Por qué mejor no pensar

Santiago Sarceda
soltando ideas
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4 min readSep 23, 2020

Hace un tiempo empecé a buscar respuestas a preguntas básicas pero profundas: quién soy, qué es la realidad, por qué hay algo en lugar de nada. Después de perderme en muchos laberintos simbólicos con explicaciones, mitologías y dedos señalanado a la luna, empecé a descubrir una verdad compartida por casi todas las filosofías a través de la historia de la humanidad: pensando no iba a tener respuestas.

El objetivo de toda práctica espiritual seguramente tenga poco que ver con la imagen inconsciente que se tiene construida sobre ese concepto en el pensamiento moderno occidental. El “objetivo” no es ser bueno, ni ser mejor, ni ayudar, ni sanar, ni sentirse bien; el objetivo es desidentificarse de los pensamientos, liberarse de la mente. Algunas filosofías transmiten ejercicios y prácticas para lograr mayor control de la atención y no ser afectado, atraído o identificado por los pensamientos que se observan aparecer de forma involuntaria; la atención se mantiene ahí, en ese espacio que descubrimos está siempre detrás, dando soporte a todo.

Al principio sólo podemos descansar unos momentos en este espacio vacío antes de perdernos en otro pensamiento, pero con la práctica, manteniendo la atención con ecuanimidad, sin identificarse con las formas, conceptos y emociones que aparecen y desaparecen, eventualmente la mente se calma.

Desde este lugar de observador, abarcando todo y “sabiendo” nada, se va perdiendo el miedo instintivo a “no pensar”; ¿Cómo voy a evitar posibles problemas si no pienso en cómo evitarlos? ¿Cómo voy a relacionarme con otras personas sin pensar? ¿Si no soy mis pensamientos, entonces quién soy? ¿Si dejo de pensar, dejo de existir? A veces el misterio resulta intimidante y parece más atractivo volver a la distracción. Pero después de un tiempo, si bien no aparecen respuestas, las preguntas desaparecen y un saber instintivo empieza a tomar forma.

La realidad es que los pensamientos no son “malos” por sí mismos, ni el ego es el enemigo; algo que puede ayudar a superar estos miedos y prejuicios es diferenciar entre inteligencia e intelecto. El intelecto es lo que nos permite determinar si algo es verdadero o falso, construir conclusiones, crear relaciones, estructuras, teorías, reglas. Un niño no nace con intelecto, sino que lo desarrolla. Y el intelecto se desarrolla gracias a la inteligencia. Pero la inteligencia no es propiedad única de los seres humanos.

Haciendo una analogía práctica, los pensamientos pueden relacionarse a los bloques de Lego; podemos construir una infinidad de formas distintas partiendo de un par de bloques de Lego (pensar), pero los bloques de Lego están hechos de plástico, y el plástico no puede hacerse con legos. De la misma manera, las ideas están hechas de inteligencia, y no se puede hacer inteligencia pensando.

El ser humano, con su intelecto como herramienta, construye símbolos para señalar cosas, demarcar límites y patrones, comunicarse. Pero la inteligencia precede ese nivel simbólico y al mismo tiempo lo soporta.

Se puede ver la inteligencia en forma de árbol en las raíces y nervaduras de las hojas que distribuyen uniformemente los nutrientes, o en las ramas que crecen en dirección a la luz solar. Todo funciona en armonía, cumpliendo un aparente objetivo invisible de existir y prosperar en el tiempo. Todo eso es producto de la inteligencia evolutiva del universo. La misma inteligencia que dio forma a nuestro cuerpo y a nuestro cerebro. Y por ende, a nuestras ideas.

Esta inteligencia evolutiva da lugar al mundo simbólico en el que vive el ser humano, que vive sumergido en ese mar de conceptos creyendo que es la realidad, y creyendo que la inteligencia que expresa en forma de su actividad humana es una característica emergente, distinta al resto del universo.

Los pensamientos son formas “cristalizadas” de inteligencia. Por repetición, las sinapsis mielinizadas hacen que las cadenas neuronales se activen con mayor facilidad frente al mismo estímulo; los pensamientos son memes reproducidos efectivamente de generación en generación: ideas, ideologías, creencias, cultura, ciencia.

En la rama Zen del Budismo, se refieren como “Shoshin” a la cualidad de la “mente de principiante”, es decir, a una mente no condicionada: una mente que no sostiene ninguna idea como verdadera, una mente que no está limitada a seguir construyendo nuevas ideas en base a conceptos preexistentes, una mente que da lugar a la inteligencia para crear nuevos bloques de Lego o insights.

Si los pensamientos son inteligencia cristalizada por repetirse en la dimensión espacio-tiempo, la inteligencia y su intención se encuentra fuera del tiempo, en el momento presente, que es eterno porque nunca se despliega en el tiempo. Esa inteligencia que existe en el ahora va dejando su marca en el cerebro como el agua que fluye y deja su marca en el camino.

Cultivar una mente de principiante, una mente no condicionada, nos permite enfrentar la realidad sin distorsiones, adaptarnos, fluir como el agua, aceptar la totalidad de nuestra experiencia, sin negar lo que interpretamos como malo ni desear lo que interpretamos como bueno. No creer nada como verdadero o falso, salir del dualismo, nos ayuda a estar en contacto directo con la realidad. Una mente pura y en calma disuelve todo conflicto.

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Santiago Sarceda
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