La verdad fractal

Santiago Sarceda
soltando ideas
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3 min readApr 30, 2018

En el momento en el que el ser humanó empezó a formar conceptos complejos en su córtex prefrontal, se vió separado del mundo.

Se encontró sólo en un mundo que no lograba comprender del todo. Y así empezó a hacerse preguntas que no tenían respuesta.

La luna, el sol, los rayos con los que sus antepasados convivían naturalmente se convirtieron de pronto en objetos de su nueva curiosidad.

La posibilidad de hacernos preguntas trajo consigo el peso de no tener respuestas. Y en una búsqueda desesperada por responder a los primeros “por qué?”, nacieron los mitos.

Antes de intentar comprender el mundo que nos rodea con lógica y experimentos, nuestro primer intento por saciar nuestra sed de verdad y sentido fue contar historias.

Cada comportamiento animal, fenómeno meteorológico y cuerpo celeste, se convirtió en el personaje de una historia que nos inventamos para dar un poco de orden al caos que despertó nuestro ampliado cerebro inquisitivo.

Así nos inventamos dioses, leyendas, rituales, religiones. A medida que nuestro entendimiento de la realidad aumentaba y nuestros métodos de estudio se sofisticaban, dejamos de inventar historias “porque sí” y empezamos a atar cabos con lógica, dando paso a la filosofía como el estudio formal de cualquier cosa que nos intrigara.

¿Quién soy? ¿Qué hago acá? ¿Qué es el universo?

Así dejamos de responder preguntas sobre el mundo con historias mitológicas y divinas, y empezamos a responderlas con nuestro intelecto. Esta filosofía natural era intuitiva, sin datos concretos; armados únicamente con la razón, la lógica y la observación, los primeros filósofos debatían y argumentaban sobre conocimientos abstractos.

Con la geometría como nueva herramienta, Thales se convirtió en el primer individuo en hacer un descubrimiento matemático, dando el primer paso en una nueva forma de darle sentido al mundo: la ciencia.

A pesar de haber avanzado tanto en el camino de la búsqueda de la “Verdad”, lo cierto es que sabemos bastante poco. Y esta paradoja parece no tener fin: cuanto más “sabemos”, más preguntas nos surgen.

Si la búsqueda por la verdad nació junto a la nueva posibilidad de formar conceptos complejos en el neocórtex, y aún después miles de años de avances filosóficos y científicos notamos que, lejos de estar más cerca de la “Verdad”, más preguntas tenemos, cabe preguntar si la “Verdad” es algo realmente alcanzable; si está donde la estamos buscando; si la “Verdad” es algo concreto, descriptible y comprobable.

¿O será que cada vez que damos un paso más cerca de la “Verdad”, como si estuviésemos examinando un fractal, se abre ante nosotros un nuevo nivel de abstracción y complejidad, creando sólo más preguntas?

No sé si conocer la “Verdad” es posible, ni si tiene sentido buscarla mirando hacia afuera, donde su apariencia es evidentemente elusiva.

Quizá la “Verdad” no sea algo alcanzable con el intelecto. Quizá esté frente a nuestras narices y no la estemos viendo.

Lo único que sé es que nunca vamos a dejar de buscarla.

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Santiago Sarceda
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