SALVO “R”

Lorena Peña Brito
RIPAZ
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3 min readJun 16, 2020

SALVO “R”

Salvo R, nadie se había dado cuenta hasta ahora de que había sido yo. Pasé noches enteras de insomnio después del incidente, pensando que a pesar de todo R estaba protegiéndome. Me carcomía la duda, qué terror. ¿Por qué? R y yo no habíamos tenido una buena relación desde aquel verano en que ella tenía 12 y yo 10 y nos aliamos para hacerle travesuras a las monjas del colegio. Quizá por los viejos tiempos me protege y no delata que yo tomé la pistola del abuelo, pese a que todos los hombres de esta familia la han esperado. No dice pese al amor que le tiene a nuestro primo A y pese a la lealtad que le tiene a RL, el mayor de todos. No dice, y me mata con el silencio de la pistola que yo me robé.

Estaba no-lanzándome a los lobos. Pero yo no creía nada en ella. Desde el momento en que volvió a meter a hurtadillas la mirada entre los documentos de mamá para saber sobre mis padres biológicos, no confío en ella ni en sus instintos ni en sus deseos. R quería saber para mandarme de vuelta al espacio exterior, al afuera de ese grupo de personas que son su familia O QUÉ CHINGADOS. Siento todo el tiempo que R me tiene detenida sobre un acantilado. Y no me suelta. Es la única que me vio salir del cuarto del abuelo el día del funeral, y estoy segura, notó que yo traía la pistola entre las piernas, la misma que escondió mi falda detrás del caminar lento… normal para una falda lápiz.

Pero hoy se fue todo al carajo. No sé por qué estoy parando de nuevo en la casa de nuestros padres si sé que ella sigue viviendo aquí “temporalmente” y además con Mario, uno más de sus novios que me caga.

Normalmente despierto tarde, pero hoy a las 6:30 a.m. me empujó de la cama un dolor rarísimo en los dedos. Uno, como si me hubiera caído un ladrillo en la mano derecha desde 30 metros de altura. Desperté casi gritando y tenía poco control sobre mis extremidades superiores. De pronto vi mis dedos retorcerse como poseídos; empezaron a reptar hacia afuera de la cama, y antes de que me tiraran sobre la alfombra logré ponerme en pie. Una vez ahí, mis manos tiraron por el pasillo hasta el secreter de mi madre para tomar papel y pluma. Parecía que todas las falanges estaban rotas, mis dedos convulsos se contorsionaban para escribir con dos plumas una misma frase, palabras distintas:

“Sabemos que lo hiciste”

Horrorizada pensé que estaba hablando a través de ellos mi abuelo muerto y algún otro finado de la familia. Estela no, porque me amaba. ¿Qué otro muerto podría ser? Los dedos narraron el episodio del robo detalladamente y describieron todo lo que hice, como gusanos hirientes y crocantes; inquisidores, traicioneros. Cada paso y cada detalle del robo, incluso de la escena, incluso de la vida de esa pistola. De esa pistola que yo no solo no deseaba, sino que despreciaba tanto como para soñarme arrojándola al mar desde una lancha en Espíritu Santo; lanzándola a las vías del tren justo antes de que pase la bestia, sacándole una detonación como venida de ahorcado, tiro perdido, a la tierra, polvareda de su desaparición. La odiaba tanto como para fantasear con el momento en que la enterraría en medio de dos cerritos en Cabo del Este, profundamente, con mis propias manos (ahora traidoras) para ahogarla en la arena.

Estos dedos que tanto han acariciado y escrito antes, amorosamente sobre la piel de otros, lo escribieron todo, demonios de huesitos y carne flácida, uñas verdes y largas. Cuando regresé del horror de lo que estaba pasando vi a Mario detrás de mí, a través del reflejo de un portarretratos. Sonreía burlón, deleitado por lo que acababa de leer sobre mi hombro. Pero más allá de él y su estúpida sonrisa, vi a R desde la oscuridad del pasillo, mirándolo como yo veía a esa pistola, y supe que ahora nos marcharíamos juntas, y que otro verano de perversiones por fin había llegado.

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Lorena Peña Brito
RIPAZ
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Curadora, escritora, gestora cultural. Buscadora de la pierna y la mano que se quedaron en el camino.