Bradbury amó México — La calavera de azúcar

Kevin SYE
Shango Lector BLOG
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9 min readMay 1, 2020

Los escenarios de Bradbury a lo largo de sus obras son sorprendentes. Fácilmente puede transportarte de un lugar a otro, incluso a través del tiempo y planetas.

México ocupa el segundo lugar de mis escenarios favoritos personales (el primero es el espacio ❤) que logran envolverme y sentirme dentro del relato.

Hasta el día de hoy he encontrado 4 cuentos que se desarrollan en México:

  1. La calavera de azúcar (Del libro “Memoria de crímenes”)
  2. El día de los muertos (Del libro “Las maquinarias de la alegría”)
    Un relato ambientado en la Ciudad de México en donde Raimundo, un niño pequeño, tiene la ilusión de comprarse una calavera de azúcar con su nombre y corre a través de la ciudad a comprarla, mientras reflexiona sobre la muerte y el sentido de la vida.
  3. Un perro viejo tirado en el polvo (Del libro “Conduciendo a ciegas”)
    En donde el circo pobre, que Ray Bradbury viera en Mexicali en 1945, vuelve a iluminarse con sus números de acrobacia y sus sorpresivas metamorfosis. Este espectáculo es, en más de un sentido, una representación de México, un espejo fiel de nuestras carencias y fortalezas. Haciendo de los menos más, el circo instalado en Mexicali se vuelve un ejemplo de que lo grandioso no pasa por la realidad sino por el deseo, por la imaginación. Los cirqueros son magos de segunda, pero aún con sus poderes de ilusionistas en plena forma. Una clásica narración “bradburiana” polvorienta: un viejo circo, un viejo camello y una chica polifacética.
  4. El zorro y el bosque (Del libro “El hombre ilustrado”)
    En donde la ciencia ficción se hace presente con viajes en el tiempo, en donde Ann Kristen (trabajadora de un laboratorio de cultivos patógenos) y su marido Roger Kristen (trabajador en una fábrica de bombas), una pareja del año 2155, viajan al México de 1938, huyendo de un mundo malvado, que como un barco negro, se alejaba de la costa de la cordura y la civilización. Haciendo sonar su negra sirena en medio de la noche, con dos billones de personas a bordo, dirigiéndose a la muerte, más allá de la orilla del mar y de la tierra, hacia la locura y el fuego radiactivo, mientras son perseguidos por el gobierno de su época, evitando que escapen de sus deberes dentro de la sociedad futurista.
  5. En la noche” y “Sol y sombra” que tienen toques mexicanos, pero no estoy seguro si se desarrollan en México, ya que no se menciona ningún lugar en específico, ambos son del libro “Las doradas manzanas del sol”

Al terminar de leer “Memoria de crímenes”, cerrando con el último cuento de este libro (La calavera de azúcar) me llevó a la decisión de escribir esta entrada. Quedé maravillado por este relato cinematográfico lleno de texturas y detalles y más porque el estado de Guanajuato se convierte en escenario de un cuento policíaco muy peculiar.

La calavera de azúcar narra la visita de Roby Cibber, un turista de América del Norte del que se hospeda en un segundo piso de un hotel en Guanajuato. Roby es escritor y se encuentra en México buscando a un amigo suyo, Douglas McClure, que también visitó Guanajuato un año atrás, pero nunca volvió a su país. Afuera del hotel se encuentra otro personaje, el Viejo Tomás, torero veterano, el mejor de su época según sus palabras, enseñando a los niños los movimientos correctos que un torero realiza en un combate.

La historia se desarrolla durante el Día de Difuntos, cuando en México todo huele a muerte, un olor del que es imposible escapar.

La mañana de ese día, Roby estaba asustado porque encontró una calavera de azúcar con su nombre en la parte superior. La calavera no estaba ahí cuando se metió a la cama a dormir. Desde este punto del cuento, Roby comienza a sentirse temeroso.

En Guanajuato, Roby conoce a Celia Díaz, una joven guapa mexicana de cabello negro y ojos negros, grandes, suaves, inquisitivos, y labios plenos, con la que había tomado demasiado tequila la noche anterior. Celia conoció a Douglas y se habían hecho amigos. A ella también le sorprendió la desaparición repentina de Douglas pero nunca sospecho nada malo, incluso hace la sugerencia a Roby de visitar Acapulco, “Allí va toda la gente que desaparece”.

Celia percibe el temor de Roby y ella le cuenta que vio la calavera en su habitación antes de encontrarse esa mañana.

Conozco a los norteamericanos: siempre tienen miedo de la misma cosa en México. Siempre miran asustados por encima del hombro. No duermen y digieren mal. Ríen y dicen que es el cambio de clima. No es así. Yo sé lo que es. Tienen miedo a la muerte.

Roby cree que la calavera en su habitación es una advertencia de alguien para que regrese a su país y frene la búsqueda de su desaparecido amigo Douglas.

Más tarde, Celia conduce a Roby a las catacumbas de Guanajuato, el único lugar donde Roby no ha buscado a Douglas. Ahí, encuentra a su amigo momificado, colgado de la pared con las demás momias, con extraño agujero entre los ojos que no parecía de bala. Roby se asusta más y se vuelve paranoico y comienza a creer que mientras más gente se encuentre a su alrededor, más seguro se encontrará en ese día que presagia la muerte. De fondo, un quinteto de músicos toca Yankee Doodle.

Enfermo, Roby sale de las catacumbas y se dirige a una plaza en donde ocurre algo que me recordó a las festividades que he vivido en Banderilla, Veracruz (no en día de muertos, fue en una celebración de la independencia): un toro de cartón con armazón de caña cargado de fuegos artificiales comandado por el Viejo Tomás, el cual al encender las mechas, comenzó a perseguir a la gente de la plaza y todos (incluido Roby) jugueteaban con él y corrían hacia todos lados.

Entre tanto jubilo, a Roby se le olvido el temor a la muerte. Pero un disparo lo hizo volver a la realidad. Fue herido en un brazo y perdía el conocimiento. Celia lo ayuda a llegar al hospital.

Bradbury describe tan bien los sitios que aunque nunca hayas visitado las catacumbas, puedes sentirte en ellas y sentir la adrenalina de ser correteado por un toro envuelto en chispas. Y también da su punto de vista del servicio médico de México en casos como este:

Los médicos no sirven de nada en México. Si el paciente está nervioso, se muestran tan serenos y orgullosos de su ineficacia que él tiene ganas de gritar. Quizá lo hace. El médico venda tranquilamente la herida. Es la fiesta señor. Nada más, nada más. Algún hombre contento ha disparado su revólver. Un mero accidente. ¿No hará usted una denuncia, señor? ¿A quien va a denunciar? A nadie.

Después de salir del hospital con un vendaje en el brazo, Roby regresa al hotel y vaya sorpresa que se lleva al llegar a su habitación: un funeral en su cama.

Era un pequeño funeral. Sobre una tabla había un sacerdote pequeño cuya cabeza era una nuez, con un pequeño libro negro en la mano y alzando una mano en un gesto religioso. Los monaguillos, con banderines, rodeaban el pequeño ataúd con el diminuto cadáver de azúcar cande. Y en el altar había un cuadro del muerto.

Era una foto de Roby Cibber.

Durante el día de muertos se vendían esas tablas con figuras en los mercados. Con esto, Roby sintió mucho frío y comenzó a temblar. De pronto el Viejo Tomás tocó la puerta.

Roby abre la puerta y comienza a platicar con el Viejo Tomás. El Viejo comienza a contarle que vio a Celia entrar a la habitación con el funeral. También le comenta que la señora Licone, que hace calaveras de azúcar, le contó que Celia le había pedido que hiciera una calavera de azúcar con el nombre de Roby. El turista le pide al viejo que lo lleve a ver a la señora Licone esa noche para hablar sobre la calavera de azúcar, a lo cual el viejo accede y entonces el Viejo Tomás revela que conoció al otro norteamericano que visito Guanajuato y que Celia salía mucho con él y le pareció extraño que desapareciera de un día para otro.

En la noche, el Viejo Tomás y Roby se dirigen a visitar a la señora Licone, que no tiene casa y vive debajo de la plaza de toros. De pronto, en el suelo, Tomás encuentra un bulto negro en la arena, que resulta ser un traje de torero y comienza a ponérselo mientras le pregunta a Roby si le gustan las corridas de toros y le cuenta que hace muchos años él era el mejor torero de México, Roby lo observa y le sigue la conversación pero le insiste que continúen caminando para visitar a la señora Licone, Roby le da la espalda y Tomás le da un golpe en la parte posterior del cuello y le ensarta tres agujas que llevaban enhebradas pequeñas cintas rojas, verdes y blancas. Roby se las quita, las tira al suelo y le grita mientras retrocede, pero el viejo deja de tener aspecto de viejo y lo hiere en la pierna con la espada.

Tomás confiesa que el trató de matarlo durante la fiesta, pero que escapó por los pelos, pero que esa noche no se le escapará y nadie sabrá que él lo mataría. Roby le pregunta a Tomás por qué quiere matarlo, entre dolores y sangre.

Jugaremos, señor. Yo soy el torero más grande del mundo. Y usted, señor, será el toro. Cargará contra mí. Yo lo empujaré. Y volverá a cargar. Le clavare la espada en los brazos, las piernas, el pecho. La luna lo verá. Y las estrellas llenarán las gradas.

Lo he visto entrar y salir todos los días del hotel. He visto a Celia a su lado. Ella es nuestra, no de ustedes. Ambos caminaban y reían al sol, y no me hablaban. Todos los días veía como la tocaba y reía con ella, y lo odiaba, señor, sí, como odiaba al otro. El del año pasado, el que entraba y salía del hotel, ese ridículo turista yanqui. Y Celia sólo tenía ojos para él, así como ahora sólo tiene ojos para usted. Y no para Tomás. Para Tomás, que fue en un tiempo famoso en todo México, desde Oaxaca hasta Guadalajara y Monterrey. Oh, ahora Tomás es viejo; ya no puede bailar en el ruedo. Ningún toro lo miraría, ya no una mujer. Tomás no sirve ni para echarlo a los marranos. La gente le escupe. Un toro hirió a Tomás hace muchos años…

Roby, asustado y herido trata de hacer entrar en razón al Viejo Tomás, pero solo consigue hacerlo enojar más y le grita para que ataque contra él, provoca a Roby a tal punto que este se enoja y embiste contra Tomás aunque falla en el primer intento, pero en el segundo salto ambos caen y comienzan a pelear en el suelo hasta que uno de los dos se pone de pie, con la espada en la mano y se la clava al otro en la arena iluminada por la luna.

Ésta es por mí — dijo el hombre de la espada, vacilando; la alzó y volvió a hundirla en el cuerpo que se retorcía-. Y ésta por Celia. -Una y otra vez.- Y ésta es por Douglas McClure.

A la mañana siguiente, después de la consulta al médico, Roby y Celia se encuentran. El llevaba en la mano una calavera pequeña y blanca de azúcar con su nombre, la rompe en trocitos y termina de comérselos antes de saludar a Celia.

En este relato es evidente que Bradbury había quedado muy impresionado en México. No tanto por las momias, de las que habla poco, sino por la ferocidad con que el viejo torero Tomás, se ensaña contra el visitante cuando logra acorralarlo. Es muy común ver que las calaveras de azúcar asustan a la gente que no es de México; los anglosajones, en especial, parecen tener una aversión atávica a la idea de comerse una calavera, si además la calavera tiene su nombre (el memento mori que se vuelve golosina), el desconcierto y el miedo se disparan. Al final del cuento, cuando Roby se come la calavera de azúcar, parece que supera el miedo a la muerte después de un encuentro tan cercano con ella.

¿Has leído algún otro cuento en donde Bradbury sitúe a sus personajes en México?

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Kevin SYE
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