Amor, lujuria, sexo y sensibilidad

Todas las razones por las que deberías ver la película ‘Desobediencia’, de Sebastián Lelio

Aglaia Berlutti
EÑES

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Los misterios de la sexualidad, el erotismo e incluso la orientación sexual femenina, sigue siendo uno de los temas que más esfuerzo lleva analizar en el mundo cinematográfico. No solo se trata que la gran mayoría de las veces las percepciones sobre la mujer y el deseo bordean el estereotipo y la idealización, sino que además, son analizadas desde una óptica masculina, lo que añade de manera inevitable, cierto peso de distorsión conceptual. Una crítica común que se repite incluso en películas como La vida de Adèle (Abdellatif Kechiche, 2013), en la que la reflexión sobre la sexualidad adolescente, el erotismo y el deseo femenino tienen un peso esencial como expresión de identidad e individualidad. No obstante, con su carga erótica explícita tachada de innecesaria y efectista, la película de Kechiche recibió críticas por su incapacidad de vencer la noción sobre el sexo como elemento de provocación, más que un mensaje consistente dentro de la narración y que puede reflejar la complejidad de la psiquis femenina. Otro tanto ocurrió con Carol (Todd Haynes, 2015), que a pesar de su solidez argumental y preciosista puesta en escena, pareció insistir sobre ciertos cliché sobre lo que el sexo lésbico y la búsqueda del amor entre mujeres puede ser. De modo, que intentar comprender el poder de lo homoerótico desde la perspectiva femenina, continúa siendo de inusual complejidad en medio de cierta simplificación innecesaria sobre el tema.

Tal vez por ese motivo la película Desobediencia (2017), del director Sebastián Lelio, llega precedida de cierta polémica: su forma de enfocar la sexualidad femenina parece mucho más interesada en analizar a profundidad la emoción antes que la mera necesidad erótica. Por supuesto, Sebastián Lelio podría considerarse un experto en analizar la psiquis femenina desde la sutileza: su oscarizada Una mujer fantástica (2017) es una búsqueda de razón y sentido a la identidad, en medio del dolor y la incomprensión cultura, un tema que aborda con sutileza, buen gusto y pulso firme. En Desobediencia ocurre otro tanto, aunque es evidente que Lelio también encuentra una manera por completo nueva de analizar un retrato impactante y lleno de graduaciones espirituales sobre la vida interior de la mujer pero también, una perspectiva realista, poderosa y asombrosamente profunda sobre lo femenino como objeto de reflexión filosófica. Con la historia de un amor lésbico dentro de la comunidad judía ortodoxa (todo un reto de planteamiento, complejidad y revisión de cánones que Lelio supera con enorme elegancia argumental y visual) Desobediencia comienza siendo un retrato de la represión religiosa y cultural, que progresivamente toma un cariz de meditada percepción sobre el yo, el amor como expresión de una compleja forma de fe y un tipo de esperanza privada. Protagonizada por Rachel Weisz y Rachel McAdams, el ambiente de la película gravita sobre una búsqueda de propósito del amor como relativa comprensión espiritual y no obstante, no parece demasiado interesado en cuestionar la percepción de lo emocional sino más bien el amor, como vínculo intelectual y moral de compleja cualidad íntima. Con sus actrices convertidas en símbolos casi metafórico sobre el bien y el mal moral, las decisiones éticas basadas en el deber existencialista y una comprensión sobre el dolor casi pragmática, Desobediencia asume su versión sobre la insatisfacción emocional y espiritual como una creación sensible dentro de un ámbito restringuido y casi claustrofóbico.

Basada en la novela del mismo nombre de la escritora Naomi Alderman, la película conserva el ritmo pausado, rico en matices y levemente desconcertante del libro, con sus cambios de de escenario y tono que muestran la noción sobre lo cultural como una extraña dimensión de lo ajeno y lo personal. Lenta y deliberadamente, la película está consciente de su premisa —un amor imposible en medio de un escenario conservador— pero se toma el atrevimiento de ir más allá de eso, incluso en sus momentos más confusos y mucho más aún, cuando toma la decisión de mostrar la sexualidad como un hecho honesto y desenfrenado, en una de las escenas sexuales más realistas y extrañamente intensa de los últimos décadas. Para Lelio, la sexualidad femenina parece anclada y convertida en una versión elemental sobre los deseos y la manifestación venial de lo que somos o hacia donde deseamos avanzar, pero también, es una comprensión suave y bien construida sobre el tiempo que admite una percepción sobre el olvido más o menos sustancioso. Entre ambas cosas Desobediencia toma las riendas de su percepción sobre el amor como deber y la dicotomía de lo emocional como versión coherente de la realidad y lo lleva más allá, como una percepción deliberada sobre el sufrimiento, el abandono y la soledad.

En Desobediencia nada es sencillo: las emociones están reservadas y cristalizadas en una paleta de colores helada que recuerda que para los personajes principales, el amor está vedado a cierta parte estéril de su vida. Rachel Weisz crea un personaje brillante en graduaciones sobre el dolor, los sentimientos encontrados y la brevedad de la pasión correspondida. Desde la primera escena —toda sonrisas y un diálogo fluido que expone casi sin querer las grandes inquietudes de la película— hasta los momentos más duros y apasionados, la actriz logra crear una contradicción esencial sobre lo que sostiene a su personaje como reflejo del yo que se desborda y en ocasiones, se desploma por la percepción de lo que somos como individuo. Weisz tiene muy claro que Desobediencia no es un estudio sobre el prejuicio sino sobre la soledad y quizás por ese motivo, su personaje es la imagen viva del desarraigo, la comprensión de la belleza como un todo amplio y sensorial, pero también, la oscuridad interior. Convertida en estandarte de cierta concepción de la ruptura —el antes y después que la película analiza a detalle a lo largo de su argumento— Weisz dota a su personaje de una fragilidad escondida detrás una fuerza engañosa y por momentos, ambigua.

Además del amor —lésbico, entre parientes, el deber asumido desde la emoción— la película hace un especial hincapié en el pasado como forma de analizar lo que recordamos y lo que construimos como identidad perenne. Con pausada tranquilidad, la película analiza la incomodidad de la ruptura entre quienes fuimos, el presente fragmentado y el futuro incierto, con una elaborada aspiración poética que sorprende por su efectividad. En sus momentos más duros, Desobediencia podría parecer sermoneadora pero en realidad, solo se trata de un repaso por los dolores emocionales convertidos en una idea vivencial sobre lo espiritual y lo intelectual. Quizás se deba a que Weisz también es la productora de la película, pero hay un definitivo acento en la búsqueda del libre albedrío, la independencia intelectual y el encuentro de la capacidad íntima para el amor, basada en las percepción del sentimiento como obra liberadora, lo cual convierte a la película en un manifiesto humilde y bien ponderado sobre la emoción como una forma de construir y también de destruir.

Desde su extremo Rachel McAdams es la perfecta contrapartida a la dureza argumental del personaje de Weisz. Juntas, elaboran una cuidada simetría en el tono y en la forma: no solo son dos mujeres que se atraen entre sí, sino que además, están unidas por una historia única que de algún modo, las define a ambas. Hay una definitiva percepción sobre el dolor, el sufrimiento y la angustia, en medio de la vaga noción sobre ese pasado (convertido en plena conciencia del deseo y poco después en amor) que avanza en mitad de la película como una profunda evidencia de algo más categórico y duro de asimilar. Muy pronto, ambas mujeres deben lidiar no solo con el pasado —que se construye como un peso de enorme importancia para los personajes— sino también, con un soledad confusa y borrosa que bordea la insatisfacción. Entre ambas cosas, el deseo y la lujuria toman un sentido elemental casi rudimentario, pero de enorme valor argumental. Ambas actrices logran un equilibrio entre el magnetismo, la química sugerida pero sobre todo, la percepción del sexo como un elemento liberador, en mitad de las convicciones, la fe y el valor de la comunidad como estamento vivencial.

Con sus tonos sombríos, casi tenebrosos Desobediencia avanza con cuidado entre la noción especulativa del amor como fuerza motora y el sexo como ejercicio del libre albedrío. El erotismo de la película —desinhibido, realista y casi pesimista— cumple una función evidente de metaforizar la fuerza que se esconde detrás del desafío que sustenta la trama entera. Esa noción del amor destructor, una mirada a todo los secretos como una forma de expresión de fe, una percepción del absurdo como algo más poderoso. Al final, la película es una ponderada reflexión sobre el compromiso, sobre el «hacer lo correcto» en un ámbito árido, hostil y roto. Una versión sobre el amor como piedra de sustento a la versión más privada que nos define y lo que resulta más duro de asimilar, el rostro que se muestra como parte de una idea conjuntiva de nuestra identidad.

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Aglaia Berlutti
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Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine