Mr. Bleat — Una década “al viento”

julianC90
Rockal
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5 min readNov 19, 2021

Quizá muchos lo hayamos olvidado, así sea brevemente, pero Mr. Bleat es una de las pocas bandas en Medellín de la que realmente podemos decir, por excelencia y mérito propio, sin tabúes ni remordimientos, que se ha mantenido siempre a la vanguardia de su propio sonido. Al menos, si contemplamos de manera retrospectiva sus ahora -de no creer- diez sólidos años de carrera artística.

Y es que parece que no fue hace mucho cuando la ciudad se encontraba embriagada por la ola dance punk y el synth pop revival de finales de la década del 2000. En los nuevos bares no cesaban de sonar cosas como Cut Copy, Phoenix, Vampire Weekend, Crystal Castles, The Knife, Hot Chip, Van She, Simian Mobile Disco, entre muchos otros. Las personas vestían colores eléctricos, los shots de colores pastel se mezclaban con la euforia juvenil producto de una época que traía consigo una apertura sonora nunca antes vista en Colombia. Sin preverlo jamás, una tímida agrupación paisa se abrió paso vertiginosamente con su álbum debut Mr. Disco de 2010, mereciendo el privilegio casi inmediato de servir de teloneros a los suecos Miike Snow en Bogotá. En ese entonces usábamos plataformas como Grooveshark, el Festival Estéreo Pícnic no era el monstruo masivo que es hoy y Medellín finalmente pasaba la página de varios años de grisácea monotonía musical.

En aquellos días la música electrónica había dejado de ser un nicho subterráneo, el punk se había estancado, el furor ska-reggue había menguado considerablemente y lo “alternativo” ya no era era referente único al grunge. Hoy es probable que muchas de las promesas, que aquella transición total hacia la digitalización y el intercambio internacional de talento, no se hayan cumplido por completo. Como en muchas cosas de la vida, la excesiva dulzura produce resaca. Nuestro país poco ha cambiado, no importa cuan visionarios sean los teóricos, pero en definitiva sí más ingenuos. Es probable también que muchos de nosotros le hayamos encargado a esas mismas bandas una tarea demasiado ambiciosa, mas la cual supieron llevar a cabo según sus propias metas y posibilidades. Mr. Bleat fue con orgullo una de los primeros proyectos medellinenses en ser invitados oficiales del prestigioso festival South By Southwest de Austin, Texas. De hecho, el arte siempre se abre camino a su ritmo, y la filosofía no tiene otro destino que llegar tarde a contemplarlo; bien lo sentenció Hegel: “El búho de Minerva solo levanta vuelo en el crepúsculo”.

Este pequeño texto no pretende ser preciso, detallado ni servir como un documento histórico. Se trata de una fuga nostálgica de recuerdos difusos y sensaciones vagas. De caer en cuenta de la estúpida idea de que quizá hicimos parte de algo especial, un intento de dejar huella y que nuestros nombres perduren así sea como un débil eco en el aire intoxicado de este villorio. Así, para muchos de quienes presenciamos el auge, la consolidación y evolución de Mr. Bleat, e incluso compartimos tarima con ellos, los enamorados veinte años ya quedaron atrás. Aquella fantasía de la vida vista a través de galerías, shows inaugurales y pasarelas, quedó en segundo plano. El espectáculo mostró su verdadero rostro. Como siempre lo hace, sólo que cada generación debe exponerse a su propia y funesta decepción. Relaciones han terminado, el desamor nos ha purificado, amigos se han ido y familias se han desintegrado. Diez años en el hostil ámbito de la cultura es toda una vida en el mundo. No intentamos exaltar a Mr. Bleat como un becerro de oro, elucubrar sobre sus aptitudes técnicas sino, más importante, representar con ellos una medida de tiempo justa de lo que han sido y serán siempre los ciclos de la música local.

Debemos regresar a maravillarnos con lo simple. Ya antes intentábamos reseñar con voracidad y arrogancia los discos. El público ha crecido y ahora poco o nada necesita de la prensa musical. La crítica de arte es prácticamente irrelevante en este mundo moribundo. No acudimos como antes a la típica entrevista ni a la crónica tendenciosa. La industria cultural, tal como lo predijo Adorno, precipitó la desaparición del “outsider” entre la masa homogénea del consumo; pero asimismo, en la actualidad, la pregunta por lo genuino recobró relevancia.

Cuando el ambicioso Señor Bleat emergió en 2011, Mr. Bleat se posicionaba como la nueva gran banda en Medellín, mínima y diacrónicamente, como un capítulo aparte de lo que es su conocida historia en tanto referente del rock en Colombia. Tal vez, desde Estados Alterados, una propuesta tan femeninamente fina no pasaba al atril para servir como cordero a los insaciables reflectores de la “escena”, tan ávida y cansada a la vez. Mas justo ahí Mr. Bleat hizo su jugada más decisiva, honesta y valiente de todas: continuar componiendo en su idioma natal. La espontaneidad y la ternura se convirtieron en emblema, un contraste ideal para su apuesta de lleno por las máquinas que concibió el hijo bastardo entre lo sintético y lo orgánico; no irónicamente, el descendiente más prolífico de nuestra era.

Con el pasar de los años la banda se hizo más discreta, también más hábil y enigmática. La obviedad desaparecería para siempre de su estirpe, el mayor anhelo de todo artista, el propósito de la vanidad de la que habla Nietzche en La Gaya Ciencia. Por el contrario, sus integrantes permanecieron humildes e incorruptibles. Silenciosos, distantes, agazapados, decididos a sólo dejarse ver mediante enormes saltos de calidad como lo hace el caracal. No con verguenza nos atrevimos a calificar Los Lobos de 2015 como uno de los mejores discos producidos en su momento en Medellín. Pues en proporción que Mr. Bleat se hizo más pequeño como producto logró hacerse más temerario como proyecto. No había tiempo de mirar atrás, las pistas de baile se tornaron insulsas. Era momento de que aquí comenzáramos a estudiar las texturas, la modulación, los circuitos y el feedback. El grupo se hizo concreto, aritmético y forestal. Criaturas amistosas jugueteaban entre atmósferas heladas, el amor introspectivo se convirtió en el motivo esencial de su lírica.

Desde entonces ha sido poco el material inédito que Mr. Bleat ha decidido regalarnos. No casualmente cada uno de los esporádicos sencillos que hemos conocido, hasta la escritura de este innecesario texto, representan cada uno muestras de su constante apetito por retarse como músicos. Cada vez más simple, cada vez más humano, cada vez más indescifrable. Insisto, la pregunta por lo genuino no se enfrasca en la búsqueda de lo original en términos genealógicos. Importa es en la medida que la agobiada alma del hombre no puede sobrevivir sin el fresco soplo de la maravilla, de lo que nos haga recordar lo que realmente importa, aquello incuantificable e incalificable, de semejante manera, que nos sirve de impulso para encontrar a ese alguien más quien puede sentirlo de igual manera. No otro que el propósito más sofocante de nuestra vida.

Mr. Bleat es por supuesto el reflejo de la amistad entre Sara, Alejandro y Pablo. La cual, como toda criatura viviente, madura y lucha por no decaer. Fluctúa, reflexiona y sopesa su soledad interna. Imperfecta pero atrevida, sigue paso a paso la ilusión de que hay pocos horizontes tan gratificantes que la creación honesta y desinteresada. Finalmente, después que la muerte ha rondado ciega y caprichosa durante tantos meses, tocando siniestra a cada una de nuestras puertas, reencontrarnos en las salas de los conciertos con aquellas bandas que admiramos es una de las experiencias que aprenderemos a atesorar de ahora en adelante y como nunca antes.

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julianC90
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Estudiante de Filosofía, empecé tomando fotos en conciertos y ahora escribo sobre la música que me gusta. Mariscal de Campo y Guitarrista amateur.