Inteligencia artificial: ¿la nueva musa?
Banksy, Blu, Shepard Fairey, Swoon, Ivader y Obvious. Estos nombres tienen algo en común: son artistas cuyas obras han sido adquiridas por Nicolas Laugero-Lasserre, dueño de una de las colecciones de arte urbano más importantes del mundo. Lo que los difiere, sin embargo, es que el último artista de la lista no es un humano.
“Obvious” es el nombre de un robot y Le Comte de Belamy, la obra que Laugero-Lasserre compró por €10,000, fue creada completamente por inteligencia artificial (AI). Para ello, el robot fue entrenado con pinturas de otros artistas hasta que fuera capaz de crear una obra original que pasara por creación humana.
Es en este punto en el cual los alarmistas de siempre gritarán que ha llegado el apocalipsis. “¡Es el fin del arte!”, dirán. “Si ni siquiera la creación artística está a salvo de la automatización, pronto los humanos quedaremos obsoletos”.
¿Un engaño?
¿Es esto cierto? Algunos casos podrían hacer pensar que sí. El año pasado, por ejemplo, Spotify reclutó al investigador Francois Pachet, quien había estado trabajando para Sony en la producción de un software con inteligencia artificial que escribiera música. Y este año, reporteros de Music Business Worldwide descubrieron algo raro sobre las listas de Spotify: habían muchas canciones escritas por compositores y bandas inexistentes. Se trataba de temas del estilo ambiental, justamente el tipo de música que es más fácil de crear para la inteligencia artificial. La sospecha, entonces, era que Spotify estaba usando el software de Pachet para crear música y así evitar pagarle royalties a los compositores humanos. Si bien Spotify ha negado tal cosa, la pregunta se mantiene: si no lo ha hecho aún, ¿qué los detiene?
El escándalo, al parecer, nace de una posición moral: el arte creada por automatización es un engaño. Sólo el arte creada por los humanos es “real”. No se trata de una discusión nueva. Ya en 1936 Walter Benjamin, en su conocido ensayo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica reclamaba por la pérdida del “aura” en las obras de arte producto de la fotografía y el cine. Al ser estas técnicas reproductivas, según Benjamin, el arte se desvincula de la tradición. Se convierte en “arte por el arte,” sin conexión con algo mayor.
La “tradición” que existe en el caso del arte creada por inteligencia artificial se basa en la alimentación de obras previas al sistema. En el caso de Le Comte de Belamy, por ejemplo, Obvious fue cargado con pinturas de los siglos XIV a XVIII para que pueda usar como referencia en la creación de su cuadro. El método utilizado fue el de los GAN’s (redes generativas antagónicas, por su siglas en inglés). Se trata de un modelo propuesto en el año 2014 por Ian Goodfellow. Utilizando la fórmula matemática de Goodfellow, se desarrollan dos redes neuronales donde una crea obras tratando de engañar a la otra, quien evalúa lo que la primera le presenta. Este es el método más utilizado por quienes crean arte a través de inteligencia artificial.
¿Qué pensaría Benjamin sobre el arte creada por inteligencia artificial? Quizá se estaría revolcando en su tumba, pero démosle el beneficio de la duda y pensemos que habría aprendido de sus errores: hoy difícilmente alguien podría negar que el trabajo de ciertos fotógrafos o directores tiene un lugar en la historia del arte.
Una herramienta más
Para el director Rama Allen, la inteligencia artificial es tan sólo una nueva herramienta disponible para diferentes tipos de artistas.
“La historia del arte y la historia de la tecnología siempre han estado entremezcladas… De hecho, los artistas, e incluso algunos movimientos, muchas veces se definen por las herramientas disponibles para la creación. La precisión de los cuchillos de piedra permitió a los humanos esculpir las primeras piezas de arte figurativo (…). La tecnología más importante para crear arte en nuestra era será la inteligencia artificial. Pero esta no será la AI de nuestra imaginación pasada… será la “inteligencia aumentada” del presente: tecnologías sofisticadas que incrementan nuestras capacidades, pero aún requieren de inteligencia humana para definir las reglas y conducir el camino.”
Un ejemplo de inteligencia artificial como herramienta artística es See Sound, un software que traduce la voz humana (timbre, tono, volumen y disonancia) en esculturas digitales, motivando a los artistas a modular su voz para ajustar las creaciones. A un nivel más masivo, la marca de celulares Honor implementó inteligencia artificial en su Honor View 10 para, entre otras cosas, permitir a los usuarios sacar mejores fotografías según el objeto a ser fotografiado.
Quienes quieran interactuar con arte hecha por bots también lo pueden hacer a través de los bots de poesía de Twitter. En ellos, poetas cargan frases que los bots luego mezclan para generar un poema original. Este es el caso, por ejemplo, del Bot de colores.
Sin embargo, existen otros bots de poesía más avanzados. Estos utilizan machine learning para aprender de las frases que le han sido alimentadas y generar frases propias. El bot más conocido de este tipo es WASP (the Wishful Automatic Spanish Poet). WASP lleva 20 años en desarrollo y en ese tiempo ha recibido una formación lingüística (morfología, syntaxis, semántica, etc) que le permite identificar las partes de una frase para poder generar una propia.
Según su creador, Pablo Gervás:
“Es lo mismo que le pasa a un poeta de verdad: tienen que aprender métrica, estrofas, saber manejar el lenguaje con el que están trabajando y ser capaces de distinguir cuándo una secuencia de palabras es muy corriente y tiene menos interés y cuándo una secuencia de palabras es nueva e interesante”.
Los ejemplos anteriores nos recuerdan al automatismo surrealista, la técnica principal utilizada por los escritores y artistas de este movimiento desde principios del siglo XX. Si bien el automatismo puede tomar muchos métodos, la idea principal es eliminar cualquier pensamiento lógico del proceso creativo de manera de que sea un flujo totalmente inconsciente. Así, al exteriorizar el proceso lógico y lingüístico hacia un bot, el poeta en sí se libera de las reglas de la creación, llegando a lo que André Breton definió como verdadero surrealismo: “automatización psíquica pura”.
“La inteligencia artificial es distinta a cualquier herramienta de creación de arte que hayamos tenido antes”, explica Rama Allen, “al trabajar con ella, los artistas pueden arrear el caos y la complejidad para encontrar señales inesperadas y belleza dentro del ruido. Podemos diseccionar, recodificar y conectar con valores y patrones que exceden nuestro alcance. La inteligencia artificial otorga herramientas extraordinariamente precisas para artistas que, en general, están mejor adaptados para el pensamiento tangencial y divergente”.
La nueva musa
Así, la inteligencia artificial no sólo facilita el proceso de creación de arte, sino que lo inspira. El mismo Allen utilizó algoritmos de deep-learning para entrenar a un software que hiciera beatboxing con el campeón del estilo Reeps One. En base a grabaciones de Reeps One, la AI disecta la voz, tono y ritmos del artista para crear nuevos acompañamientos rítmicos y melodías y así poder compartir escenario con él. La diferencia está en que la AI no tiene las limitaciones físicas de las cuerdas vocales y la respiración y esto permite que la “batalla” de beatboxing le otorgue al artista puntos de inspiración que nunca antes habían sido posibles.
Y es quizá en la improvisación donde la inteligencia artificial realmente brilla. Hace poco llegó a Chile “Sayonara” una obra de teatro japonesa protagonizada por un androide. Al terminar la obra, el director Oriza Hirata fue muy enfático en explicar que el androide no tiene inteligencia artificial: repite frases previamente programadas, pero no “piensa” por sí mismo en el momento. Si bien él cree que una obra con inteligencia artificial será posible en un futuro próximo, lo considera demasiado riesgoso, pues las respuestas del robot serían imprevisibles. Ningún bot es lo suficientemente perfecto como para poder actuar en una obra sin equivocarse.
¿Pero qué pasa si no se trata de una “equivocación”? ¿Qué tal si en lugar de esperar que la AI de respuestas perfectas (como es necesario en otros campos, tales como la medicina o la banca) en el arte le damos espacio para la improvisación? Quizá la clave está en dejar de pensar en la AI como un posible competidor para los humanos, capaces de imitar y eventualmente reemplazar a cualquier artista. Incluso, quizá, son más que una mera herramienta. Allen explica:
“Los artistas colaboran por muchas razones: buscar una mayor suma de talento combinado (ilustrador y escritor), loops de retroalimentación e inspiración (un dueto de jazz improvisado) o simplemente por las contribuciones inesperadas que llegan del conflicto y la colaboración (cualquier pareja de baile).”
La AI tiene la posibilidad de ser un colaborador, una encarnación mecánica de nuestra musa, un desafío constante que nos obligue a salir de nuestra zona de confort. El arte siempre va a necesitar de la creatividad humana, pero la inteligencia artificial tiene la capacidad de hacerla explotar.