Capítulo 5

Saga Inmortal
SAGA INMORTAL
23 min readMar 19, 2020

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La noche comienza a colarse por las ventanas y a su paso, las habitaciones de La Sede se tiñen de diferentes tonos oscuros. Me duele la mano derecha, de cuando aquella valquiria me empujó contra mi celda y terminé en el suelo. Le he arrancado un volante al vestido y ahora lo llevo a modo de muñequera. No es muy efectivo, pero la presión de la tela es suficiente para distraerme del dolor.

No me he levantado del suelo desde que me encerraron la última vez, y supongo que aquí abajo el tiempo se mueve más despacio porque la noche tarda una eternidad en llegar. La luz de la luna que se cuela en la habitación tiene un brillo diferente, hoy todo parece diferente, y no solamente en mi celda, hasta la comida tenía un sabor más amargo que de costumbre. Después de terminar el manjar, me he lavado la cara y las manos con una toalla húmeda que venía con la bandeja. También me he recogido el pelo con ayuda de otro trozo de vestido. Puede que sea la primera vez que me acicalo un poco desde que me encerraron, y por un momento, siento que soy yo misma. No soy Lana, la impostora y condenada, cuyo final está tan cerca que empieza a ser real. Soy Lana, la chica desapercibida de V15 que se arregla todas las mañanas frente al espejo antes de ir a trabajar a las cosechas.

Clarence estará pensando que soy la estúpida Lana que se dejó engañar por el primer hombre que me dirigió la palabra, y eso me duele. Puede que sea la única opinión que me importe de verdad, y por desgracia no tendré tiempo de darle explicaciones. A lo mejor Clarence ya no vive en V15. Ella estaba a mi lado cuando moví aquel bloque de piedra tan pesado y jamás dijimos nada al respecto. A lo mejor ha escapado, con su hermana y su tía, aunque es posible que escabullirse por un pequeño hueco en la pared no sea la forma más idónea de escapar para una mujer de setenta años que va en silla de ruedas.

Entonces pienso en mi madre; ya estará preparando la cena. Es posible que mientras les quitaba el polvo a los botes de conserva se haya dado cuenta de lo que está pasando a su alrededor. Dentro de unas pocas horas ya no tendrá a nadie, la casa se quedará vacía y ya sólo estarán ella, sus oraciones y la imagen de una Diosa que no responde a sus plegarias. La noche del tiroteo, cuando Kevin se coló en la ciudad, la vi rezar de una forma diferente, estaba realmente asustada y estoy segura de que sus oraciones, por un momento, dejaron de apoyarse en su nueva religión y realmente buscaban la protección de nuestra casa y de sus hijas; o eso quiero pensar.

Dos valquirias entran en mi habitación sin previo aviso, y no se esperan en la puerta para que acuda a su llamada, no. La más grande se acerca hasta mi posición y me levanta de un brusco tirón del brazo. Mi mano se resiente, pero me muerdo el labio para evitar un grito. Cuando salimos al pasillo, la nueva Agnes me espera con su estúpido peine plateado y algunos productos de maquillaje en las manos. Ordena a las vigilantes que se detengan y empieza a embellecer mi rostro. El fuerte olor de los polvos que utiliza para las mejillas me obliga a estornudar, y el pintalabios de color carmín sabe a cera, pero no hay momento para quejarme. Sin pensárselo dos veces, me quita el lazo que me sujetaba la coleta y pasa el peine repetidas veces hasta que se vuelve a alisar por completo.

— ¡Mírate! — dice mientras me agarra con rudeza de las mejillas — . ¡Estás preciosa! — hasta me da la sensación de ver como una lágrima se le escapa por el lateral de la nariz hasta la comisura de sus labios.

Al parecer, tampoco hay tiempo para emociones porque las valquirias la apartan de un empujón y seguimos por nuestro camino. La nueva Agnes se queda atrás, secándose las lágrimas y estirando la camisa por la zona donde la han empujado y se va en la dirección contraria a la nuestra. Cruzamos dos largos pasillos con ventanas en el techo hasta llegar al hall principal. Una tercera valquiria nos abre la puerta de entrada y salimos a la plaza de la fuente. La ciudad está más apagada que de costumbre. No debe ser ni media noche y la mayoría de las antorchas están apagadas. Me conducen por un camino de tierra que hay en uno de los laterales de La Casa de Leyes. Cuando cruzamos la pradera, la escena cobra algo de claridad, a pesar de que está todo a oscuras; una larga fila de mujeres se dirige a los pies del Barranco de los Sacrificios. Allí nos esperarán y rezarán por nosotras y porque nuestra ofrenda a la Diosa se cumpla, no porque crean en ella, sino para que toda esta locura termine cuanto antes y así, tanto ellas como sus preciadas hijas, no sufran el mismo destino que nosotras.

El silencio me pone nerviosa. Aunque yo no las veo, debe haber otras cinco mujeres acercándose a su destino; Jane, Brooke y su madre, la verdadera Agnes y Lynn. La mirada compasiva de Lynn aparece como una imagen flotante en mi cabeza y duele, tanto, que me tengo que detener un segundo para recapacitar. La culpa, la asquerosa y retorcida culpa me ataca con tanta fuerza que no me deja respirar. Fui una ingenua al pensar que podía plantarle cara a la mujer más poderosa del país. Ella lo tenía todo bajo control, siempre lo tuvo, y yo fui una necia al pensar que podría ponerle fin a sus diez años de tiranía con un absurdo silencio. Entonces pienso en el estramonio con el que siempre he fantaseado que la iba a envenenar. Unas gotas en mi lengua y me desplomaría antes de llegar al final. El desenlace es el mismo, pero al menos no estaría consciente cuando empujasen a mi hermana por el acantilado.

Me muerdo el labio, para ignorar el dolor y cierro el puño, por impotencia. Últimamente es el único ritual que repito cuando las cosas no van bien.

A lo lejos empieza a desdibujarse una enorme ladera. Desde aquí se puede ver toda la ciudad, y en realidad, nada parece haber cambiado en mi ausencia. Las calles siguen infestadas por una densa niebla gris que nadie sabe muy bien si es una consecuencia meteorológica o que el aire está contaminado. Las fachadas de las viviendas tienen un tono grisáceo que las camufla entre la oscuridad de la noche. Algunas son de madera e inestables, otras consiguieron algunos ladrillos de otros edificios destruidos.

La noche nos persigue a medida que ascendemos por la colina que conduce al Barranco de los Sacrificios, y ya sólo me separan escasos metros de nuestro final, del precipicio que conduce a la eternidad. Nos encontramos con el resto de las elegidas a mitad de camino. El rostro de la señora Lewis, la madre de Brooke, tiene un tono mucho más pálido de lo habitual, como si acabase de ver un fantasma; el suyo propio, quizás. Brooke, en cambio, mantiene la misma mirada furtiva de siempre y me hace un gesto sigiloso con la cabeza cuando las alcanzamos. Jane ni si quiera me mira cuando llegamos y a la verdadera Agnes no puedo verle la cara, pero a juzgar por los moratones de los brazos, no ha debido ser una noche fácil. Todas ellas llevan un vestido blanco y tienen un aspecto muy refinado si comparas con un día normal de trabajo. A la que no veo es a Lynn, y eso me alivia tanto como me asusta.

Llegamos a una cornisa con un enorme marco construido con piedras. Allí nos esperan el resto de las mujeres, que, expectantes por el desenlace, han abandonado sus viviendas para contemplar nuestro acto de heroicidad. Distingo a Clarence entre la multitud, y a Maggie, la vigilante de mi zona de las cosechas. Pero esta noche no viste con su armadura habitual, la de hoy es especial; una gran coraza blanca con delicados destellos dorados le cubre el torso en forma de triángulo, ni si quiera lleva armas, ninguna de las vigilantes lleva. Hoy es un día sagrado y una vez que crucemos el umbral de piedra, no habrá vuelta atrás.

Todas nos detenemos antes de cruzar el arco de piedra, vigilantes y condenadas. Se escucha el grito ahogado de una mujer que se abre camino entre las demás. No logro verle el rostro hasta que alcanza la primera fila; es mi madre, y a juzgar por su aspecto se ha debido pasar todo el día en vela.

— ¡Esperad! — dice, desesperada — . Dejad que me despida — continua, y el rostro se le humedece con sus propias lágrimas.

La escena es tan dolorosa que me obligo a mirar al suelo, porque por un momento estoy viendo a mi madre, a la de verdad. Vuelve a ser aquella mujer que nos abandonó el día que se llevaron a mi padre. Está rota, por el dolor de sus hijas, y ya no le importan sus creencias ni la figura de una mujer que nunca vendrá a salvarnos. Su familia ha regresado al primer escalón de su lista de cosas importantes, y no la culpo porque haya sido tan tarde.

Las vigilantes que se encuentran entre la muchedumbre la frenan antes de poder alcanzarnos, nadie puede intervenir en el ritual divino. Será nuestro encuentro con la todopoderosa, y la seriedad es primordial en este intrépido acto por encontrar al vástago de nuestra Diosa. Porque los cimientos de La Armata son muy sencillos; ofrecemos nuestras vidas por la de la hija que la Diosa envió a La Tierra para protegerla de una vida de viles impurezas promovidas por Ellos, los culpables de las desgracias de la mujer. Y al saltar, nos comprometemos a que, si la deidad se oculta en nuestro interior, ésta nos protegerá de la caída y nos conducirá a la gloria y no a la muerte. Si no es así… el final tiene un pronóstico asegurado, pero habrá sido una ofrenda para alcanzar un mundo mejor.

Brenda Bowen consigue deshacerse de las vigilantes que la sujetan de los brazos y se abre paso a empujones hasta nuestra posición. Lo primero que hace cuando nos alcanza, es rodearme entre sus brazos. El suspiro que se me escapa es un alivio, como si llevase años ahí dentro, reprimido, en busca de una salida que no podía alcanzar. El peso que tenía el odio desaparece y ya solo estamos mi madre y yo, juntas en este desenlace fatal, pero todo eso ya no importa. La muerte también ha pasado a un segundo plano cuando nos hemos fundido en este reconfortante abrazo. Entonces me acuerdo de la noche de los autobuses, y de aquel interminable y doloroso abrazo que nunca llegaba a su fin, pero que jamás se repitió.

Consiguen arrancarle las manos de mi vestido blanco; después de todo, sus manos no están purificadas para el encuentro. No hay violencia en su forma de separarla, le dan un leve empujón en la dirección contraria y esperan a que se vuelva a esconder entre las mujeres. Cuando ya está de espaldas, se vuelve a girar y se abalanza contra una de las valquirias, la que me tiene sujeta por las manos.

— ¡Corre! — dice con ímpetu mientras me mira directamente a los ojos — . ¡Huye! — insiste.

La valquiria me oculta tras su espalda y le planta cara a mi madre. Le da un brusco empujón por la zona de los hombros que la derriba contra el suelo, pero enseguida vuelve a apoyar las manos sobre la tierra sagrada y alza la mirada. Rabia, dolor, ya no hay tristeza en su rostro, sólo rencor. Se pone de pie y se lanza con todas sus fuerzas contra la coraza de la vigilante. El estruendo metálico se hace cada vez más notable. Forcejean, pero a la valquiria no le cuesta deshacerse de ella y la vuelve a lanzar contra el suelo.

Todavía no se ha dado por vencida y vuelve a la carga. Mira a su alrededor en busca de respuestas, pero en el fondo sabe que ninguna mujer arriesgaría su vida por un acto tan estúpido que no conducirá a ninguna parte. Cierra el puño sobre el suelo para intentar agarrar lo que haya a su paso, y lanza un puñado de piedras diminutas contra su rival. Ésta ni se inmuta y le da una orden a las vigilantes de coraza blanca para que la detengan, pero Brenda es más rápida y se vuelve a abalanzar contra la valquiria que atenta contra la vida de su hija. Le propicia duros golpes sobre la coraza hasta que la vigilante responde, la agarra de forma brusca del vestido, y la levanta el peso. Sin esfuerzo, como si el peso de mi madre fuese el mismo que el de una pluma, pero no le hace nada. Después de todo, no es más que una mujer inofensiva preocupada por su familia. Además, las vigilantes están acostumbradas a estos alborotos cada vez que deciden sacrificar a una chica joven. La vuelve a soltar, y ante la insistencia de mi madre, decide alzar la mano y le propicia un duro golpe en la nariz, y no necesita nada más, porque rápidamente cae de espaldas e inconsciente contra el suelo.

Mi hermana y otras dos vigilantes de coraza blanca aparecen en la distancia y por un momento me alegro de que no haya presenciado esta dura escena. Un grupo de mujeres agarra el cuerpo dormido de mi madre y enseguida se pierden al mezclarse entre la marabunta. Cuando se despierte, todo habrá terminado.

El aspecto de Lynn también ha cambiado y ahora parece una mujer todavía más pura que cuando sucumbió a La Gran Reforma. Los diferentes tonos blancos del vestido resaltan aún más su inocencia, como si de repente volviese a ser esa niña de rizos dorados que soñaba con ser veterinaria. Cuando llega tampoco me mira, no lo ha hecho desde que Kevin me señaló con el dedo, ni si quiera puedo asegurar que, si de verdad hubiese una oportunidad de fuga, ella escaparía con nosotras.

Una de las vigilantes que acompaña a Lynn alza la mano cuando llegan hasta nosotras para pedir un silencio que tarda unos segundos en alcanzarse. Entonces se lleva dos manos alrededor de la boca para que el eco de su voz sea aún mayor:

— ¡Hermanas de sangre azul! — vocifera — . Al cruzar este umbral, entraremos en terreno sagrado — continua — . Y aunque a partir de aquí no nos podáis acompañar, estoy segura de que vuestras palabras, apoyadas en la imagen de nuestra Diosa, irán con nosotras en todo momento. Que la luz nos purifique y nos acompañe siempre, para evitar que las oscuras sombras, las tenebrosas y peligrosas sombras, se libren de nosotras — hace una breve pausa para tragar algo de saliva — . Estamos aquí por un motivo, nunca lo olvidéis.

El público responde: «Venus es gloria, Venus es poder, Venus es libertad». La valquiria que ya ha terminado su discurso se despide de sus hermanas de coraza blanca. No porque ella también vaya a saltar, pero nadie sabe que puede ocurrir si se cumple la palabra de la Diosa, incluso le veo las manos temblorosas por el rabillo del ojo cuando abraza a otra vigilante.

— Estas mujeres van a servir de ofrenda para que podamos cumplir nuestro propósito. Y ahora, mientras nos alejamos, no quiero que las miréis con tristeza, ni con odio, ellas son vuestras salvadoras, ellas nos ayudarán a alcanzar de una vez por todas el nuevo mundo — su voz suena demasiado autoritaria como para ignorarla y sus compañeras, así como las mujeres que han acudido a nuestra despedida, obedecen sin replicar.

Pasamos por debajo del arco de piedras y continuamos con nuestro ascenso hasta el final de la colina. Las mujeres que dejamos atrás se van haciendo cada vez más pequeñas en la distancia, y entre ellas, se encuentra mi madre con la nariz destrozada. Fue una despedida dolorosa, pero al menos tuvimos una. Y al final, la mujer que llevaba años encerrada en su interior consiguió escapar para volver a luchar por la normalidad de las cosas. Nunca le dijo adiós a Lynn, pero supongo que habría sido peor, porque ella es su pequeña, y estoy segura de que lo habría intentado con tanta ansia, que seguramente se convertiría en una nueva condenada. Es mejor así.

Llegamos a la última explanada y el suelo es igual de corriente que a lo largo de toda la ladera. Nunca había estado aquí, ni si quiera antes de que se instaurara La Gran Reforma. Tampoco sé muy bien lo que esperaba de este lugar; un suelo brillante quizás, o la imagen de algún ente poderoso que nos coronase con su grandeza, pero no, el suelo está desierto, de no ser por los zapatos acumulados y bien ordenados en uno de los extremos. Entonces, un fuerte sentimiento doloroso impacta de lleno contra mi corazón y siento que me cuesta respirar. Lo acompaña un nudo en la garganta y una fuerte sensación de angustia. Son los zapatos de todas las mujeres que un día estuvieron aquí, como nosotras, pero que se esfumaron como lo hace una cálida brisa de verano. Mis oídos se embotan con sus gritos y por un instante, puedo sentir la pureza de este sitio, y no está apoyado en la religión, es mucho más fuerte que eso. Es el recuerdo de las valientes que saltaron para abandonar este despiadado mundo en busca de una redención que nunca llegaba.

Seguimos caminando hasta detenernos a escasos metros del precipicio. El rostro de mis acompañantes también ha cambiado, supongo que la imagen de los zapatos es dolorosa para todas ellas y por un momento temo porque, si de verdad hay un plan de fuga, éste haya sido aplastado por el miedo y la congoja de la realidad de un final inminente.

— Oh, Diosa Venus — comienza su discurso — . Tú, que eres el arcoíris que nos conducirá a la eterna gloria, escucha nuestras plegarias una vez más, pues hemos preparado esta nueva ofrenda como acto de honradez, por tu sabiduría y tu protección en este desalmado mundo — hace una pausa para coger aire — . Continuamos con tu propósito que ahora es nuestro, con tu tristeza que ahora compartimos y con tu amor, que siempre ha sido eterno — continúa recitando — . Eterno como la hija que un día fue arrancada de tu regazo, la inmortal, la que traerá justicia y paz a este mundo de salvajes. Oh, Diosa Venus — repite de nuevo, pero yo dejo de escucharla y miro a mi alrededor.

Lynn está temblando, con el rostro desencajado y la mirada perdida. La tristeza ha inundado su rostro, pero no está llorando, aún no. Está recitando algo en voz baja porque la observo mover los labios con sigilo. Y por un momento, me gustaría escucharla, necesito saber si sus palabras a la todopoderosa son una ofrenda de su cuerpo para alcanzar la eternidad o si está desesperada en busca de clemencia para que la valquiria se apiade de su sufrimiento y la deje volver a su puesto de primeros auxilios.

— Venus es gloria, Venus es poder, Venus es libertad — concluye con su verborrea de palabras sin sentido.

Entonces miro a Brooke, pero no responde, está distraída mirando los zapatos de las mujeres que yacen bajo nuestros pies, como si los estuviese contando, para ignorar la realidad que la rodea, supongo. Nos quedamos en silencio, pero no parece que vaya a durar mucho tiempo. La valquiria comienza a caminar en dirección al precipicio y a escasos centímetros del vértice, se detiene, se da la vuelva y nos atraviesa con una feroz sonrisa. Tiene el pelo de color ceniza, y recogido hacia atrás con una coleta alta. Su impecable armadura brilla aún más bajo el destello de la luna, y le cubre todo el torso hasta la rodilla. No debe ser una indumentaria incómoda, pero eso no importa. Está aquí para condenarnos y no me molestaría que el propio peso de su coraza la hiciese perder el equilibrio y perecer por el profundo acantilado

— Agnes Bennet — dice, y la explanada se apaga por completo. Como si el cielo nos estuviese escuchando y hubiese posado una nube delante de cada astro. Es el fin.

Mi estilista no duda en caminar hacia la vigilante, son pasos cortos y temblorosos, pero firmes. No se detiene ni un instante para recapacitar que su muerte está a unos pocos metros de distancia, como si tuviese asumido que ayer era una mujer de clase alta en La Sede para ahora ser una traidora más a nuestras creencias. Me preocupa no sentir lástima por ella, ya no. Agnes también formaba parte del equipo que se encarga de organizar estos sacrificios que sólo se apoyan en un puñado de mentiras para eliminar a las más débiles, así que supongo que este es su merecido. El único ápice de justicia que podemos esperar de este presuntuoso nuevo mundo.

La vigilante agarra por los hombros a Agnes y cierra los ojos para recitar unas palabras que sólo ellas dos pueden escuchar. A la mujer que está a punto de recibir su castigo; o su bendición, depende desde donde lo mires; se le escapan unas cuantas lágrimas mientras se quita los zapatos. La valquiria la gira sobre sus pies y la aproxima a la orilla del acantilado, entonces Agnes da unos paso hacia atrás, por inercia supongo, pero enseguida reanuda la marcha hasta quedar flotando en la punta, con la mitad de los pies sin apoyar en el suelo mientras la vigilante la sujeta por la espalda.

— Venus es gloria, Venus es poder, Venus es libertad — dice Agnes antes de saltar.

Todas desviamos la mirada a la vez, aunque desde nuestra posición no se ve nada, pero la situación es demasiado inestable para cualquier persona con algo de cordura. Entonces siento un profundo odio hacia la valquiria que se encarga de tirarnos, ella es una de las peores reclutas de La Gran Reforma. Su forma de pensar, y como ella, la de otras mujeres, fueron las verdaderas responsables de esta destrucción. En realidad, no es más que una mujer sin sentimientos que aceptó estas nuevas condiciones en busca de algo de poder con el que sentirse lo suficientemente útil a pesar de las represalias. Ella es culpable de la mayoría de los zapatos que hoy nos rodean, y no parará hasta alcanzar la eterna gloria, con un resquicio de certeza de que es posible que nunca llegue.

Cuando la vigilante dice el nombre de Brooke Lewis, su madre se desploma sobre el suelo sagrado, de rodillas y empieza a llorar. No se queja ni grita desesperada como anteriormente lo había hecho mi madre. Se ha rendido, sabe que nos encontramos en un callejón sin salida y que por más que nos resistamos, la historia tendrá el mismo final. Antes de empezar a caminar hacia la valquiria, Brooke se da la vuelta, y con el ceño fruncido y la mirada seria, clava sus pupilas negras en las mías, y siento como si por un segundo, pudiese ver lo que hay en mi interior. Es una mirada furtiva, la misma que me dirigió la noche de la última cena.

— No voy a saltar — dice, casi susurrando. Y sus palabras son como el batir de las alas de un pájaro que se escapa de su jaula. Son una seña de libertad que hasta ahora estaba extinguida pero que ha regresado con la suficiente vitalidad con la que acabar con mi pesimismo.

Aligera la marcha en dirección a la vigilante, quien le responde con una sonrisa por su imprevista vitalidad por cumplir la palabra de la Diosa. Está corriendo hacia la valquiria, a pesar de que la meta es la muerte; una carrera que nadie quiere ganar, pero a ella no parece importarle. Y a escasos metros del extremo de la colina, la vigilante la frena en seco antes de saltar, y con la suficiente fuerza, la lanza contra el suelo en la dirección opuesta; hay un protocolo que debemos respetar. Pero Brooke no tarda en ponerse de nuevo en pie, se vuelve a acercar a ella, y, tras apoyar las manos en su coraza de metal, la empuja al vacío; segunda saltadora.

La imagen se congela, todo nuestro alrededor lo hace. Mis ojos no dan crédito y mi cuerpo siente un fuerte relámpago desde los pies hasta la nuca; es la adrenalina que empieza a consumirme por dentro, y por un momento, tengo la sensación de haber perdido el control total de mi cuerpo. El pulso se me acelera, a pesar de que estoy quieta, inmóvil frente a lo que acaba de ocurrir, pero no hay tiempo que perder.

Me dirijo a la señora Lewis, que aún estaba mirando al suelo, llorando por la que ya debía ser la pérdida de su hija. Estoy segura de que no se ha dado cuenta de lo que acaba de ocurrir.

— Levanta — le digo con energía.

— Pero — contesta, y cuando alza la mirada se vuelve a encontrar con Brooke, y para ella es como si hubiese conseguido volver de la caída del acantilado. Los ojos le brillan y aunque se queda unos segundos en silencio, se levanta del suelo rápidamente y corre a abrazarla.

Jane es la única que ha sido consciente de la escena, y también corre para alertar a Lynn de que ha llegado el momento de marcharnos. En el fondo se lo agradezco, no estoy segura de las palabras que habría utilizado para alentar a mi propia hermana para que se dirija a este final diferente, cuya existencia era imprevista en su cabeza.

Las valquirias que nos observan desde los pies del acantilado no tardarán en darse cuenta y acudirán a nuestra huida, pero jugamos con la ventaja de que no van armadas.

Me quedo un rato de pie, pensando. Tenemos que huir, dirección: ninguna, o todas; habrá que improvisar. Miro a mi alrededor en busca de una respuesta que ninguna de las otras fugitivas tiene, hasta que doy con la salida. Uno de los extremos de la montaña tiene una pendiente menos pronunciada y tampoco hay tiempo para pensarlo dos veces.

— Por aquí — digo con impaciencia mientras me dirijo al terreno llano.

El camino es muy irregular; suelo resbaladizo, con rocas de pequeño tamaño y varios hierbajos secos que pisamos a nuestro paso. Bajamos a toda prisa. Brooke se pone en cabeza, como si hubiese una corredora oculta en su interior que estaba desesperada por salir. Yo me encargo de su madre, que me agarra con fuerza mientras descendemos por la colina, y no sé muy bien si es porque tiene miedo a caerse o por la situación en general. Jane acompaña a mi hermana a escasos metros de mi posición, le pasa el brazo por detrás del cuello y juntas, bajan lo más rápido que pueden. Ninguna dice nada, y sólo se escucha el aleteo de nuestra respiración entrecortada.

— A la izquierda — indica Brooke — . Por los tejados.

La campana de la plaza empieza a sonar en armonía con cada uno de nuestros movimientos, y a pesar de lo que significa, no nos detenemos. Emite un ruido más sonoro y repetitivo de lo habitual; es el sonido de la condena. Saltamos a los tejados de la zona baja como próximo destino. El espacio que hay entre casa y casa es minúsculo, lo que de verdad me preocupa es la estabilidad de las tejas para soportar el peso de cinco mujeres que huyen despavoridas de una muerte inminente.

Dejamos atrás La Casa de Leyes y el puesto de salvamento, y decidimos pisar tierra firme cuando en la distancia, aparecen un grupo de valquirias armadas con arcos y lanzas. Hora de abandonar las alturas, nos han descubierto. Me lanzo sobre un montón de heno que hay en el patio trasero de una de las casas, y ayudo a la señora Lewis a seguir mis pasos, y entre las dos ayudamos a Jane a bajar.

— ¡Se escapan! — grita una voz que no consigo saber de dónde viene.

Se escucha el impacto de algunas flechas sobre la madera de las casas de nuestro alrededor; ya están cerca. Decidimos adentrarnos en un estrecho camino que hay a la espalda del Quebrantahuesos. Estaremos a salvo mientras permanezcamos ocultas, así que nos detenemos unos instantes para coger un poco de aire.

— Lana — dice Brooke mientras respira, exhausta — . Tú diriges.

Me paro a pensar. Por un momento no sé dónde estoy ni a que distancia estamos de las cosechas, me falta el aire, y la oscuridad dificulta aún más el tránsito. A eso hay que sumarle el miedo a que una de esas puntiagudas flechas impacte contra alguna de nosotras. Salimos al patio principal del Quebrantahuesos, y le pierdo el rastro a Jane, quien se mete en una de las habitaciones de su local. Enseguida aparece con una bolsa de tela, llena de comida supongo, como si ya hubiese vivido este escenario en su cabeza y en todo momento supiese lo que iba a ocurrir.

Piensa, Lana, piensa.

Me adentro en la frondosidad del bosque, la niebla es demasiado espesa para aligerar el paso. Nos separamos en dos grupos. Jane y yo giramos a la izquierda del tronco más grande del bosque; mientras que la señora Lewis, Brooke y mi hermana siguen por la pendiente que se dirige directamente al muro. Puede que sea una estrategia absurda, pero si alguna de las vigilantes nos ve escapar por el bloque abierto del muro, no dudarán en posicionarse cerca de él para taponar nuestra única oportunidad, así que un grupo distrae mientras el otro escapa.

Nos escondemos detrás de un montón de tierra porque me ha parecido escuchar algo en la distancia, apesta a residuos radioactivos, pero no llevo mi mascarilla de tela para evitarlos. Si se tratase de un día normal y no estuviésemos en busca y captura mientras la campana de la plaza embota nuestros oídos, diría que se trata de Maggie, la vigilante de mi zona de las cosechas, pero puede que haya más de una valquiria a nuestro alrededor, así que será mejor ocultarse hasta que pasen de largo.

Reanudamos la marcha cuando un grupo de al menos tres vigilantes pasa a escasos centímetros de nuestra posición, pero la niebla está siendo la principal protagonista de nuestra huida. Pasamos por al lado del puesto de trabajo de Michaela, lo sé porque en el muro hay una pintada de un dragón batiendo las alas, que fue el motivo de su condena. Eso significa que hay pocos hoyos que nos separen de la zona de trabajo de mi madre y, por lo tanto, de la mía, que es donde se encuentra la salida.

— ¡Por aquí! — dice una mujer a nuestra espalda — . ¡En la zona de las cosechas!

Decido desviarme a la derecha cuando una lluvia de flechas impacta a nuestro alrededor. Jane suelta un pequeño grito, ahogado y vacío, porque enseguida se muerde la mano con fuerza. Me doy la vuelta mientras corremos, pero solo consigo ver un pequeño rastro de sangre que cae desde su pierna; le han dado, sin embargo, no ha disminuido su marcha. Me detengo unos instantes, pero rechaza mi ayuda de un manotazo, e incluso me echa delante, y entonces puedo ver una pequeña herida en la pierna y… me veo obligada a cerrar los ojos con fuerza. Una larga flecha puntiaguda le ha atravesado el costado, pero ella sigue a su ritmo mientras se aprieta con fuerza el agujero de entrada.

Llegamos a mi zona del muro, el bloque de piedra ya no está y ni si quiera lo veo por el suelo a este lado. Mi cabeza se inunda con un único pensamiento: es una trampa. Es posible que al otro lado haya una panda de valquirias con los arcos cargados y apuntando a nuestros cuerpos, pero si hemos llegado hasta aquí, será cuestión de comprobarlo.

Jane se resiente con la herida y yo la ayudo a quebrar parte de la flecha que atraviesa su abdomen, para poder escapar por el hueco. Me asomo por la pequeña ventana y ahí fuera todo sigue en silencio, no hay mujeres esperándonos por sorpresa, ni hombres en busca de venganza por la muerte de Kevin. Jane me aparta de un empujón y la ayudo a escalar hasta que su cuerpo se cuela a través de la cavidad en la pared. Parece más grande mientras ella lo atraviesa, y grita, despavorida, por el dolor. La flecha se ha debido de mover mientras se deslizaba por el pequeño hueco. No tarda en cruzar al otro lado, y yo mucho menos en treparlo de un salto e impulsarme con la pared de la salida para acabar de cabeza en el suelo. El impacto es doloroso, pero no hay tiempo para eso. Ayudo a Jane a incorporarse y corremos sin un rumbo definido.

— Por aquí — dice la voz de Lynn, y por unos instantes, respiro aliviada. No creía que lo conseguirían, ni si quiera estaba segura de que estuviese dispuesta a escapar. Después de todo, si dejar colarse a un hombre en la ciudad fue un sacrilegio para las mujeres, intentar huir del país que adora al personaje principal de sus creencias debe ser una profanación de todo su recorrido en los últimos diez años.

Brooke está en el suelo, con los brazos cruzados alrededor de las piernas y la cabeza agachada. No puedo dejar de mirar al muro con miedo a que, de un momento a otro, una bandada de valquirias utilice la misma vía de escape para alcanzarnos. Insisto en que debemos seguir corriendo, pero sólo Lynn y Jane obedecen, a Brooke le cuesta reaccionar. Entonces me doy cuenta de algo; su madre no está, y ni si quiera me atrevo a preguntar, así que la agarro del brazo a la fuerza y seguimos corriendo sobre la infinita oscuridad de un terreno olvidado.

El plan era perfecto; una grieta en el muro que nadie conocía, unas vigilantes desarmadas que nos darían algo de ventaja. Todo tenía que salir bien porque, aunque no nos habíamos detenido a pensarlo, cualquier improvisto que pudiese surgir durante la marcha, buscaríamos cualquier forma de esquivarlo. Cualquier alternativa era mejor que un destino que ya tenía escrito su final. Pero por desgracia, pasamos algo por alto: las vigilantes tienen armas y nosotras, una diana dibujada en la espalda.

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Saga Inmortal
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