El dolor persistente en mujeres jóvenes

Conocí a Caridad hace muchos años, cuando empezó a trabajar con nosotros. Era difícil no quererla, decir que era alegre es quedarse corto, era decidida, era resuelta y era imposible pasar cinco minutos a su lado sin sonreír. Por eso ha sido muy extraño velar su agonía, no podíamos dejar de llorar mientras ella trataba de continuar respirando.

Caridad estaba inconsciente y su compañera, apoyada sobre la barandilla de la cama, le susurraba al oído que se quedara, que peleara. Marlen era su contrapunto, seria, tímida y formal. Cuando las conocí se presentaron como hermanas, de la misma madre pero de distinto padre, ya tú sabe, decía Caridad con alegría, en Cuba todas tenemos madre.

El tercer día en el hospital se atascó con una flema y a partir de ese momento Marlen tuvo que avisar a la enferma tres veces más, no era capaz de usar el botón, salía al pasillo y la llamaba: Marta, Marta corre por favor. Las dificultades de Caridad para cumplir la solicitud de Marlen eran cada vez más evidentes hasta que finalmente, de madrugada, Marlen le dijo que si no podía más, que se marchara, que ya había cumplido y diez minutos después, suavemente Caridad dejó de respirar. Marlen nos lo contaba en el tanatorio muy apenada, lamentando no habérselo dicho antes, sentía que por egoísmo le había infringido cuatro días más de sufrimiento a su compañera. Creo que es la historia de amor más rotunda que nunca he oído, está llena de respeto, de generosidad, de lealtad y de cariño.

Yo también lamentaba algo, dejó de trabajar con nosotros en el año 2010 y después de aquello nos veíamos de vez en cuando. Un par de comidas al año en casa, algún cine, hasta el día que llamó para decir que tenía cáncer en fase III y que la iban a operar en unos días. Por lo visto, en los últimos dos años, había ido al médico numerosas veces quejándose de dolor en el vientre y un par de ellas a urgencias, fue en la última de ellas cuando se lo diagnosticaron. Nunca nos dijo nada del dolor ni de las visitas al médico.

Para mi ese dolor tiene significado, una vecina de mis padres, un poco más joven que yo, estuvo año y medio quejándose de dolor en el vientre hasta que un cáncer se la llevó. Años después, cuando un familiar sufrió un aborto expontáneo, la compañera de habitación era una chica de 21 que a gritos le hacía saber al mundo que se estuvo quejando tres años de un dolor en la cadera que resultó ser un cáncer de útero, culpaba a su madre de no haber hecho más y la pobre mujer decía a todo el que quería escucharla que la llevó al médico muchas veces, pero que el médico decía que no era nada.

Una ecografía privada cuesta 80€ lo sé porque, desde hace veinte años, cada vez que oigo a una mujer de mi entorno quejarse de dolor persistente en el vientre hago todo lo que está en mi mano para que se haga una. No soy médico, simplemente aplico una vieja regla de la gestión de riesgos: si las consecuencias son muy graves, aunque la probabilidad sea muy baja es necesario tomar medidas.

Sé que no tendría que escribir cuando estoy afectado por un suceso grave, incluir un riesgo en nuestro panel requiere de un estudio formal y es probable que tardemos algo más de un año en poder justificar su inclusión, pero siento la necesidad de adelantarlo en este artículo que será publicado en nuestro blog de autoprotección familiar. Sepa que esta es mi opinión personal:

Creo que el riesgo de que una enfermedad grave, cuyo síntoma principal es dolor en la zona ventral, no sea correctamente diagnosticada es relevante en el caso de las mujeres jóvenes. Y hago una recomendación fuerte para que como mínimo se busque una segunda opinión que incluya diagnóstico por imagen.

Descansa en paz Caridad, este artículo es por ti.

Jesús Belenguer dirige el equipo que diseñó e implanta el Protocolo Mercurio que es el sistema de gestión de la seguridad personal durante el desplazamiento internacional de trabajadores con mayor implantación en las empresas españolas. Comparte sus ideas en Medium desde abril de 2015.