Clarice

A Clarice la conozco desde que era una niña, solía esperarla con mi padre siempre a las siete y cuarenta ni un minuto más ni un minuto menos. En cuestiones de tiempo ella nunca espera aunque uno podría pasarse la vida esperándole. En la superficie ella es elegante y pulcra pero en su interior no esconde su miseria ni el olor a hartazgo que la embriaga.

Existen hombres que la abordan, los peores son los que toman turno de seis a nueve. A esa hora Clarice se vuelve objeto, fuente de calor para los pobres diablos que no soportan las heladas y es qué hay que mencionar que en este sitio la primavera y el invierno son prácticamente lo mismo, del mismo color insoportable. Un gris tan denso que lastima los ojos.

Ella como casi todos, va por ahí escapando de la pesadumbre de este aire, hace mucho que Clarice va por ahí coleccionando hombres no se fija en sus miedos o en sus figuras no tiene ya ningún sueño excepto llegar con la tarifa completa pasada la media noche.