En la papa | Días 3 y 4

Doble dosis de existencialismo sobre el periodismo que tenemos y el que merecemos

Alessandro Solís Lerici
sismos
6 min readApr 1, 2022

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Por motivos totalmente dentro de mi control, las horas no alcanzaron el miércoles para escribir más que dos oraciones sobre el papel de la prensa en la contienda electoral. Aquí dejo la entrada de ese día y la de hoy, acompañadas de una disculpa (más que todo a mí mismo) por la inconstancia.

Miércoles 30 de marzo de 2022.

Si tuviéramos una prensa medianamente decente, los argumentos de tanto troll se desmontarían en segundos. A lo mejor hasta tendríamos otros resultados electorales.

Jueves 31 de marzo de 2022.

Es cierto que por mis características demográficas me sitúo del lado más proclive a votar por José María Figueres o no votar. No obstante, todavía no sé qué hacer. Esto apesta, compatriotas. Cada día que pasa la ilusión es una estrella a 15 billones de años luz; un recuerdo muy lindo de una realidad cósmica que ya no existe; algo que solamente puede situarse fuera de este planet — ya ya, me estoy yendo de ride.

La desilusión que acuso no solo está auspiciada por nuestra realidad electoral más inmediata, sino por todo lo que nos trajo y nos mantiene aquí. Siendo un obsesivo confeso del papel de los medios de comunicación en la sociedad, dedico mucho tiempo a reflexionar (o directamente enojarme) sobre si la realidad política es uno de los síntomas de una prensa patológica, o si la prensa más bien es un efecto secundario de una clase política chapucera que carece de todo compás moral. ¿Qué sucedió primero? ¿Qué parte arrastró a la otra?

Hoy no fue la excepción: pensé todo el día en esto. Ayer, como puede verse, estaba más inclinado a descargar toda la responsabilidad en la prensa. Hoy me pregunto si más bien la prensa y la política que tenemos son un reflejo de ese concepto tan tabú, tan prohibido, que empieza con — permítanme desafiar a la dictadura de las sílabas — “neolib” y termina con “eralismo”. Y así todos los días, dudando de convicciones; poniéndolas a prueba. El proceso tiene lugar en una parte de mí que no quiere resignarse a aceptar que la mierda que pasa a diario tiene que seguir siendo la norma.

Nunca me he sentido atraído por esa quimera del periodismo objetivo. No creo que tal cosa exista, y sin embargo creo que existe en el mundo periodismo de altísima calidad sin necesidad de que se diga objetivo o neutral. Considero que en países con una prensa más funcional nadie espera que las personas que hacen las noticias no tengan una posición individual y colectiva sobre asuntos de amplia trascendencia que conocen a profundidad y que tienen consecuencias en las sociedades a las que pertenecen.

De hecho, creo que los medios de comunicación deberían de decir duro y claro cuál es su posición institucional sobre temas de relevancia nacional. Esto pasa en otros lugares y aquí se vio con total transparencia en la campaña del referéndum del TLC, en la que toda la prensa tomó parte a favor de un mismo bando. Eso estuvo bien; lo que echamos en falta fue aunque fuera un medio de comunicación que defendiera la posición del otro bando. Pero ese es un debate para otro día, u otra vida, o tal vez otro país.

Así las cosas, yo preferiría que La Nación y CRHoy, por mencionar algunos, publicaran un editorial argumentando su posición en contra de Rodrigo Chaves, y que El Mundo hiciera lo propio con respecto a José María Figueres. Eso nos ahorraría tener que estar viendo en tiempo real cómo cada cosa que hacen se interpreta como una injerencia — en aparencia inmoral — en la campaña, especialmente dentro de corrientes oscurantistas que simplemente se refuerzan cuando ven a la prensa comprándose un entero de todos los prejuicios que sus detractores tienen sobre el periodismo.

¿Qué esperan de El Mundo quienes no van a favor de Chaves? Que publiquen cualquier estupidez para desacreditar a Figueres sin importar las consecuencias incluso penales de sus actos. ¿Y qué esperan de La Nación las cheerleaders de Chaves? Que le dé más importancia — de forma simplemente indefendible — a los escándalos contables y éticos de Chaves que a los de Figueres. ¿Qué han hecho estos medios? Justo lo que esperaban las voces que les critican por su injerencia en la campaña.

Cuando se trata de Rodrigo Chaves, La Nación hace un periodismo ejemplar, que contrasta y verifica, y se asegura de que las graves acusaciones que lanza estén respaldadas. Quien haya leído sus artículos sobre la financiación de la campaña del PSD no puede tener dudas de que eso ha sido un festival de irregularidades que demandan la más minuciosa investigación judicial. Definitivamente es de interés público que las finanzas de un partido que podría formar gobierno den toda la impresión de haber sido gestionadas al margen de la legislación electoral, con una aparente expectativa de impunidad que es de escándalo.

Ese interés público más que justifica que las noticias sobre la financiación de Chaves ocuparan algún espacio en la portada de 18 de 28 ediciones de La Nación durante el mes de marzo, como mostró este tuit publicado hoy:

No obstante, durante las semanas que cubre la imagen anterior también hubo al menos dos escándalos relacionados con Figueres y el PLN que, de la misma forma, son de amplio interés público, y por motivos semejantes a los de las investigaciones a la campaña de Chaves. Tanto el viaje de Figueres a República Dominicana como el video del “salto al vacío” de la semana pasada pringan al PLN, que está bajo la lupa del TSE por la opacidad con la que ha manejado ambos asuntos.

Estas noticias merecían también un lugar relevante en las portadas, y ojalá con investigaciones propias tan estrictas como las que se le han hecho a Chaves, no solo porque son actuaciones potencialmente irregulares por parte del PLN, sino porque al hacer lo que La Nación ha hecho el relato de Chaves se legitima ante una parte importante del electorado que siente afinidad por él en gran parte porque desconfía de las grandes empresas mediáticas del país.

Es contraproducente que los medios de comunicación, que ni siquiera han tenido el valor de mojarse y comunicarle a los electores su posición ante la segunda ronda, sean tan tercos con respecto a lo que resaltan y a lo que sí cuentan pero por encimita. No hacen más que minar su ya maltrecha credibilidad.

En las circunstancias que nos ocupan, y en todo su derecho de preferir una opción de la papeleta sobre otra, La Nación debería haber pensado en que su aspiración de que esa opción gane peligra si le pone combustible al relato populista del candidato al que no favorece. Y es una lástima que su gran trabajo revelando las tretas de Chaves se vea empañado por una mala lectura a nivel editorial del debate público, de los ánimos de la gente, de la temperatura en el cuarto…

Quién quita un quite y tenemos un editorial de La Nación llamando a votar por José María Figueres, por razones que le serían muy fáciles de explicar amparándose en una serie de principios que es consabido que sus consejos editorial y de administración comparten. Pero por lo pronto esta no es una cultura que parezca que vaya a afianzarse en nuestro país: los medios seguirán haciendo buen periodismo a veces, un mal trabajo otras, y no implicándose cuando más importante es que sean transparentes con respecto a su posición.

No quiero sumarme a la repartición de culpas y la cacería de brujas que desde ciertas trincheras se ha venido dando con respecto al problema que enfrentamos como colectivo. La prensa es un actor importante en la consecución de una mejor sociedad, y sin duda influye en el rumbo que toma el país. Pero no es el único actor, y la responsabilidad de lo que nos pasa — me temo — no recae solo en la prensa. Ni en una sola figura, investidura o institución.

No es ninguna de esas entidades a las que falazmente asignamos todo el control sobre nuestra voluntad colectiva las que por sí solas nos pueden sacar de aquí.

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