Por qué aumentar el salario mínimo aumenta el desempleo

Sociedad Libre
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5 min readNov 25, 2014

Honestamente, no me gustaría tener que escribir esta entrada. Me gustaría poder decir que aumentar el salario mínimo es bueno no sólo para la sociedad en general sino también para los trabajadores. De hecho, durante los muchos años en los que compartía la ideología de izquierda genuinamente creía que aumentar el salario mínimo era una excelente manera de mejorar la vida de los más defavorecidos. Me equivoqué.

Imaginemos una situación hipotética en la que el gobierno decide crear una nueva ley para favorecer a los fabricantes de camisetas. Un buen día se decide por ley que el precio mínimo de una camiseta debe ser de 40€, independientemente de sus cualidades.

Hasta ese momento, la mayoría de las personas podía encontrar una gran variedad de camisetas a precios distintos. Desde camisetas unicolor por 5€, pasando por camisetas más elaboradas de 10 o 20€ hasta llegar incluso a las camisetas de diseño de más de 50€. Esta nueva ley, sin embargo, para proteger a los fabricantes de camisetas, declara que a partir de ahora habrá un “precio mínimo”. De esta manera se evitará que los fabricantes de camisetas vendan su mercancía a precios demasiado bajos y tengan dificultades con márgenes demasiado ajustados.

¿Qué creéis que pasará? ¿Aumentará la venta de camisetas?

En primer lugar espero que lleguéis a la misma conclusión que yo: la venta de camisetas disminuirá.

En segundo lugar, también me parece interesante la respuesta a la siguiente pregunta: A partir de ahora, ¿cuáles serán las camisetas más vendidas?

¿Lo serán las camisetas simples, de un solo color, con pocas cualidades y cuyos fabricantes están más desfavorecidos? ¿O lo serán las camisetas cuyo valor el consumidor percibe es de 40€ o más? Resulta fácil pensar en lo siguiente: “puesto que he de gastarme esta cantidad, más vale que aproveche el dinero y compre un producto cuyo valor se ajusta al precio que pago”. De hecho es de esperar que los fabricantes de camisetas sencillas, los más desfavorecidos, de ahora en adelante tengan gravísimas dificultades a la hora de intentar vender su producto.

Esta mentalidad, nuestra mentalidad de consumidor, nos permite ver con cierta facilidad las respuestas aparentes a estas dos preguntas sencillas. Es precisamente esta misma mentalidad la que adoptan las empresas cuando compran el trabajo de alguien.

En los procesos de oferta y demanda no hay distinción de productos. Los mismos principios que se aplican a unas camisetas, a un teléfono móvil o a un paquete de cereales también se aplica a la venta de trabajo humano. Esto es lo que, al fin y al cabo, está ocurriendo en el mercado laboral: las empresas están contratando (comprando) los servicios de otra persona.

Sabemos también que el control de precios generalmente tiene efectos indeseados. En países como Venezuela, con el propósito de proteger a las personas más desfavorecidas, se ha establecido un control de precios que pone un límite máximo al precio de los productos de primera necesidad. Y de nuevo, me encantaría decir que eso funciona y que es maravilloso y que el control de precios es la solución a nuestros problemas. Nada más lejos de la realidad.

Forzar los precios a la baja hace que ocurran dos cosas:

  1. Un aumento de la demanda.
  2. Una disminución de la oferta.

En la práctica esto se traduce en escasez, puesto que no sólo aumenta la demanda por estos productos sino que también se reduce, al mismo tiempo, los incentivos existentes para producirlos, transportarlos o venderlos. Al final, las personas más necesitadas a las que queríamos ayudar saldrán más perjudicadas aún debido a su imposibilidad creciente de poder acceder a esos productos que tanto necesitan.

El salario mínimo no es más que un control de precio sobre el trabajo. Si el control de precios en los supermercados provoca escasez de productos, en el mercado laboral provoca escasez de puestos de empleo.

Por supuesto, también hemos de tener en cuenta otros factores como por ejemplo la elasticidad del producto y la disponibilidad de alternativas. Es decir: “si estoy necesitado de un trabajo específico, aunque haya subido el precio, tendré que pasar por el aro puesto que no dispongo de alternativas”.

Bien. Resulta que quizá este sea el momento en la historia de la humanidad en el que más alternativas existen al trabajo: en primer lugar debido a la facilidad de contratar servicios en el extranjero y por otro lado por la cada vez mayor existencia de maquinaria y nuevas tecnologías que pueden sustituir a las personas.

¿Cuál es entonces la solución?

Una reacción habitual y bastante instintiva es la de implementar leyes aún más restrictivas. Prohibir con mayor intensidad, implementar prácticas proteccionistas e incluso, si es necesario, restringir ciertas nuevas tecnologías o gravarlas con impuestos.

Pero mucho me temo que tampoco aquí obtendremos el efecto deseado. En primer lugar, el éxito de estas medidas está condicionado por la capacidad de “monitoreo” que tiene el gobierno. ¿Con qué eficacia se pueden ignorar o evadir? ¿Cuál es el gasto que ha de asumir el Estado para asegurar su cumplimiento?

Por otro lado, aunque el cumplimiento de estas leyas fuera perfecto, las personas y las empresas de nuevo intentarían buscar la manera de minimizar su efecto. Por ejemplo, si es necesario, incluso marchándose del país. Cuanto más restrictiva sea la ley, mayor será el contraefecto de las personas y organizaciones que forman el conjunto de la economía. Por no hablar ya del gigantesco impacto que algo así tendría sobre la productividad del país.

Muchos países que frecuentemente tomamos como referencia en cuestiones económicas y políticas, no tienen salario mínimo. Aquí marcadas en gris.

La verdadera solución pasa por respetar el valor de los empleos que se consensua en el mercado. Cuando una empresa ofrece un sueldo bajo por un empleo quizá sea un indicio de que nos estén intentando engañar, pero cuando 20, 50 o 100 empresas nos ofrecen un precio similar, quizá debamos admitir que el valor en el mercado de este trabajo es sencillamente bajo. Si nos encontramos en una situación así, nuestra mejor opción es, sencillamente, cambiar de profesión o mejorar las cualidades que podemos ofrecer.

Por suerte las personas no nacemos con una profesión debajo del brazo, lo cual significa que con tiempo y formación, podemos adquirir nuevos conocimientos y también mejorar nuestro producto: el servicio que ofrecemos en el mercado laboral. Hemos de dejar de pensar en nosotros como profesores, panaderos, hosteleros o médicos y pensar en que somos personas flexibles y capaces de alcanzar nuevas metas.

La solución al empleo en nuestro país no pasa por intentar manipular el mercado: al contrario, lo agrava. La solución está en conseguir que todas las personas que ahora mismo carezcan un empleo o dispongan de un empleo precario, puedan continuar formándose y progresar tanto en su vida profesional como financiera.

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