Capítulo 3

Saga Inmortal
SAGA INMORTAL
22 min readMar 18, 2020

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He olvidado como respirar. Me quedo inmóvil, sobre la cama, con la mirada fija en Lynn sin ni si quiera poder parpadear, mientras las paredes de la habitación giran a nuestro alrededor. ¿Qué probabilidades había de que Kevin fuese un traidor? He ayudado a un hombre armado a colarse en una ciudad desprotegida contra ese tipo de ataques. Nuestras vigilantes utilizan arcos y lanzas de madera con la punta metálica y tallados a mano. Las armas son bendecidas como salvoconducto para cumplir la voluntad de la todopoderosa y al mismo tiempo, eludir el infierno que supone utilizar armas de fuego.

Porque las armas de nuestra contienda no son carnales, sino poderosas en Venus para la destrucción de aquellos corazones desleales que atentan contra nuestra armonía.

Lynn me agarra del brazo y tira de mí, estoy a punto de caerme al suelo, pero consigo poner un pie a tiempo. Por un momento había perdido el control total de mi cuerpo. Me pongo las botas y salimos por el pasillo. La habitación de mamá está abierta, con una vela encendida frente a la que reza de rodillas y con las manos unidas.

— La Diosa nos protegerá — susurra repetidas veces.

Lynn no dice nada mientras bajamos las escaleras, y rápidamente nos dirigimos al camino de tierra. Hace frío, pero supongo que la adrenalina no lo deja impregnar mi piel. Debe ser más de media noche, pero las antorchas de la ciudad están encendidas; está claro que algo no va bien

El escenario va cobrando vida a medida que las mujeres abandonamos nuestras viviendas para reunirnos en el exterior. Algunas van armadas con todo tipo de herramientas; otras esperan, atónitas, mientras observan desde sus ventanas el vigoroso fuego de los hachones que dirige a la marabunta. Se escucha un murmullo prestigioso de varias mujeres, que se ve interrumpido por la campana de la plaza que no dejan de agitar.

Continuamos hasta dar con un grupo de mujeres que se han aglomerado en círculo, alrededor de una contienda. Lynn se queda atrás, pero yo consigo abrirme paso entre el arrullo. La imagen cobra claridad a medida que me acerco hasta la primera fila: dos valquirias sostienen a Kevin por los brazos y una tercera divulga una ristra de palabras que ensordecen toda la plaza.

— ¡Hermanas! — exclama con osadía — . Este hombre ha atentado contra la vida de una de las nuestras y ahora, recibirá su castigo en el nombre de la Diosa.

A sus pies descansa el cuerpo de una cuarta valquiria ferozmente asesinada, con dos heridas de bala en el pecho y supongo que una tercera en la cabeza, porque la tiene cubierta de sangre.

Siento ira, como si una rabia impetuosa atrapada en mi interior necesitase salir y lanzarse al cuello de Kevin, para estrujárselo hasta asfixiarlo con mis propias manos. Me siento engañada, y al mismo tiempo despreciable, como si la pistola que disparó esos tres tiros hubiese sido empuñada por mis manos.

Algunas lloran su pérdida mientras observan, conmocionadas, el cadáver de la que era su hermana; una mujer joven que había sido elegida vigilante hace poco. Ashley creo que se llamaba, pero eso no importa porque ya no está, y no está por mi culpa. En los rostros de otras puede verse el cólera, el fuego avivado y resplandeciente que brilla en sus pupilas cargadas de venganza.

Kevin tiene los ojos tapados con una venda y la boca cubierta por una mordaza de cáñamo. Está agitado, desesperado por soltarse, pero cuando está a punto de conseguirlo, una de las valquirias le propicia un duro golpe en la boca del estómago que lo obliga a encorvarse. El hombre cae de rodillas, asfixiado, pero en seguida lo vuelven a levantar, como si se tratase de un trofeo que exhiben con regocijo.

— Este vil engendro de la naturaleza no solo ha violado las leyes de Venia al colarse en nuestras filas, sino que ha asesinado a una de las nuestras, y por ello, merece un exilio cimentado en las que ahora son nuestras creencias porque El varón es espíritu inmundo como la oscuridad desobedece a la luz, pero unidas podemos encontrar la refulgencia con la que derrotar al mal y salir victoriosas.

«Venus es gloria, Venus es poder, Venus es libertad». Las voces de decenas de mujeres inundan el ambiente con sus alabanzas. Algunas gritan con el puño agitado en alto, otras se agarran de las manos mientras murmuran al cielo la palabra de la Diosa. El revuelo es insostenible, incluso para las vigilantes, quienes con actitud violenta intentan frenar a la marabunta descontrolada.

La atmósfera cobra vida, el suelo de la plaza se ilumina de destellos naranjas; son las arqueras, quienes desde las alturas nos apuntan con sus flechas bañadas en fuego. Pronto habrá una pira, cuya leña será la carne humana. Y no siento lástima por él. Fui egoísta al pensar que su muerte sería un lastre con el que cargar, pero la realidad es que ha muerto una mujer inocente por mi culpa y eso es mucho peor que cualquiera de mis actos con ese hombre. Lo ayudé, lo alimenté, y lo escondí de una muerte asegurada, para que al final me lo devolviese con una puñalada por la espalda.

— Este es el rostro del inmundo asesino que ha irrumpido en nuestra armonía — dice mientras le arranca la venda de los ojos — . Condenadlo con vuestras miradas y enjuiciadlo con vuestros pensamientos, pues allá donde vaya, será lo último que recuerde.

También le quitan la mordaza de la boca, y los abucheos se hacen más notables y son acompañados de insultos imprecisos y desahogados. Una segunda valquiria alza la mano para pedir silencio, que tarda unos segundos en alcanzarse. La tranquilidad reina por unos instantes en toda la ciudad, y por un momento, sólo se escuchan los susurros de algunas mujeres, y la brisa del viento que se agita sobre nuestras viviendas. También se oye un fuerte aleteo, el de las cuerdas de los arcos al tensarse antes de condenar al impuro.

Kevin, con la cara amoratada y el labio ensangrentado, alza la vista, misericordioso, en busca de una redención que nunca llegará. Intenta decir algo, pero sólo consigue balbucear una serie de vocablos difusos.

— ¿Últimas palabras?

Siento como se detiene mi corazón cuando al final clava sus pupilas sobre las mías, y por un momento, tengo la sensación de estar flotando. Como esos últimos segundos que describe la gente que ha estado a punto de morir, cargados de imágenes del pasados que te recuerdan toda tu trayectoria. Y ahí están mis padres, fotografiándonos frente a la casa que acabamos de comprar; entonces Ty se está graduando; me han regalado la muñeca que quería por mi cumpleaños; Lynn se enfada porque quiere dormir al lado de mamá; los autobuses vienen a por los hombres de la ciudad; mi madre deja de ser mi madre; conozco a Clarence; ayudo a colarse un hombre en la ciudad.

— Lana — dice casi sin voz — . Lana, ayúdame, por favor.

El eco de sus palabras zigzaguea por todos los recovecos de mi alrededor hasta sacudir con fuerza cada uno de mis huesos. El murmullo comienza de nuevo, pero esta vez a quien están juzgando es a mí, a la traidora de nuestro género. Un tumulto apagado cobra vida mientras todas las mujeres de la plaza fijan su mirada en mí. La temperatura cae en picado; mi piel se congela y ya no hay adrenalina que me proteja de este horrible frio. Mi cuerpo, inerte, está a punto de perder el equilibrio cuando una mano me agarra del brazo a tiempo para no caerme.

— Yo no la he matado — insiste, pero me cuesta escuchar sus palabras. Es como si por un momento todas hubiesen desaparecido de la plaza, y solo estuviésemos él, y yo, separados por un muro invisible. Conocemos nuestros secretos, pero no somos más que cómplices en esta aventura efímera.

— Me han tendido una trampa, Lana.

Entonces, la valquiria pregonera alza la pistola, y yo aparto la mirada. El estruendo atemoriza hasta la casa más lejana y consigue, al fin, apaciguar las almas candentes que ansiaban venganza. El cuerpo de Kevin se desploma sobre el suelo y se rodea de una prominente mancha de sangre oscura. El escenario sigue inmerso en una sólida conmoción mientras me sentencian en silencio.

— Así dice la Diosa: Maldita la mujer que en el hombre confía, y hace de la lujuria su fortaleza, y de la Diosa se aparta su corazón.

Empiezo a caminar de espaldas, tres pequeños pasos, intentando levantar la menor sospecha, pero ahora mismo soy el centro de atención de sus miradas. Soy como la tortuga en el cuento de la liebre; lenta pero astuta. La única diferencia es que yo no ganaré esta carrera. Enseguida tropiezo con dos robustas valquirias, la coraza que cubre sus torsos emite un sonido metálico cuando me choco con una de ellas. Me agarran de los hombros entre las dos y me llevan a empujones por un camino despejado que se abre entre las mujeres.

Puedo ver el temor, la pena y la rabia dibujados en sus rostros, pero la mirada que más me duele es la de Lynn; decepcionada y apagada. Debe sentirse traicionada por su propia hermana porque rápidamente desvía la vista al suelo cuando paso por su lado, como si ni si quiera fuese capaz de mirarme a la cara. He jugado con sus creencias, y en Venia no hay nada más peligroso que eso.

Me llevan bajo custodia, lejos de la expresión desconfiada del resto de mujeres. Me acompañan cuatro vigilantes porque ya no soy una chica cualquiera de V15 que trabaja en las cosechas; soy el desorden en la tranquilidad. No hace falta que me esposen, porque la probabilidad de fuga es nula, además, las valquirias se han agrupado formando un escudo impenetrable a mi alrededor.

Está amaneciendo; un diminuto sol naranja se alza en el horizonte e ilumina el camino de tierra por el que avanzamos. Los edificios de La Sede son blancos y geométricos, con los techos rectos y largas ventanas de cristales traslúcidos. Hay una plaza rectangular justo en la entrada de La Casa de Leyes, con la escultura de una mujer de cuyos brazo brotan palomas justo en el centro.

Ya he estado aquí antes, fue el día que nos asignaron los trabajos. Nos agruparon por colores: el verde para las cosechas, el blanco para los del equipo de salvamento, el negro para las minas… Las menores de dieciséis años tenían que pasar una serie de pruebas para clasificarlas como niñas o aptas para el trabajo. Al principio hacíamos tareas sencillas, como reunir y ordenar la ropa que había sobrevivido a la guerra. Luego nos hicieron un examen para definir nuestro trabajo perfecto. En realidad, era una forma de clasificar nuestra fe por el nuevo sistema, y así, las más devotas se convirtieron en vigilantes, y las más rebeldes recibieron los trabajos más duros.

Dentro de La Casa de Leyes todo es de color blanco, con muebles refinados y lujosos, y alfombras de terciopelo perfectamente alineadas sobre un suelo brillante de mármol. Nos adentramos en una sala vacía y me dejan sola; la puerta se cierra cuando salen. Hay una ventana en el techo, por la que se cuelan los rayos de sol que iluminan el suelo con un brillo especial, y tan fuerte, que su reflejo me obliga a cerrar los ojos. Me agacho para acariciar la alfombra, es cálida y rugosa, pero bastante agradable al tacto. La habitación también está pintada en diferentes tonos de blanco, de hecho, si las paredes estuviesen acolchadas, esto sería como la habitación de un manicomio.

Pienso en Kevin, el primer hombre, el primer traidor. Ahora no es más que una mancha impoluta de sangre sobre un suelo estéril. Colarse en V15 fue algo rápido y fácil; su salida, aún más rauda. ¿Lo tenía todo calculado? Nadie se cuela en una ciudad infestada de mujeres armadas con una única pistola. ¿Con que propósito? ¿Generar desorden? Un caos efímero que termina en tragedia, pero ¿por el bien de quién?

Supongo que estamos en paz. Yo lo condené al colarlo en la ciudad, y él me traicionó al señalarme con el dedo; y ahora, los dos estamos sentenciados.

En el colegio nos explicaron que La Sede se creó para volver a establecer un orden, y que sus opulentos edificios no son más que una seña de lo que un día volveremos a ser. Establecieron su base en los estados del noroeste, muy alejados de los hombres para estar lo suficientemente protegidos de una repentina contienda. Algunas dicen que allí todavía hay electricidad e inmensos bosques bien poblados, con enormes árboles y diversas flores de colores, pero la realidad es que nadie que yo conozca ha estado alguna vez.

Me tumbo en el suelo, bajo la ventana del techo, y me imagino a un puñado de pájaros volando en forma de V por un cielo que hace tiempo que dejó de ser azul. El día del Destello Verde murieron asfixiados. Durante la guerra, utilizaron todo tipo de explosivos; desde bombas de gas hasta supernovas capaces de arrasar con manzanas y edificios por completo. Un día, el equipo de expedición se encontró con una extinta, o al menos, eso creían. La verdad es que cuando la movilizaron, expulsó un gas verde al cielo que no era tóxico, al menos no para nosotras, pero esa misma noche, empezaron a llover pájaros muertos del cielo.

El grito ahogado de una mujer pone fin a la tranquilidad que me rodea. Proviene del final del pasillo, pero desde la ventanilla de la puerta no logro ver nada con claridad. Debe tratarse de otra condenada. Seguro que hay muchas más como ella, como yo, porque cualquier alboroto en la ciudad es una buena oportunidad para reducir a la población. Al fin y al cabo, lo recursos escasean y sus actos son apoyados por la mitad de la población. La otra mitad prefiere mantenerse en silencio, de lo contrario, ocuparían nuestros puestos de condenadas.

Con La Gran Reforma, además de separarnos, sucumbimos a una nueva religión que se apoya en un dogma que surgió de la nada, pero que rápidamente se instauró en toda la mitad este del país. El núcleo de sus creencias está basado en la Diosa Venus, y el vástago sagrado que envió a La Tierra. Una vez persuadidas, fue cuestión de meses establecer la nueva doctrina asentada en La Armata y su ritual divino de los sacrificios en busca del vástago oculto.

Fue un movimiento inteligente y ágil, impulsado por la presidenta de los estados del este, Rosamund Dickens, como forma de someter a la población y generar miedo entre las más frágiles. El hombre creó el espantapájaros para espantar a los pájaros y así tenerlos controlados; pues igual. En realidad, se parece más a la caza de brujas en el viejo Salem, y el resultado es el mismo, porque si de verdad hay una pequeña diosa oculta en una de nosotras, estará lo suficiente escondida como para que no la encuentren.

La caída por El Barranco de los Sacrificios debe ser algo así como esta habitación; blanca, vacía, a solas con mis pensamientos. Y el final del camino: un eterno mar de rocas puntiagudas. Es como una carrera, cuya meta es la muerte, pero que nadie quiere ganar.

La habitación está sumergida en una tenue luz gris en el momento que alguien me despierta. Cuando abro los ojos hay una mujer con un conjunto muy elegante en la puerta; camisa amarilla y limpia, con la cola oculta bajo una falda corta y negra. Tendrá aproximadamente mi edad, con el pelo rizado y la tez oscura. También lleva los labios ocultos bajo una capa de color carmín, algo que no es muy común, al menos en la ciudad. Me hace un gesto con el brazo para que la siga y yo, obedezco.

Me escolta por un largo pasillo, también blanco y sin ventanas, sin decir nada. Nos acompaña el sonido que hacen sus zapatos cada vez que el tacón se apoya en el suelo. Giramos dos veces a la derecha, y una vez más a la izquierda hasta llegar a una especie de terraza acicalada con mesas redondas y sillas a su alrededor; como no, blancas. También hay flores de muchos colores, supongo que artificiales, porque las de verdad hace tiempo que no crecen en las proximidades.

Durante un instante me imagino a mí misma agarrando por la espalda a la mujer que me acompaña y sometiendo a su cuello con fuerza contra mi antebrazo. Tardaría, exactamente treinta segundos en desmayarse, y yo mucho menos en huir con su perfecta indumentaria.

Me gustaría entrar en su cabeza para saber cómo piensa. ¿Qué insólitas reflexiones se ocultan tras esa oscura cabellera? ¿De verdad has renunciado a la libertad por esto? Un puñado de trapos bien planchados y limpios, a pesar de que miles de mujeres mueren a tu alrededor, sin esperanza, sin una vida digna por la que seguir luchando.

Llegamos a una especie de desembocadura que pone fin a la azotea de piedra bien decorada, y me invita a sentarme en una de las sillas que rodea a la mesa más apartada del resto. Dudo unos segundos antes de sentarme, pero insiste con una forzada sonrisa con la que muestra sus perfectos dientes blancos.

— Espera aquí — me ordena.

En cuanto me siento, ella se aleja por el mismo camino que hemos llegado. En la mesa hay un jarrón transparente con tulipanes azules, pero al pegar la nariz a sus pétalos, no huelen a nada; otra flor falsa, como todo en este edificio. Pero supongo que así funciona La Sede, vive apoyada en una hipocresía que ellos mismos saben que no existe, pero que prefieren ignorar para vivir con la conciencia tranquila.

También hay un cesto con fruta brillante, cuyo aspecto es demasiado ideal para ser de verdad. Una vez conseguimos plantar fresas. No requieren condiciones muy especiales y la planta consiguió alcanzar los quince centímetros. Eran de un color rojo muy intenso y por suerte, no nos dejaron probarlas, pero la indigestión que sufrieron las vigilantes fue igual de satisfactoria que el hecho de haber probado aquel manjar.

A mi izquierda hay una pequeña valla de piedra que cierra la terraza. Apoyo los codos sobre la superficie y contemplo las vistas; diminutas casas en diferentes tonos grises bañan el horizonte. A lo lejos se ven las montañas que conducen a las minas. Si el oxígeno no se ha acabado, Clarence seguirá inspeccionando el viejo almacén de juguetes en busca de algún artilugio inútil con el que molestarme.

Es posible que hayan impuesto un nuevo toque de queda, y que las trabajadoras de las cosechas estén siendo interrogadas. Es la segunda vez que un hombre se cuela en la ciudad y eso sólo supondrá una cosa: mejorar los sistemas de seguridad con nuevas vigilantes, y a la misma vez, incrementarán los castigos de las insubordinadas.

Nos escapábamos algunas noches de verano y, guiados por mi padre, nos adentrábamos entre la frondosidad del bosque. Ty siempre iba en cabeza porque decía que ya era un explorador experimentado; a Lynn no le gustaba caminar por el bosque, decía que las piracantas se le clavaban en las piernas, así que papá siempre tenía que llevarla en brazos. Para nuestra aventura llevábamos lo indispensable: red, botes de cristal y pequeños comederos para hacernos con algunos insectos brillantes. La caza de luciérnagas era la mejor actividad del verano, no porque consiguiésemos muchas, sino porque era uno de los pocos momentos de los que podíamos disfrutar con nuestro padre.

— Una ciudad muy pequeña para una responsabilidad tan grande, ¿no crees? — pregunta una voz a mi espalda.

Me doy la vuelta y mi expresión de desconcierto debe ser instantánea porque ella responde con una risita, algo modesta. Un escalofrío me recorre toda la espalda hasta la nuca y siento una fuerte congoja en el pecho.

Es Rosamund Dickens, la presidenta de los estados del este. Lleva un largo y sencillo vestido blanco que, a juzgar por las manchas de la cola, viene arrastrando por el suelo todo el camino. Lleva el pelo envuelto en una fina trenza, también blanca, que se asoma por su hombro derecho. Tiene la cara perfectamente afilada, con la piel brillante e intacta, como si se tratase de una auténtica muñeca de porcelana.

Nunca la había visto en persona, ni mucho menos desde tan cerca, aunque todavía recuerdo sus promociones en televisión. El anuncio sólo enfocaba sus labios, al principio tapados con una mano durante al menos cuatro segundos de silencio. Después desaparecía y ella recitaba su eslogan: «Que no te censuren, tú también eres parte de la sociedad» El primer plano se alejaba y entonces estaba ella, en un bonito prado verde rodeada de mujeres. «Vota por Dickens. Vota por la igualdad. Pongamos fin a siglos de censura»

— Siéntate, querida — su voz: dulce, pero algo forzada.

En la mesa ahora también hay dos pequeñas tazas y una jarra llena de un líquido semitransparente y marrón, parece té. También hay un recipiente abarrotado de diminutos granos blancos; azúcar. Pienso en cogerlo y guardármelo en el bolsillo de la chaqueta, estoy segura de que en el Quebrantahuesos me darían más de una semana de queso gratis por esto, y puede que alguna ardilla poco envenenada.

Nos sentamos a la vez. Rosamund se cruza de piernas y sirve las dos tazas con el té marrón, después agarra el frasco de azúcar y lo vierte delicadamente sobre su bebida. Entonces clava sus pupilas en las mías y esboza una sonrisa algo astuta.

— Supongo que por un poco no pasará nada — dice antes de edulcorar mi té.

El dulce en secreto es sabroso, pero prohibido.

Sujeto la taza con las dos manos, aún está caliente, pero por un instante, trato de digerir la escena. El hecho de que Rosamund Dickens esté siendo amable conmigo me aterra aún más que si estuviese siendo violenta, además ¿por qué se iba a molestar en venir hasta V15 para hablar con una chica cualquiera? Eso me lleva a formularme una segunda pregunta: ¿Cómo ha llegado tan rápida?

— ¿Qué tal en las cosechas? — pregunta — . Debe ser un trabajo realmente duro.

La conmoción me impide contestar. Me siento como una intrusa que se ha colado en una casa ajena, como si no perteneciese a este sitio. Ni si quiera consigo mirarla a los ojos, y en su lugar, jugueteo con la cucharilla sobre mi té. Esto debe ser una pérdida de tiempo y de dinero para ella, pero por más que lo intento, no consigo reaccionar. Es como si, de repente, mis músculos estuviesen congelados, y no es por el frío, pero si tuviese que huir por el largo pasillo de piedra, tardaría una eternidad en llegar al otro lado.

No lo había imaginado así. Algunas noches, antes de meterme en la cama he pensado en este encuentro. La única diferencia es que en mi cabeza soy más insidiosa y astuta, y lo tengo todo bajo control. Ella bebería de la taza de té y poco a poco la observaría mientras empieza a perder la figura. Sus pupilas se hincharían y sus ojos se enrojecerían. Después balbucearía algunas palabras descontroladas, hasta que finalmente, perdería el dominio sobre su cuerpo y acabaría en el suelo, con el rostro desencajado, y la taza aún entre sus manos. Sólo necesitas unas cuantas gotas de estramonio para poner fin a diez años de tiranía.

— Las vigilantes me han dicho que has estado ocasionando problemas… poniendo en peligro la vida de tus compañeras — hace una pequeña pausa para beber otro sorbo de té — . Ya sabes que en Venia no toleramos ese tipo de comportamiento. En Venia creemos en los valores como la humildad, la gratitud y la honestidad, sobre todo la honestidad. ¿Lo entiendes?

Asiento, de forma intuitiva, aunque me empiezo a plantear cual es el verdadero motivo de su visita. Mi respuesta parece ser suficiente para ella porque sigue hablando:

— V15 es el estado encargado de la defensa del país, digamos que es la fortaleza impenetrable que nos aísla de las vilezas del otro lado, pero alguien ha burlado su seguridad y ahora estamos expuestas — deja la taza de té sobre la mesa — . ¿Qué va a impedir que mañana no sea uno, sino cientos? ¿Qué va a evitar que suframos una invasión de la que no nos podemos defender?

Me quedo en silencio, asimilando cada una de sus palabras. La conversación se dirige a un callejón del que no estoy segura de que pueda salir, así que decido dirigirla al grano, para pasar el mal trago cuanto antes.

— Si un solo hombre armado puede colarse en nuestra fortaleza, quizás no sea tan impenetrable — atrevido, pero eficaz, porque su expresión cambia por completo en décimas de segundo. En realidad, no he sido consciente de lo que iba a decir hasta que ya ha sido demasiado tarde. Al menos mis palabras han sido honestas. Se piensa que yo soy una traidora, que estoy trabajando con el enemigo para que nos ataquen y acaben con esta tiranía y los sacrificios injustificados. El problema es que no se da cuenta de que yo también fui una víctima de Kevin, y que el peso de mis actos no me dejará dormir durante al menos algunos meses.

La presidenta vuelve a agarrar la taza de té, esta vez con las dos manos, y me observa detenidamente durante unos instantes.

— Hay una fortaleza que me preocupa más que una pared de piedra, y es esta — se incorpora para clavar su dedo índice en mi pecho — . Ese es mi mayor miedo señorita Bowen, que entren ahí, con sus pensamientos contaminados y que regresemos al principio. Un principio marcado por años de sumisión y de silencio.

Suena intranquila, como si de verdad se preocupase por las ciudadanas de Venia, como si cada uno de sus movimientos durante su trayectoria política estuviese basado en nuestra protección y no en su propio beneficio. Pero así empezó todo, ¿no? Estábamos en guerra, la gente moría de hambre y los culpables de nuestras desgracias eran ellos, los hombres que participaban en las batallas y destruían todo a su paso, así que le dimos la mano a la primera persona que nos ofreció un futuro prometedor, basado en la paz y en la tranquilidad. Esa es la verdadera Rosamund Dickens, la mujer que nos condujo a la armonía y felicidad tras las que se ocultaba el caos.

— ¿Has pensado en tu madre, y en tu hermana Lynn? — pregunta, sin andarse con más rodeos con los que pretender que es una buena mujer. Y el peso que tiene esa pregunta me corta la respiración, porque está a punto de mostrar su verdadero rostro — . Dos mujeres devotas y trabajadoras que viven en consonancia con el resto de la sociedad. ¿Qué culpa tienen ellas de tus actos de traición? ¿Qué pensará tu madre ahora que su hija ha acabado con el estilo de vida tan ideal que llevamos tantos años construyendo con el sudor de todas las mujeres que nos rodean?

Entonces pienso en mi madre, Brenda Bowen, la bibliotecaria con gafas picudas y sonrisa amable. La misma mujer que enamoró a mi padre con su mirada. Cada día iba a visitarla con la excusa de que estaba buscando algún libro que realmente no existía, para mantenerla ocupada y pasar más tiempo juntos. He oído esa historia miles de veces. Pero esa mujer ya no existe. Nos abandonó a la mañana siguiente de que se llevaran a mi padre y a mi hermano, para caer en las garras de la única figura que le podía aportar felicidad ahora que lo había perdido todo, Venus. Me pasé meses sin dirigirle la palabra porque se había rendido, lo estaba tirando todo por la borda a pesar de que aún tenía a sus dos hijas bajo su mismo techo, pero no era suficiente, no para ella. El problema es que, cuando decidí perdonarla, ya era demasiado tarde.

— ¿Por qué no lo dices de una vez por todas? Las dos sabemos cómo acaba esta conversación, no tiene sentido darle más vueltas.

Por un momento siento que tengo el control. Está asustada, se le nota en la forma con la que dirige sus ataques hacia mi familia; y desesperada, de lo contrario no se habría molestado en venir hasta aquí para embestirme con tantas preguntas sin sentido. Sé lo que quiere. Piensa que hay algo más oscuro escondido tras la muerte de Kevin, y si es así, yo no tengo la respuesta que busca.

La escena evoluciona demasiado rápida para ser consciente de todos los detalles; la presidenta se pone de pie y de un manotazo, lanza mi taza de té hasta la otra punta de la terraza.

— ¿Cómo consiguió burlar nuestro sistema de seguridad?

Su voz ya no suena tan tranquila y melodiosa como antes, al contrario, escupe cada una de las palabras con ira, y en un tono lo suficientemente alto como para llamar la atención de las dos vigilantes que hay en el otro extremo, que rápidamente rompen filas y se dirigen lentamente hacia nosotras.

— ¿Qué te dijo? ¿Cuáles son sus planes? — sigue preguntando en un tono furioso. Realmente está desesperada.

No contesto, y en su lugar, clavo mis pupilas inmóviles sobre las suyas, desafiante, como si tuviese la respuesta que busca recorriendo cada rincón de mi boca, pero yo no la dejase salir.

Logro mi propósito: hacerla perder el control, pues no duda en cruzarme la cara con el dorso de la mano sin pensárselo dos veces. Y ahí está, esa es la Rosamund Dickens que se oculta detrás de las cámaras, la insaciable mezquina que se esconde en su palacio de cristal, protegida por centenares de valquirias mientras nosotras morimos de hambre.

Me sujeto la mejilla con fuerza; duele, pero la satisfacción de verla en ese estado es suficiente regocijo para mis entrañas. Está a punto de repetir su hazaña, pero la esquivo, y cuando me abalanzo sobre ella, las dos vigilantes, que ya han alcanzado nuestra posición, me detienen.

— Y la Diosa dijo impuras son las mujeres que con sus vesanias intentan corromper los pensamientos devotos de las que las rodean — hace una pausa para coger aire — . ¡Lleváosla! Mañana al anochecer será sacrificada, por el amor de la Diosa, por el bien del nuevo mundo — sigue pregonando en voz alta.

Yo no digo nada, la observo esconderse la trenza detrás de la oreja mientras las dos vigilantes me llevan en volandas por el pasillo de piedra. Mis pies no tocan el suelo, y esta vez deben estar realmente enfadadas porque me agarran de los brazos con rudeza.

No hay arrepentimiento en mis actos sino calma y satisfacción. Le he plantado cara a la mujer que nos condenó cuando se hizo con el poder, he conseguido arrastrarla hasta el límite, hasta perder la compostura, y ha bastado con diez minutos de silencio para acabar con su imagen de mujer protectora con la que consiguió engañar a la sociedad.

Por otro lado, intento eludir el miedo que me atormenta porque en realidad es demasiado tarde, todo está perdido, pero no es fácil ahora que los niveles de adrenalina están cayendo en picado.

Me devuelven a la misma habitación blanca y vacía donde empezó todo. La puerta se cierra y otra vez estoy sola con mis pensamientos; con mi locura y mi miedo. Miedo a la muerte, al silencio, pero, sobre todo, a la oscuridad, la espantosa e infinita oscuridad que me espera al final de ese mar de rocas puntiagudas.

Consigo respirar aliviada cuando cae la primera lágrima; el nudo en la garganta me estaba asfixiando. Es un buen momento para llorar ahora que no están, ahora que no pueden ver mis debilidades. Y entonces pienso en la única persona que me ayudaba a sentirme protegida en los momentos más difíciles; mi padre. Me coge en brazos y me alza hasta el infinito. Casi puedo tocar las estrellas con la punta de los dedos.

Aquí soy libre de la aprensión, y cierro los ojos para que todo se vuelva más real, hasta que consigo sumergirme en el olvido.

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Primer libro de la futura saga inmortal. Compartid para recibir opiniones.