Cómo descubrí que soy ciega

Women Enabled International
Rewriting the Narrative
3 min readMay 26, 2022

Por Camila López

Foto de Camila López. Lleva una toga de graduación negra, con un detalle en rojo en el cuello. Camilla lleva una mascarilla negra y sostiene su bastón blanco con la mano derecha.
Foto de Camila López. Lleva una toga de graduación negra, con un detalle en rojo en el cuello. Camilla lleva una mascarilla negra y sostiene su bastón blanco con la mano derecha.

Aceptar que se tiene una discapacidad es un proceso que para algunos es fácil, mientras para otros es muy complejo, y hasta puede llegar a ser imposible. Es un proceso que cambia de persona a persona, y como tal, lleva tiempos distintos.

Pero, ¿qué pasa cuando no sabes que tienes una discapacidad?

Sí, es posible no saberlo.

He sido ciega desde antes de tener memoria. Nací antes de tiempo y se me desprendió la retina.

Mi familia acudió a todo médico habido y por haber en búsqueda de una solución, y me hicieron algunas cirugías que me permitieron tener un residuo visual con el que ahora, a mis 26 años, todavía logro reconocer algunas sombras.

Nací, entonces, a los 7 meses, con mi hermana gemela, hecho que logra asombrar a todas las personas que me conocen y me hace asegurar que ha contribuido a no saber que era ciega hasta mucho tiempo después de adquirir la discapacidad.

Imaginen -sin cerrar los ojos, porque no quiero que me dejen de leer- a una niña pequeña de 4 o 5 años, junto a su hermana, corriendo con su cachorrito, pintando, jugando a las escondidas, logrando que sus papás pierdan la cabeza, haciendo guerra con bombas de agua, peleando, comiendo dulces a escondidas de la familia y demás cosas, a la par.

Nada fuera de lo común. Ambas son tratadas con igualdad y no se diferencian en nada, excepto en que una se viste de rosa y la otra de azul. (Aquí entre nos, ¡éramos una ternura!)

Esas dos niñas pequeñas entran al colegio, con su pelo recogido en dos colitas, una jardinera, un saco, unos zapatos bien lustrados y un delantal de tela. ¡Qué bonitas!

Ahora, las dos entran al mismo salón, pero la profesora decide sacar a una de ellas por unos minutos, cuenta algo a sus compañeros y les pide que la traten con amabilidad.

La niña escucha desde lejos y llora. Llora porque por primera vez se siente diferente.

Luego, a lo largo de los días, de los meses y de los años, porque los niños y las niñas tienen curiosidad, preguntan lo mismo:

-Oye, ¿tú no ves?

En parte ya entiendes el concepto, porque mientras tus compañeros miran la pizarra y siguen los ejercicios de la profe, tú no puedes, y esperas a que ella te lo indique remarcando las cosas con un marcador grueso en el cuaderno, pero sigues sin saber qué responder.

Te enojas. Lloras. Te quedas en silencio. Ignoras. Y, cuando se burlan de ti, peleas.

No hablo por todas las personas con discapacidad, claro. Pero a grandes rasgos fue así que me di cuenta de que no veía y, poco a poco, descubrí también que eso no era malo, que la ceguera es un tema desconocido por la mayoría, que pocas personas saben algo de tiflología o tienen recursos suficientes para educar igualitariamente a una persona con discapacidad, que no solo soy un sujeto de ayuda sino que también puedo ayudar y servirle a la sociedad y, por último, que con mis vivencias puedo enseñarle algo a la comunidad.

Esto lo sé a mis 26 años, pero en mi niñez aprendí cosas diferentes.

Supe que a través del tiempo los compañeros pierden la curiosidad inicial. Que empiezan a tratarte como a cualquiera del salón. Que todavía tienes que ponerte una venda en los ojos para jugar a la gallinita ciega. Que también tienes que contar hasta tres en las escondidas. Conocí profesores dispuestos a aprender Braille por su cuenta, mientras otros podían ser intransigentes. Y, además, entendí que pelear no siempre es la solución.

No todo en la discapacidad es color de rosa, como diríamos en mi Colombia querida. Y es justo ahí por lo que estamos firmes, con la disposición de ayudar, dialogar y generar un cambio permanente en el ámbito educativo, laboral y de toda la sociedad en general.

Sobre la autora

Camila López es abogada. Se graduó de la Universidad de La Sabana, en Bogotá- Colombia en el 2021. En su vida profesional y personal impulsa procesos de inclusión laboral y educativa de las personas con discapacidad, además de tener como objetivo propio romper estereotipos y prejuicios. Disfruta de la lectura, la escritura y de la gastronomía nacional e internacional.

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Advancing human rights at the intersection of gender and disability.