Adiós, Zoilita
Falleció mi tía abuela en Lima y no se puede hacer sepelio, simplemente vienen por ella, la despedimos viendo los videos y fotos vía Whatsapp. En ellos aparecen los vecinos, sus amigos, enmascarados y tristes, sin poder acercarse al ataúd. Tenía 92 años, murió tranquila y descansada en su cama por su edad avanzada y sacándole la vuelta al virus.
Estos meses han habido demasiados pésames para dar. “Muerte”, “virus” y “crisis” son las palabras que más usamos. Yo uso mucho “extrañar”: cualquiera sabe eso de “no se debe vivir en el pasado” pero hay porciones de pasado donde uno es eternamente feliz. Extraño poder tomar un avión y estar cerca de mi madre para abrazarla. Extraño a una persona especial que quedó en Lima. Extraño momentos increíbles de alegría como la explanada repleta el día de mi graduación de maestría — algo que por algún tiempo no se podrá ver de nuevo.
Pero de todos los momentos, hoy extraño a mi tía Zoilita cuando me recibía después del colegio, me servía el almuerzo y me preguntaba con una sola palabra:
- ¿Chichita?
Y sí, siempre le decía sí a un vaso de rica chicha morada. Escribo esto porque acabo de bajar a tomarme algo para este calor maldito en Washington y he visto mi botellón lleno de chicha de sobre y putamadre me puse a llorar.
No está mal revivir algo de pasado. No hay muchas otras formas de entender por qué somos como somos hoy y el origen de lo que verdaderamente amamos.
Hoy me lleno de chicha morada por mi tía Zoila. Por ella es que me gusta tanto, tanto tiempo después.