Las moiras

Uein
RevistaPLASMA
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4 min readNov 8, 2016

A la pobre Gloria la muerte se le reveló —como lo hará frente todos nosotros— fría, impasible y genuinamente irónica.

37 años, dos meses, seis días y 15 horas con 20 minutos le fueron otorgados. Desde su nacimiento el 16 de mayo del 76 hasta su fallecimiento, un 22 de julio del 2016; Gloria vivió su vida tal y como le fue trazada. Sin permitir que ni uno solo de esos 1.268.092.800 (mil doscientos sesenta y ocho millones noventa y dos mil ochocientos) segundos que supieron componer su vida, se saliesen de su senda predeterminada.

Puñal —Mariano Díaz

—Mujer —dijo la vieja

—Convencida de que la felicidad está a la vuelta de la esquina, y que la tecnología no es más que una moda pasajera. Vive su vida conflictuada entre su anhelo por bajar de peso y su adicción a las azucares procesadas- acotó la segunda anciana.

—Muere con la cabeza aplastada por una máquina expendedora de golosinas —sentenció la última vieja, cortando la hebra y tirándola a la gran maraña de seda amontonada a lo largo de los siglos.

Esa tarde en particular, como todas las tardes, Gloria caminó los 13 metros que separaban su cubículo de la maquina dispensadora en búsqueda de una barra de chocolate MAXI-CHOCO, su golosina favorita. Con manos temblorosas por la anticipación introdujo las monedas esperando escuchar a cambio el clank del chocolate golpeando contra el suelo de la máquina. Como estaba escrito, la espiral giro sobre si misma pero la barra se negó a caer, quedándose encallada entre el vidrio y la espiral.

Gloria tomó como una afrenta personal la falla de la maquina a la hora de cumplir con su función en el mundo —otorgarle su golosina favorita—. Sumó esta situación a la larga lista de motivos por los cuales odiaba el contacto con todo tipo de aparato. Le tomó 37 años a Gloria llegar al punto álgido de su odio hacia las maquinas. Ofuscada por la aparente negación de la dispensadora a otorgarle su caramelo, comenzó a golpear con un brazo monumental el costado de la maquina; mientras propinaba además numerosas patadas con su pierna izquierda a la base del aparato.

El esfuerzo súbito provocado por mover un cuerpo de las dimensiones del suyo —acompañado de una baja en su presión arterial— nubló su visión y debilitó sus rodillas. Estas últimas, destruidas por años de tener que lastrar el peso de su gula, cedieron repentinamente. Mientras caía hacia lo que sería con toda seguridad la anécdota de la semana, Gloria logró reaccionar a tiempo, y se aferró a la manija de la máquina, esperando así aliviar su caída, o al menos darle cierta dignidad a todo el tramite.

«No caeré sin dar batalla» fue lo penúltimo que pasó por su cabeza. Lo último fue la maquina, que con sus 340 kilos aplastó su cabeza expulsando la materia gris —roja carmín— por toda la alfombra.

Ya con el pánico mermado, el impresionable Jasón —el más joven de todos los empleados— fue elegido por su juventud y vigor, como el indicado para llevar a cabo la tarea de recuperar el cuerpo Gloria. Mientras dos compañeros levantaban la maquina, arrastró con toda fuerza el cuerpo. Al hacerlo noto que el cadáver dejó tras de si un camino de fragmentos de hueso, sesos y caramelos ensangrentados.

La jornada laboral, lógicamente fue suspendida y a los empleados se les permitió volver más temprano a sus hogares, habiendo sido informados previamente que se implementaría una política de recuperación de horas perdidas una vez que todo este asunto haya sido resuelto.

Horas después, aplastado por la multitud en el vagón, Jasón se sorprendió a sí mismo filosofando. Esto no era común en él, pero no muy descabellado teniendo en cuenta los sucesos del día. La idea se le había metido horas antes, mientras observaba las tres barritas de MAXI CHOCO sumergidas en el charco viscoso de sangre. Pero no había tomado una forma definida en su cabeza hasta ese momento.

—Quizás —el joven se atrevió a postular— los antiguos griegos tenían razón.

Hipnotizado por el movimiento mecánico de los pasajeros entrando y saliendo del tren, presintió que estaba por llegar a algo. Cerró los ojos y se concentró aún mas en darle forma a su idea,

—Quizás no somos dueños de nuestro destino.

—Hombre —dijo la vieja

—Dudando constantemente si es responsable o no de su destino. Vive su vida como un contador, haciendo rico a sus jefes a costa de su miseria y la de otros.

—Muere a los 27 años, atropellado por un conductor borracho luego de hacer horas extras un viernes por la noche en el año 2023 —sentenció la última vieja, cortando la hebra y tirándola en la gran pirámide de seda amontonada, que fue irguiendo a lo largo de los siglos.

Haciendo todo lo que estaba en su poder para ignorar el hedor de la masa humana proveniente del centro del vagón, Jasón pondero un poco más sobre el asunto.

—Quizás todo esta escrito y realmente no podemos hacer nada —susurró a la axila ajena pegada a su cachete.

Entre el matorral de rostros rígidos del vagón, el suyo era el único relajado. La noción, lejos de atemorizarlo, le resultó reconfortante; pues lo absolvió de toda responsabilidad y culpa a la hora de enfrentar su propia infelicidad. Tambaleándose, el tren se alejó en dirección a la periferia de la ciudad, entrando al túnel y perdiéndose de vista.

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Terrícola que edita una publicación Sci-fi con otros tres terrícolas.