Accidente

Defre
EÑES
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4 min readApr 18, 2017

Abro los ojos y como acto reflejo pregunto dónde estoy. Nadie responde. O quizás, ninguna palabra sale de mi boca. El lugar es tristemente feo, una mancha de humedad monopoliza el aspecto del techo dejando en segundo plano el tono amarillento que seguramente reinaba antes allí. Un ventilador tentado por el suicidio amenaza con soltarse y morir en mil pedazos. No lo hace, no se mueve. Yo tampoco puedo moverme, mis músculos no responden, y no quiero seguir acostado. Tengo ganas de gritar, desespero, el amor es inútil, pienso a cada instante, y me pregunto: ¿Amar? ¿Para qué? Si sin reciprocidad todo es en vano. Nadie es digno de recibir amor sin dar nada a cambio. Pero esto está equivocado, ¿te imaginas qué difícil sería hacer coincidir a dos personas que se amen mutuamente en este mundo de soledad? El revoque viejo de la pared y el amor caen a la par, y no hay nadie que haga algo al respecto. Mueren juntos.

Comienzo a sentir dolores en mi cuerpo y deduzco que sufrí un golpe fuerte. Solo recuerdo que salí de mi casa una tarde de sol que invitaba a las personas a sonreír. Se borró de mi memoria el sitio a donde me dirigía. Claramente está afectada mi cabeza. No dejo de pensar cosas sin coherencia, sin sentido, sin felicidad. No hallo en ninguna parte el causante de mi estadía en este lugar ni en sus facciones una falla. Una sonrisa que deleita hasta al más exigente degustador de labios y unos ojos risueños que completan la armonía de su cara, de la cual me enamoro cada día. La veo danzando, expresándose con los movimientos del cuerpo, diciendo lo que muchas palabras son incapaces de manifestar. Recuerdo también el día que la elegí como la persona con la que quería compartir mi vida. Hallar una persona que pueda con eso es difícil, tanto como alejarse de una persona a la que le entregaste gran parte del tiempo de tu vida. Como las olas del río que viven una sola vez para sucumbir en el mar son los segundos de nuestra existencia. Irrecuperables e inigualables. Y he aquí el instante en el que valoramos las cosas, los segundos, los momentos, que aunque ya hayan pasado, los apreciamos hoy porque no volverán nunca más.

Empiezo a mover los dedos de mi pie, un cosquilleo corre por mi empeine y noto que extrañaba esa sensación. De a poco puedo mover mi tobillo, aunque no más que eso. No dejo de intentarlo, conducido por el deseo de salir de acá y la causa de que la humanidad siga en pié: negar siempre que exista algo definitivo, intocable, obvio o inmóvil. Considerar todos los puntos de fijación, de inmovilización, como si fuesen elementos tácticos, estratégicos; como parte de un esfuerzo por devolver las cosas a su movilidad original, a su apertura al cambio.

Continúo esforzándome. Lentamente mis rodillas toman vida junto a los músculos de mis piernas. Mi ser cree volver a nacer mientras logro sentarme en el abismo de la cama. El entusiasmo del momento está limitado por un factor que no deja de atormentarme; la incertidumbre de que esté aquí. Me desvivo intentando recordar lo que sucedió, se que fui víctima de un accidente, eso seguro. No comprendo cómo. Salí de mi casa aquella tarde soleada, libre de nubes y un clima bello de primavera, me dirigía al norte, recuerdo una sonrisa en mi cara y en las personas que transitaban la misma vereda que yo. No encuentro nada más en mi memoria. Bajo de la cama y a cada paso un desafío por mantener el equilibrio, me sostengo de la pared mientras el polvillo que desgarro se desliza por la mano. Llego al marco que acobijaba una puerta que ya no está, tropiezo golpeándome el dedo meñique del pié y caigo en brazos de una pared que me esperaba al otro lado e impedía que el impacto sea mayor. El golpe fue leve, un tanto inesperado, y sobre todo tedioso. Sin embargo, resultó útil ya que de manera inexplicable recordé todo.

Salí de mi casa aquella tarde, como bien dije anteriormente, y me dirigía al norte de la ciudad, precisamente a la casa de ella. Llevaba entre mis manos un ramo de flores que parecían pintadas por Van Gogh y en mi mente un discurso preparado con sumo rigor que repetía continuamente. Tartamudear podía ser un fracaso que no me perdonaría. Luego de cinco cuadras caminando y otras diez en colectivo, llegué y me preparé para un momento especial. Puse mi dedo en el botón del timbre y esperé ansioso una respuesta. Ella abrió la puerta y yo quedé boquiabierto ante majestuosa belleza, aunque consciente de lo que tenía que decir. Ella escuchó atentamente cada una de las palabras que yo le decía con un tono de profeta enaltecido y me afianzaba cada oración de amor. Declaré todos mis sentimientos como nunca lo había hecho y en ese momento, todo se derrumbó. Finalicé mi discurso entregándole las flores, aguardando nervioso su respuesta. Lo rechazó con un gesto soberbio y me miró con desprecio, diciendo que estaba loco, que mi amor no le interesaba y que nunca una persona como yo podía estar con alguien como ella. Ese fue mi accidente, creí que podía tener el amor de la persona de la cual me había enamorado y me lo negó. Choqué contra la realidad pero sobreviví, puedo volver a intentarlo.

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Escribo porque soy feliz. y al que le moleste, que escriba, que hace bien.