Al cuartito del fondo, nunca más

Women Enabled International
Rewriting the Narrative
3 min readDec 11, 2020

Por Luciana Sosa*

Las mujeres con discapacidad tenemos una voz, y queremos que se la escuche.

Fotografía de una persona con cabello largo sosteniendo un megáfono blanco y rojo. Crédito: Clem Onojeguo vía Unsplash.
Fotografía de una persona con cabello largo sosteniendo un megáfono blanco y rojo. Crédito: Clem Onojeguo vía Unsplash.

Uno de los principales objetivos del movimiento por los derechos de las mujeres con discapacidad es visibilizar la discriminación que atravesamos quienes vivimos en esta intersección en distintos espacios de la vida diaria. La situación es compleja: en Latinoamérica vivimos en una sociedad capacitista que nos discrimina por tener una discapacidad y que, además, es machista y nos discrimina por ser mujeres.

Lo complejo de esto es que no es suficiente sumar los obstáculos a los que nos enfrentamos como personas con discapacidad por un lado y como mujeres por el otro. No nos basta con sumar los reclamos de la agenda del movimiento por los derechos de las personas con discapacidad a los de las mujeres. Si bien todos esos reclamos son más que válidos para nosotras, hay algo que va más allá de la suma, y que está relacionado con la intersección, con determinadas situaciones que solamente vamos a vivir las mujeres con discapacidad.

Por ejemplo, si una mujer con discapacidad tiene que ir a una consulta médica o a radicar una denuncia por violencia de género, es allí donde encontramos obstáculos, es ahí donde la interseccionalidad es visible, porque, por lo general, los recursos existentes en las instituciones no cumplen con los requisitos de accesibilidad que necesitamos, ya sea intérpretes de lengua de señas, documentos de lectura fácil o infraestructura, y por ende no nos dan un servicio adecuado.

Si bien todos esos reclamos son más que válidos para nosotras, hay algo que va más allá de la suma, y que está relacionado con la intersección, con determinadas situaciones que solamente vamos a vivir las mujeres con discapacidad.

Las instituciones manejan todavía el modelo de una mujer “estándar”, sin ningún tipo de diversidad funcional, y no nos tienen en cuenta. Solo nosotras somos capaces de ver esos cruces con claridad, pero quienes se encargan de formular políticas para dar respuesta en nuestros países parecen no escucharnos.

Foto de tres personas paradas alrededor de una cuarta. Apoyan las manos sobre sus hombros. Crédito: Rosie Fraser vía Unsplash
Fotografía de tres personas paradas alrededor de una cuarta. Apoyan las manos sobre sus hombros. Crédito: Rosie Fraser vía Unsplash.

Estoy convencida, al escucharnos entre nosotras, de que es necesario tomar conciencia de nuestras experiencias y visibilizarlas. Al mismo tiempo, soy consciente de que esa es la tarea de los Estados: la de formar a todxs lxs funcionarixs de los distintos servicios públicos, aunque no sea fácil.

Solo nosotras somos capaces de ver esos cruces con claridad, pero quienes se encargan de formular políticas para dar respuesta en nuestros países parecen no escucharnos.

La resistencia básica a considerar a las mujeres con diversidad funcional a menudo usa el mismo discurso: el de la escasez de recursos. Cuando se nos niega -implícita o explícitamente- una atención adecuada en los servicios a los que recurrimos, se nos está discriminando. Se nos está mandando, otra vez, al cuartito del fondo.

Para hacer frente a la invisibilización, necesitamos ser “sujetas hablantes”: somos quienes debemos ser representantes y de a poco dejar de ser representadas. Solo quienes vivimos con la discapacidad podemos hablar “en nombre de”, ya que compartimos las mismas experiencias sociales asociadas a esa posición. Para lograr nuestro objetivo, necesitamos a nuestro colectivo más empoderado. Para seguir conquistando derechos, pero también para lograr un ejercicio pleno de los derechos que ya conquistamos.

Las mujeres y disidencias con discapacidad de Latinoamérica estamos inquietas. Al cuartito del fondo, nunca más.

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Sobre la autora:

Luciana Sosa nació en Fray Bentos, Uruguay. Tiene 26 años y es estudiante de bachillerato. Es una apasionada activista por los Derechos Humanos y forma parte de la Red META (movimiento estamos tod@s en acción) desde junio de 2017.

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Advancing human rights at the intersection of gender and disability.