La primera crisis de la industria discográfica

David Alvarez
45rpm
Published in
7 min readAug 30, 2017

La historia de la música siempre ha sido un reflejo de la sociedad del momento. Un viaje paralelo a lo largo del tiempo donde la música siempre ha evolucionado reflejando los numerosos cambios sociales, culturales y políticos de una época dada. Incluso en determinados momentos ha sido la música la que ha propiciado cambios y revoluciones en la sociedad.

Es por ello que cuando se produce un cambio tecnológico de la magnitud del que hemos vivido a principios de este siglo, la música y todo lo que le rodea queda irremediablemente condicionado a una nueva realidad. Todos conocemos perfectamente la gran crisis en la que se encuentra la industria discográfica desde que a finales del siglo XX la tecnología se nos presentó en forma de lámpara de Aladino la cual con solo frotarla nos permitió dejar de pagar por la música.

Durante los últimos 15 años hemos visto a la industria discográfica llorando por las esquinas lanzando proclamas del tipo «la música se muere», «las descargas ilegales están matando la música», etc. Aunque ciertamente las descargas ilegales son un problema tanto para músicos como para las compañías discográficas, no es este el problema. El problema es que históricamente la industria ha sido incapaz de adaptarse a la realidad de la sociedad en un momento determinado. De hecho esta no es la primera gran crisis de la industria discográfica.

La primera gran crisis

Desde que Emile Berliner patentara el gramófono y fundara la Berliner Gramophone Company en 1896, el objetivo de la industria fonográfica siempre ha sido uno muy concreto, ganar dinero. Finalidad muy respetable pero verdadera responsable de los numerosos problemas que se ha encontrado la industria a lo largo de más de un siglo de existencia.

La primera gran crisis de la industria discográfica ocurrió en 1973. Justo en ese año la música pop vivía la mejor época de toda su historia. El momento creativo que se vivió entre 1969 y 1973 no se ha vuelto a repetir nunca más. Fueron los años donde vimos el nacimiento de los grandes grupos y solistas que marcarían las décadas siguientes. Los años donde el rock y el pop se trocearon en innumerables corrientes musicales como el rock sinfónico, pop intimista, reggae, nuevo folk inglés, glam rock… La lista es interminable. Un tiempo donde musicalmente todo era posible. Un tiempo donde, al menos hasta ese año, la industria propiciaba que todo eso fuera posible. Las ventas de discos se contaban en millones. En 1972 la industria musical superó a la industria del cine y la televisión en Estados Unidos. Unos años que marcaron el final de una época con la separación de los Beatles. Un tiempo nuevo para la música gracias a las nuevas estrellas del rock, las grandes giras, los contratos millonarios, el acceso a infinitos estilos musicales, etc. No había ningún límite. Pero la fiesta acabó de repente y no fue por motivos musicales.

A finales de 1973 comienza el conflicto árabe-israelí y la posterior crisis del petróleo. De repente el mundo se ve envuelto en una gran crisis de materia prima como consecuencia de la escasez de petróleo. La industria discográfica se encuentra con la insuficiencia de material para fabricar discos. Falta papel para las portadas de los discos, falta plástico para las fundas y faltan los compuestos con los que se fabrica el vinilo. Quizá hoy, donde la música se consume en formato digital, todo esto nos parezca un problema menor. Pero en un tiempo donde la música era un bien tangible, la falta de materia prima para fabricar discos era un problema de primer orden. No es que el mundo fuera distinto en 1973, es que era otro planeta. Sin discos no había ventas y sin ventas no había música. Así de fáciles eran las ecuaciones en el siglo XX.

La industria se enfrentaba a una curiosa encrucijada. Había clientes dispuestos a gastar dinero en discos pero no había discos suficientes para todos. Las grandes discográficas comenzaron a hacer acopio de papel y los compuestos necesarios para la fabricación del vinilo. Esto no solo provocó un gran aumento en el precio de estas materias primas, sino que además supuso dejar sin ese material a las pequeñas compañías discográficas. Pequeñas compañías que son las que siempre se encargan de arriesgar por los nuevos talentos o por otras músicas no tan comerciales. Muchas acabaron cerrando.

Cuando escasea el material para fabricar discos y la demanda es muy superior a la oferta solo queda una salida, subir los precios. Los discos pasaron a costar el doble. Cuando en 1975 la crisis estaba más o menos controlada fue el momento de echar números. Obviamente se habían vendido muchos menos discos pero curiosamente el beneficio había sido mayor. Es decir, la industria había ganado más dinero fabricando menos discos. El margen de beneficio en cada disco era mayor gracias a la subida aplicada al inicio de la crisis. La dimensión económica quedaba más o menos ilesa pero el sector estaba claramente deteriorado.

La escasez de material para fabricar discos supuso otro gran problema del que la industria tardaría muchos años en recuperarse. Ante la imposibilidad de poder fabricar la cantidad de discos que quisieran, las grandes compañías discográficas decidieron reservar sus unidades a los grandes artistas. Cualquier compañía podía permitirse el lujo de fabricar dos millones de discos de Led Zeppelin con la seguridad de que se iban a vender. Sin embargo era más difícil gastar material en artistas nuevos. Una apuesta que no estuvieron dispuestos a llevar a cabo en un tiempo de carencia. Nadie se arriesgaba a fabricar 200.000 discos de un artista nuevo con la posibilidad de que fuera un fracaso. Era más seguro apostar por Elton John que por una banda de rock desconocida.

Las consecuencias de estas decisiones fueron dramáticas para un tiempo de una creatividad musical colosal como fue la primera mitad de los años 70. Las discográficas se centraron en el éxito comercial rápido y seguro. Empezaron a darle más importancia al single que al LP. Donde antes un artista o grupo grababa un disco al año ahora se hacía cada 3 años. No se destinaban medios para que un disco tuviera éxito, se perseguía el éxito de una sola canción. Aunque la música comercial y los artistas de un solo éxito ya existían, se podría decir que es en esta etapa donde la música comercial y fácil para el oído alcanza su más caricaturesco fundamento, el beneficio económico. Esta es la razón por la que es muy difícil encontrar grandes artistas surgidos en la segunda mitad de los años 70. No hubo una industria que los apoyara. La música de esa década será recordada por los artistas surgidos a principios de la misma.

Esta manera de entender el negocio de la música se expandió a lo largo de los años siguientes hasta nuestros días. Aquella gran catarsis surgida con la crisis del petróleo dio lugar a un nuevo escenario donde los músicos fueron los grandes perjudicados. Y por supuesto también el público, ya que desde entonces las grandes compañías dejaron de apostar por nuevos talentos o nuevas corrientes musicales, privándonos de nuevos estilos y formas musicales tal y como fue posible a finales de la década de los 60 y principios de los 70.

La historia se repite

Más de 40 años después podemos ver cómo la industria discográfica vuelve a cometer los mismos errores a pesar de encontrarnos en un contexto completamente diferente. En un mundo donde la materia prima no es necesaria para disfrutar de la música, donde las copias digitales son infinitas a coste cero, las grandes compañías continúan repitiendo el patrón originado en la crisis de 1973. Canciones y artistas concienzudamente elaborados y medidos para asegurarse el éxito. Nada de experimentos. El concepto de long play ha desaparecido. Ahora lo que funciona son las canciones. iTunes o Spotify son la nueva tienda de discos en tu ciudad. El streaming el nuevo formato. Un artista, un éxito…Y que pase el siguiente.

Nunca ha habido tanta música disponible como ahora. Sin embargo la paradoja es que la mayoría de artistas de la actualidad son absolutamente prescindibles. Hace décadas había menos grupos y solistas pero la mayoría eran buenos. El filtro que aplicaban las compañías discográficas no tenía una finalidad económica por si misma, se apostaba por la calidad. Porque la calidad terminaba por devolver resultados económicos. El dinero no era un fin en sí mismo, era la consecuencia de un trabajo bien hecho. Hace 45 años solo grababa un disco aquel que realmente valía. La industria musical de aquellos años no tenía los prejuicios que tienen las de hoy. Se aplicaba entonces una selección natural donde solo los mejores eran recompensados con el paraíso de grabar su propio disco con 10 canciones. Las compañías buscaban tener en su catálogo a artistas con vistas al largo plazo. Desarrollar una carrera llena de éxitos que beneficiara a todos. Hoy el corto plazo impone una dictadura a la que pocos sobreviven.

Arriesgar es lo que hace a una sociedad avanzar. Apostar por artistas y corrientes musicales nuevas fue lo que nos permitió disfrutar de The Beatles, Elvis o David Bowie. Eso es lo que ha hecho progresar a la música desde la Edad Media. Espero que la próxima gran crisis musical no vuelva a tener como ingredientes el beneficio rápido en lo más alto de la pirámide y la valentía y compromiso con la cultura en lo más bajo.

La música no se muere. Se muere el modelo de negocio discográfico. Y no quiero quedarme sin conocer a los próximos Beatles.

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