Mala muerte

Miguel Angel Luján
Shango Lector BLOG
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5 min readJun 28, 2020
Le Suicidé, Edouard Manet. Francia, 1877
Le Suicidé, Edouard Manet. Francia, 1877

Del suicidio pienso ocuparme en este escrito — y espero que no me den ganas de suicidarme– y sobre todo de la relación entre la libertad y la muerte voluntaria.
Una reflexión matizada sobre lo que Montaigne y otros muertos dejaron escrito.

Las observaciones de Montaigne acerca del suicidio son del segundo tipo y figuran en el capítulo III, del libro II de los Essais, en un texto plagado de citas que lleva por título “Costumbre de la isla de Ceos” porque en esta isla –asegura Montaigne– sus habitantes tienen la costumbre de escoger cuándo van a morir. Sin embargo, resulta desconcertante comprobar que la relación entre el suicidio y la isla de Ceos solo se hace muy brevemente en los párrafos finales del ensayo. En las veinte páginas de su ensayo Montaigne hace apología –por decirlo así– del suicidio y lo hace con su característica superficialidad culta. Sus referencias principales son los grandes estoicos, en especial Séneca; y, como fuentes de sus ejemplos tomados de la historia clásica, sobre todo en relación con suicidios o sacrificios colectivos, Plutarco y Tito Livio.

La vacuidad de Montaigne, que se hace doctrinaria y hasta cínica con relación a la verdad, cuando declama y practica un pirronismo constante y se pone de relieve en la acumulación inequitativa de citas y referencias eruditas innecesarias, Y, al mismo tiempo, trasciende el argumento del filósofo español en la medida en que ve en el suicidio como “la llave de la libertad”.

Esta afirmación basta para clasificar a Montaigne entre los primeros escritores cabalmente modernos y el primero de los existencialistas. Asimismo, también es el primero en mostrar que la asociación de la libertad individual se hace presente con toda evidencia en relación con el suicidio. En efecto, sus puntos de vista acerca del suicidio son muy simples. Siempre con referencia a las ideas de Séneca.

La muerte voluntaria es la más hermosa. La vida depende de la voluntad ajena; la muerte, de la nuestra. (Montaigne, Ensayos, 505)

¿Qué es lo que, objetivamente, se puede decir acerca del suicidio? si es que la objetividad figura en este tema se pueden considerar sus causas desencadenantes, que devienen de la situación del suicida, pero ninguna consideración de la situación agota los aspectos del acto en sí–ejercer la violencia contra uno mismo– puesto que, en suma, es un acto que borra o desmantela todos los demás actos. En el suicidio la reflexividad se hace patológica. Así pues, el suicidio se levanta delante de cualquier racionalización, por profunda que sea, como un obstáculo complejo y sólido que detiene al ser en busca de su nada. A falta de razón y siendo un poco reduccionistas solo puede haber dos tipos de predicados: los que aconsejan cómo, cuándo y de qué manera realizarlo; y los que dan razones morales, psicológicas o religiosas para evitarlo o, una vez hecho, para condenarlo y para desentrañar esa decisión luctuosa del conjunto de las decisiones que cabe esperar tome un individuo cabal.

La libertad, como experiencia obligatoria, nunca concedida, requiere de un esfuerzo titánico, una disciplina, que solo nos está dado cumplementar en la constante exploración de los estrechos caminos de nuestra alma, durante la vida entera, hasta llegada la hora de la muerte.

En uno de sus fragmentos, Friedrich Schlegel (autor consciente de su propia modernidad)
reflexiona sobre el suicidio con mayor prudencia y menos cinismo: Por lo general, el suicidio es solamente un suceso, raramente una acción. Si es lo primero, su autor habrá obrado siempre mal, como un niño que se quiere emancipar. Sin embargo, si es una acción, ya no cabe hablar de derecho sino únicamente de conveniencia, pues solo a ésta se halla sujeto el arbitrio, que debe determinar todo lo que no pueden determinar las leyes puras, como el aquí y el ahora; y que puede determinar todo lo que no destruya el arbitrio de los demás, destruyéndose, con ello, a sí mismo. Nunca es injusto morir por la propia voluntad mientras que a veces, sí resulta indecoroso vivir más tiempo (Schlegel, Fragmentos, 61).

Hay dos dimensiones de la libertad individual. Una es exterior y presupone la capacidad de sobreponerse a las determinaciones de la sociabilidad. La otra, en cambio, es interior y, ni es tan fácil de afirmar –ni es tan sencillo asociarle una conducta virtuosa– ni tiene su consumación asegurada en el suicidio.
La libertad más íntima implica llegar a la emancipación individual por la vía de alcanzar la serenidad, lo que supone sustraerse a ver la situación como problema; y, en este sentido ninguna acción permite realizarla. Así piensa Ernst Jünger que en un pasaje de su bitácora escrita durante la segunda guerra mundial, anota:

Buscando, en el trayecto que lleva del Pont Neuf al Pont des Arts, la salida a que antes he aludido, he comprendido de súbito con toda claridad que únicamente dentro de nosotros está lo laberíntico de la situación. De ahí que sería perjudicial el empleo de la violencia, destruiría muros, cámaras de nosotros mismos — el camino que lleva a la libertad no es ése. Las horas vienen reguladas desde el interior del reloj. Si movemos las agujas, modificamos las cifras, pero no la marcha del destino. Desertemos adonde desertemos, con nosotros llevamos nuestro uniforme congénito; y ni siquiera en el suicidio logramos escapar de él. Es preciso que nos elevemos, que nos elevemos también a través del sufrimiento; entonces se vuelve más comprensible el mundo. (Jünger, Radiaciones: 218)

El suicida precipita las determinaciones funestas del destino, se rebela contra ella haciéndolas propias, por lo tanto, la suya es una decisión que señala la condición humana y la enaltece a costa de sí mismo, al mismo tiempo que comete un acto de supremo egoísmo en la medida en que oculta para siempre la índole o el contenido de su propia decisión, de tal modo que cuando intentamos comprender su elección de una muerte voluntaria, ésta siempre se nos presenta como un enigma insondable. En parte esto se debe a que no hay un después del suicidio. No hay balance ni revisión posible de lo actuado. No puede haber una explicación razonable de semejante decisión, de ahí que casi siempre se suele asociar las motivaciones del suicida con algún desvarío o una falta de razón pese a que el suicida es, cuando menos, uno que por fuerza ha de haber razonado o reflexionado a fondo su decisión, quizá incluso demasiado.

“The Sleep Of Reason Produces Monsters”, 1799 Francisco Goya
“The Sleep Of Reason Produces Monsters”, 1799 Francisco Goya.

Que la vida me dure lo suficiente para seguirlo pensando, pero que el tiempo se apiade de mi, porque no soy suyo, y que el mundo me perdone porque las noches no fueron hechas para mi, y los suspiros y el susurro de los corazones que subyacen del submundo de las toxinas junto con esos escombros que se parecen tanto a mi, no soy yo, porque soy algo que no estoy dispuesto a llevarme a lo cíclico, porque quiero arrebatarle mi vida al destino.

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Miguel Angel Luján
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