo antes de sentir en el tobillo el primer tirón.

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Uein
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Terrícola que edita una publicación Sci-fi con otros tres terrícolas.