Sobre pepinos, condones, y la importancia de la educación sexual para personas con discapacidad
Por Camila López
Nos encontramos todavía en una sociedad llena de prejuicios, pudor y miedos. Una sociedad en la que hablar abiertamente de sexo es poco común y, si a esta conversación le añadimos el factor discapacidad, es probable que surjan más barreras para el diálogo.
Sé que la educación sexual va más allá de explicarle a una persona que no debe dejar que toquen su cuerpo sin su consentimiento y que, si le ocurre, debe avisarle a alguien de confianza, o de mencionar los métodos de planificación que se pueden usar a la hora de tener relaciones sexuales para evitar un embarazo no deseado o contraer una enfermedad de transmisión sexual, pero también sé que en muchas ocasiones las personas con discapacidad ni siquiera tenemos acceso a esta información básica.
Recuerdo que en mi colegio una vez nos pusieron como tarea llevar un condón y un pepino a la clase. Recuerdo también que era incómodo pedirle a nuestros padres que nos compraran estos elementos, pero se hacía un poco más fácil si mostrabas el cuaderno, y así veían que la profe te lo había pedido. Al día siguiente, llevé el pepino y el condón. La profesora se paró al frente de la clase y, usando el pepino como objeto de demostración, explicó cómo se debía poner un preservativo masculino.
Yo, que tengo una discapacidad visual, no tuve el recurso interactivo con el que sí contaron mis compañeros, que podían a su vez seguir las instrucciones. Confieso que ingenuamente me quedé con el condón y el pepino sobre el escritorio, esperando que la profesora pasara por mi puesto a explicarme cómo colocarlo. Esto nunca sucedió. Me quedé con la duda.
Años después intenté despejar esa incertidumbre. Quería conocer cómo era que funcionaba la educación sexual en el sistema de salud, que tanto nos invita a prevenir enfermedades de transmisión sexual. Debo reconocer que la situación fue un poco vergonzosa, más para el doctor que para mí.
Le pregunté a dónde podría aprender sobre los métodos de planificación y cómo se usaban los condones. La respuesta de su parte fue titubeante, incómoda y un poco evasiva. Me indicó que eso lo tenía que hablar con mi pareja. Temí que creyera que quería que él me hiciera la demostración en su cuerpo, pero finalmente me dio una fórmula para acudir a una cita de enfermería familiar.
Si bien estas situaciones pueden sonar un poco anecdóticas, en realidad tienen como objetivo que quienes leen se pregunten ¿Cómo he aprendido sobre educación sexual? ¿Cómo viven esa experiencia las demás personas y sobre todo las que tienen alguna discapacidad?, y que además pierdan el temor tanto a preguntar como a transmitir su conocimiento sobre educación sexual (asegurándose con expertos de que sea verídico) a personas que por alguna razón no puedan acceder con facilidad a esa información.
Para aprender, en este caso tenemos la obligación de romper. Romper los estereotipos, acabar con los prejuicios, sacar de la mente toda idea errónea que lleve a pensar que las personas con discapacidad no tenemos una vida sexual y que por lo tanto, no es necesario educarnos al respecto. Solo así, la sociedad irá cambiando, perdiendo el miedo, aprendiendo y evitará las personas con discapacidad nos quedemos con un condón y un pepino sobre el escritorio el resto del año escolar.
Sobre la autora
Camila López es abogada. Se graduó de la Universidad de La Sabana, en Bogotá- Colombia en el 2021. En su vida profesional y personal impulsa procesos de inclusión laboral y educativa de las personas con discapacidad, además de tener como objetivo propio romper estereotipos y prejuicios. Disfruta de la lectura, la escritura y de la gastronomía nacional e internacional.
