Queerizar la escuela
Por Ammarantha Wass
Los discursos y prácticas queer, provenientes del encuentro entre
diferentes movimientos y reivindicaciones en Estados Unidos, han
llegado de forma muy parcializada, académica y mercantilizada a
nuestra América Latina. Sin embargo, maestras como la argentina Valeria Flores, se posicionan desde lo que han llamado pedagogías queer, donde lo principal es enlazar las prácticas y discursos queer en la escuela, para apostar a que las infancias de les niñes dignas y, sobre todo, vivibles.
En una de las clases a las que asistí en la Universidad Pedagógica Nacional, se nos pidió que nos pensásemos un taller para queerizar la escuela, como lo propone Valeria Flores en sus reflexiones.
En un primer momento no supe qué hacer, me bloqueé y no entregué el trabajo. Pero luego, sin darme cuenta, una clase con niñes de grado VI de
secundaria en un colegio público de Bogotá me dio algunas
respuestas.
Como maestra ciega y travesti, me dan mucho miedo los escenarios de clase donde los niños y niñas son protagonistas. Me dan miedo sus preguntas, sus formas directas de ser, la violencia de sus padres, los prejuicios de los demás maestros, e incluso temores sobre cómo una ciega puede dirigir una clase.
Siento que se queeriza la escuela en la medida en que una docente de mis características, sin que estas sean obligatorias, claro, dicta un taller de cuerpo y amor propio. Y creo que lo más disidente en este taller es llevar las arengas a la escuela.
Las arengas son aquellas consignas o cantos, que llevando ritmo corporal o no, se usan principalmente en las protestas para reivindicar, denunciar, o apoyar algo en particular. No es usual que las arengas estén en la escuela porque generan revuelo entre la juventud. Aun así, la arenga, el ritmo, la percusión corporal, se han convertido en dispositivos pedagógicos muy potentes para mis apuestas e intenciones.
Resumiré el taller así:
Primero, realizamos ejercicios haciendo ritmo con las manos, los pies, al tiempo que hablamos de las diferencias entre una caricia, una palmada, un golpe, y qué implicaciones tiene la forma en que cada une de nosotres interactúa con su propio cuerpo y el de las demás personas.
A continuación, realizamos ejercicios que exigen tocar al otro,
esforzarme con la otra persona, negociar el espacio físico a nivel colectivo.
El cierre fue de lo más hermoso: para mí fue muy transgresor que les niñes arengaran sobre el amor a sus cuerpos y el respeto por el cuerpo ajeno. Quiero creer que, en un evento cotidiano de clase como esta que compartí, se agrietan estructuras machistas, capacitistas, academicistas, y clasistas.
Me siento feliz de ser una profesora en cuya clase no importen los géneros, los roles establecidos, y que les estudiantes transformen poco a poco las ideas negativas que tienen sobre sí, y que suelen reflejarse en los demás. Y es que una no sabe qué personita puede estar ahí, al rincón, tímida pero atenta, sintiendo que su existencia es bella y que sus formas son válidas.
Me permito poner aquí las arengas que cantamos al final de la clase:
La maestra contextualiza qué es una arenga y, en un círculo, al
ritmo de palmas, ella canta y las demás personas repiten sin perder el
ritmo:
Ao ao ao, mi cuerpo es sagrado.
Eo eo eo, a nadie manoseo.
Io io io, este cuerpo es mío.
Ea ea ea, el cuerpo se respeta.
Ea ea ea, a nadie se le pega.
Oa oa oa, sin permiso no se toca.
Sobre la autora
Ammarantha Wass es activista, feminista y maestra en formación. Es estudiante Licenciatura en Educación Comunitaria con énfasis en Derechos Humanos de la Universidad Pedagógica Nacional de Colombia, miembro de la Movilización Social por la Educación y colectivo Cuerpxs en Resistencia, reconocida en su lucha por condiciones de vida digna en el movimiento estudiantil, con trabajadoras sexuales, personas con discapacidad y disidencias sexuales.