Mi Segundo Proyecto de Novela Corta: Cómo Extinguir Una Estrella

– Novela para Adultos Jóvenes y amantes de Kafka y Haruki Murakami –

Javier Z.
Sólo un Budista en México
6 min readJan 6, 2021

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Un pequeño vistazo a la nueva novela que comencé a escribir hace unas 15 horas.

Imagen por Wangyuchen1979, a través de Reddit.

(Título provisional)

CÓMO EXTINGUIR UNA ESTRELLA

por: aléph Lon.

Capítulo 1.

1.

Hikari significa «luz» en japonés, y se escribe: «光». Hoshi significa «estrella», y se traza, un poco más difícil, así: «星». El japonés, pienso, es un idioma cuya complejidad es tan enorme como la diferencia que haría en una balanza equilibrada la caída de una sutil pluma sobre uno de sus extremos acariciándolo con delicadeza y cuyo desequilibrio, de duración fugaz como un instante, apenas y es notado por dos personas que están cercanas al evento, pero es ignorado por todas las demás.

Lo digo porque, aunque pueda parecer raro, nuestras madres nos llamaron así porque querían formar con nuestros nombres la frase mitsuboshi, que significa «luz de estrella», escrita de esta forma con ambos símbolos: «光星» (primero se pone «luz» y luego «estrella»). Extraño que se pronuncie “mitsuboshi” y no “hikarihoshi”, como uno pensaría, ¿no te parece? A mí me lo parece.

Bueno, su nombre era Hikari, y el mío (a pesar de que sea raro porque en español el sustantivo de estrella es femenino y soy un chico): Hoshi.

Nuestra historia empezó unos días después de que la luz hubiera llegado a mis ojos al transcurrir no mucho tiempo de salir del útero de mi madre. Lo pongo de esta manera porque en ocasiones no sé si yo tengo una historia independiente a la suya o si la mía depende completamente de ella.

La mía empezó un diecinueve de octubre, y la de ella un cuatro de noviembre.

Aún desconozco cuando o si en algún momento terminó la suya ya que ella nunca fue capaz de amar a nadie.

¿Conoces algo de trasfondo de las lenguas asiáticas y de donde provienen? Pues bien, las lenguas asiáticas, a diferencia de las nuestras, están basadas en símbolos que se construyen a partir de líneas rectas y ángulos, dibujados y unidos de tal forma que asemejan un evento o un hecho real en concreto. Estos símbolos, que se supone que son pequeños dibujos de cómo manifestaban en sus mentes los humanos que crearon estas lenguas; es decir, son pequeñas ilustraciones que, si te pones a pensarlo mucho, podrían estar hablando de cómo percibía sólo una persona el mundo, y quizá sólo por tener una forma llamativa se popularizó y terminó significando aquella palabra a la que actualmente se le atribuye. Estos símbolos se llaman «kanji», y aunque tomé un curso de japonés al inicio de la universidad y durante mi último año de preparatoria, no recuerdo muy bien lo que significa en español.

Creo que ahí sería el mejor lugar para comenzar. No precisamente durante los años donde mi mente estaba llena de esa clase de cosas: temas de investigación y de ciencia, nuevos idiomas y cosas por aprender, el hambre del futuro y la falsa idea de que era capaz de todo; más bien, cuando cuento esta historia, siempre me ha dejado mejor sabor de boca empezarla por el día en el que mi cerebro cayó en cuenta de que de alguna u otra forma mi mente se veía irremediablemente atraída hacia ella, una y otra vez.

– Este es el grupo de alumnos del que te harás cargo durante el evento, Hoshi —me indicó con amabilidad otro de los miembros del comité que organizaba, año con año, el evento al que ese día tendría que brindar apoyo, frustrado y deseando estar en algún otro lugar, desde muy temprano en la mañana hasta casi el anochecer, aunque viéndolo en retrospectiva, al menos me darían comida y estaría en un lugar acondicionado, y también, no menos importante, tendría mi primer contacto con Hikari desde la última vez que nos habíamos visto (y que por cierto ambos habíamos olvidado).

Era uno de los integrantes del equipo de apoyo del comité que organizaba unas importantes pruebas de ciencia en la ciudad. Por ese entonces el interés de mi cabeza se diluía como lluvia bajo las nubes en todo lo que fuera ciencia y apenas empezaba en mí a nacer un poco de curiosidad por la filosofía.

Una de las desventajas de la gran ventaja de que en tu país la Universidad sea pública, es que a veces te obligan a participar en eventos públicos de manera casi obligatoria con el pretexto de que a través de ese servicio los alumnos retribuyen el apoyo a la educación que se les provee con tres cifras menos que en muchos otros países.

Por lo que, en pocas palabras, seré honesto: yo era voluntario. Pese a mi mala actitud y a que no quería en realidad estar ahí, me ofrecí como voluntario como simple consecuencia de una costumbre humana (quizá a veces muy tonta) que tenemos los hombres por vernos bien frente a las mujeres.

¿Quieres oír otra cosa peor? Ni siquiera me ofrecí de voluntario por Hikari.

En ese entonces mi cerebro, una gran parte de mi tiempo en las redes sociales, mi escritura y durante muchas noches mi tristeza y mi placer sexual imaginativo pertenecían a otra chica. No recuerdo como se llamaba en sí, sólo sé que durante algunos años le di más importancia de la que debía, y su nombre fue otro de tantos que se borraron a medida que me daba cuenta de que me estaba enamorando de Hikari.

Quizá su nombre era Helga, o algo así. Los mexicanos suelen tener costumbres extrañas para nombrar a sus hijos, sobre todo en estas zonas donde reina el culto a la cultura country y del campo.

Hablando de costumbres raras para nombrar a los hijos, mi nombre y el de ella fueron resultado de una de esas costumbres; o más bien, quizás fueron lo que nuestras madres quisieron hacer que significara nuestra existencia. ¿Quién sabe? Igual y esta, al igual que todas las demás noches y ocasiones en que me pongo a recordarla carecen de significado más allá de ese.

Cuando el miembro del comité dejó sobre el escritorio del aula la carpeta en la cual estaba el nombre de Hikari y que resultaría ser el lugar preciso para que lo descubriera en el momento apropiado, aún latente entre la lista de alumnos, justo en el penúltimo lugar por el orden alfabético en el que la lista estaba estructurada, arriba del único alumno cuyo apellido empezaba con la «Z»; sólo escuché el golpe del papel rotafolio sobre la madera del escritorio y me dirigí hacia quien estaba a cargo de mí.

Me dio unas pocas instrucciones, en su mayoría recapitulaciones y refuerzos no muy significativos sobre lo que ya se había ensayado, me deseó suerte, y se marchó del aula.

Tomé la lista entre mis manos después de sacarla de la carpeta junto con una pila formada por 50 exámenes, abrí un libro que en ese entonces leía sobre Kurt Gödel dejándolo reposar sobre la firme superficie, y, sin prestar mucha atención a los rostros de los alumnos, comencé a leer los nombres para de esta forma tomar registro de asistencia y darles el examen que les correspondía a cada uno.

SI QUIERES TERMINAR DE LEERLA, puedes descargar el PDF desde mi sitio web usando el enlace de abajo (o bien, puedes usar el enlace de wattpad)

Para descargar el PDF del borrador de capítulo 1:

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Javier Z.
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