Congresista

Lorena Peña Brito
RIPAZ
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4 min readApr 4, 2020

Vengo aquí invitada por la Organización Internacional de Ciencias del Llanto a explicar mi caso, como un testimonio que sirva a las futuras generaciones de seres sintientes y para la detallada catalogación del lagrimeo. Quiero agradecer a esta entidad por la amable invitación. Me alegra que estemos aquí reunidos abrazando y tratando de comprender esta particular práctica en sus reales dimensiones fisiológicas, neurológicas y filosóficas. Agradezco a la doctora Ross Co. por mostrarme el camino potente del llanto, gracias a ella llevo ahora una vida en armonía con el agua.

Dejé de llorar en septiembre de 1993. Quizá antes, pero fue en esta fecha en que las personas empezaron a señalármelo. A esa edad podía solo sentarme a pensar en las cosas tristísimas que pasaban a mi alrededor, a sentir solo una presión en el pecho y que mi trasero depositado en el fondo del sillón pesaba su dimensión en plomo. Anclada ahí, vi los objetos de mi familia uno a uno, mudos y ajenos, y cómo todo el mundo se fue de la casa por meses. Nunca había sentido tanto mi peso, resultaba desconcertante para una, apenas, adolescente.

La vida siguió, pero lo que quiero relatar aquí es aquel día de julio de 2019, casi 26 años después, en que volví a llorar y fue una revolución intestinal, señores, in-tes-ti-nal. La gente, esos seres que estaban unidos a mí por un hilito de sangre o de historia, seguía ida de la casa pero eso da igual. Una tarde estaba de nuevo sentada, frente a L, y de buenas a primeras al cerrar ella un comentario sobre la Quinoa empecé a sentir una fuerza meteórica en la barriga. Vientos huracanados, truenos, gases en todas direcciones. Y de pronto ese ojo de huracán y estos también, los que un día han de comerse los gusanos, empezaron a llover.

Y todo fue agua y desagüe, y se me caía el cielo de la frente, y lloré a mares con oleaje alto, con tsunamis, señoras y señores ¡Tsunamis! Los vientos huracanados se volvieron arcadas desde la boca del estómago y el fondo de los bronquios, y la ventilación fue todo performance y vigor, como si estuviera pariendo desde la garganta a todo el agua de los mundos conocidos y desconocidos… y perdí la posibilidad de hablar.

Y esto dijo L, que era ansiedad. Y dijo L también, que el cerebro no me funciona como debería. Yo seguía en un solo gemido, en medio respiro. Medio respiro congelado, largo, largo… como quien fuma la mejor mariguana del mundo y no la quiere soltar nunca. Pero yo lo que no quiero soltar son el hígado y los riñones con la fuerza de los mares.

L me pasó un trozo de papel del baño y se fue. Me texteaba eventualmente para checar si no había muerto por ahogamiento o por la deshidratación. Sobreviví. Son tiempos convulsos, aprendí a vivir así, con la garganta de fuera.

El día que llegó Ross dijo que debía enlistar todas las cosas que me provocaran miedo. “Jódete Ross, todo, carajo”, le dije antes de que se instalara en la cocina a esperar pacientemente a que yo parara de escribir. No puedo detallar aquí aquel listado nutrido y gordo, pero sí compartir algunas cosas, que de todas esas cosas que existen, ustedes podrían sentir, quizá, también, en sus pechos.

Por favor, aclaremos la garganta:

- La muerte.

- Morir en un accidente de avión.

- Morir en un accidente de carretera.

- Caminar por la calle.

- Caminar por la calle de noche.

- Ser violada.

- O secuestrada.

- Ser desaparecida.

- Sufrir repentinamente un infarto.

- Tener una enfermedad cardiaca asintomática.

- El cáncer de mama.

- Cáncer cervicouterino.

- Tener EPOC.

- O cáncer pulmonar.

- Los elevadores.

- Los puentes peatonales.

- Los espacios abiertos.

- El dengue hemorrágico.

- Que personas planeen en mi contra.

- Ser malinterpretada.

- Algunos insectos.

- Que roben mi casa.

- Que roben mi casa con nosotras dentro.

- Los conductores de uber.

- Los conductores de uber a las 3 de la mañana.

- Cruzar las calles.

- Perder la cordura.

- No despertar nunca.

- Morir sola.

- Morir sola meada en las calles.

- Que secuestren a T.

- Los terremotos.

- Los huracanes.

- Ser abducida.

- Que los médicos mientan.

- Y manipulen.

- Que un vato se quite el condón sin que me de cuenta.

- Que J enloquezca y me asesine de una vez por todas.

- Verme envuelta en algo ilegal y terminar en la cárcel.

- Ser inocente y terminar en la cárcel.

- Las lanchas.

- Las avionetas.

- El mar. Yo que crecí allí y que casi me salen branquias, casi, hasta un poco antes de 1993.

Más tarde volvió Ross con su receta milagro (como aquel molde para panes de los años 80) y fue, ridículamente, tomar agua de mar. No grandes cantidades, sino 30 ml sobre 600 ml de agua simple, justo hasta alcanzar la salinidad de las lágrimas. Se la llama Isotónica. Desde entonces veo a través de mis ojos acuosos, el tormentoso proceso del llanto, tormentoso de tormenta, como una manera otra de ver un paisaje interior, y algunas veces el paisaje exterior cuando el volumen del líquido distorsiona la realidad, dejándola ver un poco más clara, un poco más real, como olas en los muros y pisos.

Gracias por su atención.

LPB. 2019

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Lorena Peña Brito
RIPAZ
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Curadora, escritora, gestora cultural. Buscadora de la pierna y la mano que se quedaron en el camino.