El lugar prohibido

O de cómo la rigidez de un régimen nos dejó fuera

David Fuentes
Siguiendo a Marco Polo

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Corría Julio del año 2008 y me encontraba, junto con my very good friends Nico y Fer saliendo de la India en un horroroso trayecto de tren desde Varanasi hasta Gorakhpur, donde nos esperaba un mucho mejor (ironic) trayecto de bus/minivan hasta Kathmandu de muchas más horas de las que nos prometieron, del que hablaré otro día porque podría rellena hasta 3 cuadernos…

Nuestro plan era visitar el valle de Kathmandu, para después haber cruzado por tierra, durante 5 ó 6 días hasta Lhasa visitando los puntos más representativos del Tibet; pero los simpáticos dirigentes del régimen que tiene ocupado este territorio decidieron que, por ser año de Juegos Olímpicos, no nos iban a dejar.

Ya antes de partir de Madrid sabíamos que no podíamos entrar… pero como ni siquiera teníamos el visado de China (porque sólo te dan un mes de plazo para entrar, y nosotros íbamos a tardar más…), decidimos que sería en Nepal donde volveríamos a intentarlo.

Pero estaba chapado:

Prohibited, by David Amsler

(Quien dice orinar, dice entrar…)

Así que no pudo ser: el Tíbet se encontraba TOTALMENTE cerrado a extranjeros en verano de 2008 por miedo a las protestas de grupos de activistas, lo que provocó que tuviéramos que salir de Nepal camino de Calcuta, y su maravilloso mercado de las flores, del que Fer seguro que guarda un excepcional recuerdo, para luego volar a Bangkok y de ahí a Hong Kong (donde finalmente, y no sin suerte, obtuvimos el visado para la República Popular). En este sentido, tengo que darle las gracias a las autoridades porque nos permitieron conocer estos dos lugares, a los que a priori no pensábamos ir, y fueron algo de lo mejor del viaje, si no lo mejor; y el inicio de mi historia de amor con Tailandia.

Pero esta entrada no la empecé para hablar de lo que hicimos, sino de lo que NO hicimos. Y esto era lo que podía haber sido y que, con todas mis fuerzas, espero que algún día, sea.

De habérnoslo permitido, el primer día habríamos salido de Kathmandu camino del Puente de la Amistad, entre Kodari y Zhangmu, donde se encuentra la frontera nepalí-tibetana.

Friendship Bridge in Kodari, by Marc Van Der Chijs

Esta zona aún no es de super-mega-alta montaña, así que nos habríamos encontrado bastantes poblaciones por el camino, y alguna que otra sopresa de la naturaleza, como las cascadas de Kodari, aún en el lado nepalí.

Kodari, by Robert Stanford

Y ya estaríamos en el lado tibetano, donde todo sería diferente. El primer contacto sería en la frontera, en Zhangmu, pero ya se sabe que las localidades fronterizas nunca representan la realidad del lugar, por todo el trajín de idas y venidas que se llevan. Aun así, el ambiente tibetano ya sería, probablemente, bastante palpable.

Zhangmu, by Brian Shrader

Y si todo hubiera ido bien, el primer día habríamos llegado hasta Nyalam.

Nyalam, by Qiu Qin

Un primer día un tanto insulso (dentro de lo que estas latitudes permiten de insulsez). Pero que no habría servido para haber llegado al principio de la gran meseta tibetana, para pasar las primeras etapas del mal de alturas, y para tomar fuerzas de cara a lo que hubiera venido después.

El segundo día empezaría con buen ánimo camino de Tingri, pasando uno de los puntos de carretera más elevados del mundo, el La-Lung La, a 5120 metros de altitud, con unas espectaculares vistas durante todo el camino de la cara Norte del Himalaya, pasando también por el monasterio-cueva de Milarepa, uno de los refugios de meditación más importantes de la cultura tibetana.

Chorten at Milarepa’s cave, by Greg Willis
La-lung La Pass, by Erik Duinkerken

Tingri es un mínimo pueblo (no llega ni a 500 habitantes) al lado del camino en el que, si nos hubieran dejado, habríamos dormido esta segunda noche de camino.

Probablemente hubieramos notado aquí la esencia del Tibet más profundo. Además, la experiencia de despertarse viendo el Everest y el Cho-Oyu por la ventana (foto tomada desde la guesthouse por Erik Törner) tiene que ser única.

El tercer día empezaría con un corto trayecto hacia Rongbuk, el monasterio a más altitud del mundo (4980 m) y situado solamente a 8 kilómetros del campo base del Everest, distancia que habríamos recorrido a pie esa misma tarde en un, seguro que increíble, trayecto de ida y vuelta.

Rongbuk, by Steve Taylor
Everest Base Camp Trekking, by Nepal Gateaway Trekking

De vuelta, habríamos dormido en el monasterio, sólo nos queda imaginar los recuerdos que nos habríamos llevado de compartir cena y noche (más que merecidas, después del trekking a 5000 metros) con los monjes.

Al cuarto día nos habríamos depertado ya un poco cansados, porque el mal de altura pasa factura, ya se sabe, pero con ganas, que aún nos quedarían muchas historias que vivir. Saldríamos por la mañana hacia el monasterio de Sakya, uno de los más grandes (y antiguos) de todo el Tibet.

Inner courtyard of Sakya Monastery, Tibet, by Erik Törner

Y por la tarde habríamos llegado a Shigatse, la segunda ciudad del Tibet en población y hogar de uno de los monasterios más importantes, el Tashi Luhnpo, un Potala en miniatura, fundado por el primer Dalai Lama.

Shigatse, by Luis Carlos Cobo

Habríamos amanecido el quinto día sin pensar que nuestra aventura se iba acercando a su fin, pero sabiéndolo, en el fondo. Aunque aún nos quedaba disfrutar del viejo Gyantse y su impresionante Dzong a lo alto, así como de los monasterios de su interior.

Old Gyantse and Gyantse Dzong, by Steve Hicks
Gyantse, by Eatswords

Habríamos hecho noche en algún lugar del pueblo viejo y entonces nos daríamos cuenta de que, efectivamente, esto se acababa a la mañana siguiente, pero a la vez tendríamos ganas de llegar a Lhasa, algo que para mi, al menos, es un sueño desde que empecé a conocer mundo y sobre el mundo.

Al despertar habríamos tomado camino de Lhasa, pero todavía nos aguardaba el viaje un pequeño regalo, la carretera bordea durante largo tramo el Yamdrok-Tso (Lago turquesa, según mis conocimientos de tibetano). Foto de Esther Lee.

Y poco más de una hora después, habríamos llegado a Lhasa con una experiencia maravillosa en la mochila, un total de 979 kilómetros compartidos con un conductor/guía tibetano (no se permite realizar este trayecto sin uno) a quien, a partir de entonces, habríamos llamado amigo.

Gracias, querido régimen.

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David Fuentes
Siguiendo a Marco Polo

Pachorro, viajero, despistado, Molone, pensador, ingeniero, coherente, baterista, madrileño, cervecero, rayista, seriéfilo, comidista, chanante y submarinista.