Alicia en el que nunca (jamás) fue el País de las Maravillas

Mica Kasty
8 min readNov 22, 2018

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Alicia con su hermano, su papá y su mamá.

La dictadura siempre me resultó ajena, lejana, propiedad de los libros de historia que me veía obligada a leer en el colegio, no más que eso. Como un cuento. Aprenderse un par de nombres, memorizar algunas cifras, aprobar la materia, y listo. Punto aparte.

No fue sino hasta hace poco que me di cuenta que la dictadura militar que se cobró decenas de miles de vidas, que manchó la historia de nuestro país para siempre y marcó a una generación entera no nos es para nada ajena. Convive con nosotros. Te la cruzás en la calle, te atiende en un negocio, te da clases en la universidad. La historia está presente, no nos dejó nunca. La historia, hoy, está en Alicia.

Lo primero que me llama la atención cuando entro al departamento de Alicia es la biblioteca que ocupa una pared del living. Está llena de libros, CD’s y películas, decorada con fotos de su familia. En los estantes conviven clásicos del cine y de la literatura, libros de cocina, teatro y fotografía, libros sobre el Che, discos de Cerati, Silvio Rodríguez, La Bersuit. “¿Los leíste todos?” le pregunto. “Casi todos, los más recientes no los pude leer aún por motivos obvios llamados Morita” me contesta, riendo. Mora es su hija de 3 años que, mientras nosotras hablamos, juega frente a la tele mirando Toy Story.

Nos sentamos y me empieza a contar su historia. Alicia vivía con sus padres, “Peche” Torres y Amelia Larcamón, y con su hermano Jorge. La noche del 6 de diciembre de 1977, se acabó ese juego que la hacía feliz. Como parte del llamado “Operativo Rastrillo”, secuestraron a casi todos los integrantes del Partido Comunista Marxista Leninista (CML), en el cual militaban sus padres, a quienes no volvió a ver. “Tenía 2 años y mi hermano 12, estábamos con un nene que se llamaba José, hijo de compañeros de militancia de mis padres. Pasamos todo el día en la comisaria 17 de Capital Federal”.

Intento dar todos los detalles posibles para ilustrar a quien esté leyendo este relato. Miro a Alicia y busco gestos, movimientos que demuestren sentimientos. Pero, en este caso, la ausencia de estos dice mucho más. Así como el silencio dice más que mil palabras, la tranquilidad al contar su historia demuestra todo. “¿No tenés problema en hablar de esto?” pregunto. “No, para nada. Ya estoy acostumbrada.” me responde. Y se nota. Lo cuenta con una naturalidad como quien narra un cuento, porque para muchos es eso, pero para ella es su historia, su vida, su orgullo. Alicia dejó el País de las Maravillas hace años.

Amelia y Peche, los padres de Alicia.

Me enteré la historia de mis viejos a los 12 años. Juliana, una amiga de la primaria, le contó a su mamá, que había estado embarazada durante la dictadura, que yo vivía con mi abuela. Su mamá le preguntó “¿no será hija de desaparecidos?” y me lo contó”. Así hizo clic. Su historia y todas las cosas que escuchaba y veía le cerraron. Las señoras que iban a su casa a charlar y tomar el té con su abuela eran las Madres de Plaza de Mayo. Las cartas que su abuela escondía eran de la Asociación de Madres. Encontró la pieza que le faltaba para armar el rompecabezas de su historia.

Alicia prepara la ensalada que le sirve de almuerzo antes de ir a trabajar. Se sienta a comer. Me mira y le pregunto si su abuela le contó algo acerca de la desaparición de sus padres. “Me entregó un diario, que aún tengo, donde escribió cuando se llevaron a mis padres, qué hizo para intentar recuperarlos y todo lo que fuimos haciendo mi hermano y yo, por si volvía mi mamá y a ella le fallaba la memoria”. Sigue comiendo. A mí se me hace un nudo en el estómago.

A diferencia de Alicia, su hermano sí recuerda la noche del secuestro. Sin embargo, no fue hasta la presidencia de Néstor Kirchner que empezó a hablar. Durante el gobierno del expresidente se tomaron múltiples medidas para el reconocimiento de los desaparecidos en dictadura, así como también concluyeron más de 20 juicios que tuvieron como resultado la condena de 83 personas por delitos durante la misma. Además, entre 2003 y 2007, 16 nietos encontraron su identidad gracias a las Abuelas de Plaza de Mayo. “Hasta entonces, ser familiar de desaparecidos era ser una lacra, estaba mal visto”, afirma Alicia.

Alicia.

La dictadura militar destruyó miles de familias. Las dejó sin la posibilidad de formar experiencias, dejó hijos sin padres, padres sin hijos. Fantasmas. Dudas. “Voy al médico y me preguntan ‘¿alguna enfermedad de tu mamá y tu papá?’ No lo sé. No tuvieron tiempo. No les dieron el tiempo de desarrollar nada.”. Quedaron historias inconclusas, datos sin conocer. Cuando le pregunté a Ali qué le hubiera gustado saber sobre sus padres, la respuesta me tomó por sorpresa: Sus defectos me contestó. “Nunca nadie me contó si tenían mal carácter, si se levantaban malhumorados, qué tipo de padres eran. Hay cosas mías, como mi mal humor, que digo ‘¿serán de mis viejos?’”.

Recordé que la familia Torres-Larcamón no era la única protagonista de la historia. Me estaba olvidando de José, el nene que estaba con Alicia y Jorge al momento de la desaparición de sus padres. Al preguntar, me enteré que siguen en contacto, tanto él como su madre biológica, quien volvió del exilio en Suiza para reencontrarse con su hijo. Su padre sigue desaparecido.

Como consecuencia del 6 de diciembre del ’77, José tiene problemas de salud psiquiátrica. Como si el trauma tanto psicológico como físico –fruto de los golpes que recibió la noche del secuestro– que sufrió de pequeño no fueran suficientes, a estos factores se suma que José, en la adolescencia, fue amigo de Miguel Brú, estudiante de periodismo desaparecido en La Plata en 1993, luego de ser secuestrado y torturado por policías. La historia se repitió y volvió a golpear fuerte.

Mientras Alicia revisa su celular y responde algunos mensajes, voy al baño a lavarme la cara. Me miro al espejo y presto atención. Tengo las facciones de mamá, aunque me dijeron que cuando me río me parezco a papá. Compartimos muchos valores, aunque las ideologías sean un tanto diferentes. Lo sé porque los veo, porque los conozco. No me lo contaron. Lo puedo vivir.

Salgo del baño y vuelvo a la mesa. “¿Te sentís un reflejo de tus padres?” le pregunto. “Mi abuela me decía que me parecía mucho a mi viejo. Era escorpiano”. Se ríe y me mira, sabiendo que yo también lo soy. La lucha es algo genético. Pienso que estaban acertados en muchas cosas. Yo soy producto de mi historia, todos lo somos. Si mis padres hubieran estado presentes, hubiera sido el mismo producto. Su ausencia me hizo poder entender los dolores ajenos. No me imagino de otra manera, su pensamiento está plasmado en mi, y ahora en mi hijo”.

Alicia se crió con su abuela y asegura que no tiene nada para reprocharle, ya que las cosas que en ese momento no entendía o compartía, las entendió cuando fue mamá. Hizo lo que pudo, dio lo mejor de sí. Lo único que cambiaría sería la posición de su abuela frente a las Madres de Plaza de Mayo: Hubiera querido que fuera militante, enterarme la historia antes, que siguiera peleando en la calle, pero no le daba el cuerpo, no le daban las ganas” y remarca “Sé que me estaba protegiendo”.

Ali se fija la hora y le avisa a Mora que en un rato salen para el jardín. Pensé en Galo, su hijo mayor, de 15 años. ¿Cuándo y cómo se enteró de lo que le había pasado a su abuela? No es tan fácil como explicarle que se enfermó y que murió, o que vive lejos. Sus hijos no tienen abuelos porque se los arrebataron.

Foto: Jorge Semilla.

“Galo era muy chiquito. El disparador para querer saber qué había pasado con su abuela fue la desaparición de Julio López. Yo estaba rota en mil pedazos, y Galo, por alguna razón, apareció en mi cuarto con una foto de mi mamá y me preguntó ‘¿y mi abuela?’. Pudo atar que le pasó lo mismo. A medida que fue más grande, se le fue incorporando de a poco la información. Es muy difícil entender siendo chico que tus abuelos, tu mamá, tu papá, fueron torturados, arrojados semi-vivos al río. No hay espacio en la imaginación para eso. El dolor te derrota.

La forma de canalizar el dolor de Alicia fue la música, el arte. Estudió teatro y fotografía y se recibió tras haber dejado periodismo y magisterio. “Me costaba mucho concretar cosas ya que algo se interrumpió en mi de una manera gruesa afirma. Silvio Rodriguez fue y es su eje: “Fue mi compañero en el dolor, en la alegría, en lo ideológico. Su poesía me hizo entender el mundo, la bondad, creer posible una revolución, un cambio, un mundo distinto” dice, y agrega Siento que él me dice las cosas que me hubiera dicho mi viejo, con menos poesía, pero lo mismo. Sueño con darle las gracias. Me da ganas de seguir.”

Alicia con Mora y Galo, sus hijos.

La única vez que logré notar enojo en Alicia durante nuestra charla fue cuando dio un mensaje directo a los genocidas. Mis papás creían en la vida, no en la muerte, como ustedes. Apostaban a la vida, a tener hijos, a un cambio, a un mundo mejor, solidario, y ustedes apuntaron a la muerte. Yo me quedo acá, me quedo con que a ellos les gustaba el fútbol, tejer, juntarse con amigos, cantar, les gustaba un mundo mejor, no esta mierda que ustedes nos dejaron. Miro para un costado y veo las agujas de tejer junto con un ovillo de lana, recuerdo los CD’s en el estante. A menudo los hijos se nos parecen…”, solía cantarme mi vieja. Como de costumbre, tenía razón.

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Mica Kasty
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Periodista. Hincha de River. Fanática de Soda Stereo. Puteo en dos idiomas.