ABC del fotógrafo curioso

De lo que miras a lo que creas

¿Qué hace a una fotografía una expresión visual individual?

Aglaia Berlutti
EÑES
Published in
13 min readApr 24, 2018

--

Cuando comencé a fotografiar tenía once años, de manera que no tenía la menor idea de lo que hacía, pero sí que deseaba seguir haciéndolo. Tenía una vieja cámara Kodak desechable, una obsesión considerable por mi entorno pero sobre todo, una percepción muy romántica sobre la fotografía: me parecía sin duda «mágica», con su capacidad asombrosa para detener el tiempo, para crear una mirada subjetiva y subversiva sobre la realidad. De modo, que cuando descubrí que podía mirar a través del visor e inmortalizar todo lo que me rodeaba a través de un acto de voluntad, lo hice sin parar y me pregunté si podía seguir haciéndolo en el futuro.

Por supuesto, nadie tan joven piensa las cosas de una forma tan elaborada. O al menos, yo no lo hice. Lo que sí tenía muy claro es que fotografiar me proporcionaba un momento de intimidad difícil de describir y que tenía una directa relación con mi necesidad de contar y narrar historias. Fotografiar era no solo un hecho fuera de lo común —o eso me lo parecía— sino también, un síntoma directo de una búsqueda personal que no reconocí de inmediato pero con los años, se hizo muy clara. Pero cuando eres una niña en una ciudad luminosa y complicada como lo era la mía, fotografiar se convierte en una herramienta para cuestionar, la excusa perfecta para contemplar lo que te rodea. La percepción unánime de una identidad inexcusable, creada a partir del fondo y la forma de la imagen que concibes en tu imaginación.

Con el transcurrir del tiempo, mi forma de fotografiar cambió y también, por supuesto, mi perspectiva sobre el suceso de comprender el mundo a través de las imágenes. Pasé buena parte de mi adolescencia y primera juventud fotografiando sin parar. Un monólogo circunstancial y voluble que cambiaba con los años y se hacía más dúctil, extraño y privado. De pronto, a las calles y avenidas que solía fotografiar de niña las sustituyó mi vida. O mejor dicho, mi cuerpo, convertido en parcela de meditada expresión de yo y de la identidad transformada en debate privado. A través de la cámara me comprendí, me asimilé, me perdoné cuando debí hacerlo, me ataqué de maneras crudas y perfectas que no habría podido hacer de otro modo. Al cumplir los veinte años, me había fotografiado casi por una década y me había visto crecer frente al lente de la cámara. Un singular prodigio que me desconcertó más de lo que admití a cualquiera.

Fue entonces cuando decidí tomarme la fotografía en serio. Hasta entonces, había sido un hobbie —uno muy apasionado, sin duda— pero sin otra aspiración que la de mirar el acontecer privado desde un diapasón confiable. Pero con la nueva década de vida llegó la madurez y sobre todo, una nueva capacidad para apreciar la fotografía como un registro personal. Y quizás por eso, llamarme «fotógrafa» adquirió un valor especial y casi poético. Seguía siendo magia —nunca dejó de serlo— pero ahora era lenguaje. Ahora era herramienta, pincel, lienzo, talla y respuesta. Una forma de comprender el vínculo entre la obra que se analiza y la que llega a la luz. Una forma de meditar sobre lo individual a través de cierta colectivización del dolor y la belleza del espíritu más privado.

Recordé todo lo anterior hace unos años, cuando asistí a una charla sobre fotografía en la que el ponente dedicó buena parte de su investigación a ponderar sobre el lenguaje fotográfico. Lo hizo, mostrando una serie de imágenes de ensayos y propuestas alrededor del mundo y también, señalando esos elementos misteriosos y la mayoría de las veces personales, que cohesionan lo que un fotógrafo quiere decir o aspira a expresar. Habló sobre la posibilidad de construir una forma de comunicación visual privada, de expresar ideas complejísimas a través de metáforas universales. Entonces, uno de los participantes en el evento levantó la mano, muy impaciente.

—O sea, ¿hablamos sobre como se ve mi fotografía? —preguntó. —¿La forma como manejos los códigos estéticos?

—No únicamente sobre eso —respondió el investigador—, me refiero a lo que dice tu forma de construir ideas.

—Siendo fotografía, ¿lo importante no sería como se ve la imagen y lo que incluye? —terció alguien más. —¿No es eso lo esencial en toda imagen?

—Lo esencial en toda imagen es lo que se muestra sin duda, pero lo imprescindible es que desarrolle una idea que pueda ser expresada en cientos de maneras distintas a través de imágenes que en apariencia, no están vinculadas entre sí —detalló el ponente. —En otras palabras, siempre decir lo mismo, pero no a través de las mismas imágenes o lo que representan.

La respuesta suscitó un largo debate en la sala que duró largos minutos. Todo el mundo parecía muy preocupado por el hecho de no comprender exactamente en qué podía basarse un discurso fotográfico, si un lenguaje visual podía sustentarlo y sobre todo, de qué otra manera podía comprenderse la idea fotográfica a no ser el inmediato. El ponente, que parecía muy poco sorprendido por la confusión, escuchó comentarios, respondió interrogantes y finalmente, mostró una fotografía en la proyección que usaba como apoyo visual para su exposición.

—Hablemos sobre lo que hace distinta una fotografía y sobre todo, única —dijo en voz alta—, hablemos sobre la identidad fotográfica.

La fotografía proyectada era sencilla: fondo blanco, bordes delineados con un finísimo marco negro de copia, sello inconfundible de la cámara Hasselblad. Era un retrato en blanco y negro de un hombre con el cuerpo levemente inclinado, los hombros tensos, la mirada incómoda. El blanco y negro bien contrastado destacaba y acentuaba sus rasgos cansados, las arrugas en su piel. Las protuberantes venas en sus brazos. Una fotografía de Richard Avedon, pensé de inmediato, sin que nadie me lo dijera o me lo indicara. Uno de sus famosas imágenes de la Norteamérica profunda.

La miré, con una sensación de profunda desolación, aunque no sabía qué me la producía. ¿Era la mirada triste, la expresión un poco abrumada del hombre? ¿Era el hecho de haber sido fotografiado en toda su fragilidad triste? No podría decirlo, pero todo en la imagen, me provocaba una indudable angustia emocional. Aunque de hecho, la fotografía era lo suficientemente sencilla como para invitar al debate sobre cuales de sus elementos podía despertarme sentimientos tan complejos. El ponente, que parecía muy consciente de los sentimientos que podía despertar la imagen, se limitó a esperar, escuchando los murmullos en la sala con una sonrisa satisfecha.

—Toda fotografía es un manifiesto de ideas, pero también es una reflexión de puntos de vista —dijo entonces, pasando a otra fotografía con una mujer delgada y temblorosa que nos miraba desde el mismo fondo blanco. —Hay una mirada profundamente personal en todo lo que hacemos, en cada cosa que llevamos a cabo, en todas las imágenes que concebimos. Y esa recurrencia, crea una forma de expresión visual por completo distinta una de otras. Todos miramos el mundo de forma distinta. La fotografía necesita de esa diferencia para profundizar en los temas que toca.

El público guardó silencio mientras el ponente continuaba mostrando imágenes del extenso trabajo de Avedon. Más retratos, luego una serie de fotografías espléndidas dedicadas al mundo de la moda. Rostros anónimos, conocidos, inolvidables, se mezclaban en una profusión de expresiones que podría haber parecido caótica de no haber estado unidas por una idea subyacente, una visión específica de sostenía toda la propuesta. De pronto, fue muy notorio que todas las fotografías parecían unidas por un único vínculo, sea donde sea que estuvieran e incluso, analizaran el tema que analizaran. Porque Avedon, fotógrafo concienzudo, había encontrado no solo una mirada única para comunicarse visualmente, sino también una reflexión profunda que realizar a través de su trabajo fotográfico.

—Todos creamos visualmente a diario, tengamos o no la cámara fotográfica entre las manos —concluyó el ponente.

Desde la proyección, Avedon nos miraba desde un autorretrato. La misma fragilidad, la misma franqueza de sus retratados. El mismo dolor simple —somos creadores de lo que asumimos es parte de nuestro mundo—. Construimos a diario nuestro lenguaje visual.

Por años, he pensado en esa idea. La he analizado desde todos los puntos de vista. No solo por el hecho que he intentado elaborar un lenguaje visual personal sino también, porque intento encontrar una manera de expresión lo suficientemente personal. Más allá de eso, mi forma de mirar a través de la fotografía ha madurado lo suficiente como para permitirme reflexionar a través de ella e incluso, asumir conclusiones específicas sobre por qué fotografío lo que fotografío y por qué me obsesiono visualmente con determinados temas y percepciones subjetivas. Y es que al hablar sobre la fotografía como producto intelectual, los cuestionamientos parecen basarse en esencia en el hecho concreto de lo que hace a un fotógrafo construir una serie de ideas vinculadas entre sí. O lo que es lo mismo, una mirada única.

Así que, vale la pena preguntarse, ¿qué hace única la mirada de un fotógrafo? ¿Qué hace original y evidente como forma de comunicación, expresión y creación estética? Se trata de un tema amplísimo, que no obstante puede ser analizada desde varios puntos de vista.

Una mirada inconfundible

En una ocasión, se le preguntó a Robert Adamson (pionero del calotipo fotográfico) por qué había decidido fotografiar. El artista, que por años había sido un pintor de talento y había dedicado buena parte de su vida artística al dibujo, no dudo en contestar: «para hacer una obra única. Una imagen inmediata es por completo irrepetible. O al menos la forma como la interpreté en el momento en que pude tomarla». Por entonces, la fotografía era un arte tan joven como para ser considerada únicamente técnica y aún así Adamson especuló sobre el alcance de la fotografía como elemento visual perdurable y visual. Ese punto de vista de la fotografía como objeto y como elemento artístico, no solo fue el argumento que sostuvo el trabajo de Adamson durante el resto de su vida sino también, su legado más perdurable. Y es que su punto de vista, parece resumir no solo una idea básica al momento de interpretar la fotografía como documento intimo sino también, sus implicaciones como obra artística. Porque la fotografía intenta captar no solo lo que el fotógrafo mira, sino también, como lo mira. Una perspectiva que construye una visión sobre lo que la realidad es y la forma como el artista lo interpreta. En otras palabras: El arte que medita sobre sí mismo y también sobre lo que puede ser.

Toda fotografía es una serie de decisiones artísticas que el fotógrafo toma de manera inconsciente. Desde su manera de componer hasta la paleta de colores que utiliza, cada elemento dentro de la fotografía forma parte de una serie de referencias privadas que el autor interpreta como un código visual. Por tanto, toda mirada fotográfica es única e irrepetible, no obstante, pueda estar basada o analizada sobre hechos fotográficos previos. La fotografía, como arte y técnica, se basa en elucubraciones concretas sobre lo que la imagen puede ser y la forma como el fotógrafo crea a través de ella. Una mirada persistente sobre un tema, un objetivo o una necesidad de expresión concreta que se re elabora una y otra vez, para asumir un peso específico dentro lo que crea como discurso visual.

De manera que, todo fotógrafo profundiza en su lenguaje fotográfico —cómo mira y reinterpreta su entorno— en la medida que comprende los alcances, referencias y sobre todo, punto de vista sobre los que medita. Una visión consecuente y sobre todo, compleja sobre lo que creamos, asumimos real e incluso, imaginamos como parte de una idea consecuente. Una perspectiva única que el fotógrafo sobre la que el fotógrafo probablemente reflexionará durante toda su creación visual.

Lo que vemos fotográficamente

El investigador fotográfico Joan Fontcuberta insiste que «ver fotográficamente» es una conjunción de aspectos que brindan a la fotografía una identidad inconfundible. Desde la elección del encuadre y exclusión aparentemente aleatoria de elementos hasta los esquemas asimétrico y centrífugo o la distribución yuxtapuesta de objetos en la imagen, crear en fotografía es para el autor mucho más que un accidente atractivo. Una y otra vez, el fotógrafo toma decisiones que construyen y sostienen lo que una fotografía resulta como parte de un proceso: un producto estético personal.

En otras palabras, todos los fotógrafos miran a su alrededor en busca de respuestas a sus obsesiones personales pero las interpretan de manera distinta. Ese «mirar» constante del fotógrafo, convierte en símbolos y metáforas elementos que se sustentan sobre su experiencia personal y cimientan una forma de expresar ideas concretas. La fotografía es una reflexión sobre ideas artísticas, fragmentos de información visual e intima de su autor, una correlación de propuestas y perspectivas que se unen en una única experiencia estética. Así que, lo que hace única nuestra fotografía es esa necesidad de mirar y explorar, de analizar y comprender lo que nos rodea y finalmente, comprender los alcances de esa mirada consciente que conduce a la creación visual.

Una visión objetiva o subjetiva de la realidad

Por décadas, se insistió que la fotografía debía reflejar de manera única, objetiva y sin expresar opiniones que pudieran distorsionar esa idea. La llamada «fotografía en estado puro» no solo pareció convertir la fotografía en un documento único, sino limitar sus opciones. No obstante, la transformación de la fotografía en un medio de expresión artística, logró que esa restringida comprensión sobre la imagen se ampliara hasta crear un producto estético y sobre todo, un discurso elemental basado en el punto de vista subjetivo de su autor.

Así que, al momento de analizar la identidad y el lenguaje fotográfico, cabe preguntarse cómo concebimos la fotografía: ¿Se trata de una búsqueda lineal de reflejar la realidad o algo más ambiguo o interpretativa? Como fotógrafos, ¿nos esforzamos por captar la realidad sin interferencia de nuestra opinión o punto de vista o por el contrario, reconstruimos símbolos y visiones a través de ideas complejas? La respuesta a esa disyuntiva parece basarse esencialmente en como asumimos la fotografía, como analizamos nuestro punto de vista y más allá de eso, como comprendemos su capacidad como vehículo de expresión. Una toma de conciencia sobre lo que construimos y también, lo que asumimos necesario expresar como discurso visual.

La capacidad para vanguardia

Se dice que todo lo fotografiable ha sido fotografiado y que toda imagen, tiende a repetir, sin querer o como necesidad voluntaria, esquemas conocidos o sobre todo, ya reflexionados visualmente con anterioridad. Sin embargo, eso no evita que el fotógrafo pueda encontrar un matiz nuevo dentro de los debates visuales universales. Y es que la fotografía no solo admite el hecho y la revisión creativa, sino también, la reflexión en la búsqueda de la profundización de las ideas que lo sustentan. La fotografía es una visión artística flexible, capaz de sostenerse sobre el hecho de reconstruir ideas fotográficas personales y también, de esa insistente necesidad de brindar perspectivas originales a ideas tradicionales. La fotografía se reconstruye así misma. Se elabora como un documento novedoso en la medida que el fotógrafo sea capaz de comprender el sistema de ideas que la sostienen y sobre todo, como puede personalizadas a través de una búsqueda visual consistente.

La fotografía como pieza de arte

Ya en 1901, Charles H. Caffin analiza las distintas percepciones de la fotografía: tanto como documento utilitario hasta la búsqueda eminentemente estética. Eso, a pesar que la fotografía aún era una confusa mezcla de elementos entre la pintura y la concepción del arte como expresión formal académica y su indudable relación con la técnica como medio de elaboración del resultado final. Aún así, Caffin teorizó que la fotografía podía ser tanto un medio para reflejar la realidad y también, una expresión consecuente del mundo privado del autor. Un recorrido intermedio entre lo que se mira y lo que se expresa.

La reflexión y el debate sobre el tema continúan suscitándose, incluso los mismos parámetros del análisis original de Caffin: con frecuencia se suele debatir cual es el objetivo de la fotografía como arte y técnica. ¿Busca mostrar la realidad? ¿Intenta reinterpretarla? ¿Insiste expresar ideas íntimas de su autor? ¿Busca comprender la línea que divide al documento autoral de la imagen espejo? Cualquiera de esos cuestionamientos permitirá al fotógrafo analizar su lenguaje fotográfico desde la búsqueda de ideas como propuesta y, sobre todo, la percepción de la fotografía como medio de expresión estético por derecho propio.

Lo que motiva artísticamente al fotógrafo

Se suele decir que todo artista muestra fidedignamente sus obsesiones a través de la artística que utiliza como medio de expresión, lo sepa o no. Que cada obra, es una reinvención del mismo tema, una reflexión coherente sobre una visión esencial que el creador asume como propia o parte de su mundo particular. Y por supuesto, el fotógrafo, como artista que se expresa a través de la idea visual, no está excepto de esa búsqueda recurrente de motivos y expresiones. Una búsqueda constante de expresar ideas semejantes bajo un cariz nuevo o incluso, esencialmente íntimo.

Así que es necesario que el fotógrafo se cuestione hacia donde dirige su búsqueda artística. ¿Qué hace que un fotógrafo se obsesione con una idea fotográfica o que la analiza desde determinado punto de vista? ¿Cuál es el matiz que brinda no solo a esa percepción sino también a la manera en que elabora una conclusión respecto a ella? ¿Cómo reflexiona sobre los elementos y dimensiones de lo que plantea fotográficamente? Una y otra vez, el fotógrafo se cuestiona la realidad, la reinventa, incluso se apropia de ella para elaborar un discurso recurrente sobre su mundo personal.

Una imagen es la combinación de un impulso personal y una necesidad concreta de captar una imagen perdurable. Entre ambas cosas, subsiste y sobrevive la necesidad del autor de crear un documento visual no solo personal sino también original que se sustente sobre una idea concreta. Una manera de mirar.

Como percibe el mundo el fotógrafo

Aceptada la fotografía como una forma de arte —sobre todo después de publicadas las reflexiones de Raoul Hausmann en 1933 sobre la fotografía y su planteamiento subjetivo y artístico—, lo siguiente que ocurrió fue la comprensión de la fotografía como herramienta discursiva y estética. Y claro está, el inmediato cuestionamiento de las reglas estética —cuales seguir y cuales suprimir— en la búsqueda de la creación de un lenguaje. A toda esa comprensión de la fotografía, hubo que sumarle la reflexión del hecho fotográfico como tal o lo que es lo mismo, la expresión de la imagen como hecho estético. ¿Qué mensajes transmite, construye y difunde el fotógrafo a través de sus imágenes? ¿Cuál es el objetivo de su creación artística y sobre todo, su punto de vista como creador estético? ¿Qué hace a un fotógrafo construir un discurso fotográfico basado en ideas parecidas? ¿Cómo elabora un pensamiento creativo basado en la forma en que concibe lo visual? Todas las anteriores interrogantes, permiten al fotógrafo analizar el mundo según sus ideas como creador y sobre todo, cuestionarse su origen. La idea que sustenta su imaginario visual.

¿Qué hace a una fotografía única? ¿A qué nos referimos cuando analizamos y concebimos el mundo como un discurso fotográfico? Quizás la lista anterior, aunque corta, permite reflexionar sobre la creación fotográfica no solo como reflejo de la realidad, sino también expresión personal del fotógrafo. Una idea en constante evolución. Una percepción en constante crecimiento conceptual.

--

--

Aglaia Berlutti
EÑES
Writer for

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine