Si Pedro Sánchez fuera el Baron Noir en busca de una investidura…

En un pasado no muy remoto, Pedro Sánchez le recomendó a Pablo Iglesias que visionara Baron Noir. El exlíder de Podemos quedó deslumbrado por la ficción francesa y no dudó en afirmar que era “una obra maestra” que le encantaría trabajar con estudiantes. No le faltaba razón. La serie de Eric Benzekri y Jean-Baptiste Delafon es un adictivo retrato de la ‘fontanería’ del poder, que va de la epidermis a las entrañas de la política real. Describe la realidad de manera fiel y directa, sin redundancias ni metáforas: la política en toda su crudeza. De hecho, en un solo episodio de Baron Noir, cualquiera de ellos, hay más realidad, oficio y ritmo que en temporadas enteras de otras propuestas.

Philippe Rickwaert (Karl Merad) es el ‘barón negro’ de la política francesa. Un socialista curtido en la lucha obrera, con gran conocimiento de la mecánica del poder y excelente muñidor de las ‘chapuzas’ que sean necesarias. Bregado en la política local como alcalde de Dunkerque, no duda en bajar al terreno para ensuciarse incluso cuando es ministro. Es un animal político que, como Pedro Sánchez, tiene su manual de resistencia. Un manual que, en caso de buscar una investidura, puede seguir estos pasos:

→ La negociación de una investidura es una carrera de fondo. El ‘baron noir’ es experto en mover las fichas de otros jugadores sin que éstos lo sepan. En el caso de una investidura, con unos números más favorables para ser presidente que su rival político, no cabe duda de que Rickwaert dejaría que otros tomaran la iniciativa y se quemaran antes por precipitación o confrontación. Como indica en varias ocasiones durante las tres temporadas de la serie, “hay dos tipos de políticos, los que anteponen el odio a su ambición y los que anteponen la ambición al odio”.

→ La tensión se relaja en la cercanía. Rickwaert es el maestro de las distancias cortas. Por ejemplo, en las negociaciones de la segunda temporada con Michel Vidal para unir a los partidos de izquierda. Se sale de la confrontación pública, se lleva las decisiones a la conversación privada, busca los puntos en común y le demuestra a su contraparte que son más las cosas que les unen que las que les separan.

→ El control se mantiene, incluso en los peores momentos. Cuando todo está perdido, siempre hay una alternativa. Incluso se pueden valorar opciones que van contra la naturaleza propia del partido. Hay toda una legislatura para matizarlas.

→ Los medios como termómetro para medir la temperatura del proceso. El verano de 2023 está siendo una montaña rusa de declaraciones de las distintas fuerzas políticas en la carrera por la Moncloa. Algunas de ellas, aprovechando la promiscuidad que permite Twitter y la falta de temas en las redacciones, insisten en intentar controlar el clima de opinión llenando cada minuto con consignas. El ‘barón negro’ no trabajaría en ese terreno de juego. Se dejaría querer para multiplicar el impacto y el alcance de sus intervenciones, quirúrgicas y seleccionadas. Porque no se trata de salir todos los días presionando y señalando que el acuerdo está muy cercano o terriblemente lejano, se trata de transmitir confianza y seguridad.

→ Los errores siempre son una oportunidad. En un proceso largo y alambicado, con toda la atención de la opinión pública, es fácil caer en el error. ¿Qué propone Philippe Rickwaert si esto ocurre? “La política es como el jazz. Si tocas una nota que no es, tienes que insistir en ella y será una improvisación de culto que todos querrán imitar”.

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