Ir a la escuela
Por Gianna Mastrolinardo
Todavía me acuerdo
cuando veía a mis compañeres del primario
jugar corriendo al ladrón y al policía.
Todavía me acuerdo cuando no podía seguirles el paso.
Me río cuando veo a mi acompañante saltando la soga o jugando al elástico conmigo.
Todavía me acuerdo
de cuando mi bastón y mi banco se transformaron en una
cárcel que más que cárcel fue un lugar donde me abrazó la igualdad.
Todavía me acuerdo de las juntadas para jugar los viernes sagrados sin rehabilitación.
Todavía me acuerdo de escuelas diciéndome que no podía entrar,
aun cuando ya tenía escrito en algún lado que era inteligente, “ñoña” y estaba llena de excelentes.
Todavía me acuerdo
de cómo veía en primer año
todos los escenarios de los que quería formar parte.
Todavía me acuerdo
cuando lloraba queriendo ser distinta
porque contestaba bien todas las preguntas
pero no tenía con quién hablar.
Todavía me acuerdo
de que mi mayor conquista académica
fue tener con quién charlar durante clase
y tirarme en el pasto al solcito
estirando los segundos un ratito más
después del timbre
para volver abrazada de risas al aula.
Todavía me acuerdo la primera vez que mis amigues
se quejaron conmigo porque el mundo no me tenía en cuenta.
Todavía me acuerdo cómo fue
discutirle al curso sus actitudes violentas con otres.
Todavía me acuerdo el alivio
de ver a otres rares siendo parte.
Todavía me acuerdo
cuando mi andador fue intervenido entre todes
con mensajes graciosos para uno de los festejos por el último año del secundario.
Todavía me acuerdo cuando yo aprendí
que otres aprendían distinto
y con ello la importancia de reconocer
que había otros recorridos
y otros modos de construir saber.
Me detuve a explicarles temas a compañeres
sin ningún diagnóstico
y entendí
que no se trataba de categorías,
sino de compartir maneras de pensar el mundo.
Todavía siento la indignación
de saber que hay discas que nunca llegan a las aulas
a intercambiar como iguales carcajadas y deseos.
Todavía siento la indignación de saber que hay discas
que aprenden a resolver ecuaciones y difíciles evaluaciones
pero que nunca se encuentran con la diversidad.
Que no saben qué decir, qué hacer.
Que de repente, a pesar de aprobar Lengua,
no pueden preguntar un nombre o armar una oración.
Todavía deseo.
Todavía deseo una escuela
que no le diga que no a les estudiantes que escapan de la hegemonía.
Todavía deseo una escuela que sepa construirse,
que aloje la diversidad y que sea cuna de revoluciones.
Todavía quiero una escuela que sepa ver más allá de las curriculas,
Que crea, que cree y que no deposite saberes.
Que no saque a la discapacidad del aula.
Que borre y no escriba las etiquetas.
Que destruya relojes ajenos.
Que entienda que “aquelles otres” somos aprehendides del otro lado.
Deseo
una escuela que sueñe
y siembre
mundos distintos.
Sobre la autora
Gianna Agostina Mastrolinardo es militante por los derechos de las personas con discapacidad e integrante de Orgullo Disca. Escribe en redes bajo el seudónimo de @plumalibree. Estudia Ciencia Política en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.