🎫 | “El no es médico, ni pollas” es un músico del putas: Jorge Drexler en Medellín

Mariana Uribe
Rockal
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7 min readAug 20, 2019

Todo se transforma, y por eso mismo, aquello de que “los músicos no bailamos, ya habrás oído decir…” caducó para en Jorge Drexler, en el amanecer del 6 de abril, luego de que hubiese puesto en asilo a cientos de personas dentro del Teatro Metropolitano de Medellín.

El espacio se convirtió, durante casi dos horas, en una enorme guitarra dentro de la cual vibró la voz del amo del silencio. Todo había iniciado con un teatro expectante, en mi ansiedad, y la de mi acompañante, observábamos la imagen de lo que parecía ser la boca de una guitarra, simultáneamente sonaba de fondo una voz uruguaya ajena a la de quien convocaba tanto público: “Mire, doña soledad póngase un poco a pensar. Doña soledad cuántas personas habrá que la conozcan de verdad”.

Cuatro años había tardado Drexler en volver a ver a los paisas, los mismos, que con entusiasmo llenaban ese día el recinto. Nosotras, habíamos tenído varios problemas con las boletas, por error compramos una de más, y ni el haberla tenido que revender con desesperación nos quitaba la emoción de poder volver a escuchar en vivo alguna de las canciones que tarareamos desde el colegio.

Entonces las luces, un bajo, algunas guitarras y una batería comenzaron a moverse presagiando la entrada de quien esperábamos, y quien en solo unos segundos después, fue capaz de poner al público en Movimiento. Algunos, en dos pies, cantábamos la canción, emocionados, todos entendiendo que lo único necesario para que algo muera es dejarlo quieto.

Ahí abajo estaba Drexler, parecía emocionado por estar aquí, dijo algunas palabras y continuó con “Río Abajo” una canción de hace tiempo. Tras su espalda un proyector mostraba la imagen del agua inundando la boca de la guitarra que conformábamos todos, y la que se inundaría justo en el siguiente acto, en donde las voces en coro recitaban con o para él: “Cuál es la razón de que se abra para mi tu boca tan magnífica…”

“Calma y vértigo, en una reducidas horas lúcidas”, eso fue lo que Drexler logró con sus Abracadabras, y con Martín Leiton haciendo rugir el bajo — La Leona — dejando que el tiempo pasara, quedaran letras en el viento y que algunos corazones se quedaran con ciertos sentimientos. En ese momento, versos, y algunas lágrimas se querían salir confirmando que algo de cierto tiene eso de que “a la flor de la poesía, no hay melancolía que no la riegue”.

“Transoceánica” fue uno de los temas más eléctricos de la noche, las luces giraban por todo el escenario y la energía estaba arriba. En breve, todo fue oscuro y solo una luz dura recorría el espacio. Drexler habló sobre la canción siguiente “12 segundos en la oscuridad” y sobre su relación con el Cabo Polonio en Uruguay, en donde en la noche no hay luz eléctrica distinta a la de un faro que breve tiempo indica el camino a casa. La canción, escrita en su país, le da título a un albúm y nos muestra que a veces la oscuridad es maestra y la luz solo una guía, en esa ocasión, estaba ahí iluminando algunos rostros en un continuo ciclo exacto de 12 segundos, repetitivo y memorable para la audiencia.

Y como en la realidad, decía el concertista, la vida es una montaña rusa de emociones, entonces pasó de la melancolía a una de sus nuevas canciones, “Estalactitas” un tema que recuerda el amor juvenil y las estrofas tarareadas que en esta ocasión fueron un fuerte “na na na na na na na nana” vociferado por la multitud. Las luces volvieron, los coros empezaron a ser fuertes y ya para “Universos Paralelos” el canto iba con muchas fuerzas, muchos recordamos uno de los grandes temas que nos habían llevado a estar ahí esa noche.

Continúabamos en un viaje, de ir y venir, subir y bajar, era entonces momento de seguir en el presente y tocar unas de las nuevas. Fue momento para “Despedir a los glaciares”, en honor a los, casi ya, derretidos monstruos de hielo en Venezuela. Siguió “Asilo” y “Salvavidas de hielo” para mantenernos a flote, por lo menos durante un momento, en una calma, que poco duró, pues entre la quietud alguien gritó: “Guitarra y vos”, a lo que Drexler accedió, afirmando que no estaba dentro de los planes, y cantando, chistó sobre la acústica del lugar, afirmó que las palmas no eran las más adecuadas, y en cambio, los chasquidos iban mejor como compañía de la guitarra, ahí todos con el rozar de dedos recitamos como en la más fervorosa oración: “Qué viva la ciencia, qué viva la poesía”.

Y lejos de los planes, o por lo menos lo esperado por el público, Jorge Drexler le mostró un tiple, hecho por un luthier en Marinilla, y mientras lo introducía, llamó al escenario a Pala, su colega como músico, médico y poeta, ambos entonaron “Hermana duda”, ahí la palabra, herramienta de ambos hizo que entre la euforia del público, la montaña rusa volviera a descender.

Aún así, el disfrute, siempre presente, dió espacio para agradecer, como también sucedió en el disco, así que con “Milonga del moro judío” y “Pongamos que hablo de Martínez” se habló de Sabina y el legado en su obra, recordando aquella vez en la que dijo, dirigiéndose a Drexler: “Él no es médico, ni pollas”.

Asimismo, no tardó en mencionar a Zitarrosa, y en un trío clásico de guitarras se entonó “Alto en el fuego”. Hubo también tiempo para otro homenaje “Free Falling” de Tom Petty, que en el acorde justo terminó siendo “Antes” una vieja conocida y muy romántica, perfecta para la que venía: “Amar la trama” una de las más populares, en mi caso, la que terminó de sacar las lágrimas que tenía desde hace un rato amagando en el lagrimal.

El final del concierto estaba cerca, había sucedido todo muy rápido y divertido, pero aún faltaban algunos hits, y entonce fue “Silencio”, respetada en sus pausas, y entonada por el público en medio del eco del lugar, de igual manera “Telefonía”, ambas trascendentales para el nuevo disco y para recordar especialmente de esta gira.

Mucha emoción, estábamos en el clímax, pero a pesar de tanto movimiento, faltaban por mover los pies, era momento de “Bailar en la cueva”. Algunos nos dirigimos hacia el frente, vimos a Drexler descender del proscenio, disfrutar con todos y volver a subir, quedaba un poco por cantar. Quienes mirábamos hacia arriba, estábamos seguros, escuchábamos atentos la canción que iniciaba “La Luna de Rasquí” inevitable no pensar: “La pena no llega hasta aquí, la pena no llega hasta aquí”. Bailamos y todo pareció terminar en un sentimiento de exaltación y cura que solo dan las canciones, pero aún quedaba el postre, para mí, la mejor del disco, una sobre escribir, sobre eso lo que encontramos mientras buscábamos oxígeno, una sobre los sueños: “Quimera”.

Esa noche pensaba terminar para mí luego de un concierto que esperaba disfrutar tanto; todo gracias a la casualidad de que la silla contigua a la mía, y la de mi acompañante, aunque inicialmente sola, era la de una conocida, y esa misma, sería la que me incitó a esperar a Drexler a las afueras del teatro para que ella pudiera tomarse una foto con él.

Sucedió así, pero para nuestra sorpresa, alguno de los del equipo mencionó que la fiesta continuaría en El Matacandelas, escuchamos, hicimos caso omiso, y pedimos nuestro Úber, dejamos a la amiga que me acompañaba, y mientras nos dirigíamos hacia mi casa, ví las fotos de una compañera en El Matacandelas. Dejé a un lado el argumento con el que me había convencido de no asistir, nada valió, terminamos allá.

El lugar estaba casi lleno, había luces, música, y todos bailaban. En la tarima, un grupo vallenato, similar a esos que cobran por sillas rimax y por un show con acordeón en la playa, se preparaba para tocar, lo hicieron y fueron seguidos por un grupo de música del pacífico, con un timbal y mucha gente bailando alrededor. La música en vivo se acabó por un momento, una amiga me pidió una foto con Drexler, tenía los ojos cansados y aunque no se pudo tomar la foto, él y yo. terminamos bailando “Triste y vacía”. Mi parejo admiró mis instintivos pasos de salsa, me confesó que me había visto bailar, dimos algunas vueltas hasta que la canción acabó.

La parranda vallenata siguió, y “Caracoles de colores” sonó, volvimos a bailar juntos luego de que me dijera “bailas muy bonito”, me pidió que fuéramos más lento, me habló sobre su docilidad “casi femenina” y entre risas le hice un chiste, ambos reímos y seguimos disfrutando al son de la parranda. A Drexler también le agradecí, crucé algunas otras palabras con él, y llegué a la conclusión de que seguíamos bailando en la cueva, y que también, todo se transforma. Todas esas horas con sus canciones, fueron a darle las gracias, ahí bailando, unas canciones tan mías, tan ajenas a él, pero que en resumen, hacían entender que nada se había perdido todo se había transformado, en un mismo pulso latiendo mientras mi muslo iba aprendiendo a leer en braille.

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Mariana Uribe
Rockal
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Miro, encuentro y escribo historias. También canto, tarareo y lloro las canciones. Lleno muchas libretas y en el tiempo que sobra estudio periodismo.