La sensibilidad de los mutantes

Uein
RevistaPLASMA
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4 min readDec 12, 2016

La lluvia, la vieja y larga lluvia, volvería como todos los años a regar las ruinas de la ciudad. La niña del rostro tajeado y la nariz húmeda corrió arrastrando sus piernitas tullidas por el piso de madera. Cinco o seis años tenía, nadie sabía con exactitud. La ciudad era lo único que conocía. Nunca conocieron sus pies el encanto del barro entre los dedos, ni la candidez de una mañana de verano. Una genuina hija del átomo. Con sus deditos recorrió el rostro de su hermana quien convalecía en el camastro de paja.

Violin y agua- Rodrigo Becerra

-La lluvia. Hermana, volvió la lluvia.

Sus saltitos impacientes le forzaron una sonrisa a la chica que agonizaba en el suelo. Apoyó un brazo pálido en el hombro de la niña y se incorporó dolorosamente. Los huesos dolían cada vez más y su pelo no era más que un recuerdo, pero lo que más le pesaba era el espíritu. Ella no era como su hermana, quien solo había conocido la desolación de la ciudad. Ella era del tiempo anterior, el de las revistas de moda, los helados en muelle y los ojos verdes de Jamie Helston observándola atentamente desde el campo de juego.

Las dos niñas se apoyaron una contra la otra y observaron el cielo soltando sus primeras aguas. Una llovizna leve, a duras penas una garúa, un tímido rocío que caía mágicamente desde cielo. La menor extendió su piecito y rió deliciosamente mientras el agua corría por sus dedos torcidos. La mayor agradeció el roce del viento húmedo contra sus párpados cansados. A pocos metros ya se podían ver las primeras siluetas iniciando su lento peregrinaje.

-¿Podremos ir hermana? Por favor dime que sí. Dime que este año sí.

El anfiteatro estaba en el centro de la ciudad. Llegar a él era un camino largo y plagado de peligros. Cualquier otro día hubiese sido un suicidio para ellas dos; demasiada muerte en el aire, demasiados bandidos al acecho, demasiado odio en las calles. Pero hoy era distinto, hoy el cielo se mostraba bondadoso y esa bondad se transmitía a todas las criaturas ocultas bajo el concreto.

-Ve a buscar mi bastón por favor. Y toma tres latas de la bolsa. Las de atún. -Hoy estaban celebrando.

La niña respondió obedientemente y al poco tiempo las dos chicas caminaban apoyándose la una con la otra por las desoladas calles de los suburbios. A sus costados desfilaban frente a numerosas casas chamuscadas, igualmente decoradas e igualmente destruidas. Cada nuevo paso era una agonía, sin embargo, ambas sabían que esto era algo que debían hacer. ¿Para qué seguir sino? En el camino se le fueron uniendo pequeños grupos de hombres y mujeres magulladas. Caminaban despacito y en silencio. Cada uno siguiendo el ritmo que sus músculos cansados le permitían. Al poco rato esos pequeños grupos se juntaron con otros más grandes y luego con otros aún más grandes, hasta formar verdaderas columnas de miseria humana, desfilando por las anchas avenidas. La promesa del agua parecía revitalizar la marcha y avivar los corazones.

-Ya casi puedo escucharla- le dijo un niño a su madre. — Quien, demasiado cansada como para contestar, le dedicó una sonrisa desdentada.

Las hordas de despojos llegaron finalmente al gran anfiteatro de la ciudad. Un edificio extraño y curvado, con las paredes quemadas por el fuego. Marcharon hasta los asientos de cuero fundido y allí se sentaron. La masa cerró los ojos y comenzó a oír. La sinfonía estaba pronta a comenzar.

Con un potente rugido el cielo arrancó la función. El agua corrió por las grandes avenidas destruidas, lavó el polvo de las ventanas y pareció aflorar mágicamente de entre los escombros. Los truenos resonaron en los socavones del metro mientras que los relámpagos se reflejaron en las altas torres de cristal, ahora oxidadas y derruidas.

En el viejo anfiteatro, la lluvia se coló entre los agujeros del techo y empapó su interior. Cayó generosamente sobre los cimbales, resbaló por las cuerdas de los violines, retomó el redoble de tambores callados. Los platillos chillaron y el viento reanimó el canto de flautas dormidas. La ciudad comenzaba nuevamente con su sinfonía.

- Que hermoso, hermana. — La niña era puro éxtasis- ¿Te imaginas si lloviese todos los días? Qué lindo sería todo entonces.

La mayor asintió ligeramente con sus ojos cerrados. Se sintió transportada, lavada por la lluvia, lavada de muerte, del polvo, del odio. Lavada de guerra. Bajo la lluvia, todo era posible. En el escenario los huesos nuevamente recibieron sus caricias húmedas, y junto a los mutantes, las calles nuevamente recordaron el sonido de la música.

Originally published at www.revistaplasma.com on December 12, 2016.

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Terrícola que edita una publicación Sci-fi con otros tres terrícolas.