Y llovió ceniza toda la tarde

Daniella Toce
RevistaPLASMA
Published in
6 min readMay 8, 2017

Dicen que cuando la bisabuela murió el cielo se puso negro y llovió ceniza toda la tarde. Que la bisabuela se puso mal de la noche a la mañana, las arrugas le crecieron, profundas como grietas en la tierra, que los ojos marrones se le nublaron café con leche, que las canas se salieron de control, que de repente se volvió toda blanca y un par de días después se murió. Dicen también que antes de morirse, antes de ponerse mal, todavía se sentaba en la terraza todas las tarde a tomarse un vaso de whisky y mirar su jardín, mientras mi mamá y mis tías corrían jugando a la pelota y jalándole la falda de vez en cuando para que les cuente una historia. Cuando un día no salió a la terraza las chicas no pensaron nada, pero al segundo, tercer día, la tía Malena que era la mayor subió a su cuarto a buscarla y la encontró echada en su cama diez años más vieja, mirando al techo.

Monarcas — Rodrigo Becerra

Dicen que la bisabuela era bruja y que hablaba con los animales, que así se mantenía joven y fuerte. Tres perros tenía la bisabuela, Sirio, Adhara y Aludra, que la seguían a todas partes por la casa; nunca estaba fuera de la vista de aunque sea alguno. En las tardes cuando se sentaba en la terraza con su whisky se sentaban dos con ella, uno a cada lado, y uno cuidaba a las tías y a mi mamá mientras jugaban. Dicen que cuando la bisabuela se murió y llovió ceniza los perros que eran todos blancos terminaron negros, que lo único que se distinguía de los tres eran los dientes y las lenguas, y que no se movieron del jardín toda la tarde mientras les llovía negro encima. Después de que la bisabuela se murió los tres perros negros desaparecieron y nunca más los volvieron a ver.

Dicen mis tías que el jardín de la casa de la bisabuela era precioso. Que estaba lleno de flores en los bordes, el medio era pasto para que ellas pudieran jugar, pero que todo alrededor estaba repleto de flores y árboles en las esquinas. Que la bisabuela regaba el jardín todas las semanas acompañada por sus perros. Que el jardín se mantenía verde y colorido todo el año sin importar la estación; invierno, primavera, verano, otoño; nunca faltaban las flores, los pájaros, las abejas y las mariposas. Dicen que la bisabuela conversaba con todos los animales y plantas de su jardín y que así se mantenían fuertes y bellas. Cuando la bisabuela se puso un poco más vieja le enseñó a la tía Margarita, la segunda mayor, a cuidar el jardín, y dice la tía que el secreto era cantar mientras regaba, una canción con palabras inventadas que solo le enseñó a ella y que nunca compartió con las otras tías aunque se quejaron e hicieron pataleta. Mi mamá dice que a veces la tía la cantaba sin darse cuenta cuando hacía cosas en la casa, pero que nunca entendieron qué era lo que decía y creen que ella tampoco. Cuando la bisabuela se murió el jardín se marchitó y quedó negro, los pájaros se mudaron, las abejas desaparecieron; quedaron un par de mariposas ya sin fuerza intentando levantar vuelo en el pasto seco. La tía Margarita no se acordaba la canción.

La abuela nunca habla de la bisabuela, como no habla de muchas cosas. Se queda callada por largos ratos cuando la visitamos, mi mamá dice que ya se está poniendo mayor. Cuando era pequeña le pregunté si era verdad lo que me decían mis tías, que cuando la bisabuela se murió el cielo se puso negro sobre la casa, que si llovió ceniza en el jardín toda la tarde, que si era verdad que los perros se quedaron quietos mientras el jardín se moría, que si la bisabuela era bruja en serio. Me miró con pena en los ojos y le dijo a mi mamá que ya era tarde y que se quería ir a dormir. Nos fuimos las dos avergonzadas ese día y nunca más le pregunté a mi abuela por su mamá. Mi mamá tampoco habla de la bisabuela, apenas y sonríe cuando mis tías están borrachas de vino contando historias de su niñez. Parece que no se acordara o no se quisiera acordar. Una vez la tía Micaela, que es mayor que mi mamá, me dijo que era porque mi mamá la había encontrado en su cama, con los ojos abiertos mirando al vacío, ya blancos para ese entonces, los dedos como garras, tiesos y doblados, y las arrugas de la cara profundas, profundas, como fallas en la tierra, casi como si pudieras ver el hueso si mirabas con atención. Los labios secos y partidos, abiertos como si hubiera querido hablar, y una mariposa posada sobre ellos. Estaba echada como todas las tardes desde que se puso mal, sobre la ropa de cama, con los zapatos puestos; a sus pies los perros aullaban desesperados. Dice mi tía que mi mamá salió calladita y no dijo nada, que los perros la siguieron, que mi abuela entró corriendo al cuarto y salió negra como su hubiera estado afuera en la lluvia.

Mis tías dicen que nunca vieron el cuerpo de la bisabuela. Que solo mi mamá y mi abuela la vieron y que después de eso clausuraron el cuarto. Que dos semanas después vendieron la casa. Que no hubo velorio y el entierro fue cortito y con el ataúd cerrado y que nadie dijo nada más allá de las formalidades necesarias de la ocasión. Dicen que a pesar de que era invierno las mariposas invadieron el cementerio, revoloteando por la tumba de mi bisabuela, y dicen mis tías que ellas querían jugar pero la abuela no las dejó. Dicen que mi mamá estuvo calladita todo el tiempo, excepto cuando se le posó una de las mariposas en el hombro y rompió el silencio con un grito largo y agudo, aterrada.

La tía Margarita, que va todos los meses al cementerio a visitar la tumba, vacía, de la bisabuela, dice que siempre hay mariposas dando vueltas, que nunca faltan. Que de vez en cuando le ha parecido ver tres perros negros corriendo al fondo, pero que se debe estar imaginando cosas.

Una vez la tía Malena me dijo, después de varias copas de vino, que lo que llovió en la casa esa tarde no fue ceniza, sino mariposas. Miles de mariposas cayeron del cielo muertas, desvaneciéndose como cuando coges una y aprietas el puño. Que los perros se pusieron negros por los restos de sus cadáveres, que las pocas que cayeron completas no pudieron volver a emprender el vuelo y quedaron atrapadas en el jardín marchito después de la lluvia. Dijo que por eso a mi abuela no le gusta hablar de cuando la bisabuela se murió, porque dijo que lo mismo le pasó a su cuerpo y por eso no lo vieron. Que cuando mi abuela fue a tocarla después de que mi mamá salió del cuarto la bisabuela se desvaneció en un montón de mariposas; que se levantaron de su piel, poco a poco, deshaciéndola en un sinfín de alas y antenas y patitas delgadas; que las mariposas revolotearon por el cuarto y se deshicieron como en el jardín y que por eso la abuela salió manchada. Dijo que ella vio por lo menos diez escaparse por la puerta y que por eso estaba segura.

Me acuerdo de todo esto sentada con mi abuela. Hoy me llamó mi mamá: que la abuela se ha puesto mal de la noche a la mañana, que se ha envejecido de repente y que vaya a visitarla para que se sienta mejor. La encontré echada en su cama con una taza de té fría al lado; las manos que se le empiezan a agarrotar, arrugas como surcos profundos en la piel, los ojos marrones me miran con cariño, lechosos, los labios los tiene secos y casi blancos pero todavía me reconoce y todavía puede sonreír, serena. Está echada sobre su cama con los zapatos puestos, como encontraron a mi bisabuela tantos años atrás. Como un augurio, una mariposa revolotea afuera de la ventana de su cuarto mientras baja el sol.

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