Tabaco y ron

Manuel Páucar González
Scrambled Eggs
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3 min readJan 12, 2015

Me apasiona el tabaco. Una vez, pasé un año y medio sin fumar por quién sabe qué miedos hacia mi salud. Cuando me dije a mí mismo que me gusta entabacar mi vida, volví a encender mis cigarrillos, con esta epifanía de buen sibarita.

Mi afición por el tabaco viene desde jovencito, cuando descubrí el vicio de fumar que aún no consideraba como placer. Quise mostrarme recorrido y de mundo, así que buscaba conseguirme las marcas más rebuscadas de la época. Compraba Chesterfields, distintas tonalidades de Camels, Gitanes, Romeo y Julietas, John Player Specials, entre otras opciones que no eran Marlboro o Lucky Strike.

También aprendí lo que es emborracharse en un parque, en torno a botellas mezcladas de ron barato con Coca-Cola. Muchos de mis amigos aún conservan ese agrio recuerdo de ebriedades memorablemente infames, y prefieren no beber ron. No es sorpresa tales asociaciones adversas de resacas malsanas con licores de dudoso origen.

No obstante, con el tiempo aprendí a saborear de estos elementos hasta lograr pulirles el placer en sí mismos. En el Caribe aprendí sobre el ron artesanal, que se vende ilegalmente, y que alegremente se le conoce en Puerto Rico como pitorro. Supe que el ron añejo hay que tomarlo con hielo y una rodaja de limón. Comprendí que en las noches tropicales, no hay nada mejor que ese sabor amelazado del aguardiente más romántico del mundo.

De delicias en delicias, me enamoré con el ron del Barrilito, con el famoso Brugal dominicano (gracias a un barril que me regaló una fenomenal colega mía), y canté rolas de UB40 con Captain Morgan. Puedo no quejarme.

Respecto al tabaco, me gusta en todas sus variantes. Una cajetilla de cigarrillos suele durarme una semana bien disfrutada, e intento buscar aquellos de tabaco negro.

Amo los habanos. En Jacksonville tuve la oportunidad de hacerme asiduo del Aromas, un cigar bar bellísimo donde me di el intenso gusto de familiarizarme con los Montecristos, los Fuentes, los Montesinos, los Davidoff, entre tantos otros. Me sentaba noches interdiarias a beber cervezas del mundo, y encender la opción del día. Jamás disfruté un Montecristo IX tanto como en esas discusiones nocturnas con mis compañeros de barra, estudiantes de leyes, acerca de libros, mujeres, arte, mujeres, licores y mujeres.

Aparte de todo aquello, me gusta fumar pipa. Aprendí a fumarla de adolescente, con aquella pretensión que me dio el quererme mostrar bohemio y bien Hemingway. Lo único que logré fue verme chistoso y ridiculizable en una sociedad limeña intolerante. Decidí meterme la pipa en el bolsillo. Aprendí a fumarla sólo cuando escribo, o cuando leo. Conocí que de todos los tabacos, me gusta más el Cavendish que el Burley, o el Amphora. Cada vez que cae en mis manos algún paquete de cortes de Theodorus Niemeyer, mi felicidad no conoce de límites. El placer de los tabacos saborizados endulzan mi camino literario de una manera cálida y hogareña. A las letras siempre regreso; y al tabaco también.

Hay noches en las cuales me siento con ganas de evocar todo este trayecto impregnado del descubrimiento de mis placeres. Por eso enciendo mi tabaco y echo ron añejo encima del hielo durante alguna melodía de Dave Brubeck, por ejemplo. Saborear aquellas sencillas maravillas son para mí, el umbral a los sentidos que se irán abriendo para acunar la felicidad del alma en una nocturnidad sosegada.

Así de simple me agrada vivir.

Originally published at eggscrambler.blogspot.com on August 25, 2010.

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Manuel Páucar González
Scrambled Eggs

En este camino de ida, voy empecinadamente de a pie. Siempre termino recalando en estaciones intermedias. Ahí descanso, me tomo una cerveza; escribo.