“Muere un hombre cuidadoso” (Del libro: Memoria de crímenes)

Kevin SYE
Shango Lector BLOG
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9 min readMay 22, 2020

Ray Bradbury no solo debe ser recordado por sus asombrosas historias espaciales, o por su afición por los circos en octubre o por sus espectaculares y espantosamente especulaciones acertadas sobre la evolución de la sociedad y su futura dependencia a la tecnología (contradicción mía al estar publicando esto en un plataforma electrónica futurista).

Antes de todos los viajes espaciales, Bradbury seguía las huellas de escritores de novelas negras, como Raymond Chandler (The Long Goodbye, novela publicada en 1953), Dashiell Hammett (Red Harvest, publicada en 1929) y James Cain (Mildred Pierce, novela de 1941). La versatilidad de Bradbury es demostrada a lo largo de su obra, y con “Memoria de crímenes”, una colección de 15 cuentos policiales, le cierra la boca a todo aquel que diga “Bradbury solo piensa en marcianos”. En este libro encontré varios cuentos que hicieron estallar mi cabeza y darme cuenta de cosas que probablemente ocurran en la realidad.

Fuente: DeBolsillo

“Muere un hombre cuidadoso” es un cuento de 1946, sobre un escritor hemofílico que es amenazado silenciosamente por sus musas que quieren permanecer en el anonimato.

Rob es nuestro personaje principal, un escritor de 25 años que lleva una vida cautelosa, precisa y ordenada. A sus 17 años le diagnosticaron hemofilia, una enfermedad que se caracteriza por un defecto de la coagulación de la sangre que, desafortunadamente, heredó de su padre y de la familia de su madre. El papá de Rob murió camino al hospital al cortarse profundamente un dedo. Este acontecimiento hizo que adoptara la costumbre de llevar siempre un frasco pequeño de tabletas coagulantes en el bolsillo interior de su chaqueta.

Duerme poco (lo suficiente) se despierta temprano y administra a la perfección su tiempo. Lleva una vida normal por así decirlo. Lo que le da una emoción peligrosa (e innecesaria en mi opinión) a su vida es su Novela en proceso. Los personajes principales de la novela de Rob son Anne J. Anthony (su antigua novia con la que aún tiene contacto) y Michael M. Horn (el nuevo novio de su antigua novia). La emoción peligrosa reside en que sus personajes no-ficticios se encuentran envueltos en problemas con drogas duras y la publicación de la novela de Rob no les beneficiaria en lo absoluto.

Michael no puede permitirse asesinar personal o asistidamente a Rob, ya que sería el primer sospechoso del asesinato, por lo que busca una manera en la cual pueda provocarle a Rob una muerte “accidental”. Así que Michael decide tenderle trampas silenciosamente letales a Rob. Estas trampas consisten en sorprender a nuestro protagonista con objetos afilados colocados en donde menos se lo espera, con el objetivo principal de causare una herida contundente y muera desangrado. Algunas de las trampas de Mike son: cajas con mecanismos de navajas en su interior enviadas por correo, limar la manija del carro de Rob y cambiar el tenedor del almuerzo por otro más afilado.

Estas trampas mantienen en constante peligro a Rob, pero se libra de ellas gracias a la atinada costumbre de mantener cerca sus píldoras coagulantes.

Después de que la última trampa (el tenedor afilado) le cortara la lengua, Rob acude al hospital, porque la herida era más comprometedora. Al salir del hospital con la lengua curada, sube a su auto con cuidado y planea dirigirse a casa, pero al poco rato se da cuenta de que un auto lo está siguiendo.

Doblas a la izquierda en la primera esquina y piensas, rápido. Un accidente. Tú mismo desmayado y sangrando. Inconsciente, no podrás darte nunca la dosis de esas preciosas pildoritas que llevas en el bolsillo. Pisas el acelerador. El coche ruge, y miras atrás y el otro coche está aún siguiéndote, acortando la distancia. Un golpecito en la cabeza, el menor corte y estás perdido.

Doblas a la derecha en Wilcox, otra vez a la izquierda al llegar a Melrose pero aún están detrás. Puedes hacer una única cosa. Detienes el coche junto a la acera, sacas las llaves, bajas lentamente y te sientas en el césped de una casa. Cuando pasa el coche que te iba siguiendo, sonríes y saludas con la mano.

Mientras desaparece el coche crees sentir unas maldiciones. Caminas el resto del trayecto hasta la casa. En el camino llamas a un taller mecánico para que te retiren ellos el automóvil.

¡En este momento del cuento, Rob se siente invencible! Se autoproclama superior a sus rivales, dice ser más listo que todos ellos juntos porque siempre esta alerta. Tiene fe completa en su capacidad de vivir y asegura que nunca habrá una persona lo suficientemente lista para matarlo. Pero Rob no es invencible, tiene un punto débil: Anne.

El día después de la persecución, a las 4 de la mañana, Rob se encuentra en su máquina de escribir trabajando en su Novela en proceso. El interfón de la casa suena.

— Hola, Rob. Anne. ¿Acabas de levantarte?

— Exacto. Es la primera vez que vienes en varios días, Anne.

Abres la puerta y entra Anne, despidiendo un agradable perfume.

— Estoy cansada de Mike. Me enferma. Necesito una buena dosis de Robert Douglas. Estoy cansada de veras, Rob.

— Se nota en tu voz. Te comprendo.

— Rob…

Una pausa.

— ¿Si?

Una pausa.

— Rob, ¿podríamos irnos de aquí mañana? Quiero decir, hoy, esta tarde. ¿A algún sitio en la costa, tirarnos al sol y dejar que nos queme? Lo necesito, Rob, lo necesito mucho.

— Sí, claro. Por supuesto. Sí. ¡Claro que sí!

Obviamente Rob esta enamoradísimo de Anne y accederá a todo lo que ella le proponga con tal de estar cerca de ella y sentir su aroma, admirar su belleza y escuchar su dulce voz.

Hipnotizado por la voz de Anne, Rob la deja pasar a su casa. Mantienen una plática de pareja, se reclaman con dulzura las acciones que han tomado. Ella le reclama de la novela, el de su problema de drogas. Uno le propone al otro que deje sus asuntos y volver a ser felices. Nadie quiere ceder. Entre besos acuerdan escaparse al día siguiente a la playa.

Estacionas el coche en la cima soleada de un acantilado poco después del mediodía. Anne corre delante, bajando por las escaleras de madera. El viento le levanta el pelo bronceado, y el traje de baño azul le queda muy bien. Tú la sigues, pensativo. Estás lejos de todo. Los pueblos han desaparecido, la carretera está vacía. Allá abajo la playa, donde entra el mar, es ancha, árida, con grandes losas de granito volteadas y arrastradas por las rompientes. Aves zancudas chillan. Miras cómo camina Anne delante tuyo, bajando. “Qué tonta”, piensas de ella. Caminan lentamente, tomados del brazo, y se detienen dejando que el sol les penetre en la piel. Ahora crees que todo es limpio y bueno, durante un rato. La vida es toda limpia y fresca, incluso la vida de Anne.

Caminan por la orilla del agua y hablan con ternura sobre su pasado, como era todo antes cuando estaban juntos. Después de un rato, se acuestan a tomar el sol y Anne le pide permiso a Rob para ponerle aceite en la espalda para evitar que se queme, Rob acepta y observa a Anne sacar una botella de aceite amarillo puro de su bolso de charol. Mientras Anne le aplica el aceite en la espalda, él se siente tranquilo, pleno y relajado. Después de un rato, ella termina de masajear la espalda de Rob y se coloca a su lado.

— ¿Tienes cosquillas? — pregunta Anne, a tu espalda.

— No — dices, estirando hacia arriba las comisuras de la boca.

— Tienes una hermosa espalda — dice Anne — . Me encantaría hacerte cosquillas.

— Muy bien, adelante — dices.

— ¿Tienes cosquillas aquí? — pregunta Anne.

Sientes un movimiento distante, letárgico en la espalda.

— No — dices.

— ¿Aquí?

No sientes nada.

— Ni siquiera me estás tocando — dices.

— Leí una vez un libro — dice Anne — . Allí se afirmaba que las zonas sensibles de la espalda están tan poco desarrolladas que la mayoría de las personas no pueden saber con exactitud dónde las tocan.

— Tonterías — dices — . Tócame. Adelante. Te diré el sitio.

Sientes tres movimientos largos en la espalda.

— ¿Y bien? — pregunta Anne.

— Me tocaste debajo de un omóplato, y recorriste quince centímetros. Lo mismo debajo del otro omóplato. Y luego por la columna vertebral. Ahí tienes.

— Eres muy listo. Abandono el juego. Eres demasiado bueno. Necesito un cigarrillo, y no me quedan más. ¿No te importa que vaya a buscar al coche?

— Voy yo — dices.

— No, está bien.

Anne se aleja de Rob y se dirige hacia el coche. Él la mira hipnotizado. El coche se encuentra alejado del lugar en donde estaban acostados, Anne recorre un largo camino y sube escaleras hasta llegar al acantilado en donde estacionaron el coche. Al llegar, Anne le grita a Rob y le pregunta si tiene calor, él le grita de vuelta que esta empapado en sudor. Rob siente el sudor recorrer su espalda. Rayas de sudor bajan pos sus costillas y su estómago, él nunca había sudado así en su vida…

Al caer en la cuenta de que estaba sudando exageradamente, se sobresalta, levanta la cabeza hacia el acantilado y observa a Anne arrancar el coche y alejarse por la carretera mientras lo saluda con la mano.

— ¡Bruja! — gritas, con rabia. Empiezas a ponerte de pie.

Le cuesta trabajo ponerse de pie. El sol lo ha debilitado y la cabeza le da vueltas. El concluye que es por el sudor y probablemente se encuentra deshidratado. Respira profundamente y percibe un nuevo olor en el aire, un olor que le aterra. De pronto grita y se pone de pie tambaleándose. El sudor no es sudor, es sangre.

El líquido rojo baña por completo su espalda, recorre sus muslos y envuelve su pelvis. Se toca la espalda y detecta tres largas heridas abiertas en la carne debajo de sus omóplatos. Pero le sorprende no sentir dolor alguno al tocar sus heridas.

“Vamos, deja que te ponga un poco de aceite en la espalda”, dice Anne muy lejos, en la brillante pesadilla de tu recuerdo. “Te vas a quemar”. Una ola rompe en la orilla. En el recuerdo ves el largo hilo amarillo de líquido que cae en tu espalda, suspendido de los hermosos dedos de Anne. Sientes los masajes. Narcótico en una solución. Novocaína o cocaína o algo por el estilo en una solución amarilla que, luego de un tiempo en la espalda, adormecía todos los nervios. ¿Acaso Anne no sabe todo acerca de los narcóticos? La dulce, dulce y hermosa Anne.

Desangrándose bajo el ardiente sol de la playa Rob se da cuenta que sus heridas pueden ser catalogadas como un accidente en la playa. Pudo hacérselas nadando, raspandose con una roca. La policía nunca sospechara de Anne, y muchísimo menos de Michael. ¡Que descuidado! Rob camina trabajosamente hacia su chaqueta, que se encontraba a unos metros de donde estaban instalados, busca las tabletas desesperadamente en su bolsillo, pero no está el frasco, en ninguno de los bolsillos de su chaqueta. Anne las robó.

— ¡Anne, vuelve! — gritas — . ¡Vuelve! Hay cincuenta kilómetros hasta el pueblo, hasta un médico. No puedo caminar eso. No tengo tiempo.

Al pie del acantilado alzas la mirada. Ciento catorce escalones. El acantilado es escarpado, y brilla bajo el sol. No hay más remedio que subir los escalones.

Cincuenta kilómetros hasta el pueblo, piensas. Bueno, ¿qué son cincuenta kilómetros? ¡Qué día espléndido para caminar!

¿Rob muere antes de conseguir ayuda? El título del cuento nos puede responder esa incógnita, aunque el final es un poco abierto aun así. Asumamos que Rob muere. ¿Qué habrá pasado con la Novela en proceso después de la muerte del escritor? Obviamente Rob pudo evitar su muerte dejando de escribir esa novela, no valía la pena correr tantos riesgos al escribirla. Él no era tan cuidadoso después de todo.

La situación de Rob desespera. Fácilmente podemos molestarnos con él por ser un idiota. Su vida era buena, había encontrado la manera de vivir con su enfermedad y encontrarse tranquilo, como si no pasara nada. Pero al parecer no le es suficiente. El aun conserva sentimientos fuertes hacia a Ann sin importar lo dañino que pueda ser estar cerca de ella. ¿Alguna vez se han encontrado en una situación parecida?

Con este cuento como ejemplo, puedes esperar cualquier cosa en los 15 relatos que el libro “Memoria de crímenes” ofrece. Más adelante me gustaría escribir sobre otro relato de este libro. Espérenlos pronto.

Fuente: Coroner Talk

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