El infierno es demasiado dulce

Ácrata y Banquero
El silencio
5 min readNov 27, 2023

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Cóndores no se entierran todos los días—decía Goyo, el Gorrión en el funeral. Se le notaba compungido por un copartidario que se retiraba de la contienda. No es lo mismo ser un pájaro libre que ser un burgués emplumado -insistía. Dorito, el Cóndor fue siempre un ejemplo majestuoso de lucha y resistencia en las alturas de Los Andes -agregó. Él como la mayoría de nosotros consideraba que no existe el punto medio. No hay un lugar de comunión entre las visiones de la vida -miró desafiante al público que lo escuchaba con solemnidad. Estamos los que le damos forma al mundo y luego los que se acomodan a él, aceptando gustosos cualquier escupitajo -oh! Exclamó la audiencia emplumada. Cóndores no se entierran todos los días y por eso estamos aquí reunidos los que hacemos que las cosas pasen, nos interesamos por el universo y luego están aquellos que lo transitan sin reparar en él. Dorito, era un pájaro libre y ante la presencia de sus sagrados restos se encuentran aves esclavas por gusto. Si, hay un enemigo interno ¡Oh! -exhalaron los oyentes. Los zorzales y las calandrias no se inmutaron. No esperaban mucho de los gorriones, menos de Goyo. Este siguió con su discurso fúnebre. Venimos a honrar a un ser leal cuyo único error fue confiar en las palomas. Esta ave libre que nos abandona hoy no merece la presencia de burgueses infiltrados. En ese punto la sangre de Colombo El Palomón le palpitaba en las sienes. Las grullas bajaron la mirada avergonzadas de las excéntricas ocurrencias de los gorriones, que no desaprovechaban oportunidad para dilapidar a aquellos que caían en desgracia, como hicieran con la gallinas. En particular si la ofensa era interactuar con los que los gorriones llamaban terroristas, los humanos. Así repetían una y otra vez, ¡no se negocia con terroristas! Y por lo general eran las palomas las receptoras de ese reproche, quienes por su perfil goloso y complaciente no resistían estar lejos de los humanos. Ellos les garantizaban buena alimentación, espacios de esparcimiento para reconocerse y en algunos casos un pasatiempo llamado trabajo. Sin embargo, Colombo a diferencia de lo que le sugerían los ancianos de su clan, había tenido suficiente humillación y quería revancha. Deseaba limpiar el nombre de los suyos y haría lo que fuera necesario para ello. No alcanzó Goyo a retomar su discurso cuando Colombo empezó a batir sus alas. Los nervios de la muchedumbre se crisparon. Conocían la señal. El resto de las palomas presentes empezaron a hacer lo mismo. Los buitres preocupados porque la ceremonia no concluyera, y por tanto se complicara su pago, apuraron el trámite y empezaron a descender el féretro con premura en el pantano como lo había pedido Dorito, el Cóndor. Los aletazos cortando el aire resonaban en las ramas que constituían el féretro y fue el presagio de la paz que no tendría en su tumba aquel pájaro revolucionario. Rapaz, el Buitre, repetía constantemente mientras aflojaba con cuidado la soga: aquel que siembra tormentas cosecha tempestades. Pronto los restos de Dorito tocaron el fondo enlodado y así los buitres dieron por concluida su labor y empezaron a cobrar en semillas la ceremonia antes del caos que olfateaban. Mientras tanto las palomas sacudiendo frenéticamente sus alas se habían formado alrededor de Colombo. Goyo atónito miraba como la situación se desenvolvía desde su atril. Este insulto era un antes y un después en la cofradía de las aves que dependía de él, un soberano que, para conservarlo todo, todo lo tiene en su garra. Elevó sus alas para captar la atención de la multitud que presa de la confusión se apartaba de las palomas que de a poco se agrupaban mientras seguían expresando su descontento. Execrables colaboracionistas, les pido que calmen sus ánimos -exclamó Goyo conteniendo la ira en su tono. Lo único que logró fue hacer que Colombo el Palomo inflara su pecho aún más y se irguiera en pose de pelea mientras el resto de las palomas chillaban zarandeando con fuerza sus alas. Goyo sonrió con sarna. Execrables colaboracionistas, les recuerdo que todos estamos sujetos al mismo código de honor que ustedes con sus aleteos pasados y presentes se han encargado de quebrar -continuó Goyo. Considerando que insisten, me veo obligado como ave miembro de la cofradía, a invocar el primer artículo. Las cigüeñas se desmayaron y tras de ellas se pudo apreciar como el resto de los gorriones previamente alertados, cercaban al grupo y los obligaban a concentrarse en el medio, dando saltitos a falta de pasos. Los cuervos, caminantes expertos pateaban a las cigüeñas para que no estorbaran. Colombo, apretado en la mitad del tumulto gritó por encima de las cabezas; vení decimelo a mí. La muchedumbre enmudeció y se apartó de Colombo. A Goyo lo sorprendió tanto como al resto de la concurrencia. ¿Me parece que alguien dijo algo? preguntó Goyo mirando al vacío ¿alguien abrió el pico?¿quién sos? ¿qué pretendes? Goyo se apartó del atril y en siete saltitos propios de gorrión estaba frente a Colombo, con el rostro desencajado por la ira que le desbordaba, entumeciéndole la mandíbula en una mueca macabra. Palomón si te entiendo bien estás enfrentando a nuestros clanes a un duelo -espetó Goyo. Con esta señal, los gorriones abrieron sus alas en posición de ataque al unísono y cuando las palomas pudieron darse cuenta, tenían espuelas de terurero sobre las pechugas. Las mismas habían sido cortadas con suma cautela y discreción al comienzo de la rebelión y los terureros no atinaron a oponer resistencia. El mismo Colombo tenía un alfiler que Goyo guardaba en el pico y cuyo filo helado sentía por debajo del plumaje. Sabiéndose sometido el clan Colombo detuvo su aleteo. Pronto sus miembros buscaron afanosamente la intervención de las aves de los otros clanes como gesto de solidaridad y respaldo, ante lo que consideraban una profunda injusticia. Solo recibieron miradas evasivas como respuesta. Paralizado por el pánico, Colombo el Palomón trataba de interpretar la situación. Su sospecha se encarnó cuando Goyo y su aliento pestilente le indicó que se preparara para el combate y se alejó de él. Cuando estuvo a treinta y tres saltos de distancia, lanzó su alfiler haciendo que se clavara en el suelo a dieciséis saltos y medio de Colombo. Era el protocolo para declarar la guerra entre clanes. Esa tierra herida entre los dos implicaba que debían batirse a duelo. Colombo apenas se preparó para asestar el primer golpe. ¡Pues la fuerza es justa cuando es necesaria! -exclamó Goyo y, en un vuelo rasante, aterrizó con las espuelas en el pecho sorprendido de Colombo perforando su corazón, y extinguéndole la vida detrás de una bocanada de aire y sangre que saltó de su boca. El resto de los gorriones hizo lo propio con las palomas que se cruzaban en sus vuelos rasantes. Las grullas asqueadas por la sangre en su plumaje imploraron una piedad estéril por el clan Colombo. Los gorriones estaban empecinados en expresar un mensaje hundiendo sus picos en las entrañas de las palomas e ignoraron cualquier asunto que no tuviera que ver con borrar de la faz de la tierra a las palomas. Cuando se detuvo la sangrienta orgía, Goyo ebrio de violencia y limpiándose la sangre de las plumas repitió con calma a sus súbditos: las principales bases son buenas leyes y buenas armas; pero no puede haber buenas leyes allí donde no hay buenas armas.

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