Una, nadie y cien mil

Amarela
Seja monstra
Published in
8 min readSep 25, 2018

No hace mucho tiempo, habíamos experimentado una Internet que posibilitaba el ejercicio de múltiples identidades. Un espacio donde podíamos crear diferentes experiencias del sí y probar ser otra persona. Era habitual, por ejemplo, que una persona tuviera un blog para hablar de gastronomía, y otro para hablar de pornografía, con nombre y personalidades diferentes, y también conectados a grupos y amistades diferentes. Así como también era habitual mantener blogs con identidades e historias ficticias, más cercanas al heteronimato. Internet, sin embargo, has cambiado. Y con eso, la manera como la que nosotros performamos nuestras identidades también ha cambiado.

Empresas han decidido que la recolección y análisis de nuestros datos era un buen modelo de negocios. Con eso, cambiamos nuestra privacidad y los servicios que nos posibilitaban el anonimato, el seudonimato y la experimentación de múltiples identidades por servicios que demandan una identidad única, vinculada a nuestro “nombre real”.

La “política del nombre real” de Facebook, por ejemplo, nos ha llevado a utilizar un único perfil para conectarse e interactuar de manera estandarizada (a través de posts, comentarios, “me gusta”) con personas de los más variados círculos: familia, amigues, activismo, trabajo. Pero somos personas diferentes en cada uno de esos círculos, con afectos, posturas y tonos de habla diferentes. Nadie es el mismo: somos vastas, contenemos multitudes. Somos transidentidades, somos no-binaries. Las políticas de las redes sociales nos encierra en seres únicos, no logran dar cuenta de nuestra diversidad. Ellas existen para que nos puedan medir, cuantificar, perfilar, monitorizar, estandarizar, vender.

Facebook prohíbe a los usuarios usar números, signos de puntuación, palabras o expresiones, títulos y caracteres de otros idiomas en sus nombres. La plataforma también requiere que el nombre sea el que se muestra en la identificación del usuario y, en el caso de los apodos, sea “una variación de su nombre real”. En algunos casos, la empresa solicita a los usuarios que envíen una copia de su identificación para verificación. Aunque en 2015 tengan relajado algunas reglas después de la presión de las personas transgénero y drag queens en Estados Unidos, el sistema continúa penalizando las transidentidades, artistas, indígenas y aquellos que tienen que ocultar sus nombres por razones de seguridad.

Este cambio en la manera con la que usamos Internet y los servicios en línea afecta a diversos aspectos de la vida hoy, como nuestra seguridad y privacidad, y la forma con la que ejercitamos nuestras identidades y subjetividades.

Experimentar tener más de un perfil en redes sociales, y performar diferentes identidades en cada uno de ellos, puede ser una táctica de defensa y resistencia. Eso nos dá más autonomía sobre nuestra privacidad y nuestro poder de decidir como y con quien vamos a compartir nuestras informaciones e ideas. Mantener perfiles diferentes para interactuar con la familia, las amistades y las personas del trabajo puede ser interesante, por ejemplo, para que podamos elegir cuando y para quien queremos salir del closet, evitando represiones y exposiciones. Para los que tienen una actuación política y activista en las redes, tener diferentes perfiles es aún más recomendado. Utilizar un perfil más privado, para personas más cercanas, y otro para una actuación política en la red, como para hacer denuncias y administrar páginas, puede impedir que trolls y grupos conservadores tengan acceso a su intimidad y a sus datos personales, evitando o disminuyendo el impacto de ataques, amenazas y discurso de odio. Es un camino laborioso, más difícil, pero que permite dar visibilidad a nuestras ideas sin exponer informaciones que no deseamos hacer públicas sobre nuestra vida .

Para nosotros LGBTQIA+, las múltiples identidades no tienen valor solamente como táctica de defensa. La experimentación con ellas es todavía más potente: sobrepasa cuestiones de seguridad y tiene impactos en la manera de experimentar la vida. Ejercitamos la multiplicidad de nuestras facetas identitarias todos los días. Performamos y somos leídas de diferentes maneras conforme los contextos en los que interactuamos: en familia soy una persona diferente de la que soy en espacios de trabajo, por ejemplo. Estar atenta a eso y disfrutar de las posibilidades de ser varias es un ejercicio que amplía los discursos posibles, y nos permite una abertura para ser lo que queremos ser, para transformarnos, para dar movimiento a la vida.

Ser una, nadie, y cien mil. Ser otra. Es un ejercicio contenido en las propias vivencias LGBTQIA+, con sus transidentidades, con sus transformaciones, y con los dolores de salir o quedarse en el closet. Transformarlos en una forma de resistencia es sobrepasar los conflictos entre visibilidad y privacidad: es un lugar de potencia anticapitalista y anti-hegemónica. ¡Experimentemos!

Yo soy otra

Identidad Seudónima

Hay varias razones para que alguien desee usar un seudónimo en lugar de lo que se ha registrado en su tarjeta de identidad. Puede ser una forma de proteger su identidad, como hizo Machado de Assis, por ejemplo, que criticaba a agricultores esclavistas en la sesión Bons Dias (Buenos Días) del periódico Gazeta de Noticias (Gaceta de Noticias) bajo el seudónimo de Boa Noite (Buenas Noches). O como hicieron varios activistas durante la dictadura en Brasil, que asumieron seudónimos para preservar sus vidas personales y de sus familias, y la seguridad de las acciones y de otros activistas.

Hay seudónimos más específicos, que se utilizan en determinadas situaciones y luego son abandonados, y hay los más persistentes, que acompañan la vida de la persona. Utilizarlos para interacciones en línea puede ser una buena estrategia para disminuir los riesgos y la vulnerabilidad a ataques. Sin embargo, en algunas situaciones, los seudónimos pueden sufrir por falta de credibilidad, por no tener una reputación consolidada. Asumir un seudónimo puede ser también una manera de experimentar ser otra persona, como lo hizo David Bowie en varios momentos de su carrera. Bowie ya fue Ziggy Stardust, Aladdin Sane, Thin White Duke. Y no se puede olvidar de Fernando Pessoa, que creó heterónimos como vidas paralelas en que asumía personalidades diferentes y escribía desde ellas.

Por experimentación o por protección: elige un nombre y explora la diversidad de personalidades que hay en ti.

Soy ninguna, soy nadie

Identidad Anónima

A menudo el anonimato es visto como algo malo, como algo que dificulta la identificación de personas que practican violencia en línea, por ejemplo. Sin embargo, el anonimato es uno de los principios fundamentales para el ejercicio de la libertad de expresión y el acceso a la información, especialmente de las personas LGBTQIA+, quienes son las más afectadas por la violencia en línea. Es la posibilidad de no revelar nuestra identidad que nos permite alzar la voz contra la injusticia y la violencia, lo que nos permite denunciar los ataques de grupos conservadores sin temor a represalias. Las medidas y leyes contra el anonimato pueden aumentar las violaciones de los derechos humanos en lugar de reducirlas. El anonimato puede salvar vidas. Y nos permite también experimentar nuestras vidas y deseos con más libertad: los adolescentes que tienen sus primeras experiencias LGBTQIA+, por ejemplo, pueden usar el anonimato para investigar y hablar de su sexualidad e identidad de género sin ser reprimidos o forzados a salir del closet.

Mantener el anonimato en línea es una tarea que requiere mucha atención. Todo lo que hacemos en línea genera datos y nos revela. Así, parte del juego es estar consciente de nuestras sombras digitales y esconderse. No porque seamos delincuentes ni que tengamos “algo para esconder”, sino porque somos libres. Herramientas como Tor y Tails nos ayudan en ese juego. Investiga y prueba.

Soy cien mil

Identidad Colectiva

En la Gran Bretaña del siglo XIX, los trabajadores conocidos como ludditas destruyeron máquinas de tejer y prendieron fuego a la propiedad de sus patrones, demandando mejores condiciones de trabajo y de vida. El término “ludditas” proviene de Ned Ludd, una figura misteriosa que algunos creen haber existido, pero que probablemente fue un personaje creado e incorporado por un grupo: una identidad colectiva. Ya en Nueva York, en la década de 1980, un grupo de feministas comenzó a adoptar una identidad colectiva llamada Guerrilla Girls para revelar el sexismo y el racismo en el mundo del arte. Al posicionarse siempre como colectivo, el grupo pudo mantener el anonimato de sus miembros (“we could be anyone and we are everywhere”) y hacer de su trabajo, y no sus individualidades, el enfoque principal.

Asumir una identidad colectiva puede ser una estrategia para que un grupo garantice el anonimato de sus miembros mediante el uso de la colectividad. También es una forma de combinar habilidades individuales en un cuerpo común, generando más alcance, reputación y confianza. Sin olvidar que puede ser también una estrategia mediática óptima.

Probar ser multitud, borrando las líneas del individuo, habitando un cuerpo extendido. Tener voz, subjetividad e identidad colectiva, desear colectivamente. Ser fuera del tiempo, ser mito, ser Luther Blissett, ser Buddha. Es ésa la potencia de la identidad colectiva.

Soy monstruo

Identidad Monstruo

A primera vista, el monstruo es una figura bestial, demoníaca o abyecta. Cada cultura tiene un imaginario lleno de monstruos. Sin embargo, las interpretaciones más recientes señalan los monstruos como construcciones sociales, un reflejo invertido de la idea de “normalidad” y que a menudo la hacen objeto de intentos de exterminio y marginación completa. Pero a la vez que es odiado o temido, el monstruo evoca utopías — o distopías — que revelan las formas de dominación e injusticia de su tiempo y se expresan sobre la prohibición y la diferencia. En la década de 1990, las ciberfeministas crearon videojuegos que se desarrollaban en escenarios distópicos, donde la venganza femenina contra el patriarcado estaba liderada por personajes como las cybersluts (ciber-putas) y los ciber-terroristas anarcos. Hoy, la pensadora brasileña Jota Mombaça describe el cuerpo como un monstruo, un producto de los discursos y construcciones sociales que se transforma constantemente y desafía las definiciones que intentan clasificarlo. Ser monstruo es abrazar la multiplicidad de identidades que existen en nosotros e ir más allá, sabiendo que la identificación y la transgresión nunca ocurren por separado.

Asumir una identidad de monstruo puede abrir las puertas a nuevos discursos y estrategias transgresoras y subversivas hacia el statu quo, los cuales surgen junto con una estética distópica. Ser monstruo amplía las posibilidades de nuestras prácticas, discursos e imágenes en el espacio digital y puede crear conexiones con otros monstruos que también están explorando nuevas posibilidades para la emancipación colectiva. Para los artistas y activistas, la monstruosidad es una manera de denunciar y superar las formas de dominación que se dirigen a aquellos que huyen de la “normalidad”, haciéndola desde las fronteras de la estructura hegemónica. Sin embargo, cualquier cuerpo puede abrazar a su monstruosidad, o en otras palabras, puede exponer el hecho de que la normalidad es el verdadero monstruo que vive solamente en nuestra imaginación.

Créditos:

Realización y redacción: Amarela e Carolina Munis
Concepción: Adiana Azevedo, Amarela, Carolina Munis, Natasha Felizi
Traducción: Guilherme Rocca
Ilustración:
Guilhermina Augusti
Diseño gráfico: steffania paola
Apoyado por: Internews
Agradecimientos: Ariel Nobre, Elivs Justino, Fernanda Shirakawa, Gabi Juns, Gustavo Bonfiglioli, Luciana Ferreira, Magô Tonhon, narrira lemos

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