La risa para sobrellevar el dolor

Marco, Victoria, Lili y Carlos son payamédicos de hospital. Por qué aman ayudar a los “producientes” con sus técnicas y buena onda. Y por qué no es todo tan sencillo como se piensa.

Sol Bembo
Sin Fronteras
10 min readNov 28, 2018

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Payamédicos del Hospital Argerich (Créditos: Sol Bembo)

La soledad del hospital inunda sus pasillos, tan uniformes e incoloros. Una triste imagen para el lugar que brinda, supuestamente, la cura y el alivio. De repente, las puertas se abren y un aura de alegría se invoca. Risas. Colores.

Por un momento, el dolor disminuye. Las largas esperas merman. La melancolía desaparece. Los pacientes saben de qué trata ese movimiento extraño. Es su oportunidad de viajar hacia otro mundo. Uno mucho más placentero. Más llevadero. De la mano de ellos, sus payamédicos.

Todos los sábados, exactamente a las 9:30 a.m., Victoria viaja hasta el Hospital General de Agudos Dr. Cosme Argerich. Se reúne con una amiga y ambas toman el colectivo con destino Avellaneda — La Boca. El tramo es largo, pero está bien acompañada. Su traje lavado y planchado, su peluca color celeste cielo y su nariz naranja reposan en el interior de su bolso. Arriba puntual. Las puertas se abren ante ella.

Desde hace diez años, Marco visita el Hospital Infantil de San Isidro. Lugar que fue su salvavidas en aquellos tiempos de crisis, durante su juventud. Época en que comenzó a cuestionarse hacia donde debía apuntar su vida. La respuesta llegó en forma de nota periodística, a un grupo con un perfil diferente. Su curiosidad le permitió conocer un mundo completamente nuevo.

Aunque la distancia entre ambos policlínicos es considerable. Aunque es seguro que Victoria y Marco nunca se hayan visto, ambos comparten aquella vocación. La posibilidad de utilizar la risa, en el sentido más técnico de la palabra, para transformarla en una especie de analgésico contra el dolor. En algo saludable.

El poder atender, no solo la dolencia física, sino también psicológica. Una atención tan fundamental como el curar las heridas de un paciente de urgencia.

Encaminándose hacia el departamento de Pediatría (Créditos: Bembo, Sol)

Vidas como la de Marta, una nena de cinco años. La problemática en sus intestinos la obliga a permanecer en las salas de pediatría, en observación constante. “Martita”, apodo que le otorgaron las enfermeras del Hospital, explica que el viernes es el día que más le gusta. No son los médicos los que la visitan, sino sus payamédicos.

Marta le pide a una de sus enfermeras si puede buscar la canción “Se vuelve loca” de CNCO en su celular. Su mamá cuenta que estuvo practicando durante toda la semana. En cuanto comienza baila al ritmo de la melodía. Les enseña los nuevos movimientos con sus brazos y piernas, y arman una coreografía. Ella sonríe. Todos la aplauden eufóricamente al terminar. Para Marta aquellos pasillos no son un hospital, son su estudio de danza.

Durante su presentación de baile, las enfermeras le piden a Marta que se haga a un costado. Tomás, un nene que padece cáncer, cruza el pasillo con su silla de ruedas. Pero para Tomás esa no es una simple silla de ruedas, sino su auto de carreras. Sus payamédicos son los únicos capaces de convertir aquella sala en una carrera automotriz. En trasformar la desagradable sensación de sacarse sangre en Te están poniendo energías”.

¿Cómo es posible que voluntarios, la mayoría sin conocimientos en medicina, puedan transformarse en médicos que también salven vidas?

Cuando Victoria llega al hospital se reúne con sus compañeros en la cafetería de la planta baja. El gran ventanal del bufete actúa como una especie de televisor, exhibiendo las idas y vueltas de médicos, pacientes y familiares. Carlos es el último en llegar. “Él es el más viejo, él que hace más tiempo está y él que más habla”, explican sus compañeros entre risas.

Luego de comprar sus respectivos desayunos, los seis se encaminan hacia el ascensor y marcan el número siete. La última sala del pasillo les pertenece, similar a un aula colegial, con bancos y pizarras incluidos. Carlos tuvo que pedir un permiso especial al Ministerio de Desarrollo para poder usarla. Y es que en ese lugar es donde la magia comienza. Donde entran siendo unas personas y salen siendo otras.

Recursos como los juegos, la música, el teatro, la técnica del clown — payaso teatral –, la magia y el arte humorístico son empleados. Estas técnicas están adecuadas al ámbito hospitalario con una ética, una deontología y una proxemia (payaética) propias.

Dos cursos son necesarios para la formación del futuro payamédico, que es muy diferente al payaso que imaginamos de las películas y series. El motivar a una persona desde el lado amoroso, sin apelar a la agresión y al fastidio, es desarrollado dentro de la payateatralidad. Mientras que temas relacionados con la medicina, el saber cuidarse, el manejo dentro del hospital y el contacto con los pacientes, son enseñados en la payamedicina.

Al terminar una intervención nunca se despiden con el tan usual adiós, porque puede sonar cortante. “Nos estamos viendo” es su chau. Las personas internadas también son nombradas de una forma especial. No son pacientes. Son producientes porque “son ellos mismos los que están produciendo su propia salud.”.

Al llegar a la sala, cada uno abre su respectivo bolso y por un momento la habitación se vuelve colorida. Sus trajes, al igual que sus palabras, también contienen una ética especial. Trasmiten mensajes. Los colores oscuros, las manchas y las rayas están prohibidos porque pueden hacer apología a problemas de piel. Y las rayas a la cárcel. “Todo lo que ves, todo lo que usamos tiene una preparación previa”.

Carlos es el encargado de hacer el pase en la enfermería. Una especie de reportaje general para conocer previamente el estado de los futuros producientes. ¿Cuántos están internados? ¿Hay algún paciente aislado en neonatología? ¿Hay algún caso de aborto o psiquiátrico? Leen en voz alta:

-3 bebés en terapia.

-1 bebe aislado.

- Sala 104, caso aislado. Pediatría.

La trasformación está casi completa. Solo falta el toque final y el símbolo de la metamorfosis: su nariz naranja. No es roja como las que aparecen en las películas y fiestas infantiles. Hay una historia detrás de ese color, de payasos que se golpeaban, de borrachos, del color de la sangre. “Nosotros no nos asociamos con eso”.

Antes de colocársela se abrazan, como si fueran a irse del hospital. Pero sucede todo lo contrario, se despiden de una parte de su ser. Marco le da la bienvenida a Ludovico. Victoria se trasforma en Roberta.

El momento de la trasformación (Créditos: Bembo, Sol)

“Tenés cinco minutos para sacarlo de esta mierda. ¿Lo vas a desperdiciar? ”, pregunta Marco. Distraerlos y sacarlos del ámbito hospitalario en la principal función del payamédico. Se avocan. Lo que sale, sale. “Antes de entrar siempre pienso, hoy a vos te saco una sonrisa”. Cambiar la realidad, porque el payamedico no ve el suero. Transforma esa imagen.

Los pacientes no tienen poder de decisión. La hora de la comida, de las visitas, del baño, de las salidas y los estudios están milimétricamente calculados. El payamédico le brinda la oportunidad de elección. Esa libertad de expresión al momento de las intervenciones. “Cuando el produciente no nos deja entrar en la sala también está decidiendo sobre sí mismo”.

En el hospital el nombre del paciente es el problema que tiene. Es la comunicación de los médicos. Su forma de recordar a cada persona. Esa despersonalización permite que se pierda la visión del ser humano. “Nosotros venimos a personalizar lo que esta despersonalizado”.

“Un día una enfermera nos dijo que no hagamos ruido porque estábamos en un hospital. Precisamente esa es la idea. Que se deje de pensar que es un hospital”.

Su viaje comienza en la sección de Neonatología. Antes de ingresar a las salas todos, incluso los que no entran en ellas, se lavan las manos, se colocan alcohol en gel y visten su ambo especial, color celeste y amarillo. “Nosotros lo llamamos el traje de sol y nube”.

Aunque en estos casos se trate de producientes muy pequeños, la magia se propaga al igual que en los niños y adultos. Una mirada, un gesto, incluso una sonrisa son respuesta a las canciones y juegos propuestos. Formando, de esta forma, una interrelación aunque la producción salga, en mayor medida, del payamédico.

Victoria cuenta que un día un bebé lloraba de forma desconsolada. Su mamá no lograba tranquilizarlo. “Mi dupla empezó a tocar la guitarra. Después de un tiempo, el bebé se empezó a calmar”.

Dibujos que dejan en los pasillos (Créditos: Bembo, Sol)

En el sector de pediatría pueden escucharse sus conversaciones animadas. Las puertas de las habitaciones se abren. Cabezas se asoman, curiosas.

Muchos de ellos dejan las puertas entreabiertas, como una invitación a que los visiten. Papeles de colores con flores, soles y arcoíris están pegados por todas partes. En las salas, en el ascensor y en los pasillos. Son huellas.

El grupo se separa y se organiza con su respectiva dupla. Solo dos, máximo tres, payamédicos pueden ingresar a la sala. Pero uno nunca entra solo.

Aunque la teoría es esencial, la práctica es un universo diferente. Muchos voluntarios abandonan al no lograr sobrellevar la carga emocional. “Aunque te tenés que vaciar un poco, en algún lugar te toca. Sino no sos humano”.

El trabajo de la dupla es proporcionar esa protección en aquellos momentos, para que no intervengan las cuestiones personales. Una palabra, una situación que evoque recuerdos propios o ajenos. Actúa sobre uno mismo, conociéndote. “Es la que te cuida y la que vos cuidás”.

Pero para otros la nariz naranja les permite estar mejor anímicamente. Se forma una coraza frente a la enfermedad, porque el payamédico no ve la falta. A Marco le va a afectar, pero a Ludovico no, porque tiene una mirada diferente que genera algo nuevo.

Lili es Cascabelina. Desde hace años conoce a Marco. Sus familias eran íntimas amigas. Fue gracias a él que comenzó el curso hace más de seis años en el Hospital de San Isidro.

Sus producientes la esperan. Se visten para ella. “Hoy me puse esto porque sabía que iban a venir”. A veces, cuenta, su dupla trae la guitarra y toca con el hermano de la nena que está al lado de la sala.

En pediatría un nene internado por apendicitis se negaba a que los payamédicos lo visiten. No fue hasta que Ethel, la dupla de Ludovico, comenzó a hacer malabares imaginarios. Las clavas invisibles iban de un lado al otro, pero él no las veía. Los acusaba de hacer trampa en los trucos de magia.

Pero cuando el final de la intervención llegó y Ludovico se disponía a salir de la habitación, un llamado lo detuvo. La contestación del niño al preguntarles si los podía ayudar a hacer malabares. “De la negación constante fue ese momento mágico y significativo. El hecho de que pudo verlas”.

Payamédicos del Hospital de San Isidro (Créditos: Bembo, Sol)

Los juegos apelan a la espontaneidad, a la improvisación teniendo de antemano la información sobre su condición. Pero, no son los payamédicos los que producen las actividades, sino sus producientes. Son cosas que se van habilitando y dependen de la situación de la intervención misma. A veces no es solo un juego. Es una canción, una charla, una mirada, un movimiento, un gesto. Hasta un silencio.

En el momento en que el juego alcanza su máxima potencia los payamédicos se retiran. Pero la intervención no finaliza ahí. “El produciente se queda con eso y lo va formando durante toda esa semana”.

Al ingresar a ginecología se enfrentan al mundo adulto, pero la esencia de la intervención no cambia. Se trata de sacarles el niño interior que tiene cada uno. A veces juegan más los grandes que los chicos.

Durante sus sesiones en ginecología (Créditos: Bembo, Sol)

Las visitas van llegando a su fin. Al regresar al aula vuelven a decirse adiós. Se despiden de sus payamedicos. Se abrazan antes de quitarse la nariz.

Carlos vuelve a ser Carlos. Lo mismo sucede con Marco. Muchos se llevan cosas buenas, otros sensaciones tristes, pero aún así sonríen.

Carlos les anuncia que deben empezar el tercer tiempo. El espacio donde charlan entre sí sobre cómo vivieron su día, sus rutinas e intervenciones.

Conversan sobre sus aflicciones, sus debilidades, sus momentos con sus producientes. Proponen juegos nuevos y arman un historial. “El que vuelve a casa no es el doctor, somos nosotros. Esa separación la hacemos por un tema de salud”

La payagrafía, mediante una teatralización, es la encargada de recrear aquellos momentos. “Eso que nos quedó pegado adentro del hospital. Lo que está atrapado”.

Cuando le pregunté a Carlos que significaba para él ser payamédico, tuve que esperar varios segundos en recibir su respuesta. “Es un estilo de vida, un compromiso”. No es solo el impacto de esos cinco minutos en la sala, sino la marca que permanece durante la semana.

“Hace meses que mi hijo no sonreía, me escribió una mamá”. Al decir esto ríe de forma incrédula. Cómo si no supiera que el cambio no es solo personal. El hospital se transforma por completo. No es solo el contacto con los producientes, sino también con los enfermeros, médicos, padres, mantenimiento, cada parte del establecimiento.

Al salir les doy las gracias por el tiempo dedicado. Antes de irme Carlos señala el hospital y me mira. “Este lugar también te lleva a ser feliz”, susurra. Por un momento me quedo meditando sus palabras hasta que escucho nuevamente su voz. “Nos estamos viendo” me dice, para luego perderse entre la multitud.

Escrito por: Bembo, Sol

Payamédicos al finalizar su jornada (Créditos: Bembo, Sol)

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