Las fuerzas del mercado: nuestros grandes aliados

Sociedad Libre
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7 min readNov 20, 2014

En este artítculo intentaré explicar por qué razón está infundado el temor y la aversión que muchas personas expresan al funcionamiento de un mercado verdaderamente libre. Incluso me gustaría compartir con todos vosotros la absoluta genialidad que hay detrás de estas fuerzas en beneficio del progreso y del bienestar de las personas.

¿Qué es el mercado?

Se trata de una palabra que hemos escuchado tantas veces, especialmente a través de los medios de comunicación, que al final hemos terminado desasociándola de su significado real. Para muchas personas “los mercados” son algo ajeno a sus vidas e incluso hay personas que lo ven como una amenaza. Pero ¿qué son realmente los mercados?

En palabras simples: los mercados representan el proceso de consenso de precios y valores realizado por la interacción y el intercambio libre entre personas.

En el momento que nosotros vendemos o intercambiamos bienes y servicios, formamos parte del mercado. Cuando hacemos la compra diaria en el supermercado, formamos parte del mercado. Cuando contratamos una tarifa de móvil, formamos parte del mercado. Cuando trabajamos o buscamos un nuevo trabajo, formamos parte del mercado.

Es difícil pensar en situaciones en las que no estemos formando parte directamente del mercado porque engloba a todas aquellas en las que haya una interacción con voluntad de intercambio entre personas. Incluso decir “¡Quiero precios más baratos!”, te hace formar parte del mercado puesto que tu voz expresa un deseo que tiene un efecto sobre el proceso de consenso de precios.

El valor es subjetivo

Los mercados nos ayudan a consensuar el valor de los bienes y servicios que todos necesitamos. Esto es necesario ya que todos los valores son en realidad subjetivos. El mundo no se creó con etiquetas de precio y por lo tanto el valor que una persona le da a un bien o a un servicio depende de una escala de prioridades que puede cambiar drásticamente de persona a persona.

Un ejemplo muy sencillo: es posible que yo esté muy ansioso por el lanzamiento del próximo videojuego de la desarrolladora Naughty Dog y debido a eso decida comprarlo a 70€, un precio que yo desenbolso voluntariamente yendo a la tienda el día que el juego esté disponible.

A otra persona este juego no le dirá nada y, por lo tanto, no estará dispuesta pagar ni 10€ o 5€ por un juego que para ella no tiene tanto valor. Las diferencias entre las personas en estilo de vida, situación social, sus deseos, aspiraciones, objetivos y circunstancias han hecho que haya una gran diferencia entre el valor percibido por unas y otras.

La interacción de las personas de forma libre y voluntaria es la que hace emerger los mercados (que no son ni una institución ni un edificio, sino un concepto abstracto). Y ahí es precisamente donde logramos consensuar un precio entre todos.

Las fuerzas de los mercados

Los mercados son fruto directo de la libertad de las personas. De hecho, la única manera de que exista una sociedad sin mercados es entregando nuestra libertad y recurriendo a la planificación central: es decir, dejar que otros decidan cuánto debemos trabajar y cuánto debemos recibir por nuestro trabajo.

Si hacemos eso, eliminamos el intercambio entre humanos y permitimos que una autoridad central decida qué debemos vestir, qué ver, qué comer, dónde trabajar, etc., entonces no tendremos mercados. Puesto que la mayoría de las personas somos amantes de la libertad, esta posibilidad nos horroriza.

Esto también significa que las fuerzas del mercado son inevitables.

En una sociedad libre, las fuerzas del mercado son tan reales como las fuerzas físicas como la gravedad o el electromagnetismo. No las podemos ignorar y tampoco las podemos evitar. De ahí su genialidad: son iguales para todos.

Las fuerzas del mercado no dependen de la caridad, de las buenas intenciones, de la nacionalidad, del color de piel, del sexo, del nivel de educación de las personas. No se pueden saltar: de ahí el gran aliado que obtenemos una vez entendamos estas fuerzas y las usemos en nuestro beneficio, de la misma manera que utilizamos la gravedad y el electromagnetismo para generar la energía que ahora hace mover el mundo.

Por ejemplo, así como no empezaremos a volar por mucho que movamos los brazos, una empresa no puede poner el precio que quiera si desea mantenerse competitiva. Por medio de la competencia se verá obligada a bajar los precios y ser más eficiente, en beneficio del consumidor y de la sociedad en general.

La cantidad y variedad de productos que hoy en día podemos comprar por una fracción de nuestro sueldo y que hace tan solo 50 años eran impensables son fruto de las fuerzas del mercado. Nos encontramos con una situación aparentemente parodójica: todo el mundo quiere lucrarse y, sin embargo, el precio de la mayoría de los productos es cada vez más bajo y más asequible.

Las fuerzas del mercado afectan a cualquier empresa, quieran o no, y por eso mismo son muchísimo más eficientes que cualquier ley o legislación que dependen de la bondad o la aptitud del gobernante de turno.

Sin embargo, en nosotros también está la responsabilidad de entender cómo funcionan para que todos podamos beneficiarnos. Y esto quizá sea más fácil decirlo que hacerlo puesto que frecuentemente al intentar analizar el funcionamiento del mercado, de esta interacción entre personas, nos podemos encontrar con situaciones contraintuitivas o cuyos efectos son difíciles de ver a largo plazo.

Desequilibrios

Aún así la crítica de muchas personas respecto a algunas situaciones económicas que hoy en día estamos sufriendo está más que justificada. Precisamente existe entre la población un sentimiento compartido de que muchos sectores no están funcionando cómo deberían. En España esto es especialmente cierto cuando hablamos de sectores como la banca o las eléctricas. ¿Qué está pasando? ¿Cómo logran estos sectores saltarse, aunque sea parcialmente, las fuerzas del mercado?

Antes hemos hablado sobre cómo estas fuerzas pueden verse desplazadas si existe una autoridad que controle o administre la vida de las personas. A menor libertad, menor efecto tienen las fuerzas del mercado.

No es casualidad, por lo tanto, que las mayores quejas o desequilibrios las reciban aquellos sectores que más están intervenidos por el Estado con leyes o normas que no dejan de restringir la libertad de las personas. Cuando esto ocurre es precisamente cuando sí dependemos de la bondad o la aptitud del político de turno. Y aquí es cuando las cosas pueden fallar estrepitosamente.

Para muchas personas el Estado es garante de seguridad. Sin embargo, esta seguridad se debilita si en vez de proteger la libertad de las personas, hace y deshace normas que intentan administrar la economía de forma arbitraria. Ya no sólo por el perverso incentivo a la corrupción y al abuso de poder, sino porque el Estado, formado por humanos al fin y al cabo, no puede conocer la intricada cantidad de variables de valores subjetivos que tienen las personas.

Si el Estado, mediante una ley, decide bajar el precio de mi videojuego a 10€, yo estaré contento al principio porque me habré ahorrado 60€. Sin embargo, el desarrollador pierde un importante incentivo y es posible que para sus futuros juegos reduzca su inversión y calidad o incluso directamente que deje de dedicarse al desarrollo de videojuegos, con lo que al final ambos, yo y el desarrollador, salimos perdiendo. Todo esto porque el Estado asumió conocer el “valor correcto” de un producto y creó un desequilibrio en el mercado.

De nuevo, no es casualidad que la mayoría de los problemas surgen en los sectores más intervenidos, donde Estado y empresa privada van de la mano.

Esto no significa, sin embargo, que las personas deban hacer lo que quieran. La libertad sólo existe si no afecta a la libertad de los demás. Por ejemplo, una empresa de telefonía móvil no debería poder hacer cargos arbitrarios en mi cuenta. Eso no es un “acto de libertad” de la empresa, al contrario es un acto de fuerza, una vulneración de mi libertad por cobrarme por algo que yo no había acordado en el contrato.

Así pues, es importante que las políticas económicas del Estado se centren en defender la libertad de la personas y evitar los actos de fuerza entre individuos. Es también importante que el Estado no pretenda legislar de forma arbitraria, como le parezca al legislador de turno o para beneficiar a cierto sector, incluso si es con fines altruistas.

Al final, la libertad y las fuerzas del mercado van de la mano. Si comprendemos esto y lo sabemos aprovechar, podremos crear una economía estable y próspera, aprovechándonos de ello de la misma manera que hoy en día hemos aprovechado las fuerzas del universo para crear generadores, aviones, teléfonos y una sociedad tecnológica de la que nuestros antepasados ni podían llegar a soñar.

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