Mi interpretación es: Comer mierda alimenta.

Hoy quiero contar que no tengo nada que contar

Ácrata y Banquero
El silencio

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Hoy es un día muy frío, pero no por el clima si no porque esto de ser adulto es una completa mierda. Constantemente me acuerdo de Andrés Caicedo que decía que la vida se acaba justo a los 26. Bueno, yo estoy justo en los 26. Él se suicidó porque no pudo aguantar la presión. Yo en cambio estoy aquí escribiendo. Pensándolo bien, si hace frío. El invierno que hace 2 años nos estaba negando dios, alá, belcebú o el que maneje esa máquina, violentamente aterrizó sobre este lado del mundo y bueno, no es que me caiga nada bien cuando estoy en medio de esta crisis.

La crisis

Una vez una española me decía que los 20’s eran una mierda. Que tenía que aguantar hasta los 30’s donde todo sería bomba y luego los 40’s y así sucesivamente. Ella quizá no lo sepa, pero cuando me golpea la nostalgia pienso en sus palabras. Me aferro a ellas como si fueran un tronco en medio de mi naufragio. No es que mi barco se hubiera venido a pique por un iceberg. De verdad me gustaría poder pensar que no me siento bien por X o Y motivo. Lo cierto es que después de haber escapado de mi isla desierta, me confié y pensé que mi barcaza de ramas y troncos a semiatar que me había llevado a nuevas aguas sería suficiente para cruzar el atlántico. Al menos el Titanic tenía algo de que regodearse. Pero cuando miro el desastre que soy me doy cuenta de que me dormí. Otra vez. Por más que ponga recordatorios de no confiar demasiado en las personas o alarmas para estar atento a los detalles, siempre que creo que lo estoy haciendo todo bien, descubro que algo se me escapó. Usualmente es tarde para corregirlo. Claro, porque si se pudiera corregir, no estaría aquí flotando ¿verdad?.

Entonces estoy en la mitad de todo y de la nada. Mil cosas girando a mi alrededor y yo como un niño que en el fondo sigo siendo trato de ir detrás de cada una de las estrellas de esta constelación de problemas. Casi que me siento en el invierno crudo que me recibió a mi llegada a estas tierras. Cuando decidí cortar el cordón umbilical y quise aventurarme a ver quién era yo. Es irónico que después de haber resuelto tantos nudos desde aquel frío aterrizar esté de nuevo aquí enmarañado como si fuera el primer día. Será eso a lo que se refería Camus con el eterno retorno de Sisifo. Bueno, en realidad no lo sé porque no he podido seguir leyendo mucho. Esta inapetencia que me ahoga el alma se me cuela por cada uno de los poros y a veces viaja más rápido que yo. Abro la puerta de casa y está instalada cómodamente esperándome para darme un golpe de realidad. A veces es ella la que presiona el botón del elevador o pide la parada en el colectivo.

Pero supongo que al fin de cuentas sobreviviré esta intempestiva descarga de Fortuna, la diosa griega que por ahora su pasatiempo es pincharme cada una de mis ilusiones. Yo en el fondo se lo agradezco. Pero muy en el fondo. Detrás de mis quejas y mi niñería. Porque cuando vuelva la primavera, saldré de esta cueva y entonces ya no seré el mismo.

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