Ficciones de terror cotidiano

Una madrugada de marzo estaba luchando contra otra noche de insomnio. Recurrentes pensamientos no dejaban de perturbar mi tranquilidad y la mayoría de mis peores miedos parecían querer tomar posesión de mi mente. Me dolía la cabeza y ya había tomado varias pastillas para tratar de calmar el palpitar de las arterias temporales en mi sien, pero sin resultados positivos. En medio de la desesperación recordé que tenía en alguna gaveta de mi escritorio una lista de esos miedos — que para mi eran los peores — y me puse a escribir historias donde proyectara esas situaciones donde mis mayores temores se harían realidad. Ninguno incluyó fantasmas, apariciones misteriosas o espiritus condenados, simplemente situaciones cotidianas que logran aterrorizarme ya sea porque me han sucedido o porque podrían llegar a suceder en el momento menos esperado y oportuno.

Número 66 — Subclavio Herrera

Era enfermero y empezó su carrera criminal, matando a un compañero de trabajo, Arturo Costa, que era el jefe de enfermería, quien acostumbraba acosarlo, creyendo que esa era parte de sus responsabilidades. Arturo le recriminaba su tardanza al realizar una sutura o lo floja que había quedado, aunque no fuera así. También le gustaba asignarle a Subclavio, cuyo verdadero nombre era Gustavo, tareas mas pesadas que a otros de sus compañeros, tales como limpiar los baños, sacar la basura, atender a pacientes terminales fuera de su horario de trabajo, hacer turnos extraordinarios, que después olvidaba reportar, por lo que Gustavo no recibía ninguna remuneración extra. En cierto momento Gustavo descubrió que Arturo si reportaba los turnos extraordinarios pero poniéndolos a su nombre y recibiendo el pago que le correspondía a Gustavo. Como si esto, no fuera suficiente, para querer vengarse de su jefe, Arturo parecía disfrutar de gritarle por cualquier razón, especialmente cuando estaban junto a otras personas, como para hacerlo quedar mal, ante ellos. Parecía que estos gritos y regaños, habían surtido cierto efecto en el hospital en el que trabajaban, haciendo que varias personas llegaran a creer que el enfermero Herrera era incompetente. Arturo aprovechaba cada oportunidad para hacer comentarios descalificadores de Gustavo, llegando a afirmar que realmente el hospital le estaba haciendo un favor, al tenerlo trabajando allí, ya que si fuera por él, ya lo habrían despedido.

Gustavo, solo tenia un amigo, que simpatizaba con él y solía apoyarlo o cubrirle algunos turnos, Ramiro el enfermero mas antiguo y que estaba a pocos meses de jubilarse y retirarse al campo, donde uno de sus hijos tenia una pequeña finca, en la que Ramiro soñaba dedicarse a sembrar y cuidar animales, cuando dejara de trabajar en el hospital y empezara a
recibir una pensión mensual. Ramiro trataba de calmar a Gustavo cada vez que lo miraba, cerrando los puños y lanzando maldiciones a la vida y al mal parido de Arturo. Le contaba que durante sus treinta años de servicio, se había topado con muchos Arturos, pero que tarde o temprano las cosas cambiaban y mejoraban. Solo era necesario tener paciencia y hacer lo mejor posible el trabajo. Ramiro aprendió con los años que un hobbie ayudaba a liberar la presión, así que Ramiro aprendió a hacer animalitos de papel aplicando las técnicas del origami japones. En su casillero tenia un zoológico muy completo, hecho con papeles de diferentes colores. Aprovechaba cada oportunidad, para enseñarle a quienes consideraba sus amigos, el zoológico de Ramiro. Cada animalito tenia una historia, ya que el papel que había utilizado, anteriormente había sido un reporte medico, una receta, un control de turno o incluso alguna llamada de atención.

Pero Gustavo tardaba en recuperar la calma, su mente hervía, pensando la forma de librarse del maldito Arturo. Fantaseaba con encontrar otro trabajo mejor y que Arturo se enterara que ganaba mas y hacia mucho menos, ademas que supiera que allí, Gustavo era reconocido por su capacidad, para que Arturo sintiera todavía mas envidia de él. También imaginaba las mil maneras de hacerlo morir con sus propias manos. Como enfermero sabia los principios básicos de la vida, respiración, circulación y temperatura. Había diseñado en su mente un castillo, que tenia mil habitaciones dedicadas a la tortura, donde
se practicaban con Arturo, las diferentes combinaciones de ataques a estos principios básicos, reducir la respiración ahogándolo en una cubeta con agua, con una almohada de plumas, tapándole las fosas nasales con cera caliente, envolviéndole la cabeza con una bolsa de plástico, encerrándolo en una caja de hierro hermética, enterrándolo bajo 10 metros de tierra mojada, fracturándole la faringe, pero siempre salvándolo al último instante para cambiar de principio básico. Ahora en otra habitación, le aplicaría torniquetes con sondas de hule, en cada extremidad, hasta que las manos y los pies estuvieran morados por la cianosis, después con un bisturí haría un corte con mucha precisión, en alguna arteria importante, para que se desangrara rápidamente, disfrutando cada momento de descompensación, cuando fuera palideciendo, perdiendo fuerzas, ralentizando la respiración y perdiendo el brillo en los ojos, pero antes de que muriera, le aplicaría un suero de Ringer Lactato, para recuperar el volumen sanguíneo y mantenerlo vivo un rato más, luego lo llevaría al cuarto final, al mas oscuro y frío, donde lo pondría sobre una plancha de acero, para que su temperatura fuera bajando hasta provocarle hipotermia y cuando ya estuviera a punto de exhalar su ultimo suspiro, encendería las luces y se pondría de pie junto a el para verlo morir lentamente.

Parecía que el hobbie de Gustavo era construir este castillo mental para torturar a su odiado jefe. Lastimosamente no podía compartirlo con Ramiro, ya que tal vez pensaría que estaba loco. Pero Gustavo disfrutaba mucho de encerrarse en sus momentos de descanso en ese oscuro, pero maravilloso castillo.

Ya en el día a día, Gustavo luchaba por demostrarle, no a su jefe, pero por lo menos a los pacientes y sus visitas, que era un buen enfermero y que las mentiras que Arturo decía de él, carecían de fundamento. Gustavo había notado que Arturo era mas respetuoso con otros enfermeros, pero en especial con Ramiro, tal vez por ser el mas antiguo, pero no solía hostigarlo ni encargarle turnos extraordinarios; tampoco le gritaba, ni en privado ni en publico. Gustavo se preguntaba, si había alguna historia entre ellos que explicara este respeto, mas allá de lo común, que Arturo mostraba hacia Ramiro. Un día de finales de agosto, por casualidad escuchó una conversación entre ellos, cuando Gustavo estaba sentado en su lugar de descanso secreto, que era un antiguo conducto de elevadores que había sido abandonado, cuando se construyó el nuevo elevador, algunos lo habían querido utilizar para guardar escobas y trapeadores, pero por estar hasta el final de un
pasillo que ya nadie usaba, prefirieron usar otro espacio, dejando cerrada la entrada al ducto con una plancha de madera, precariamente clavada
a la pared. Gustavo la había desclavado pacientemente y la limpió para crearse una habitación secreta, a donde escapaba cada vez que sentía el incontenible deseo de matar a su jefe, o simplemente tomarse un descanso sin que nadie lo molestara. Sabiendo que a ese pasillo nadie se acercaba, por ser un área del hospital que había caído en desuso y abandono, por falta de presupuesto.

Ese día al terminar su turno, prefirió ir a su escondite en lugar de ir para su casa, costumbre que había ido adquiriendo, para no tener que viajar dos horas hacia su casa, dormir mal y regresar al día siguiente sin haber descansado. En el oscuro rincón había acomodado una vieja colchoneta, algunas sabanas raídas y un destartalado robot de oficina que hacia las veces de gavetero, para guardar un uniforme de repuesto, algo de comida chatarra y un radio de transistores con audífono monoaural, para entretenerse escuchando las noticias. Estaba sintonizando una radio, cuando escuchó voces de dos personas acercándose y conversando en voz baja, como para no ser escuchados por nadie mas, tal vez por eso habían decidido ir a aquel olvidado pasillo para hablar con mas tranquilidad, sin saber que su conversación iba a ser escuchada por alguien inesperado. Después de un rato pudo reconocer que se trataba de Ramiro y Arturo. Lo increíble, para Gustavo, es que era Ramiro quien parecía darle ordenes y consejos a Arturo, mientras este apenas intervenía y se limitaba a darle la razón a Ramiro. Cuando se acercaron más, Gustavo pudo escuchar lo suficiente como para entender que ambos se habían aliado para montar un pequeño negocio de robo y venta de medicinas y suministros médicos del hospital. Parece ser que Ramiro llevaba años haciéndolo discretamente, pero ahora que estaba a punto de retirarse quería asegurarse que Arturo, quien resulto ser familiar suyo, continuara el negocio y le siguiera reportando una parte de las ganancias a él. Pero aparentemente tenían el problema de que uno de los Directores del Hospital, había empezado a sospechar que empleados estaban robando, así que había aumentado los controles y solicitado un inventario actualizado. Era posible que fueran descubiertos los robos y que tarde o temprano llegaran a descubrir que había sido Ramiro.

Lo que más le preocupaba, era que esto afectara su jubilación y pensión por retiro, así que le dijo a Arturo que necesitaban un “chivo expiatorio” para
ganar tiempo y lograr retirarse con todas las prestaciones de ley. Arturo inmediatamente sugirió que culparan a Gustavo, lo que hizo que éste se enfureciera, pero tuvo la suficiente inteligencia para seguir callado escuchando. Ramiro le dijo que también el había pensado en eso y estaba de acuerdo, en que le prepararan una trampa a su “supuesto” amigo, para inculparlo del robo sistemático en el hospital. Esto hizo que un escalofrío recorriera la columna vertebral de Gustavo, mientras escuchaba como otros decidían su destino, que seguramente seria el despido del hospital y tal vez la cárcel. En ese momento, decidió que iba a tomar la vida de otros seres humanos, para protegerse. Hecho el plan los dos conspiradores regresaron a sus labores sin saber que habían sido descubiertos en su trampa.

En el turno siguiente Gustavo hizo su mayor esfuerzo para guardar la calma y planificar la muerte de sus enemigos. Ese día entró en la emergencia del hospital un paciente que había sido atropellado por un camión, que le pasó las llantas encima de la cintura, provocándole una hemorragia interna. El camión había perdido los frenos y se salió de control atropellando a varias personas, por lo que la emergencia colapsó y fueron llamados mas enfermeros para atender a los múltiples heridos. Gustavo atendió al paciente que tenia la hemorragia interna y trató de canalizarlo y aplicarle suero para compensar la perdida de sangre, pero no pudo encontrar una vena para canalizar. El paciente estaba consciente y le rogaba que le ayudara y no lo dejara morir. Gustavo se sintió impotente y le pidió al medico residente que le ayudara, ya que no podía encontrarle vena al paciente. El doctor le lanzó una mirada de reproche y verificó el estado del paciente y aunque trató de canalizarlo tampoco pudo, así que hizo una pequeña cirugía en la clavícula, para canalizarlo por medio de la arteria subclavia. Pero en pocos minutos el
paciente dejo de existir, para frustración del doctor y de Gustavo. Cuando salió del turno, Gustavo fue para su casa a descansar, pero no pudo dormir recordando los ruegos del paciente, para que no lo dejara morir. Fue en medio de ese insomnio, que decidió viajar a su castillo de torturas al que también había invitado al traidor de Ramiro, para aplicarle las peores torturas que pudiera imaginar. Cuando llegó al segundo principio básico de la vida, la circulación, tuvo la idea de hacerlos desangrar hiriéndolos unas veces con un cuchillo afilado, otras veces con un bisturí o también con un disparo preciso en la arteria subclavia. Sabia que se desangrarían pronto, pero le daría tiempo para disfrutar de su muerte, tal como el paciente que no pudo salvar. Así que decidió que al día siguiente moriría el primero de sus enemigos, pasó el resto del día planificando la forma de hacerlo.

En su siguiente turno, coincidió con Ramiro, quien lo saludó afablemente, como si nada estuviera pasando. Ramiro le dijo que quería que se reunieran a cenar antes de que el se retirara formalmente, para compartir un buen plato de pasta carbonara, que era la especialidad de Ramiro. Gustavo le siguió la corriente lo mejor que pudo, mientras dentro de si, luchaba por no demostrar el profundo odio que estaba sintiendo, por su interlocutor. En cierto momento de la conversación, Ramiro le dijo que era necesario que sacaran al depósito grande de basura, varias bolsas que se estaba acumulando desde turnos anteriores, pero que nadie se había acometido a recoger.

Quedaron de acuerdo en ir después de dar de cenar a los pacientes, para que nadie viera que estaban sacando tantas bolsas y se diera cuenta lo descuidada que estaba esa ala, que tenían asignada. Gustavo sabia que ese seria el mejor momento para atacar, pero debía parecer un accidente.

Una hora antes de la cena de los pacientes, Gustavo fue furtivamente al deposito de basura y colocó en la única puerta de salida, la pata oxidada de un escritorio, con la parte mas afilada, a la altura del cuello, buscando que quien pasara y tratara de abrir la puerta sin verla, se hiriera en la clavícula, rompiendo la arteria subclavia. Pero para lograr que Ramiro se hiriera de esta forma necesitaba que la entrada quedara a oscuras, así que aflojó la única bombilla cercana. Después regresó a sus labores, dio de cenar a los pacientes mientras que esperaba a que Ramiro llegara a buscarlo. Cuando finalmente llegó Ramiro, le hizo de lejos una pequeña señal y empezó a caminar hacia el depósito de basura. Gustavo lo siguió y de las cuatro bolsas, hizo lo posible por llevarse tres. Ramiro le agradeció que le dejara solamente una, tal vez en consideración a su edad, pensó. La intención de Gustavo era que Ramiro se adelantara y al estar sin luz la entrada se hiriera, tal como estaba planeado. Ramiro vio que no había luz y maldijo al encargado de mantenimiento, aceleró el paso, seguro de que podría abrir una vez mas, la puerta que daba al deposito de basura, tal y como lo había hecho cientos de veces durante estos treinta años de servicio ininterrumpido.

Caminó con mas rapidez y cuando estiró la mano, seguro de encontrar el picaporte de la puerta, sintió como se le hundía en la clavícula un objeto filoso, causándole un gran dolor, pero aun peor, generando una peligrosa hemorragia. Su primera reacción fue hacer presión sobre la herida y esperar a que Gustavo se acercara, para ayudarlo. Parecía que éste se estaba retrasando, tal vez por el peso de las tres bolsas de basura que traía. Sintió un gran alivio al pensar que este accidente había sucedido precisamente dentro de un hospital, donde estaba rodeado de doctores y enfermeros que podrían salvarlo de una muerte segura, cosa que no sucedería si estuviera lejos de allí.

Pasó casi un minuto y Gustavo no se aparecía, lo llamó primero con un grito no tan fuerte, ya que le preocupaba todavía, que supieran que no habían sacado la basura durante la semana, pero cuando vio que el tiempo pasaba y no llegaba su amigo a asistirlo, decidió gritar mas fuerte y pararse para regresar a su ala, donde podrían atenderlo. Con horror escuchó que
la puerta que conectaba con el pasillo por donde había llegado, se cerró de golpe y pudo escuchar que alguien hacia un gran esfuerzo por arrastrar un objeto pesado. El pasillo seguía estando a oscuras. A tientas logró llegar a la puerta y trató de empujarla con el hombro del lado que no estaba lastimado, mientras gritaba con todas sus fuerzas que alguien lo ayudara. Pero la distancia que lo separaba de los pasillos principales era considerable y el hospital estaba construido de forma, que no se propagaran los ruidos, para mayor tranquilidad de los pacientes. Constató que el objeto pesado que habían arrastrado, era una pesada mesa de operaciones descompuesta, que por muchos años había quedado en aquel pasillo y ahora obstruía la puerta. Ramiro comprendió que Gustavo era el responsable de esto, posiblemente se enteró del plan que habían armado con Arturo para acusarlo del robo dentro del hospital. Así que optó por rogarle a Gustavo que lo dejara salir y que le ayudaría a deshacerse de Arturo, si lo dejaba vivir. Del otro lado Gustavo escuchaba impasible, disfrutando cada momento, que ahora era real, percibiendo como se debilitaban los gritos de Ramiro, mientras la sangre seguía escapándose por la arteria cortada. Los lamentos fueron haciéndose mas débiles y también los golpes en la puerta, pasados veinte minutos cesaron totalmente. Gustavo esperó unos minutos más para estar seguro. Después removió la mesa de operaciones y vio a Ramiro muerto, con la palidez que había visto en el paciente, que le inspiró a hacer todo este escenario.

Con una linterna de mano, caminó por el pasillo evitando los rastros de sangre, llegando hasta donde estaba la bombilla floja y la volvió a apretar. Retiró la pata del escritorio de la posición en que la había colocado y la colocó entre un montón de chatarra que se había ido acumulando a través de los años en este y en otros pasillos. Buscaba que los que descubrieran el cadáver al día siguiente pensaran que Ramiro habia tropezado y accidentalmente había caído sobre la chatarra, causándose así, la herida que terminó con su vida. También había llevado una bombilla quemada para sustituir la otra y así hacer mas sólida la historia. No llegó a tocar la bolsa de basura que trajo Ramiro, para que esto explicara su presencia en aquel lugar y por ultimo quitó llave de la puerta de salida al depósito, para que todo pareciera normal. Dió un ultimo vistazo a la escena y sonrió satisfecho. No olvidó limpiar el rastro de la mesa de operaciones que había movido y cualquier huella digital que lo posicionara allí, aunque si apareciera alguna, seria natural ya que los enfermeros iban y venían por ese pasillo.

Al día siguiente fue encontrado el cuerpo de Ramiro y causó una gran conmoción en el hospital, ya que era un trabajador muy querido y todos sabían que estaba a punto de retirarse. De hecho se estaba organizando una colecta para hacerle una cena de despedida. El dinero fue utilizado para su sencillo funeral. La historia que Gustavo había armado, fue aceptada por los policías que llegaron a hacer una rápida investigación, así que nadie sospechó que fuera un crimen. Gustavo empezó a planear el siguiente golpe, esta vez contra Arturo.

Para esto, tomó la decisión definitiva de renunciar a su trabajo. Hizo saber a todos que iba a dedicarse a atender pacientes de forma privada. Tal vez por la reciente muerte de Ramiro o tal vez porque no tenia muchos amigos, su renuncia pasó casi desapercibida. Solo Arturo lamentó no haber actuado con mayor rapidez para inculparlo de los robos, pero pensó que si dejaba de llevarse medicinas o implementos durante un tiempo, muchos llegarían a la conclusión de que el responsable había sido siempre Gustavo. Ademas él podría insinuarlo para reforzar la idea.

Arturo no sospechó nunca que Gustavo sabía del plan de inculparlo, ni que había causado la muerte de Ramiro. De forma que no tomó ninguna precaución especial y siguió su vida de forma normal. Dejando que pasara un poco de tiempo para seguir con su pequeño negocio de venta de medicamentos, con la ventaja de que no tendría que compartir sus ganancias con Ramiro. Pasó un mes de esta forma y en el hospital se había vuelto “vox populi” que Gustavo era el ladrón de medicamentos del hospital. Esto llegó a oídos del Director que había estado investigando, así que éste se relajo y dejó de investigar.

Gustavo, había hecho ahorros durante sus cinco años de trabajo en el hospital, ya que no tenia muchos gastos y no tenia a nadie a quien mantener. Dedicó toda su energía y recursos económicos, para planear la muerte de Arturo. Lo vigilaba, día y noche, conoció donde vivía, a quien visitaba y a que lugar iba a beber cerveza cuando tenia tiempo libre. Gustavo pensó que en éste último lugar, se podría dar la mejor oportunidad, para acabar con la vida de su enemigo. El bar era grande y bastante concurrido por hombres y mujeres, de todas las edades. Para Gustavo era fácil confundirse entre la gente y vigilar a su víctima. La oportunidad no tardó en llegar. Arturo había decidido que era tiempo de reactivar el negocio, así que sustrajo una gran cantidad de medicinas del hospital, como para compensar las perdidas ocasionadas por el tiempo de espera que se había autorecetado. Tenia ya compradores habituales, que solían reunirse con el en ese bar, hacer la negociación discretamente, darle dinero en efectivo y llevarse las medicinas en una bolsa de supermercado. Arturo ganó bastante dinero esa noche así que siguió tomando hasta emborracharse, mientras invitaba tragos a cuanto conocido encontraba. Tomó a tal grado que se quedó dormido sobre la mesa. A la una de la mañana los meseros trataron de despertarlo para que se fuera, porque tenían que cerrar. Arturo reaccionó finalmente, maldiciendo a los meseros por interrumpir su sueño. Caminando erráticamente salió del bar y empezó a caminar por las diez cuadras que lo separaban de su casa. No pudo percibir que alguien más lo estaba vigilando, escondido entre las sombras de un automóvil estacionado enfrente del bar. Era Gustavo que tenia un cuchillo de siete pulgadas aferrado con la mano izquierda. Respirando agitadamente, esperando el momento de atacar. Dejó que Arturo caminara dos
cuadras para llegar a calles mas solitarias y oscuras. Gustavo había estado afilando el cuchillo en una piedra de asiento y después rectificando el filo con una chaira. El filo era impecable. El lugar de la herida estaba determinado, de nuevo atacaría la arteria subclavia. Esta vez sin esconder su intención, sin disfrazar el crimen. Cuando Arturo llegó a la parte mas oscura de la tercera cuadra, Gustavo aceleró sus pasos, levantó el brazo izquierdo y hundió ferozmente el cuchillo en la clavícula de Arturo. Este dio un corto grito y se retorció del dolor. Gustavo procuró taparle la boca con la mano derecha, mientras volvía a herir en la clavícula a su victima. Quería destrozar la arteria para asegurarse de que la hemorragia matara a Arturo. Sin que tuviera tiempo de recibir asistencia medica. La madrugada era fría, había niebla que ayudaba
a esconder el crimen que se estaba cometiendo. Nadie pareció escuchar los sonidos de la pelea que se estaba llevando a cabo. Arturo apenas ofrecía resistencia, pero pudo darse cuenta de que su atacante era Gustavo.
Este lo sujetó y en voz baja comenzó a maldecirlo y a reprocharle por cada humillación y cada maltrato recibido durante cinco años. También le dijo que sabia el plan que tenia con Ramiro, para inculparlo del robo de medicinas. Con la boca tapada Arturo no pudo decir nada, pero seguía intentando gritar y pedir ayuda. En cuestión de minutos, fue debilitándose y palideciendo, hasta que dejó de moverse y murió.

Cuando la policía revisó el cadáver encontró mucho dinero en efectivo y algunos frascos de la medicina que había sido robada el día anterior en el hospital. Así que las autoridades atribuyeron el crimen a una disputa, por el producto de la venta de medicinas que habían estado investigando por solicitud del director del hospital. Pero lo que mas llamó la atención de los investigadores eran las heridas, focalizadas únicamente en el área de la clavícula. Un periodista que cubrió la noticia y tomo fotografías de la escena del crimen, hizo el comentario de que habían destrozado la arteria subclavia de Arturo. Esa palabra quedó dando vueltas en la cabeza de Victorino Sanchez, el investigador de homicidios a cargo de la investigación.

Número 23 — Corriendo por su vida

El rostro pálido y desencajado del hombre que corría por su vida, era producto de la escases de oxígeno, que se incrementaba a cada zancada que daba, tratando de huir de los ocho o nueve perseguidores que querían matarlo. La calle parecía más larga y empinada, que en otras de las miles de ocasiones que la había caminado, desde hace más de sesenta años, como haciéndose cómplice de su muerte. Siempre llevaba un sombrero cubriendo la cabeza y botas de cuero protegiendo sus pies, pero éstas, ese día, parecían inadecuadas para escapar del grupo que lo estaba acechando. El hombre corría intentando sostener su sombrero en la cabeza con la mano izquierda, mientras con la derecha sostenía sus pertenencias. El grupo perseguidor era instigado por otro hombre de aproximadamente sesenta años, al cual le costaba también correr a pesar de llevar zapatos deportivos y quien llevaba toda una vida odiando al hombre del sombrero. Le gritaba a los más jóvenes, para que alcanzaran a su víctima y la hicieran caer, de forma que todos los demás le pudieran dar alcance y le aplicaran el violento castigo que tenían en mente, después de muchos años de ser un vecino incómodo y abusivo.

El hombre del sombrero, acostumbraba llevar consigo siempre un machete corto, con el cual amenazaba indiscriminadamente a cualquiera, cuando había bebido licor o simplemente estaba de mal humor. Corrían rumores que había matado a varias personas y en la comunidad se le tenía miedo. Pero ésta vez había traspasado el límite, después de tomar algunas copas de licor en la única cantina de la comunidad había intentado propasarse, con la hija adolescente del dueño de la mayor tienda del sector, quien en ese momento dirigía esta cacería, corriendo tras el precariamente. Cuando el padre de la muchacha se dio cuenta, de que el hombre del sombrero había tocado indecentemente a su hija, salió a reclamarle y el agresor lo amenazó con el machete. El tendero tenía mucha influencia en la comunidad, ya que además de tendero era prestamista, así que más de la mitad del pueblo le debía dinero. Ese día estaban cerca de la tienda un grupo de jóvenes que se habían juntado para jugar futbol, algunos llegaron caminando pero otros venían al juego en motocicleta. Cuando el tendero se enfrentó al agresor de su hija a gritos, llamó la atención del grupo de jóvenes, quienes se acercaron para ver que sucedía.

Empezaron a rodear al hombre del sombrero y este al sentirse acorralado decidió huir, pero antes le lanzó un machetazo a la cara al tendero. Este pudo, a duras penas, esquivar el golpe lanzándose al suelo hacia un lado, pero el ataque encendió la ira de todos los presentes. Uno de los jóvenes había sufrido una fractura en la pierna, por lo que utilizaba muletas para caminar, pero era parte del grupo que acompañaba a los demás jugadores, fue el primero en reaccionar, apoyándose en una sola muleta le lanzó al agresor un golpe con la otra muleta, lográndole pegar en la nuca. Este golpe hizo que el hombre del sombrero, cuando empezó a correr se topara contra una poste de luz en la esquina de la tienda. Esta acción alentó a los demás, que buscaron piedras para lanzarlas al hombre del sombrero. Este corrió en dirección a un barranco cercano para buscar salvarse, pero los jóvenes le dieron alcance pronto y le lanzaron piedras, algunas de gran tamaño. Sin embargo los proyectiles no dieron en el blanco y el hombre siguió corriendo y esquivando golpes. El grupo creció pronto y se unieron dos jóvenes en motocicleta que le dieron alcance, al fugitivo, unos metros más adelante y le atravesaron los vehículos para obligarlo a detenerse. El hombre del sombrero, logró esquivar a uno corriendo sobre la acera de la cuadra, pero el otro subió su motocicleta a la acera y le cerró el paso. El fugitivo lanzó golpes con su machete corto, lo que le ayudó a seguir avanzando en su desesperado intento de escapar, en ningún momento dejó que su sombrero cayera al suelo. Esta carrera por su vida, había hecho que su corazón latiera a la máxima capacidad y su respiración fuera agitada, pero insuficiente para darle el oxígeno a su cerebro, así que empezó a tropezarse y a caminar erráticamente. En ese momento ya no volteaba a ver hacia atrás, como para no perder ni un valioso segundo. Pero la turba seguía tras de él cada vez más furiosa. No parecía que fueran a dejarlo escapar esta vez, como otras en que se habían conformado con golpearlo para darle una lección. Ya no sentía los efectos del licor o por lo menos no sentía el adormecimiento en las extremidades, que suele ocasionar el ron al ser bebido en grandes cantidades. Ahora estaba su cuerpo lleno de la adrenalina, que lo mantenía corriendo aún con el poco oxígeno que conseguía sus pulmones hacían llegar a su cerebro, para salvar la vida.

Miraba a todos lados con la esperanza de que apareciera alguna autoridad, para detener esta persecución o alguien conocido para ayudarle a defenderse. Lamentaba estar tan lejos de su casa, donde siempre guardaba un antiguo revolver cargado, que le serviría muy bien en ese momento de angustia. Sin embargo, el momento crucial de la persecución se dio cuando uno de los perseguidores le dio alcance y le lanzó una patada lateral a la cintura. Con esto el hombre de sombrero perdió el balance y cayó hacia un lado, soltando en su caída, el machete que constituía su última defensa. Extrañamente no cayó su sombrero al suelo, como aferrándose a su propietario. En pocos segundos la turba llegó hacia donde estaba sentado de lado, con las manos apoyadas en el suelo intentando ponerse de pie. Nunca miró a la cara a sus victimarios, solo miraba el suelo y murmuraba algo ininteligible. Los gritos de la gente no permitieron escuchar lo que decía. Pronto empezaron a caer piedras y palos en la espalda y la cabeza del hombre. Este se fue debilitando aún más y dejo de intentar ponerse de pie. Uno de los perseguidores, le quiso quitar el sombrero para poder pegarle en la cabeza con las piedras que habían recogido, pero el hombre hizo un último movimiento de defensa, que asustó al joven y a otros de sus victimarios. Después de eso se fue recostando por un lado, quedando con un brazo arriba de su cabeza y otro abrazando su propio abdomen, como una posición de descanso final. Los golpes y piedras siguieron cayendo en la cara, el tronco y las extremidades inclementemente.

Su respiración fue haciéndose casi imperceptible, la sangre emanaba por todos lados, pero esto no hacía que la turba parara de patearlo e insultarlo. El tendero le deseaba que se fuera al infierno, para pagar por todos sus abusos. También gritaba que en la comunidad, ya no se iban a tolerar personas indeseables ni delincuentes. En algún momento el hombre de sombrero dejó de existir, pero los golpes siguieron por un rato más, tal vez para estar seguros que se había hecho justicia popular. Pero la golpiza se detuvo súbitamente cuando alguien de la multitud, que se juntó en pocos minutos, gritó que venían las autoridades de la comunidad a poner orden. Sabían que podían ser acusados por la muerte del hombre, así que los involucrados directamente corrieron, para alejarse del lugar, empezando por el tendero quien había sido el principal instigador. Las autoridades constataron que el hombre había muerto, así que pidieron una sábana blanca a una mujer que vivía enfrente de donde había terminado la persecución. Esta la dio de mala gana y con la sabana blanca se cubrió el cuerpo. Las autoridades representadas por un policía y un miembro de la alcaldía, hicieron algunas preguntas, pero sin mayor interés, sabían la clase de persona que había sido en vida, el hombre del sombrero. Cuando llegaron los bomberos hicieron una revisión de signos vitales y certificaron el deceso. Cubrieron otra vez el cuerpo y colocaron el sombrero encima, sobre la sábana blanca, lo que hacía que desde lejos resaltara la imagen de la prenda de color negro con adornos verdes y blancos. La sabana era muy corta por lo que solo cubrió parcialmente el cuerpo dejando de fuera las botas negras con adornos grises, con las que la víctima había intentado correr en vano, para salvar su vida.

Javier España
·
72 min
·
13 cards

Read “Ficciones de terror cotidiano” on a larger screen, or in the Medium app!

A button that says 'Download on the App Store', and if clicked it will lead you to the iOS App store
A button that says 'Get it on, Google Play', and if clicked it will lead you to the Google Play store